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México :: 03/09/2010

La situación política de Andrés Manuel López Obrador: Dificultades y perspectivas (I)

Andrés Avila Armella
¿AMLO debió llamar a la insurrección? Creo que no, porque su programa político no era compatible con ello, y sus aliados en el poder ya estaban escandalizados con el plantón

Más allá de simpatías, afinidades, contradicciones y diferencias, no cabe duda de que Andrés Manuel López Obrador ha sido un personaje llamativo en la política mexicana desde hace ya varios años, no tanto por la persona en sí, sino por lo que representa por un lado para la política burguesa y por el otro, en el ideario y expectativas políticas de una buena cantidad de mexicanos pertenecientes a la clase trabajadora y los sectores populares; es por eso que en esta ocasión me he propuesto analizar lo que significa y puede significar dicho personaje y el movimiento que encabeza.

AMLO significa para algunos elementos de las clases dominantes una “amenaza”, para otros una posibilidad, mientras que para muchas personas de los sectores populares identificados con aspiraciones de conquistas sociales puede significar una esperanza y, para otros significa un elemento de contención de la voluntad de lucha popular. En éste artículo trataré de explicar el porque de estas lecturas acerca del personaje y de su proyecto tratando de prescindir de adjetivos y argumentaciones visearles al respecto del mismo, a final de cuentas no se puede tapar el sol con un dedo y lo importante es entender cómo y por qué pasan las cosas para así saber como proceder en la realidad de acuerdo al proyecto político que se defiende.

El entorno político del personaje

De acuerdo con un análisis marxista, es importante advertir que para analizar a una fuerza política o bien, a un personaje político, es necesario entender cuáles son las condiciones materiales que lo originan y sustentan, las cuales son por principio contradictorias, y que muchas veces el propio personaje o fuerza política puede actuar desconociendo con precisión cuáles son las fuerzas motrices de la historia que lo convierten en un personaje, o bien desconociendo en sí mismo el proyecto que históricamente representa. En este sentido, habremos de prescindir de tratar de indagar en la conciencia o en el subconsciente del personaje en cuestión, pues metodológicamente es imposible hacerlo, por lo que no trataré de indagar cuáles son las motivaciones personales que lo llevan a hacer política y a hacerla de la forma en que lo hace. Seguramente si nos pusiéramos a preguntar a sus conocidos habría quien nos dijera que se trata de un hombre honesto e intachable como también es posible que alguien nos dijera lo contrario, evitaremos por tanto caer en especulaciones sin posibilidad de demostración y que conducen a opiniones infundadas y poco útiles al respecto.

Como es conocido, AMLO tiene su origen político en el PRI, mientras estuvo en la universidad, no se sabe que haya formado parte de algún grupo de izquierda universitario o estudiantil, más bien, como muchos jóvenes de su época decidió hacer política dentro del partido en el poder. El siempre se ha desenvuelto políticamente en el ámbito de la política de Estado, de la política burguesa, entendiendo por ello la política admitida y regulada por la normatividad del Estado Mexicano, lo hizo así dentro del PRI y fuera de él. Esto es significativo porque implica que su formación política se ha dado dentro de la práctica de un sistema político determinado, el cual tiende a penetrar en la conciencia de la población en general y particularmente dentro de quien por convicción o por ser lo único que conoce, lo reproduce.

Esto no es tanto una particularidad de López Obrador, es más bien una generalidad, puesto que en lo que se refiere a la formación política de la mayoría de quienes la practican dentro de los partidos electorales de México, es una constante, hayan o no militado en el PRI, es innegable que fue ese partido el que ha formado políticamente a la mayoría de la burocracia política mexicana, pues su forma de hacer política durante varias décadas, y en cierta forma hasta hoy es la dominante.

