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Nacionales E.Herria :: 22/03/2011

Testimonios de vasc@s tras pasar por cuartelillos españoles

La Haine - Euskal Herria
Tremendos testimonios. El dia 27 en Iruñea, capital de Euskal Herria, marcha contra la tortura esa lacra que no cesa.

Las personas que nos encontramos aquí hemos sido torturadas por la Guardia Civil o la Policía Nacional. Y somos sólo una pequeña representación de las 10.000 personas que han sufrido torturas en Euskal Herria en las últimas décadas, una práctica que nos ha dejado 13 muertos.

Algunos estuvimos 2 ó 3 días incomunicados, otras cinco días, otros hasta 10, y en ese periodo vivimos uno de los momentos más duros de nuestras vidas.

Es imposible explicar lo que se siente cuando estás a merced de esa cuadrilla de psicópatas, totalmente indefenso, aislado del mundo, estás en sus manos, sin ningún tipo de control judicial, médico o psicológico, tú sólo, tú sola, con un antifaz, sin saber si es de día o de noche, aguantando como puedes los golpes, las sesiones de bolsa, los electrodos, la bañera, las violaciones, cuando te ponen una pistola en la mano, cuando simulan tu ejecución, cuando te dicen que tu madre está en el hospital, que a tu hermano lo tienen detenido, que están violando a tu compañera, que te van a perseguir durante toda la vida… Gritos, amenazas, lágrimas, sudor, ahogado en tus vómitos, perder el conocimiento, orinarte encima. Y oyes los gritos de las otras personas que están siendo torturadas en la mazmorra de al lado. Y así durante 3, 5, 10 días. Gritos, gritos, gritos, golpes, golpes, golpes, bolsa, bolsa, bolsa.

Los efectos de la tortura no se limitan a los días en que estás incomunicado. Oír un nuevo testimonio de torturas o ver a tu alrededor a los policías que te torturaron significa revivir aquel infierno, y cuando recibes nuevas amenazas no puedes evitar el pavor a pasar de nuevo por el infierno.

No os podéis imaginar lo duro que es para nosotros y nosotras el hacer públicos los testimonios de nuestro paso por el infierno. Y si lo hacemos no es para dar pena, no queremos que nadie sienta compasión por lo que nos ha pasado. Lo que queremos es que esta cruda realidad remueva las conciencias de este pueblo, y que entre todos y todas sumemos fuerzas para erradicar de una vez la tortura. Para que ninguna persona sienta nunca más ese terrible deseo de morirte de una vez cuando te están aplicando la bolsa, cuando te han asfixiado durante horas y siguen, y siguen, y siguen, y ya no tienes fuerzas ni para acordarte de la vida. Porque ahí solo ves la muerte.

La denuncia, el compromiso social y la movilización son las únicas herramientas que tenemos frente a un Estado que no quiere desterrar la tortura de su práctica política. Por eso, queremos aplaudir todas las iniciativas contra la tortura que se han puesto en marcha en los últimos meses, y más concretamente el Foro Cívico contra la Tortura “Esteban Muruetagoiena” que distintos agentes políticos, sindicales y sociales han organizado en Iruñea para los días 25 y 26 de marzo.

Allí estaremos, nos sumamos a esta iniciativa, y pedimos a la sociedad vasca que ponga en marcha muchas iniciativas más hasta lograr la erradicación definitiva de la tortura.

Nosotros y nosotras también queremos poner nuestro granito de arena en esta tarea, y por eso hacemos un llamamiento a tomar parte en la manifestación que hemos organizado para este domingo 27 de marzo. Saldremos a las 12 del mediodía desde la Estación de Autobuses, y pasaremos por el cuartel de la Guardia Civil y la Delegación del Gobierno para exigirles que dejen de torturar a la gente, que dejen de reprimir a este pueblo, que abandonen las armas y se atrevan a confrontar democráticamente con el independentismo vasco, sin torturas, sin detenciones, sin violencia, sin amenazas, sin imposiciones.

Finalmente, queremos subrayar que compartimos el análisis de que la única vía para garantizar que nadie más va a pasar por el infierno es acabar con la incomunicación y poner en marcha las medidas de prevención de la tortura recomendadas por el TAT (Torturaren Aurkako Taldea). Y esa es la exigencia que hacemos al Gobierno: que acaben ya con la incomunicación.

Llamamos a toda la sociedad vasca a unir a unir fuerzas hasta conseguirlo. Y el 27 de marzo tenemos una cita en Iruñea.

Nafarroan azken atxilotuen tortura testigantzak


Iker Moreno

INKOMUNIKAZIO EGUNAK

Urtarrilak17, astelehena:

Como otras muchas veces, me fui a casa de mi prima a cenar (villava) para compartir los cotilleos de las ultimas semanas y echar unas risas. A causa de la mudanza de casa (me fui de Burlata a Huarte a vivir con unas amigas), y aprovechando que tenia el pijama en la mochila, me quede a dormir en su casa (villava, casa de mi prima).

