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México :: 08/02/2010

10 años después... la entrada de la PFP a la UNAM no se olvida

Carolina S. Romero
Después de la marcha en defensa de la educación pública y gratuita, un ex-huelgista habla de sus experiencias en el movimiento estudiantil de 1999-2000.

“Éramos 700 compañeros que nos asumimos como presos políticos en el Reclusorio Norte, más otros 300 en el tutelar de menores y el reclusorio femenil. Nosotros controlábamos la prisión. Había una asamblea de presos que funcionaba adentro. Había comisiones. Yo era de la comisión de propaganda. Recibimos cartas de todo el mundo—de Eduardo Galeano, de los zapatistas, de Mario Benedetti. Todo mundo nos escribía, y a todo mundo les escribíamos. Hacíamos actos culturales, pláticas con los presos comunes sobre cuestiones políticas, estudios, talleres de ejercicio, periódicos murales, mantas para mandar fuera, volantes para los presos comunes. El comité de derecho abrió un despacho para atender a los presos comunes. Los estudiantes de medicina abrieron un centro médico para atender a los presos. Hicimos marchas y huelgas de hambre dentro del reclusorio, hasta un baile. Aunque todos los medios de comunicación nos pintaron como delincuentes, teníamos mucho apoyo. Hubo marchas al reclusorio que hicieron temblar la cárcel. Llegaron ahí unas 200,000 personas para rodear el penal. Los propios celadores dijeron: ‘Se va a caer el reclusorio’. Pensaban que íbamos a estar brincando fuera”.

Así describe su experiencia de casi cuatro meses en la cárcel el compañero Armando, entrevistado el pasado viernes 6 de febrero después de la marcha para condenar la entrada ilegal de la Policía Federal Preventiva (PFP) a la UNAM hace 10 años.


La marcha de unas 500 personas salió del monumento a Álvaro Obregón para llegar a Ciudad Universitaria al atardecer. Los manifestantes en defensa de la educación pública y gratuita se opusieron a las reformas neoliberales educativos, a la represión, al hostigamiento a los espacios estudiantiles, a las agresiones contra el Auditorio Che Guevara. Exigieron “No más porros, ni cámaras, ni militares”. También exigieron libertad para el profesor Miguel Ángel Beltrán, el estudiante Emmanuel Hernández Hernández, los presos de San Salvador Atenco y todos los pres@s polític@s. Exigieron castigo a la masacre de Sucumbios y expresaron su apoyo total a los trabajadores del SME y la Casa Nacional de Estudiantes. Al rechazar las alzas y la carestía, exigieron “que la crisis la paguen los ricos”.

Antes de llegar a CU, se hico una parada ante la Comisión Nacional de Agua para denunciar el corte de agua a la Casa Nacional del Estudiante desde hace varias semanas. La gran cantidad de policías resguardando las instalaciones provocó varios comentarios: “Ha de correr mucho agua sucia por ahí.” “Ahora es la CONAGUA que va pa’ las tierras de Atenco, ¿no?” “Ni siquiera es capaz de proteger a la gente más pobre de las inundaciones”.


También hubo paradas ante el Auditorio Che Guevara para denunciar los constantes esfuerzos de las autoridades para recuperar este centro de lucha y ante la Facultad de Derecho donde Rosa Nelly Gochicoa pidió apoyo para su hijo Héctor Galindo, preso político en la prisión de máxima seguridad Altiplano junto con Ignacio del Valle y Felipe Álvarez. Al llegar a la explanada de Rectoría, varias personas hicieron uso del micrófono para hablar de los puntos fuertes de la huelga de 1999-2000, el principal siendo la exitosa defensa de la gratuidad de la educación pública. Denunciaron los daños infligidos a generaciones de estudiantes en todo el país por la continuación de las reformas que obligan a cientos de miles de estudiantes a aceptar capacitación en instituciones privadas. Condenaron la entrada de la PFP para romper la huelga en la UNAM, la detención de más de mil estudiantes y la ocupación de Ciudad Universitaria bajo órdenes de Wilfrido Robledo Madrid.


Cabe señalar que 5 años después, Robledo Madrid fue contratado por Enrique Peña Nieto como director de la Agencia de Seguridad Estatal (ASE) y ganó fama mundial como torturador y violador en Atenco en mayo de 2006. Después de toda una década de muerte, tortura, desapariciones y encarcelamiento de activistas sociales, la PFP ahora se incorpora a la nueva Policía Federal Ministerial (PFM) bajo el mando del mismo Robledo Madrid. Y una de las tragedias más grandes es que un porcentaje cada vez más grande de los egresados de la UNAM sólo encontrará empleo en esta agencia u otra corporación policiaca. El reclutamiento sigue en la UNAM y otras universidades y escuelas del país, sin oposición significativa.

