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Venezuela :: 13/09/2010

Venezuela y el socialismo

Manuel Martínez Llaneza
La revolución se lleva a cabo con amplias masas que tienen que comprender dónde están sus intereses, y que se enfrentan a estructuras que tienen muy claros los suyos

Venezuela es un país capitalista, inserto fuertemente en el mundo capitalista, fundamentalmente por medio del petróleo.

Venezuela está intentando construir en este contexto una sociedad socialista, según un modelo todavía no bien definido que se ha denominado socialismo del siglo XXI, más para diferenciarlo de otras experiencias que para describirlo con precisión. Como quedan muchos años para completar el siglo y saber qué se ha hecho entonces, me limitaré a algunas cuestiones urgentes del socialismo de –digamos- 2015.

El Estado

El cambio de un modelo social es inseparable del cambio del modelo de Estado, de las funciones que asume y de las que controla, y de cómo hace todo esto. Un Estado socialista no es el que lleva a cabo una buena gestión de lo público, ni el que realiza un desempeño público mucho mejor que el de los capitalistas, ni siquiera el que hace todo ello en beneficio de los más desfavorecidos; al menos no se trata sólo de eso. Si la historia y el conocimiento de su funcionamiento nos han llevado al convencimiento de que hablar de capitalismo con rostro humano es un dislate, hay que asumir que la construcción de un Estado socialista no es lo mismo que el uso ‘eficaz’ de un Estado capitalista. Por eso hablamos con propiedad de Revolución.

Durante el proceso de transición, sin embargo, el país aún capitalista tiene que funcionar y las necesidades de sus ciudadanos deben ser atendidas, junto con nuevas necesidades propias de la revolución en marcha que forman parte de su esencia, porque no sería posible hoy contar con los ciudadanos para construir el socialismo en un país en regresión social o bancarrota. Pero no voy a tratar aquí de las importantes decisiones de política económica y de otros tipos que tiene que tomar en esta fase el gobierno del país todavía capitalista, sino de aspectos que estimo esenciales del cambio revolucionario del Estado y de la sociedad.

El cambio del Estado pasa por otro entendimiento del mismo, de su estructura y sus funciones. En el capitalismo, el Estado funciona normalmente a las órdenes de un gobierno que, según reflejó Marx con claridad, es el Consejo de Administración de los intereses generales de la gran burguesía. Pero, incluso cuando un gobierno toma decisiones contrarias a esos intereses, la inercia de las superestructuras hace que el propio Estado sea el primero que dificulta los cambios. Por ejemplo: una parte muy importante del trabajo de muchos funcionarios consiste en repartir el dinero de los presupuestos en contratos a empresas privadas, que son las que hacen en definitiva el trabajo; la legislación y la práctica hacen que -cada vez más, en esta fase del capitalismo terminal- este dinero vaya preferentemente a las grandes corporaciones –multinacionales en muchos casos- que se encargan de las subcontrataciones. Este funcionamiento favorable a los intereses de las grandes compañías hay que cambiarlo, pero las estructuras de poder creadas hacen muy difícil que un funcionario asuma –aunque así se defina por el gobierno- determinadas responsabilidades, que puedan chocar con los intereses dominantes en el aún dominante capitalismo1, incluyendo la existencia de prolijas normas que debe respetar, porque nadie las cambia, y los intereses de sus jefes. Por otra parte, la destecnificación de la administración del Estado, producto de la concepción liberal dominante, hace inviable la asunción de determinadas tareas necesarias. No bastan las proclamas de los líderes, la vida sigue igual por debajo.

La corrupción, que está reglamentada en el capitalismo, es incompatible con el socialismo2.

Esto nos lleva a un punto clave en el proceso de construcción del nuevo Estado: la corrupción imperante en Venezuela es inadmisible y posiblemente constituye, junto con la delincuencia y la amenaza militar yanqui, el paradigma, causa y efecto de una de las mayores dificultades con que se encuentra el proceso revolucionario. Hablar de corrupción en Venezuela no es una acusación, es una constatación; todo el mundo lo reconoce, la división está en las causas: unos consideran que el culpable es Chávez y otros que Chávez lucha contra ella o, incluso en un extremo de sectarismo, que la desconoce.

Está claro que no la desconoce. Las destituciones de altos cargos y las explicaciones en torno a ellas lo demuestran. Tampoco hay nada en el contexto que apoye seriamente que él es la causa; los dictadores ladrones a los que los medios de difusión imperialistas quieren asimilarlo no convocan y ganan elecciones, no se dirigen a su pueblo en esa forma y de ninguna manera hacen la política internacional de Chávez. Entonces, ¿por qué no acaba con la corrupción de una vez? La respuesta es clara: porque no puede, porque no dispone de las herramientas que se lo permitan, porque no controla absolutamente el Estado ni la sociedad -ni es posible ni conveniente que lo haga-, porque la vida no se cambia por decreto.