Urtarrilak18, asteartea:

Los fuertes golpes en la puerta y el ruido intermitente del timbre me despertaron pronto. Mi prima fue la que se levanto a abrir la puerta. “Iker Moreno! ¿Dónde esta Iker Moreno? Gritaban una y otra vez. Con el pijama puesto y descalzo me acerque a la puerta. En cuanto aparecí tres o cuatro me apuntaron con sus pistolas y unos cuantos guardias civiles me gritaban que me tumbara en el suelo. Me colocaron las esposas y me preguntaron haber si había alguien más en casa. Yo les dije que si, las dos amigas de mi prima que vivían con ella. Como no tenían orden para registrar su casa tuvieron que entrar con mi prima para mirar que no había nadie más. Luego nos metieron de uno en uno primero mi prima y luego a mi. Ella cogio ropa para ella y para sus amigas (puesto que en las escaleras hacia frío) y a mi me quitaron los grilletes por dos minutos, para que me vistiera y para coger mis pertenencias. Para entonces la secretaria judicial ya estaba con nosotros. Me leyeron mis derechos y me comunicaron que iban a empezar con los registros. Me dieron la orden de detención. No recuerdo bien que eran esos papeles, solo me acuerdo que las palabras ETA-EKIN estaban en mayúscula y en negrita. Cuando intente hablar con mi prima me dijeron que estaba incomunicado y que no podía hablar con ella. Con la ayuda de miradas y sonrisas me dio a entender que estaría tranquilo y me bajaron los seis pisos por las escaleras para luego meterme en un Patrol de Civil. El jefe de ellos me cogio las llaves y me dijo que nos dirigíamos a la casa de Burlata, preguntándome haber con que llave se habría la puerta. Sobre las 3:30 abrieron la puerta de casa de mis aitas y me ordenaron que gritara sus nombres. Yo entrelace palabras de calma. La ama el aita y mi hemano salieron al holl y Civil los saco a la fuerza a las escaleras, a mi hermano descalzo. Sin nuestro consentimiento y sin ninguna orden entraron a casa dos o tres Guardias Civiles. Mi aita se quejo; “podéis dejar cualquier cosa” y diciéndoles que no tenían nuestro permiso. Civil no le hizo ni caso solamente le “razono” diciéndole que si que tenían derecho a hacer eso. Estuvieron unos cinco minutos solos en casa, mientras nosotros escuchábamos ruidos de puertas de armarios. Entonces llego la secretaria judicial a la casa de Burlata. Metieron de uno en uno a la ama a el aita y a el hermano para que se vistieran y cogieran un abrigo para mi. Tenían que precintar la casa. Dejando a mi familia en la calle a las 4:00 de la mañana; y yo, sin dejarme poner el abrigo, me llevaron a registrar la casa de Huarte.

Llegamos sobre las 4:00 a Huarte (se confundieron de camino y dieron una grandisima vuelta). A Huarte había ido dos semanas antes a vivir, con dos amigas. Hicieron la misma operación que en Burlata. Le enseñe cuales eran las llaves, me pregunto haber con cual se abría y una vez abierta me pidió que gritara los nombres de mis dos compañeras de piso. Salieron con unas impresionantes caras de susto y miedo. Las sacaron a las escaleras y procedieron con el registro del piso cuando llego la secretaria judicial. Registraron todos los cuartos: armarios, cajones, ropas, libros (pagina por pagina), cajas (estábamos haciendo la mudanza), camas y colchones… no tenían ningún tipo de limitación. Indagaron nuestra intimidad de arriba abajo y hacían comentarios. Estuvieron unas dos horas y se llevaron el dinero de una compañera, el pendrive y el disco duro del ordenador de la otra, un par de camisetas “sospechosas”, un baso de plástico del “esteribarko gazte eguna” y unos treinta CDS de música. La secretaria judicial me enseño el acta del registro, yo, antes de firmarlo le pedí que sumaría una cosa más: que escribiera, que no iba a declarar en dependencias policiales. Cuando hizo eso firme el acta junto con los otros dos Guardias Civiles.