AMLO junto con muchos otros priístas se escindieron de su partido para integrarse al Frente Democrático Nacional quien impulsara la campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano en 1988, y de donde surgiera más adelante el Partido de la Revolución Democrática. La burguesía y el Estado mexicano en ese entonces desconfiaron de Cuauhtémoc Cárdenas y sus compañeros de coalición para gobernar el país en función de sus intereses primordiales, y mediante un fraude electoral impusieron a Carlos Salinas de Gortari en la presidencia, lo cual provocó una serie de movilizaciones e inconformidad popular, la maniobra se repitió en otras tantas elecciones estatales y locales entre la que estuvo el proceso electoral en Tabasco cuando AMLO compitió contra el priísta Roberto Madrazo. En esos años muchos militantes del PRD fueron reprimidos inmisericordemente por el régimen priísta, incluso muchos de ellos fueron asesinados.

Es importante destacar que el PRD nunca enarboló un programa revolucionario que pretendiera poner en jaque a las instituciones del Estado ni a los pilares del capitalismo en México, sin embargo el ala hegemónica de la clase dominante desconfió de un partido con respaldo popular y donde muchos de sus dirigentes sí se habían formado dentro de organizaciones de izquierda, incluso con definición marxista.

La primera oportunidad significativa que recibió el PRD fue en las elecciones de 1997 a la primera jefatura de Gobierno del Distrito Federal cuando Cuauhtémoc Cárdenas salió vencedor de la misma, siendo reconocido por todas las instituciones competentes, esto mientras López Obrador era presidente nacional del PRD.

La oportunidad fue aprovechada por dicho partido llevando simultáneamente una política de cooptación de líderes y organizaciones sociales con presencia en el DF, a quienes se les otorgaron algunas concesiones, mientras que demostraba a la clase en el poder que sus temores acerca de lo que podía hacer una opción política de “izquierda” no tenían mayor fundamento. Durante el gobierno de Cárdenas no sólo no se afectaron los intereses de los grandes capitalistas en la ciudad de México sino que muchos fueron beneficiados de distintas formas y los movimientos y organizaciones de izquierda que se mantuvieron en actitud combativa en la ciudad fueron reprimidos por el propio gobierno del DF. Un ejemplo significativo fue la política dirigida hacia el Consejo General de Huelga de la UNAM en 1999-2000, aunque hay otros ejemplos como el trato que se le dio a organizaciones tales como el Frente Popular Francisco Villa Independiente.

De esta forma, el PRD se esforzó en presentarse como un Partido con posibilidad para gobernar con un discurso de izquierda pero manteniendo una política acorde al Estado y a la clase dominante, tal como lo hacen otros partidos de la “social democracia” en el mundo . Así pues, el mensaje fue entendido por la burguesía y por otros protagonistas del poder, permitiéndole al PRD competir y ganar en otras elecciones estatales, municipales y legislativas. López Obrador vivió dentro del PRD el período de la confrontación y el de la conciliación, siendo además un destacado protagonista en ambos aspectos, tanto cuando demandó justicia electoral en Tabasco, como cuando fue presidente nacional del PRD.

En el 2000 López Obrador resultó electo a la segunda jefatura de gobierno del DF, y su fama política alcanzó la atención mundial.

El surgimiento del personaje

La atención mediática captada por AMLO en la jefatura de gobierno fue tal que el período 2000-2006 fue de un constante duelo mediático con el presidente Vicente Fox, los medios de comunicación los presentaron como dos modelos contrapuestos pero subsistentes de gobierno que convirtieron la gestión de López Obrador, queriéndolo o no, en una campaña política desde un puesto de poder durante seis años. Durante la misma, él combinó una política de acercamiento y colaboración con los grandes capitalistas del país entre quienes destacó Carlos Slim, con la aplicación de políticas sociales que tendían a mitigar los efectos de la desigualdad social en la ciudad, tales como bonos para la compra de útiles escolares y subsidios a los mayores de sesenta años para su manutención, transporte y compra de medicinas.