La estructura social

Y llegamos al problema de fondo. ¿Cuáles son las fuerzas sociales que apoyan el proceso revolucionario? La respuesta obvia sería: la mayoría de la población, como se ha demostrado en muchas elecciones. Sin embargo, habría que considerar los diferentes niveles de apoyo a los diversos objetivos tácticos y estratégicos del proceso: estar contra las anteriores formas corruptas de gobierno y a favor de determinadas reformas en beneficio de las capas más desfavorecidas no implica tener necesariamente una conciencia revolucionaria. Ni apoyar un proceso significa ser su soporte. Lo que nos lleva a preguntarnos por la estructuración política de esta mayoría de la población, por la formación de su opinión y por su participación en el proceso. Si con razón criticamos en el mundo capitalista la ficción que consiste en llamar democracia al hecho del voto cada cuatro años en sociedades inertes dominadas por la propaganda del poder económico, no podemos conformarnos con constatar las victorias electorales de Chávez sin considerar los contenidos de las transformaciones en la conciencia popular y los avances en su participación, en definitiva en la democracia real, base imprescindible de un proyecto socialista.

Estoy convencido de que el Presidente Chávez es consciente de esta situación de carencia de referentes políticos y sindicales válidos para la estructuración y participación social, y con ese contenido entiendo la creación del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), como el organismo político de la Revolución3. La revolución no es un selecto experimento de laboratorio, se lleva a cabo con amplias masas que tienen que comprender dónde están sus intereses, y que se enfrentan a personas y estructuras que tienen muy claros los suyos y mucho poder para defenderlos, y tienen que vencer inercias culturales y religiosas muy importantes, incluso dentro del propio Estado. Todo ello viviendo el día a día y explorando nuevos caminos, también día a día. Por ello, en ausencia de otra estructura, la creación del PSUV se trata de una medida imprescindible, a pesar de haberse tomado con mucho retraso, pero no exenta de riesgos, el más importante de los cuales sería crear un partido gubernamental que, en vez de cumplir su finalidad, reprodujese hacia el pueblo los problemas del Estado, incluidas las luchas de poder4.

¿Va a ser el PSUV un partido popular y revolucionario independiente del Estado? Voy a narrar una anécdota que me pareció enormemente significativa y que puede contener las claves de la respuesta. En una de las sesiones del I Congreso Extraordinario celebrado hace unos meses, el Presidente Chávez se dirigió de repente en medio de su alocución a uno de los delegados en su acostumbrado tono directo: “Fulano, ¿tú no eres alcalde de X?, ¿no tienes tareas que cumplir y problemas que solucionar en tu ciudad?, ¿qué haces aquí, entonces?” Luego repitió las mismas preguntas a otro alto cargo de un Estado.

Quiero interpretar la anterior anécdota como la clara conciencia del Presidente Chávez de que el PSUV no puede estar dirigido ni comandado en cada Estado o Ayuntamiento por los poderes locales ni ser una herramienta a su servicio. Eso no sólo significaría la inanidad del partido, sino, en tanto que éste es un elemento imprescindible, la muerte del proceso revolucionario.

Si es así, si el PSUV, junto con el PCV (y posiblemente otras organizaciones, sindicatos transformados incluidos), es capaz de articular el poder popular, es decir, de apoyar al Presidente, pero también de lanzar propuestas, de realizar críticas, de denunciar abusos, de vigilar el funcionamiento de las instituciones, y todo ello como voz de un pueblo cada vez más estructurado social, territorial y laboralmente, y protagonista consciente, será posible empezar a hablar de cambio del Estado y la sociedad, y de avances sólidos al socialismo.

Basta mirar los partidos políticos europeos (los usamericanos no son realmente partidos, sino cárteles, pero ya nos vamos acercando) para encontrar los males de los que hay que huir: la cesión del Labour Party de las competencias políticas (¿qué otras se reserva?) a ‘su’ gobierno ‘socialista’, o el Bad Godesberg del SPD, que han llevado al poder a tipos tan despreciables como Blair y Schröder, y a políticas imperialistas y modelos de capitalismo feroz como el ‘teorizado’ por Giddens como tercera vía. Pongo estos dos ejemplos porque se trata de dos partidos auténticamente obreros en sus orígenes y ejemplifican vívidamente la degeneración de sus organizaciones, la renuncia a sus objetivos y el abandono de las reivindicaciones de sus bases, pero podrían extenderse a muchos más, incluyendo caricaturas, aunque peligrosas, como el PPOE español –en sus dos vertientes, la gubernamental y la de oposición- dedicadas a recaudar fondos, reírle las gracias a sus jefes y sacarle la lengua a los de la otra fracción.

En resumen, considero que, sin restar importancia a otros muchos factores, la clave de la transformación revolucionaria del Estado y la sociedad venezolanas, está en la capacidad del PSUV -con otras fuerzas afines- de cumplir su cometido histórico en el sentido antes mencionado.

Hay elecciones próximas. Las va a ganar ‘el chavismo’, pero la explotación de esa victoria conformará el futuro de Venezuela y, en gran parte, el de Latinoamérica y el mundo.