Tengo que comentar que durante todo el registro no me dieron ni de comer ni de beber y estuve todo el registro de pie con las esposas puestas (en el culo). Después de firmar el acta y sin poder despedirme de mis compañeras (y sin ponerme el abrigo) me bajaron a la calle. Un Guardia Civil me empujo del portal al patrol, pero en ese pequeño trayecto los primeros gritos me enorgullecieron y me fortalecieron. Hacia las 6:00 me llevaron a la casa que tienen los aitas en Burlata. Por un lado los alrededores del portal estaban llenos de patrol y de Guardias Civiles, pero por otro de amigos y de conocidos. Me subieron a casa en un suspiro. Cuando llegaron el aita y la secretaria judicial le quitaron el precinto a la casa (como hicieron la primera vez que llegaron grabaron todo con cámara, en muchas ocasiones acosándonos tanto a mi como a mi familia). Y como hicieron en Huarte registraron todos los cuartos. En el cuarto mío y de mi hermano es donde más tiempo estuvieron (más de una hora). Camas, colchones, fotos, armarios, cajones (por todos los lados), apuntes de la época de estudiante, ropas, libros, cajas… los Guardias Civiles que hacían el registro iban vestidos de calle pero con pasamontañas. La mayoría no entendían euskera y todos los apuntes que estaban en euskera se los daban a la mujer joven que entendía. Ella todos los “documentos sospechosos” (apuntes de la época de universitario) los agujereaba y los ataba con una brida. Las camisetas y pegatinas (mi hermano hacia colección) las examinaron con entretenimiento. Se llevaron también varias camisetas del viaje de estudios (por el simple hecho de que el instituto donde estudie se llama askatasuna), también las del euskera o las de autodeterminación. Al ordenador le quitaron el disco duro y junto con otros muchos CDs (más de 50 casi seguro) se lo llevaron. El aita tenia recogidos diferentes documentos de la historia de la izquierda abertzale: ponencias de los congresos de HASI, programas de HB, documentos de ETA… se llevaron todos ellos aunque la mayoría serian anteriores de yo nacer o de mi niñez. Al finalizar el registro la secretaria me pidió que firmara y yo de nuevo le dije que añadiría que no iba a declarar en dependencias policiales. Ella me dijo que no era necesario y lo puso a mala gana. Yo y los responsables del registro (la chica que entendía euskera y el jefe) firmamos y el aita le pidió que añadiera otro párrafo más: que la mayoría de documentos que se habían llevado eran suyos. El aita también firmó el acta. Después me bajaron a la calle. (Tengo que añadir, que en casa me dejaron mear y beber agua pero que no me dieron de comer). Cuando me bajaban por las escaleras (puesto que tenían el ascensor bloqueado), utilizando los grilletes me retorcieron las muñecas causándome daño y me dijeron “ni se te ocurra gritar ninguna chorradita o te parto las muñecas”. Aunque me metieron rápidamente en el patrol, me tuvieron allí un buen rato porque en el patrol que tenía que ir delante nuestra no había nadie. Eran alrededor de las 8:30 y en la calle mayor muchos conocidos, familiares y amigos estaban gritando. No pude esconder la sonrisa pero todos esos gestos de cariño me mojaron los ojos. Mientras estábamos parados los Guardias Civiles que estaban conmigo me demostraron que conocían mi vida. Me señalaban la ama, el aita, mi hermano y mis amigos mientras me daban sus nombres e información sobre ellos, pero también amenazas (que dentro de poco los detendrían, que también se los llevarían, que famoso que era, a ver si era un importante gudari…). El aita bajo a la calle y protagonizo la escena que los días siguientes llenaría portadas de periódicos y pantallas de televisión. Cuando salió el patrol de delante nuestra me llevaron a atarrabia, puesto que trabajaba en la oficina que topagunea (federación de asociaciones de euskera) tiene en nafarroa. Registraron el citado local, también la asociación de euskera karrikaluze. De las dos oficinas se llevaron cinco discos duros, un par de teléfonos móviles y los datos personales de los y las que participan en los programas mintzakide y 3blai. Cada vez que se abrían las puertas de la oficina oía gritos de solidaridad que me llenaron de fuerza.

Hacia las 11:00 de la mañana me llevaron a la audiencia de Navarra. Cuando me metieron por los calabozos pude ver a un amigo que está preso. Me subieron arriba y me cogieron las huellas dactilares (me cogieron de toda la mano, y de los costados), prueba de ADN y fotos, sin darme opción a negarme. Luego me llevaron al médico forense pero a esa hora no debía de estar ahí. Me tuvieron esperando esposado a la espalda. Gracias a que dos amigas de mis padres se me acercaron (trabajan en la audiencia), me dieron agua me tranquilizaron, me dieron ánimos (aunque los Guardias Civiles les decían que estaba incomunicado) y hasta un emotivo abrazo. Cuando llego el médico, me quitaron las esposas y me metieron a su consulta. Me realizo un examen rápido y anoto las marcas provocadas por los grilletes. Me hizo unas preguntas para saber si el trato era correcto. Yo, que hasta entonces el trato había sido bueno. Me pregunto si anteriormente había tenido alguna enfermedad grave. Yo le explique que tenía alguna alergia y que había sufrido cuatro neumotórax. También que mis abuelos habían tenido diferentes canceres y que habían tenido ictus. Me midió las pulsaciones del corazón (tenía muchas) y me tomo la tensión. Cuando termino, me sacaron al pasillo y una amiga de mis padres me dio agua y la otra le dijo a Civil “tratarlo como se merece”. El Guardia Civil se rio.