Para el desarrollo de dichas políticas sociales, el gobierno del DF no aumentó la recaudación fiscal a los grandes capitalistas, de hecho mantuvo sus privilegios fiscales, sino que su principal argumento es que habría dinero disponible si se controlaba la corrupción y los sueldos de los funcionarios públicos, llamando a esto una “política de austeridad republicana”. Al mismo tiempo ofreció nuevas posibilidades de inversión para muchos capitalistas, tal fue el caso del proyecto de reconstrucción del Centro Histórico y el mejoramiento del corredor que va desde el Zócalo capitalino hasta el Museo de Antropología e Historia, en donde se encuentran los grandes hoteles de la ciudad además de oficinas corporativas de grandes empresas transnacionales, también lo fueron el proyecto de desarrollo de la zona comercial y empresarial de Santa Fé y la construcción del segundo piso del periférico.

Al mismo tiempo, su gobierno demostró tener la capacidad de controlar la movilización popular, pues mientras se negociaba con unos, a otros, los desafiliados, se les reprimía en marchas, plantones y bloqueos dentro de la ciudad. Sin embargo esta política no era privativa del gobierno de la ciudad de México, sino que era muy similar a la llevada a cabo en estados gobernados por el PRD como Guerrero, Michoacán, y Zacatecas.

Así pues, López Obrador logró ganar en parte la simpatía de muchísimos mexicanos de los sectores populares quienes veían en su modelo de gobierno una oportunidad para mejorar en algo sus condiciones de vida, mientras que por otro lado, parecía desmontar muchos de los mitos que la gran burguesía tenía acerca de “un dirigente político de la izquierda parlamentaria”. Aquí es importante señalar que López Obrador siempre fue renuente a ser identificado con otras corrientes de la izquierda en el mundo, no sólo con la izquierda comunista, sino también con personajes tales como Hugo Chávez. Como personaje político no se habría pronunciado por ejemplo en contra del bloqueo económico de Estados Unidos contra Cuba, ni por la defensa de la Revolución Bolivariana en Venezuela ni por el conflicto entre el pueblo palestino y el gobierno de Israel, jamás se tomó una foto con Fidel Castro, Evo Morales, Hugo Chávez, Shafick Handall ni Jasser Araffat. El principal referente político reivindicado por él ha sido el de Benito Juárez y la restauración de la República a mediados del siglo XIX, y en menor medida al gobierno del Gral. Lázaro Cárdenas del Río. También se cuidó de no confrontarse con la jerarquía católica, de hecho el cardenal Norberto Rivera aparecía frecuentemente junto a él en actos protocolarios y en la inauguración de sus obras.

Esta política resultó muy exitosa pues si bien no era el preferido por los medios de comunicación, sí se abrió la puerta de los mismos, siendo cubiertas diariamente sus actividades y su conferencia de prensa matutina y siendo invitado constantemente a entrevistas y debates. Así pues, López Obrador logró colocarse a la vista de todos, logró colocarse a la vista de los sectores populares, pero no hay que olvidar que se colocó a su vista no sólo por las políticas sociales sino porque también hubo sectores de la burguesía que lo propiciaron y consintieron. AMLO no fue colocado por dichos sectores privilegiados como su candidato idóneo, pero sí lo admitieron como un contendiente aceptable.

El último obstáculo no fue librado. El fraude del 2006

En su reciente libro “La mafia que se adueño de México… y el 2012” López Obrador denuncia que un grupo de oligarcas se organizó para sacarlo de la contienda en el 2006. Esto ciertamente estuvo a la vista de todos, desde que se le siguió un proceso de desafuero para tenerlo bajo proceso judicial e inhabilitarlo para ser candidato presidencial en el 2005 como en el propio proceso electoral del 2006. Dicho grupo oligarca está compuesto principalmente por empresarios con amplio interés en el mercado exterior, y vinculados a actos de corrupción, se trata de banqueros beneficiados por el IPAB, y grandes exportadores e importadores de mercancías así como socios de grandes corporaciones transnacionales principalmente norteamericanas y españolas. Lo interesante a saber aquí es ¿Por qué ese sector tan influyente de la burguesía se sintió amenazado por una fuerza política que no amenazaba programáticamente sus intereses fundamentales llegando incluso hasta el fanatismo?

