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EE.UU., Euskal Herria :: 27/11/2019

20 años de la "batalla de Seattle"

David Brooks
Mientras analistas y medios intentan explicarse las olas de protestas en diversos países del mundo, se escuchan los ecos de la ya larga rebelión antineoliberal

Hace 20 años estalló un carnaval de resistencia, bautizado después como la Batalla de Seattle, que fue la acción popular más grande jamás realizada contra la agenda neoliberal en EEUU. Sus ecos siguen resonando en este país.

Cinco mil delegados de 135 países llegaron a Seattle para la reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), encargada de codificar y promover, junto con el FMI/Banco Mundial y los foros empresariales, el nuevo orden económico neoliberal. El presidente Bill Clinton fue el anfitrión (vale recordar que la agenda neoliberal es parte de un consenso bipartidista, con algunos disidentes notables).

Esa mañana del 30 de noviembre de 1999 todo estaba listo para la gran inauguración oficial, pero nadie llegó.

Miles de jóvenes, sindicalistas, ambientalistas, veteranos de guerra, académicos, anarquistas de todo tipo (incluida una nueva generación de Wobblies, miembros de Trabajadores Industriales del Mundo) y hasta algunos payasos habían ocupado en una sorprendente acción coordinada todos los cruces de calles que llevaban al centro de convenciones, con un arma secreta demasiada poderosa: música, baile y humor [y cuando hacía falta, barricadas, piedras y molotovs].

Cada agrupación de acción del movimiento descentralizado había determinado qué musical deseaba en el cruce que le correspondía; en una estaban los Rolling Stones, en otra Bob Marley, en otra los heavy metal o punk, y así. El baile no cesaba, mientras brigadas de jóvenes hacían cadenas humanas para no permitir el paso.

Un mimo caminaba detrás de un delegado muy elegante imitando cada paso y gesto a la perfección, hasta que un funcionario enloqueció y amenazó con violencia. Aparentemente, el poder no tiene gran sentido de humor.

Desde una descomunal grúa de construcción, se reveló una enorme manta que sencillamente decía: libre comercio, con una flecha, y democracia, con otra flecha en dirección opuesta.

Poco despues, miles de agremiados se desviaron de una megamarcha oficial de sus sindicatos nacionales para apoyar a los jóvenes. El legendario sindicato de estibadores de la costa oeste (ILWU) ya había congelado operaciones en todos los principales puertos de la costa oeste en solidaridad con la gran protesta que estaba estallando en Seattle.

Como nos comentó uno de los estrategas de esta movilización este fue un caos muy organizado:

Desde hace dos días las organizaciones no gubernamentales llevan la delantera. Difícilmente los directivos del órgano de comercio, los ministros y sus delegaciones, podrán reponerse o alcanzar el impacto y éxito de los inconformes.

La apertura oficial de la Cumbre del Milenio --que por su errático andar nunca fue mejor bautizada, dicen, porque ahora no se sabe cuándo terminará-- que se había anunciado para las 10 de la mañana en el Paramount Theater, en el centro de esta ciudad, simplemente no empezó a tiempo. Y así ocurriría con el resto de la agenda de la OMC, que inició exactamente a las 16.26 hora local.

Incapaces de prever una entrada alterna, tanto al teatro de la inauguración como al Centro de Convenciones y Comercio de Seattle, donde se desarrollan las plenarias, los organizadores descubrieron muy tarde lo que todo mundo sabía desde la víspera: los manifestantes madrugan.

De ese modo, y como dice el Seattle Post, cuando el sol apenas empezaba a meterse en la noche del martes, miles de inconformes se encontraban ya en las calles del centro de la ciudad. Así, cuando los delegados y sus elegantes gabardinas quisieron trasponer las cadenas humanas formadas por los jóvenes en todos los accesos peatonales al Centro de Convenciones, aquello resultó imposible.

Desesperados y nerviosos, delegados --y no pocos reporteros--buscaban alguna entrada alterna, pero cuando no se topaban con el bloqueo de los manifestantes era la propia policía la que les impedía el ingreso al recinto, que alberga un centro de prensa para 6 mil periodistas.