Sobre las 12:00 bajamos al parking de la audiencia me quitaron las esposas, me pusieron una cuerda blanca y azul (“para que estés más cómodo”) y me pusieron el antifaz. Me pidieron que para salir de Iruña me tumbara en el asiento trasero. En el Patrol íbamos cuatro: el conductor (que casi no hablaba), el copiloto (el que luego sería el “poli malo”) y atrás, el que fue a mi lado (que luego sería “el poli bueno”).

Me tumbe como me dijeron, porque al ser un Patrol normal (no era de esos verdes que tiene Civil) pensé que la gente se podría asustar. Cuando estaba tumbado empezó el interrogatorio. Con preguntas de mi vida diaria: en que trabajaba, porque era independentista…

Yo respondí sus preguntas. Cuando llevábamos media hora “me dejaron” sentarme. Aun y todo tenía que llevar la cabeza agachada y no podía “apoyarla” en el asiento delantero. El interrogatorio empezó en relación con la “euskalgintza” en Nafarroa y de ahí lo intentaron llevar a la violencia. Como no salían de mi boca las respuestas que ellos querían empezaron a pegarme. Mi respuesta fue quedarme mudo. Dentro de mi cabeza respondía las preguntas y de vez en cuando me decía a mí mismo “eres un trapo”, “eres un muñeco de trapo”.

El viaje fue largo. Casi interminable. A ratos el “poli-malo” (el que iba delante) se sentaba detrás. En esos momentos, teniendo los dos guardias civiles a mí lado (el “bueno” y el “malo”) me sentaban en la parte trasera de la caja de cambios y me llevaban totalmente encogido, mientras los dos guardias civiles me clavaban sus codos en la espalda. Como soy dantzari, soy flexible y al principio no iba tan incómodo. Pero como el camino era tan largo y no sabía dónde estábamos (lleve el antifaz puesto todo el camino y también los grilletes). Encima me decían frases para desorientarme, cuando estábamos a punto de llegar a Madrid me dieron a conocer que estaba en Gasteiz “estamos llegando a Siberia”, “Por qué es así como llamáis a Vitoria, ¿no?”. Pase más de medio camino dolorido y con medio cuerpo dormido (sufría unos calambres dolorosos). Intercalaban posturas incomodas: tumbado y hecho una bola (con los pies en el suelo), sentado y con la cabeza entre las piernas, sentado pero sin apoyar la espalda y con la cabeza agachada,… pero en todas, sin ponerme el cinturón de seguridad y con constantes acelerones y frenazos “como tengamos un accidente vas a comerte el coche de delante”… Yo viendo que el trato era malo me “creí” que era un muñeco de trapo y no abrí la boca en todo el viaje. Solo paramos para que el “poli-malo” se cambiara de sitio (creo que también aprovecharon para echar gasolina) y en todo el viaje no me dieron ni de comer ni de beber. A parte de posturas incomodas, cada vez fueron más los golpes, “¿no vas a hablar eh, mudito?, ya verás como cuando te pillen nuestros compañeros les cuentas todo… te van a tratar como te mereces, como ha dicho la amiga esa de tu madre en la audiencia (provincial de Navarra), te van a tratar como te mereces” me decían. De vez en cuando me nombraban a compañeros suyos muertos en atentados de ETA. Aún tengo en la cabeza la voz del que en el viaje fue el “poli-malo” y estoy seguro de que la podría reconocer (tiene la voz muy parecida a la de un amigo).

Pensé que a Madrid llegamos sobre las cinco de la tarde, hasta entonces (desde las diez de la noche) no comí nada.

Con los ojos tapados (con otro antifaz) y sin saber qué hora era, (desorientado espacial y temporalmente) me metieron en una celda de 5×2 metros. Me quitaron el antifaz y me cortaron la cuerda que me agarraba las muñecas. La celda era oscura, húmeda y fría. Tenía una puerta pequeña, y la puerta, a la altura de los ojos tenía una ventanilla que se cerraba y se abría. Encima de la puerta había una bombilla la cual se encendía y se apagaba de fuera. La bombilla estaba metida en algo parecido a una ventana y de vez en cuando, en vez de encender la bombilla abrían la ventanilla (para que me entrara menos luz). En el zulo aquel en una esquina había una “cama”. Un cubo de hormigón que tendría más o menos un metro de alto, y encima un colchón en muy malas condiciones. También había una manta. El calabozo tenía esta forma:

Cuando me cerraron la puerta lo primero que sentí fue tranquilidad. Sabía que las horas que tenía por delante serian largas y duras. Me eche en la “cama” y empecé a llorar. Enseguida me quede dormido. Cuando me desperté no sabía qué hora era. Me abrieron la ventanilla de la puerta y me dijeron que me pondría mirando a la pared. Me puse las zapatillas (en el camino a Madrid me quitaron los cordones, en el momento en que me los quitaron pensé que me los pondrían en el cuello y me ahogarían) y me puse mirando a la pared. Me pusieron el antifaz y ciegos me llevaron por un “laberinto” de pasillos. Subí unas escaleras. Me pararon en una esquina y supe que por mi lado bajaban a otro. Aun así no abrí la boca por el miedo. Subí otras escaleras y me quitaron el antifaz. Aun así me hicieron hacer todo el camino con la cabeza agachada. Me metieron en un cuarto pequeño y largo. Allá, un hombre con una bufanda me dijo que era el médico forense y me enseño su carnet. Era un cuarto muy simple y lo único que tenía en común con una consulta de médico era la “camilla” que el medico utilizó como mesa.

Desde el primer momento el medico tenía un tono de voz suave, cercana y agradable. Me ayudo a tranquilizar las tensiones que había vivido hasta el momento. No sé si sería por la aspecto deteriorado pero me ayudo a orientarme (me dijo que eran las 8 de la tarde). Me pregunto por el trato recibido y le conté lo del viaje. Me pregunto también si me habían dado de comer y de beber. Yo le dije que desde la noche anterior no había comido nada. Él me dijo que me darían de cenar dentro de poco, me pregunto a ver si quería que me hiciera un análisis general y le dije que no, porque hasta entonces no me habían dado ningún golpe fuerte (como para hacerme alguna marca). El medico pego unos golpes en la puerta y con la cabeza agachada y las manos detrás me llevaron a las escaleras, allí me pusieron el antifaz y me llevaron hasta el zulo. Sobre las 20,30 me metieron a la celda, allí tenía la “cena”: todo abierto, la botella sin tapón y un bocadillo de jamón seco envuelto en papel. Como estaba a oscuras no podía ver lo que estaba comiendo pero por el sabor y la textura pensé que era jamón York. En un primer momento pensé en no comer nada, por el miedo de si me habrían metido alguna droga; pero como llevaba todo el día sin comer nada y antes de estar con el médico me costaba distinguir entre los sueños y la realidad. Era una sensación rara, seguramente por el cansancio y el hambre; una mezcla de estar entre despierto y dormido. Me vinieron imágenes raras a la cabeza (reptiles y muñecos de papiroflexia), no podía pensar claramente. Para hacerle frente a esa situación y pensando que tenía cuatro duros días por delante decidí comer. Aunque me pareció sospechoso que la botella estuviera abierta, bebí.

A las 9 o así intente dormir. Me vinieron las sonrías de mi ama, de mi aita y de mi hermano a la cabeza y empecé otra vez a llorar, hasta que me quede dormido. El sueño no fue profundo, pero descanse. Oía pasos y también voces, y cando se acercaban las pulsaciones del corazón se me aceleraban. Estaba aterrorizado.

Sobre las 22:30 (esta hora no la puedo asegurar pero este es el planing que me hice en mi cabeza para la organización del tiempo) abrieron la ventanilla de la puerta y me dijeron que me pusiera de pie contra la pared. Me pusieron el antifaz y me sacaron de espaldas (me pidieron que mantuviera la manos atrás). Me llevaron ciegamente por pasillos cortos y con muchas curvas. Por los nervios o sentía ni frio ni calor. Me pareció que me ponían contra una pared. Acabo de un minuto oí que se cerraba la puerta.

“vamos a empezar por algo sencillo… ¿Cómo te llamas?”. Yo enfadado por los malos tratos que había sufrido, me quede callado. Le repetí una y otra vez a mi cabeza “eres un trapo”. Empezaron una y otra vez con tono tranquilo: “¿Qué no sabes cómo te llamas? “Venga, dinos cómo te llamas”… al ver que estaba callado (oí como doblaban unos papeles y me pareció que lo ataban con precinto) me empezaron a pegar golpes en la cabeza. Me creí que era un rollo de periódico. Los primeros golpes no me hacían mucho daño (pensé que sería para no dejar marcas) pero para el veinteavo golpe empecé a sentir presión dentro de la cabeza. Entre preguntas tranquilas dos guardia civiles me empezaron a gritar (en total habría 5 o 6) “¡¿Qué cómo te llamas?!”.