Dos apostillas internacionales

Dicho lo esencial que quería plantear, lanzo esquemáticamente dos comentarios.

1- Apoyo internacional. Aunque tendrán que valorarlo los propios venezolanos, creo que el apoyo internacional que reciben en la red, a pesar de su alcance limitado, está desempeñando un papel importante en la defensa de la Revolución, las libertades y la democracia en el mundo, fundamentalmente en los campos del periodismo y del análisis político, económico y social. Sin embargo, sugiero que esta idea podría extenderse a aspectos que ahora no contempla. Las insuficiencias técnicas del estado venezolano y sus empresas hacen que sean muy dependientes de sus proveedores, tanto en la operación y el mantenimiento de las instalaciones actuales como en la planificación y desarrollo de las nuevas. La renovación formativa y los cambios estructurales que le pondrán fin tardarán varios años. Hay miles de técnicos en todo el mundo que querrían apoyar la revolución bolivariana desde sus puestos actuales de trabajo y no tienen un cauce para hacerlo por no conocer qué asuntos lo requieren ni poder transmitir sus opiniones. Información, asesoramiento y contactos son necesarios para muchas actividades industriales o agrícolas, para especificar instalaciones, fijar condiciones en pliegos o controlar su ejecución. Sería tarea a considerar por parte del gobierno venezolano organizar las Brigadas Internacionales de apoyo técnico.

2. Amenaza internacional. Cualquier análisis político, aunque sea parcial, requiere alguna referencia al marco internacional. Venezuela, como sabemos, no está aislada, sino que, gracias a una inteligente política exterior –favorecida por el petróleo, pero más petróleo tienen los saudíes y no la hacen- está aumentando su integración e influencia internacionales y contribuyendo grandemente a la lucha antiimperialista, sobre todo de Latinoamérica, con todas sus contradicciones, pero también del resto del mundo.

Dejo aquí este punto de vista, pero no es mi objeto ahora tratar la política internacional venezolana, como no he tratado la nacional, sino en lo que hace referencia al núcleo de este artículo, es decir, el proceso revolucionario. Y en ese sentido, la principal amenaza –las otras están en la lógica cotidiana del imperialismo- es la de una intervención militar norteamericana (V Flota y bases en Colombia, aún con ciertas incógnitas)

La relación de Latinoamérica con Norteamérica no puede más que empeorar con el cambio de Bush por Obama. El primero es un cuatrero que, según las leyes que él aplicó, debería haber sido colgado de un árbol por el primero que lo hubiera encontrado, y estaba al servicio de una cuadrilla de salteadores dispuestos a repartirse cualquier botín a su alcance; de ahí que descuidara algo su patio trasero, que incordiaba más que valía. Obama está en la línea de restaurar una política imperialista más coherente y global y no va a desatender ningún frente; no olvidemos sus apoyos y quién es su secretaria de Estado.

Sin embargo, su herencia internacional es muy pesada y las relaciones con sus satélites son más complicadas que antes: no se ven en el horizonte nuevos payasos de las Azores y, aunque nada puede descartarse, no parece razonable esperar una intervención militar en frío desde Colombia. Pero las cosas pueden calentarse, y los estados fronterizos venezolanos Zulia y Táchira están en manos de la oposición a Chávez por lo que, dependiendo de la evolución de los acontecimientos en Colombia, es esperable una actividad de desestabilización de la frontera de la que se ha registrado alguna muestra, junto con un aumento de la desinformación mediática.

La respuesta cívica y la internacional son muy importantes en esta posible fase inicial del conflicto para evitar que llegue a calentarse y las cadenas norteamericanas lo conviertan en un casus belli. La primera recaerá de nuevo en gran parte en manos de la organización popular venezolana; la segunda, en los gobiernos de los países del entorno y en la atenta red mundial de información y contradesinformación que apoya el proceso revolucionario.


Notas:

1. Existe una experiencia muy interesante en ese sentido. PDVSA, la mayor empresa estatal, asume el tratamiento de las reivindicaciones laborales de los trabajadores de las empresas contratadas, satisfaciéndolas en su caso a su costa en corto tiempo, y encargándose de repercutirlas posteriormente a la empresa responsable.

2. Ya se encargan los medios de desinformación de resaltar lo deleznable que resulta que un dirigente soviético tuviera una ‘dacha’ en las afueras de Moscú, mientras que el palacio de un empresario, posiblemente un delincuente, revela las bondades del capitalismo.

3. Sé que el PSUV se creó hace tiempo, pero apenas ha empezado a cumplir su papel y sólo hace unos meses que se empezó a plantear muchas de sus tareas en su I Congreso Extraordinario, por lo que estas consideraciones no están sobrepasadas por la realidad.

4. Opino, en este contexto, que el Partido Comunista de Venezuela ha actuado correctamente al no integrarse en el PSUV, pero que sería un grave error querer afirmarse por oposición a éste. Por su experiencia política, puede ser un elemento importantísimo en la articulación del poder popular si asume los objetivos revolucionarios y tiene en cuenta los riesgos a los que se enfrenta.

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