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Pensamiento :: 08/08/2010

La lucha continúa. El movimiento libertario bajo el franquismo

Paco Madrid
La sangría de militantes fue extraordinaria, pero sus frutos no estuvieron a la altura el precio que se pagó por ellos.

Los trabajos que hasta ahora se han llevado a cabo sobre la evolución del movimiento libertario bajo el franquismo –la inmensa mayoría de los cuales han sido elaborados por miembros activos involucrados en la lucha clandestina– son una triste sucesión de caídas de los diferentes organismos de la estructura del movimiento, especialmente de los Comités de la CNT. Una lucha heroica que desembocaba casi siempre en la represión violenta y sangrienta.

Lógicamente, la primera pregunta que aflora a los labios es, ¿por qué se seguían adoptando los mismos procedimientos organizativos, cuyo resultado era más que previsible? Tratar de mantener la estructura organizativa, tras la derrota definitiva y el triunfo de la sublevación militar, en los primeros tiempos de la clandestinidad, puede ser perfectamente explicado por el hecho de que a toda costa debía procurarse salvar los últimos restos del naufragio y muy especialmente tratar de evitar que los militantes más comprometidos en la lucha llegaran a caer en manos de los esbirros franquistas, porque en ese caso la tortura y la muerte eran seguras. De hecho, las redes que se habían mantenido casi incólumes y seguían la lucha en la más absoluta clandestinidad lograron salvar a no pocos militantes, sobre cuyas cabezas pendía la espada de Damocles.

No obstante, otra de las explicaciones que se han apuntado no deja de sorprender por la ingenuidad de sus planteamientos, siendo sólo explicable desde la situación desesperada en la que se encontraban los militantes bajo la férrea dictadura militar que se había instaurado. Porque confiar en que la victoria de los aliados contra las potencias del Eje propiciaría de inmediato la caída del régimen franquista era algo absolutamente descabellado. Sobre todo si se tiene en cuenta la actitud que los gobiernos de las «democracias» occidentales habían observado ante el golpe militar de julio de 1936, así como su posterior posicionamiento en vista del inicio del proceso revolucionario, paralelo a la guerra que se desencadenó. Los gobiernos de esas «democracias» no hubieran dudado un solo momento en emplear todos los medios para impedir que una revolución cualquiera –y mucho menos una revolución anarquista– triunfase en España, pero les bastó con mantenerse «neutrales» ante el conflicto, dejando que fuesen las potencias fascistas las que se encargasen de liquidarla. Con la guerra terminada y el peligro nazi-fascista liquidado, el régimen de Franco no suponía ningún peligro para la estabilidad «democrática», pero sí podría haberlo supuesto una vuelta a la legalidad republicana. Además, Franco les servía para llevar a cabo el trabajo sucio de la liquidación de los últimos alientos revolucionarios anarquistas.

De lo que no cabe duda es que el desarrollo del movimiento libertario durante el proceso revolucionario y los tres largos años de lucha desigual que afrontó pesaría gravemente sobre la evolución posterior del mismo. La burocracia, que se fue gestando en el seno de la organización anarcosindicalista durante los primeros años republicanos –muy larvada en un principio–, se desarrolló extraordinariamente a lo largo del conflicto armado hasta el punto de asfixiar cualquier intento de imprimir al movimiento libertario una dirección consecuente con su ideario. Esta situación de tensión entre las tendencias burocráticas de la organización y la continuación de la lucha revolucionaria se prolongaría hasta el eclipse, casi total, del movimiento libertario en el interior del país, agravándose aún más por las fricciones en el seno del movimiento libertario en el exilio entre estas mismas tendencias. La lucha por el control burocrático de la organización acabaría por llevar al movimiento al desastre definitivo y reaparecerían de nuevo en la reconstrucción de los años setenta, hipotecando inexorablemente su desarrollo espontáneo.

Aunque la coyuntura histórica era bastante diferente y muy diverso también el desarrollo político-social, en los dos períodos históricos en los que el movimiento anarquista se vio obligado a desenvolverse en la más absoluta clandestinidad, e incluso en aquellos períodos en los que era puesto fuera de la ley, se supo dar a la organización la importancia relativa que ésta tiene, considerándola en sangría de militantes fue extraordinaria, pero sus frutos no estuvieron a la altura del precio que se pagó por ellos. Desde luego que un estudio de estas características no podemos esperarlo de las iniciativas de los académicos, porque en su inmensa mayoría seguirán la estela de aquéllos que hace ya tiempo comenzaron a falsificar los hechos de los anarquistas durante el período revolucionario. Además, en este período, los morbosos pueden darse fácilmente un suculento banquete con lo que ellos consideran el cadáver insepulto del anarquismo.

Un estudio de estas características no es nada sencillo, porque habrá que hacerse muchas preguntas cuya respuesta puede resultar difícil y en ocasiones, además, muy enojosa. Habría que contestar en primer lugar por qué razones comenzó a desarrollarse la burocracia, cuáles fueron las circunstancias que la hicieron posible y por qué no se atajó a tiempo, antes de que gangrenara a toda la organización.

En 1931, poco después de la instauración de la Segunda República en este país, un grupo de sindicalistas de la CNT firmaron un manifiesto –conocido como el Manifiesto de los Treinta– en el cual abogaban implícitamente por una colaboración con la recién instaurada «república de los trabajadores» para no caer en los viejos esquemas revolucionarios llevados a cabo por las vanguardias. Afortunadamente, una gran mayoría del movimiento se mostró en contra de semejante claudicación. Sin embargo, unos años después, tras la derrota del golpe militar, se decidió que esta colaboración era necesaria, y lo que radicalmente se había rechazado cinco años antes se aceptó en el momento menos propicio: cuando el inicio de una revolución había dejado de ser una posibilidad para convertirse en algo tangible. ¿Qué había sucedido en el seno de la organización para que se diera semejante vuelco?

No cabe ninguna duda de que una organización es importante, pero no olvidemos nunca que mucho más importantes son las ideas en que esta organización se sustenta, y cuando entre ambas se pierde la coherencia, la organización comienza a degradarse inexorablemente.

Bibliografía

Molina, Juan Manuel. El movimiento clandestino en España, 1939-1949. Editores Mexicanos Unidos. México, 1976.

Paz, Abel. CNT, 1939-1951. El anarquismo contra el Estado franquista. Fundación Anselmo Lorenzo. Madrid, 2001.

VV.AA. La oposición libertaria al régimen de Franco, 1936-1975. Fundación Salvador Seguí. Madrid, 1993.


Las guerrillas urbanas (1945-1963)

La CNT y la lucha contra el franquismo: Defensa Interior

La CNT en el gobierno de la República. Un colaboracionismo autodestructivo

Las colectivizaciones en Catalunya (1936-1939)

Mujeres Libres y Mujeres Libres en el Exilio

De los cuadros de defensa a las Milicias Populares

La CNT en la Segunda República

El auge anarcosindicalista. El congreso de Sants y los Sindicatos Únicos

Sobre los orígenes de la CNT

El final de un largo camino. El despunte anarquista (1902-1909)

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