A los cinco minutos de empezar con los golpes dos guardia civiles me agarraron de los brazos y me empezaron a hablar a la oreja: “ya sabes que esto no lo aguanta nadie”… que tarde o temprano hablaras…” y parecidos…

Mientras, agachándome y levantándome, me obligaron a hacer sentadillas. Al principio, por miedo, empecé a hacerlas (siendo dantzari, no era mucho esfuerzo) me gritaban “! ¡Dinos cómo te llamas!”. Cuando hice más de cien sentadillas (a ratos me daban golpes en la cabeza) oí como estrujaban unas bolsas de plástico. Estaba sofocado por el ejercicio físico, y solo pensar que me pondrían la bolsa en la cabeza me asusto todavía más. Estaba sudando y de repente, deje de hacer sentadillas y me preguntaron tranquilamente otra vez “venga Iker, ya sabemos cómo te llamas; pero queremos que nos lo digas tú”. Yo seguí callado. Entonces me empezaron a dar pequeños golpes en los testículos con el periódico que me pegaban en la cabeza. No eran golpes fuertes como para dejarme marcas pero eran lo suficiente para que me dieran calambres en el estómago, y me dejaron las tripas muy revueltas.

Como seguía callado, me hicieron hacer más sentadillas, y cuando empezó a respirar más rápido por el cansancio, me pusieron una bolsa en la cabeza y me tuvieron hasta que casi me ahogaba. Cerca de dos horas duro aquel primer interrogatorio, mezclaron golpes en la cabeza y testículos, sentadillas (más de 150), intentos de ahogamiento poniéndome la bolsa en la cabeza (en esa primera sesión me la pusieron siete-ocho veces) y mientras me amenazaban y presionaban psicológicamente: que al final hablaría, que muchos como yo habían salido locos de allí, que conocían a mi familia y amigos, que mi hermano estaba detenido, que la ama estaba ingresada…. Me hicieron creer que tenían mi vida bajo control (describiéndome la profesora de la autoescuela, diciéndome que violarían con mucho gusto a mis dos compañeras, diciéndome que mi madre la última temporada había estado con depresiones, agravando obscenamente a las chicas de mi cuadrilla…). Casi cuando no me mantenía tieso, me dijeron que me darían 10 minutos para pensar y me llevaron a la celda a rastras.

En la ciega me quitaron el antifaz (me tuvieron todo el interrogatorio con el antifaz puesto) y me tumbe en la cama. Estaba sudando, y al entrar en la fría celda, me enrolle con la manta y me tumbe en la cama. Al cabo de dos minutos entraron en la celda, y me ordenaron que me quitara las dos camisetas que tenía. Yo así lo hice. En ese momento pensé que sería para que cuando pasara ante el juez tuviera algo limpio, puesto que el jersey y el pantalón los tenía llenos de un polvo blanco, pero no era por eso; fue para que sintiera más frio.

Hacia las 24:30, me tumbe en la cama para intentar dormir mientras lloraba (de nuevo, se me vinieron a la cabeza recuerdos de la ama, el aita el hermano). Pedí permiso para ir al baño a beber agua y me lo dieron.

URTARRILAK 19, ASTEAZKENA

Casi sin dormir, y a las dos de la madrugada otra vez vinieron a por mi. Aunque tuviera el cuerpo sudado y mojado estaba enfriado pero cuando me levantaron y me pusieron el antifaz, el miedo sustituyó todas las demás sensaciones. Tenía las piernas cansadas, casi no podía ni andar. Cuando me llevaron al cuarto de tortura, reconocí el olor y las voces que unas horas antes habían estado conmigo. “¿Te lo vas a pensar mejor esta ves?” “yo que tu hablaría” “no vas a aguantar, mudito” “si hablas te ahorraras sufrimiento… “me decían. Cuando llegué al cuarto estaban las mismas personas que antes habían estado conmigo; las mismas voces y olores. El olor lo podría reconocer fácil aún.

