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EE.UU. :: 13/09/2010

Lucha política y los orígenes de la crisis

Alejandro Nadal
Los medios han machacado hasta el hartazgo la idea de que la crisis se genera por la especulación y la desregulación en el sector bancario

Mientras Europa se prepara para la movilización política y hasta se hacen varios llamados a huelga general [para el próximo 29 de septiembre], en Estados Unidos vino y se fue el Día del Trabajo. Es claro que en medio de la crisis y el elevado nivel de desempleo existente en ese país, realmente no hay nada que celebrar.

En casi todo el mundo el día del trabajo se celebra el primero de mayo en memoria a los mártires de Chicago, un grupo de sindicalistas anarquistas ejecutados en esa ciudad en 1887 por su participación en la huelga de Haymarket el año anterior. En Estados Unidos la celebración es el primer lunes de cada septiembre, porque se le quiso evitar cualquier conexión con los hechos sangrientos de aquella huelga y la represión que le siguió.

Hoy la falta de movilización en Estados Unidos es reflejo del triste estado en el que se encuentra el movimiento sindical. La reforma laboral que se impuso a partir de los años ochenta (iniciada cuando Ronald Reagan despidió al sindicato de controladores aéreos) condujo al debilitamiento de los sindicatos en casi todas las ramas de la actividad económica. En la actualidad sólo una minoría de la fuerza de trabajo ocupada milita en un sindicato. Lo importante es que el estancamiento en la evolución de los salarios en la economía estadounidense está correlacionado con el debilitamiento y desaparición de los sindicatos. Además, la incertidumbre y el miedo a perder el empleo promueven la desmovilización. Por eso se dice que las crisis favorecen a la derecha, y eso es algo que quizás vamos a observar en las elecciones de noviembre en Estados Unidos.

Desde el punto de vista legal y político, la realidad es que la clase trabajadora en Estados Unidos se encuentra mucho más desprotegida que en Europa. En lo político no sólo se debilitaron los sindicatos, sino que las prioridades políticas del Partido Demócrata, tradicionalmente cercano al mundo laboral, se fueron corriendo hacia la derecha.

Desde el punto de vista legal, en Estados Unidos se impuso hace mucho la falacia de la flexibilización laboral con el fin de eliminar las distorsiones en el mercado de trabajo. Varios factores incidieron en esto. La liberalización comercial y financiera condujeron al traslado de miles de empleos a países como México y después a China.

El mundo académico también puso su granito de arena. En los modelos de la teoría macroeconómica se construyó la ficción del mercado laboral, que sirvió al poder para desarrollar modelos que justifican la presión a la baja en los salarios. Este golpe de propaganda es uno de los más grandes éxitos del neoliberalismo. La premisa básica es que los salarios se determinan por la ley de la oferta y la demanda. Así, la academia descubrió que cuando bajan los salarios las empresas contratan más trabajadores. Pero ese modelo no tiene ni pies ni cabeza y cualquier persona familiarizada con la teoría económica puede fácilmente observar que el mítico mercado laboral es un concepto indeterminado (o lo que es equivalente, el mercado laboral no existe). Además, por lo menos desde Keynes está claro que la causalidad está invertida: cuando los salarios caen, se reduce la demanda agregada, se contrae la inversión y se genera mayor desempleo.

El otro gran triunfo mediático del neoliberalismo en Estados Unidos está relacionado con los orígenes de la crisis. Los medios han machacado hasta el hartazgo la idea de que la crisis se genera por la especulación y la desregulación en el sector bancario. Por eso predomina la sensación de que la crisis es esencialmente financiera. Se ignora que el modelo económico estadounidense comenzó a sumergirse en desequilibrios y restricciones desde hace 30 años.

El estallido de la crisis es el choque con el piso, pero la caída comenzó hace mucho. El pueblo estadounidense debió haber percibido el estancamiento salarial, pero no lo hizo porque la demanda agregada se apuntaló con crédito fácil y una política monetaria que favorecía ir dando tumbos de burbuja en burbuja.

La actual crisis es la más devastadora en siete décadas. En el crisol de esta debacle se deben resolver problemas de la economía real, que sistemáticamente fueron disfrazados por las autoridades económicas estadounidenses durante años. Aún hoy, la Casa Blanca, la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro siguen negando la profunda conexión entre la crisis y los problemas que aquejan a la economía real, comenzando por la desigualdad en la distribución del ingreso. Por eso nadie habla de cambiar ese modelo. El nuevo paquete de estímulo fiscal propuesto por Barack Obama (50.000 millones de dólares) ni siquiera se acerca a rascar la superficie de los problemas estructurales de la economía estadounidense. Quizás pronto los trabajadores de ese país redescubran la vitalidad y alegría de la lucha comunitaria, de la palabra y del diálogo creativo en calles y plazas. Ese día la movilización podría abrir el espacio para un programa político que permita revertir la agresión neoliberal.

La Jornada

 

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