Entrevistado, el compañero Armando dice que, aparte del logro de mantener la gratuidad de la educación pública para 300,000 estudiantes durante 10 años, la huelga de ’99 también logró la formación de muchos activistas que desde entonces han participado en las luchas más importantes del país: “Nos había tocado vivir la coyuntura con el zapatismo, y luego movilizarnos contra la globalización corporativa, estar al lado del FPDT en Atenco, asumir la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, compartir el trabajo con la APPO, el trabajo con los maestros de Morelos, de Michoacán, Puebla, defender a los presos políticos del país, apoyar las luchas de los estudiantes de Ayotzinapa, de Tiripetío. En todas estas luchas han estado los estudiantes que participaron en la huelga, y a cada paso hemos conocido la represión de la PFP que primero fue enviada a romper la huelga”.

¿La gratuidad fue la única demanda de la huelga de ’99?

“Fue la demanda catalizadora. La propuesta de cuotas del rector de no sólo fue de incrementarlos, sino de pasar de un cuota simbólico a un cobro que representaba varios días de salario para un trabajador. Pero también hubo otras demandas como un congreso para democratizar la universidad, el fin del espionaje y la represión en la universidad y el corrimiento del calendario escolar para reponer los días perdidos de la huelga”.

“Como dijo Carlos Fazio, la huelga fue un ‘ya basta urbano” contra la descomposición de la sociedad y de los partidos políticos. Fue una lucha contra el reformismo, en particular al partido de izquierda en poder en la capital, primero encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, luego Rosario Robles y después López Obrador. Estas figuras de la izquierda eran los gobernantes de la ciudad y estaban golpeando al movimiento estudiantil que había sacudido la tranquilidad política de la izquierda. Había un grupo que rompía, que criticaba a todo, que no estaba de acuerdo con las viejas formas partidistas, que desde al interior de su grupo había corrido los grupos muy cercanos a la partidos políticos que querían imponerse como líderes”.

¿Ustedes anticiparon la entrada de la PFP?

“No se nos hizo raro que pudo haber un golpe militar. Cuando empezamos a organizar contra los planes de estudios anunciados en 1997, hubo detenciones y golpizas. Arrancaron nuestros carteles, quitaron los cubículos, mandaron a los porros. Luego cuando estalló la huelga, los universitarios salimos a las calles a brigadear ––una manera muy importante de comunicarnos con la sociedad en toda la república y en otros países también. Con esto, tuvimos que enfrentar la represión de la policía, del espionaje, del ejército. Hubo secuestros de compañeros, detenciones ilegales, hostigamiento por las casas. Enviaron grupos paramilitares a las escuelas, como el grupo MURO de la ultraderecha vinculado con el Yunque”.

¿Cuáles eran las agresiones más fuertes antes de la entrada de la PFP?

“El 11 de diciembre de ’99, hicimos una marcha del tianguis del chopo a la embajada de Estados Unidos para exigir la libertad de Mumia Abu-Jamal. Fue un acuerdo del Consejo General de Huelga en una reunión 5 días antes. Era parte de nuestro largo plan de acción. En este momento estábamos en un periodo de negociación política con las autoridades. El 10 de diciembre, el día antes, habíamos obligado a las autoridades a sentarse y llegar a acuerdos de reconocer como único interlocutor al CGH y de plantear el diálogo como la única solución al conflicto. Políticamente, íbamos ganando. La marcha de Mumia nos salió bien. Nos salió grande. Fue una importante expresión de solidaridad con un preso político internacional que enfrentaba la ejecución inmediata, pero el gobierno lo ocupó para reprimir violentamente la marcha y usar esto para agredir políticamente al CGH. Lo que salió en la tele esa noche era que unos vándalos habían destruido la Zona Rosa. En realidad, los granaderos del D.F. disolvieron la movilización con una represión desmedida. Hubo golpizas tremendas. Mandaron a 4 compas al hospital. Yo fui una de ellos. Hubo una persecución por toda la Zona Rosa, hasta 2 o 3 kilómetros a la redonda de la embajada. Sacaron a compañeros del metro a golpes salvajes”.

¿Cuántas personas fueron detenidas?

“Éramos 87. Al llegar a la delegación judicial nos torturaron. Nos mantuvieron incomunicados, sin alimentos, sin atención médica. Estuvimos 18 horas en los separos y en la madrugada nos trasladaron al Reclusorio Norte. Nos llevaron a todos en un solo autobús, acostados, y otros cuarenta granaderos arriba de nosotros. Estábamos pisados por ellos. A cualquier palabra o movimiento, recibimos golpes. En la cárcel nos volvieron a golpear y torturar. Nos obligaron a parar en los puntillos de los pies durante unas 3 horas. Se nos impidió tomar agua. Decían que queríamos robar las computadoras de la embajada de Estados Unidos, que este fue el objetivo de su mitin. Se nos impidió a dormir. Se nos impidió hablar por tel. Nos golpearon en la aduana. Nos robaron las cosas que traíamos. Luego en el servicio médico nos volvieron a golpear. A los 3 días nos dejaron de golpear y 3 días después salimos. 6 días total. Fue uno de los golpes más fuertes contra nosotros. Las autoridades lo tomaron como un pretexto para romper el diálogo y perseguir la vía militar. Pero nunca se nos quitó la idea de la cabeza de seguir con el movimiento, de mantener la lucha. Pasamos muy bien esa primera prueba”.