El segundo interrogatorio lo empezaron a gritos. Gracias que yo siempre he rechazado todo tipo de autoritarismo y coloqué mi cabeza por encima de todas esas voces casi cómicas que son incapaces de razonar. Aquellas voces cuando gritaban más que miedo me daban gracia y una y otra vez le repetía a mi cabeza “eres un trapo” y me mantuve en silencio. Fue parecido al primer interrogatorio. Solamente un poco más duro. Tenía el cuerpo cansado y se me hizo imposible hacer sentadillas (no creo que hubiera llegado a hacer 100). Las tuve que hacer con ayuda de ellos. En esta segunda sesión me hicieron hacer sentadillas con la bolsa en la cabeza y sin poder coger aire. Cuando me ponían la bolsa cabeza me movía más. Dentro de la bolsa se mezclaban mocos, sudor y saliva (“eres un puto cerdo” me gritaban), a causa de eso, el aire no entraba. En muchos momentos la bolsa se me pegaba en el paladar y también en la campanilla. Cuando entraba un poco de aire, me tapaban con las manos las fosas nasales y la boca (por encima de la bolsa). En esta segunda sesión me la pusieron 4 o 5 veces, pero cada vez fue más dura. Por hacer las sentadillas con la bolsa puesta, por el cansancio, noté una tremenda presión en la cabeza; estaba mareado. Logré romper una bolsa y aprovechándolo me vaciaron una botella de agua en la cabeza, mojándome la única ropa que tenía (la sudadera). Cuando se me metía la bolsa en la boca y no tenia aire, me daban ganas de vomitar. Ellos me amenazaban cuando me daban arcadas “como vomites, te lo comes” el que yo no hablara les puso nerviosos y las amenazas de sentadillas e insultos aumentaron; pero como he dicho antes, su tono de voz me ayudó. Como me movía, y como me había quitado el cinturón, los pantalones se me bajaban solos. Uno de ellos me pidió que me los bajara por completo. Pero yo no me moví. Uno de ellos me los bajó y me dijo que iba a por un “nuevo amigo”. Entonces me acordé de los electrodos y me asusté, pero cuando llegó a los dos minutos, me pasaron un consolador por entre las nalgas, diciéndome que traerían a un compañero que me violaría a gusto. Después de las amenazas de violación, me pusieron la bolsa otras dos veces, en estas últimas me caí al suelo (ellos me agarraron). Con la lengua intenté que la bolsa no se me pegara en el paladar. “mira como saca la lengüita…” se reían. En esta segunda sesión me pidieron que cuando quisiera hablar pegase tres golpes con la pierna izquierda en el suelo. Yo sin poder respirar, cuando empecé a ver una luz “blanca” (cuando tenía los ojos cerrados, empezaba a ver blancura por los costados) pegué en el suelo. Aún y todo en esta segunda sesión no dije ni una palabra. Ellos, me preguntaba y gritaban a ver si de pequeño me había entrenado el aita. Los gritos eran como para enloquecerte, parecía que los guardias civiles estaban locos, “como me gusta que te agaches” (hacer sentadillas), “mi amigo te va a reventar el culo”, “vas a salir tocado (loco)”, “a ti te ha entrenado tu padre”, “¿Te ponía la bolsa de pequeño?”…

Al ver que seguía callado, me llevaron al calabozo y me dijeron que me dejarían pensar. Me tumbé en la cama (eran las 4 de la mañana más o menos) pero enseguida, me ordenaron que me pusiera de pie y mirando a la pared. Tan asustado estaba que les hice caso y estuve alrededor de hora y media de pie. De vez en cuando miraban por la ventanilla de la puerta. Las piernas las tenía muy doloridas (el cuerpo también pero sobretodo las piernas), no me daba tiempo a echarme en la cama y cuando oía pasos levantarme, por lo tanto estuve de pie esa hora y media. Eso aún me cansó más. De nuevo, no podía pensar, tenía la cabeza bloqueada y se me acumulaban imágenes de dinosaurios y papiroflexia. Es muy parecido a soñar cuando estás despierto. Cuando estaba a punto de perder el conocimiento, una mujer guardia civil, me apagó la luz del zulo (cuando me hicieron ponerme de pie, me la encendieron) me dijo que me podía tumbar. Cuando estaba de pie, intenté contar el tiempo que llevaba y lo que me faltaba (supe que me podían alargar cinco días la incomunicación cuando detuvieron al aita hace una año) Solo llevaba un día, encima mediodía había sido bastante tranquilo (registro), y ya estaba hecho polvo. Teniendo esos cálculos dándome vueltas en la cabeza, me quedé dormido. Como tenia la única ropa mojada, estaba temblando de frío. Me despertaron los ruidos de las puertas de las celdas de al lado. Intenté contar cuantas personas estaríamos. En mi cabeza pensé que éramos cinco. Os trajeron el desayuno: bocata de jamón. Pensé que era un desayuno raro y empecé a poner en duda si sería el desayuno. Pensé que sería otra pista falsa más para desorientarme. Decidí comer (tenía la sensación de estar muy débil). Abrir la boca me costó una eternidad. Tenía todos los músculos de alrededor de la boca doloridos. Sería por las sesiones de la bolsa. Encima tenía el lado izquierdo del labio superior inflamado. Parecido a una morrera (he tenido dos o tres en toda mi vida) y pensé que se me habría agrandado a causa de la bolsa. Aún costándome me comí el bocata de jamón.

Después me pusieron el antifaz y me sacaron otra vez. Estaba asustado, empecé a subir unas escaleras y al ver que me llevaban a otro cuarto pensé a ver que técnica nueva probarían y me asusté. De repente me quitaron el antifaz y como iba medio cojo y con muy mala imagen, me dijeron que me pusiera recto. Me llevaron a donde el medico forense. Era la misma consulta que antes. Me preguntó por el trato y le conté todo lo que me habían hecho. Me hizo un examen general y me dijo que tenía el labio hincho y que tenía unas marcas en la espalda (yo hasta entonces no me había fijado) y creo que también escribió que estaba cansado. Me dijo que era miércoles a la mañana y le pregunté la hora (eran las 11 de la mañana).