La burguesía es una clase pragmática, normalmente se inclina políticamente por las fuerzas que de manera más eficaz ofrezcan conservar y reproducir su capital obteniendo las mayores ganancias posibles, abandonando muchas veces prejuicios y mitos al respecto de algunos colores o personajes de la política. Esta conducta explica entre otras cosas que el PRI haya sido durante tantos años el gran aliado de la burguesía en México, aún cuando el PAN es discursivamente más favorable a ella.

Sin embargo la burguesía también tiene su instinto de clase, suelen confiar más en los suyos, en políticos que hayan demostrado una conducta sostenida de compromiso para con sus intereses, y de preferencia en personajes que se hayan educado y formado políticamente en sus escuelas y convivan en sus mismos espacios de recreación y descanso. Así pues, López Obrador no es un viejo enemigo de la burguesía, nunca fue comunista o radical, mucho menos guerrillero, pero tampoco forma parte de su círculo elitista. Aún así, esto no tendría porque ser un impedimento determinante, pues en otras ocasiones la burguesía admite en el gobierno a personajes surgidos de otras clases sociales, siempre y cuando demuestren sostenidamente un compromiso para con ellos.

El problema aquí es ¿Qué tendría que pasar para que la burguesía aceptara que el presidente de la República fuera alguien como López Obrador? Lo que tendría que ocurrir es que ellos estuvieran convencidos de que no existe otro personaje que pueda articular fuerzas económicas políticas y sociales mejor que él, de tal suerte que resultara la mejor opción para salvaguardar sus intereses. Esto a menudo ocurre cuando el desgaste de la burocracia y de los personajes de la política burguesa es tal que han colocado al Estado en medio de una crisis política sin salida, cuando la burguesía y sus operadores en el gobierno se muestran incapaces para solucionar por la negociación o por la fuerza los conflictos sociales y entonces los problemas y conflictos políticos alcanzan la producción, afectándola en cuando menos alguna de sus esferas, dicho de otro modo, cuando los conflictos dificultan a la burguesía la obtención y multiplicación de ganancias, o bien cuando dan signos claros de estar a punto de convertirse en un estallido generalizado incontrolable.

Pero ¿Acaso el país no atravesaba por una profunda crisis política en el 2006? Yo pienso que sí, pero esta vez el bloque hegemónico de la clase dominante consideró, aparentemente, que la crisis no era tan grave y que no era el momento aún de recurrir a la opción socialdemócrata para gobernar el país. Por el contrario, la oligarquía que controla las partes más significativas del capital en México parece estar convencida de que hay otras opciones. En el 2006 evidentemente consideraron que no era necesario confiar en AMLO, y que aunque se generara una crisis política con el fraude y otros conflictos, ésta podía ser controlada con “mano dura”, con una política de represión sin concesiones, sin negociación, respaldada por un incremento de la actividad policiaca y militar. Así pues, para los grandes intereses que controlan México, la opción fue Felipe Calderón.

López Obrador se había esforzado en demostrar que era un hombre de Estado, republicano, en distanciarse de expresiones y modos de la izquierda tradicional, en ganar la confianza de sus detractores, en no generar conflictos y ofrecer, como capital político, paz, orden, un gobierno barato y eficiente y condiciones para invertir capital; todo esto fue insuficiente y las mismas instituciones a las que él se había acogido, y quienes habían reconocido otros triunfos electorales del PRD, le arrebataban su sueño dorado, y el de todos sus partidarios, la presidencia de la República.