Después de cinco horas de este tipo de acciones, policías con equipo antimotines lanzaron granadas de gas lacrimógeno contra un gran contingente de activistas en una esquina cerca del centro de convenciones, tratando de desbaratar el obstáculo humano. De inmediato, cientos de personas se sentaron en medio de la calle y la policía los enfrentó con un vehículo blindado. "Varios policías se asomaron del vehículo y empezaron a disparar con balas de goma", comentó un activista.

Miles de manifestantes llegaron a Seattle, tras semanas de capacitación para acciones de desobediencia civil. Y este entrenamiento fue útil este martes: muchos tenían máscaras antigás, o usaban pañuelos grandes empapados con vinagre para soportar el químico. Pero una enfermera que trabaja con los activistas comento que la policía parecía estar dispuesta a disparar deliberadamente balas de goma de dos centímetros contra manifestantes de forma peligrosa. "Ya atendí a una persona con una herida en el ojo que requerirá puntos y otra que perdió un diente", informó.

Los represores lograron despejar un cruce, pero los manifestantes se agruparon de nuevo y ocuparon todos los otros accesos. Los activistas usaron radios y silbatos para coordinar el despliegue de sus fuerzas. "Tenemos muchos tenientes, pero ningún general, por lo que no pueden descabezar al movimiento con el arresto de nuestros líderes", explicó uno de los coordinadores.

Los activistas tiraron basureros y expendedores de periódicos en medio de las calles para obstaculizar el paso de la policía. Algunos rompieron vitrinas de tiendas de lujo y pintaron muros.

Pero al anochecer, el clima se tensó cuando la policía recibió la orden de retomar el centro de la ciudad y comenzaron a escucharse los estruendos producidos por cientos de granadas de gas, que asfixiaban a manifestantes y reporteros. La respuesta no se hizo esperar y los activistas comenzaron a incendiar basureros y a lanzar objetos contra la policía.

Los helicópteros policiacos circulaban, mientras la policía retomaba cuadra por cuadra. Para las 19:00, más de 12 horas después de que se iniciaron las acciones de oposición, la ciudad parecía haber sido retomada, por el momento, por la policía. Sin embargo, grupos de manifestantess circulaban todavía coreando "el mundo entero es testigo" contra la represión.

La policía no informó sobre el número de arrestos, pero los medios locales calcularon entre 30 a 40 solo en las primeras horas. El toque de queda se impuso y la policía amenazó con detener a cualquier persona que se atreviera a salir a la calle sin una credencial oficial en una amplia zona del centro de Seattle.

La noche concluyó con los manifestantes tocando la versión distorsionada del himno nacional de legendario Jimi Hendrix y declarando su triunfo

Los representantes de las cúpulas del mundo temblaron y el acto inaugural de la OMC fue cancelado; los gerentes del orden mundial fueron obligados a esconderse en sus hoteles, incluido el anfitrión. El alcalde declaró un estado de emergencia al ordenar la represión. Solo con ello la OMC logró sesionar, aunque la noticia mundial ya era lo que ocurría en las calles y no lo que sucedía adentro.

La lucha de resistencia -con más de 50.000 participantes- continuó durante cinco días más con marchas, concentraciones, la consolidación de Indymedia, baile, títeres enormes y nuevas alianzas entre sectores sociales, promoviendo así el gran movimiento altermundista que continuó expresándose donde se intentaban reunir los gerentes neoliberales; en encuentros del FMI/Banco Mundial en Washington, en las cumbres en Praga, Génova, Quebec, Gotemburgo, Escocia y tantas otras.

En cada lugar siempre se recordaba desde dónde había llegado la rebelión altermundista. Por fin escuchamos el mensaje de los pueblos del Sur, repetían organizadores estadunidenses y europeos; frecuentemente señalaban que este movimiento había nacido en México, con el levantamiento de los zapatistas.

Una víctima de los [¿auto?]atentados del 11-S, este movimiento fue silenciado en el primer mundo (otra historia estaba ocurriendo en Sudamérica) pero reapareció en las calles y plazas con los Indignados en Europa, Ocupa Wall Street en este país, y hoy día está presente, aunque sea mínimamente, en la pugna electoral con la bandera de Bernie Sanders.

Ahora, mientras analistas y medios registran e intentan explicarse las olas de protestas en diversos países del mundo, se escuchan los ecos de la ya larga rebelión antineoliberal en el sur como en el norte también. A 20 años de Seattle, la nostalgia no es por algo del pasado, sino algo vivo y presente.

La Jornada

 

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