¿Estabas en Ciudad Universitaria cuando entró la PFP?

“Yo ya estaba en la cárcel. Me habían detenido en la Prepa 3. Hubo 3 etapas de la toma. Entraron el 30 de enero a la CUEC y a la Escuela de Enfermería y Obstetricia, donde los grupos más adictos al estado, a la institucionalidad, más afines al PRD decidieron a entregar sus instalaciones a la PFP. Luego, el 3 de Febrero, se montó una provocación en la Prepa 3 y la tomaron como pretexto para justificar el uso del ejército y la policía. Luego entraron 5,000 agentes en el CU el 6 de Febrero a las 5:30 de la mañana. Tomaron el Auditorio Che Guevara primero. En algunos casos rompieron los candados de los cubículos para sacar a los estudiantes. Hubo unos forcejeos y corretizas, pero no tanta violencia como el 11 de diciembre. Fue el estreno de la PFP. Las fotos muestran sus uniformes recién comprados. Muchos todavía no tenían escudos ni cascos. Eran solo militares”.

¿Y cómo viviste esos meses en la cárcel?

“Fue una gran experiencia. Al principio las autoridades eran muy prepotentes. Nos amenazaron e intentaron espantarnos, montando una falsa violación que nos dio pavor. Ellos tenían la información que éramos vándalos, rateros, pero desde el principio nosotros nos asumimos como presos políticos y éramos muchos. A los días se dieron cuenta de las causas de la lucha, de la gente que nos apoyaba. Teníamos reuniones con el director, con los celadores, con los otros presos. Éramos como otro poder en la prisión….”

¿Ustedes plantearon demandas específicas?

“Éramos 700 espíritus rebeldes que pidieron todo. Nuestra lucha no era para ganar mejores condiciones, sino por la libertad y por la educación. Pero cambiamos unas condiciones también.
Durante 20 años que no había agua caliente en la prisión, pero exigimos y ganamos agua caliente, colchones y cobijas para nosotros y para los demás presos también. Cuando éramos menos presos la situación se volvió más difícil. Nos pusieron unas sanciones, pero fueron mínimas. Cuando salimos nos esperaban cientos de familiares, amigos, compañeros, diciendo hay que resistir, hay que seguir. Fue muy motivante”.

Ahora las condiciones para los estudiantes son peores que nunca pero no hay tanto movimiento. Muchos dicen que esto se debe al efecto de la represión anterior. ¿Cómo ves esto?

“Pues sí hay cosas que siempre se están peleando pero hay muchos obstáculos. Hay una fuerza que dice que es mejor que el estudiante no se movilice, que no te metas en problemas de presos o campesinos. Estudiante a tus clases. Hay un sistema que les dice esto a los estudiantes todos los días, que les obliga a ser más pasivos. Y hay otros que siempre están haciendo cosas. Hay que hacer más. Creo que a veces somos muy pesimistas en el movimiento. Lo vemos en esta marcha. Algunos preguntaban: ¿Por qué no hay tanta efervescencia? Creo que existe, tal vez hace falta coordinación, pero no hay espacio donde no haya resistencia. Yo he visto en los últimos años que cuando voy a una comunidad escolar fuera de la universidad, que hay mucha gente que está interesada, que está preocupada, que está haciendo las cosas, pero a veces no habla. Tiene un bajo perfil.

¿Qué crees que hace falta para producir otro fuerte movimiento estudiantil?

“Quien sabe. Creo que son muchos elementos. Hay que aprovechar las coyunturas. No creo en la mecánica de las revoluciones. Creo es más bien cómo se hace el pastel. Puede ser que si suben los precios mañana, toda la gente sale a las calles, pero si se ha hecho bien el pastel, vamos a tener mejores resultados. Vemos cómo estalló la huelga. Había unos 30 estudiantes en toda la universidad, que se juntaron cuando anunciaron los cambios en los planes de estudios en ’97. Pero así decididos, aferrados, tercos, tercos, tercos que día y noche hacían volantes, marchas, mítines, llamaban a unirse. Muchos de ellos se hicieron dirigentes de los varios corrientes y ahora no se hablan pero empezaron como amigos a hacer una huelga. Pienso en una compañera, una de esas tercas de la facultad de ciencias. No pasó una semana desde ‘97 que no sacaba periódicos, volantes, llamaba a reuniones, hacía boteos. En 98 se hizo una reunión plenaria. Un compañero, el Diablo, dijo: ‘Deberíamos hacer una huelga’. Durante todo el año se aferraron y tercos, tercos, tercos, la huelga la hicieron un año después. Preveían todo el golpeteo que luego pasó y prepararon bien el pastel. Le dieron muchos argumentos a la gente. Cuando se estalló el conflicto no era una sola persona que hablaba. Había cien oradores. Mil mitineros. Muchos brigadistas. Mucha gente dispuesta a hacer mantas, a cerrar la escuela, a hacer guardias, a hacer comida. Sí, un pastel bien hecho”.

 

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