Como se mencionó anteriormente, las opciones políticas socialdemócratas o de izquierda parlamentaria en un plano que no rebasa el límite capitalista, suelen ser aceptadas, toleradas, o incluso promovidas cuando los instrumentos políticos de la burguesía resultan insuficientes para gobernar, para salir de crisis políticas, pero en esta ocasión el bloque hegemónico burgués no lo creyó necesario, y por el contrario lo vio como algo potencialmente contraproducente. ¿Qué tendría que hacer López Obrador para contrarrestar esto?

El candidato en su laberinto. El post-fraude

Contrario a lo que había sido la política perredista de los últimos años, AMLO y sus seguidores tuvieron que transitar por un escenario parecido al de 1988, darse cuenta de que el respeto de ellos hacia las instituciones del Estado y la clase dominante no les había garantizado el respeto de la clase dominante hacia ellos. En esos días la voluntad de lucha del pueblo mexicano alcanzó niveles excepcionales y se realizaron movilizaciones en donde participaron millones de mexicanos de manera activa, muchos de ellos dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias con tal de evitar un robo más a sus expectativas políticas.

La demanda “voto por voto y casilla por casilla” aglutinó a mucha gente, esta demanda se expresó por muchos de los medios que la constitución permite para hacerlo, propaganda, movilizaciones, etc, se demostró que era una demanda que representaba a una buena parte de la población, sin embargo las instituciones competentes lo negaron. Sin duda había un ánimo insurreccional, pero López Obrador decidió proponer a sus seguidores una alternativa que ha encontrado varias expresiones: “La lucha civil y pacífica”. Su primer y más significativa expresión fue un gigantesco plantón que abarcaba desde el Zócalo capitalino hasta la zona de Chapultepec, sobre las calles de Madero, Juárez y Paseo de la Reforma.

AMLO se sintió traicionado por muchos de los capitalistas que habían sido beneficiados por sus obras y decidió responderles instalando un plantón que perjudicara sus operaciones. Pero esto solo era un recurso más, un intento por ganar su lucha pacíficamente mientras gran parte de la población que lo apoyaba esperaba ansiosa el llamado a la rebelión, no necesariamente como optar por la lucha armada, sino como adoptar métodos de lucha que no rehuyeran la posibilidad de ser confrontados por el aparato represivo del estado y que pusieran a la élite gobernante en serios aprietos.

En ese período Felipe Calderón y sus seguidores lograron ganar adeptos para su causa, sobre todo dentro de la burguesía y la intelectualidad burguesa que había oscilado entre aceptar el triunfo de AMLO o impedirlo . El plantón, una medida que afecta la obtención de ganancias, terminó por convencerlos de que en efecto López Obrador y sus partidarios no eran dignos de su confianza, pues si él los chantajeaba como candidato, qué no haría como presidente. Así pues, el bloque hegemónico de la clase dominante conservó y extendió su hegemonía entre su propia clase, logrando con ello el respaldo de las demás fuerzas políticas burguesas y de las instituciones clave del Estado mexicano. Todos los partidos que no habían formado parte de la coalición obradorista reconocieron el resultado de la elección, y evidentemente, el Ejército Mexicano también lo hizo. Más significativo aún, el gobierno de Estados Unidos no demoró nada en reconocer a Felipe Calderón como presidente electo de México y tras él, la mayoría de los gobiernos del mundo. Se trataba pues de una decisión de clase, una decisión de Estado con respaldo del departamento de Estado de los Estados Unidos.

Es evidente que López Obrador y sus asesores, consejeros y equipo político se dieron cuenta de ello y habían perdido las esperanzas de que institucionalmente se les reconociera el triunfo, habría que tomar una decisión, se iría por todo ahora, se rebelarían en contra del Estado, sus aparatos e instituciones, se rebelarían en contra del bloque hegemónico de la clase dominante, o aceptarían su destino y sin reconocer discursivamente el resultado institucional de la elección la aceptarían en los hechos para prepararse a competir nuevamente en el 2012. Ante dicha situación López Obrador optó por la segunda opción, a través de lo que se da en llamar una salida política, y así, hizo decidir a sus seguidores si él se convertiría en el “jefe de la resistencia” o en “el presidente legítimo de México”; se optó por lo segundo y en una ceremonia concurrida en la plaza de la constitución, sus partidarios le colocaron una banda presidencial y lo nombraron presidente legítimo de México.

A pesar de aludir al gobierno itinerante que Juárez formó durante la invasión francesa, el hecho no es siquiera parecido, Juárez se declaró en rebeldía y formó su propio ejército, era perseguido por los usurpadores y el perseguía el fin de derrocarlos, como fuera necesario, hasta que lo consiguió e hizo fusilar a Maximiliano. Lo que hizo López Obrador y sus partidarios fue simplemente una salida política, porque en los hechos no habrían de confrontar ni obstaculizar el gobierno en turno, lo de la presidencia legítima era más que nada un símbolo de inconformidad con el fraude. Es evidente que el gobierno, tanto el que estaba en funciones como el que estaba por entrar, lo sabían, pues si hubiesen dudado que habría un gobierno alterno y en rebeldía habrían ordenado la persecución y captura de los rebeldes, por lo tanto, ni Fox ni Calderón hablaron mucho del tema, más bien lo ignoraron.

Algunos podrán preguntarse ¿AMLO debió llamar a la insurrección? Yo creo que no, porque su programa político, no era compatible con ello, y sus aliados en la clase dominante y en el poder ya estaban lo suficientemente escandalizados con el plantón de reforma como para pensar siquiera en ello. Los únicos que estaban dispuestos a tales medidas eran sus seguidores provenientes de los sectores populares quienes se sentían representados por él, pero no los intereses que su proyecto representaba. Otra pregunta sería si una fuerza revolucionaria en su posición habría de hacerlo, pero ese es otro tema, aquí estamos hablando de López Obrador y del Frente Amplio Progresista.

Declararse realmente en rebeldía habría forzado a los pequeños y medianos capitalistas que lo apoyaban a tributar a su gobierno y no hacerlo al institucionalmente reconocido, y a los legisladores, gobernadores y presidentes municipales a desprenderse de las instituciones que los respaldaban, cobijaban y financiaban, estos sectores habrían tenido que jugarse su capital y sus espacios de poder al todo o nada, y evidentemente no consideraban que el asunto fuera para tanto. Si López Obrador se hubiese declarado en rebeldía hubiera tenido que hacerlo sólo con los desposeídos y con la pequeña burguesía radicalizada, por lo tanto hubiera tenido que radicalizar su programa y sus métodos de lucha, declararse enemigo de la clase capitalista y no sólo de un puñado de ellos, de una “mafia”.

A final de cuentas, AMLO, preso de sus propias contradicciones tuvo que mandar al pueblo radicalizado y dispuesto a todo a sus casas, dejándolos como presas de la desilusión, y al mismo tiempo decepcionando a sus aliados en la clase dominante y en el poder, sólo la pequeña burguesía inconforme comparte plenamente lo hecho por López Obrador y es ésta su principal capital político.

Después de esto vino el cambio de correlación interna de fuerzas en el PRD, pues una parte de los perredistas, fieles a su instinto de clase y a su oportunismo, optaron por recomponer la relación con el poder real, con el gobierno federal y sus instituciones, dejando a los partidarios más fieles de López Obrador como su ala radical. Sin embargo el objetivo de una y otra parte es la misma, la contienda por el 2012, sólo que la fracción obradorista ha optado por mantener latente la amenaza de una crisis política y cierto nivel de movilización, mientras las fracciones más cercanas al actual dirigente nacional del PRD, Jesús Ortega, piensan que el mejor camino hacia el 2012 es el que se abra ganando la confianza nuevamente de los capitalistas, llegando incluso a deslindarse de lo hecho y dicho por López Obrador y sus seguidores.

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