De ahí me llevaron al calabozo, pero cogieron todas mis cosas (una botella de agua y una manta) y me cambiaron de celda. Era muy parecida a la otra, de largura un poco más pequeña y organizada de otra manera.

A las 12 de la mañana, me pusieron el antifaz y otra vez me sacaron, aunque hasta entonces me habían sacado de otra puerta, al cambiarme de calabozo, me sacaron por una que estaba al lado de los baños. De esa puerta a la derecha a través de un laberinto de pasillos me llevaron a la sala de tortura.

El tercer interrogatorio fue el más duro de todos. Los guardias civiles eran otros. Aunque se repetían un par de voces, todas las demás eran nuevas. Me acuerdo que a uno de ellos le llamaban “trancas”.

El camino hasta allá me hicieron hacerlo corriendo, intensificando mi debilidad y la desorientación. La sesión también la empezaron rápida y duramente. Me pusieron la bolsa en la cabeza a la cabeza y cuando me subió el vómito a la garganta y se me fueron las fuerzas, me la quitaron. “con nosotros vas a hablar”, “lo de antes ha sido una tontería comparado con lo que te vamos a hacer” “ni se te ocurra vomitar”, “aguanta, aguanta un poco más”.

En las sesiones anteriores, cuando la bolsa me empezaba a ahogar me la quitaban. En esta tercera sesión sin embargo, cuando me movía como un animal al que habían atrapado, se reían y me tenían unos minutos más. “este puede más”, “venga, no hagas teatro”…

La presión que tenía en la cabeza, pensé que me mataría. En algunos momentos pensaba: “ojalá se les vaya de las manos y me maten…” prefería estar muerto que estar ahí.

Toda la sesión tuve la bolsa bajada hasta la nariz, y me la bajaron hasta el cuello hasta casi perder el conocimiento unas diez o doce veces. Me agarraban entre seis personas o así: dos de los brazos, dos de las piernas, una de la cintura y uno o dos soltaban y estrujaban la bolsa. En algunos momentos uno se me tiraba encima de la cara para que no pudiera coger aire. Otras veces me hacían hacer sentadillas con la bolsa en la cabeza. Yo desde el principio me negué a hacerlas (puesto que no tenía fuerzas) pero me las hicieron hacer dándome golpes detrás de las rodillas y clavándome los dedos en la garganta y en la nariz. Para hacer esto dos me tenían que agarrar de los brazos puesto que no tenía fuerza suficiente para mantener el equilibrio. Como he disco de la sesión anterior, la bolsa se me pegaba en el paladar y dentro de la bolsa se mezclaban saliva, mocos y sudor. Los golpes en la cabeza se endurecieron e intensificaron y cuando sentí el vómito en la garganta y cuando estaba a punto de perder el conocimiento, empecé a hablar: “¿Qué queréis que diga? “Yo lo digo pero por favor dejadme respirar”. Intentaba inventarme lo que yo creía que ellos querían que dijese y me esforzaba en decirlo. Me tenían totalmente condicionado y diría y haría lo que ellos quisieran. Cuando no sabía algo (principalmente nombres…) me ponían la bolsa en la cabeza y me daban pistas: “es una chica…” “una chica rubia…” “su apellido empieza por com…”.

Cuando tenía la bolsa en la cabeza, me daban golpes en el pecho y en el diafragma, para que fuese más notable la falta de aire. Cuando me quitaron la bolsa (con estos también tenía que dar dos golpes en el suelo cuando quería hablar) repetí lo que ellos quisieron (a veces me hacían dar más de tres golpes: seis, nueve…). Me tenían totalmente machacado, (me tuvieron que sentar en una silla e incluso tenía dificultades para estar sentado), me dijeron que querían más nombres y que me darían tiempo para pensarlo.

Este tercer interrogatorio, físicamente fue el más duro, pero también intentaron machacarme psicológicamente. Me insultaban y me decían mentiras sobre mi familia. Entre ellas que el aita estaba en la celda de al lado. Yo escuchaba gritos pero no reconocía la voz del aita. La ama en el hospital.

A las dos y media más o menos me llevaron otra vez a los calabozos. Me hicieron estar de pie de nuevo. Para comer me dieron un bocata de tortilla de patata, y no me dejaron comer sentado. Me tuvieron hora y media de pie, sin poder descansar y sintiendo cada más cansancio. Sobre las cuatro de la tarde empezó el cuarto interrogatorio. De la puerta del lado del baño a la derecha, por los pasillos cortos y laberínticos, “lo estás haciendo muy bien, sigue así” me decían. Para cuando llegué a la sala de torturas, me repetía a mi cabeza “eres un trapo”. Me pusieron contra una esquina y empezó el interrogatorio. Yo era un muñeco de trapo. Estaba callado y quieto. Un guardia civil mientras me pegaba golpes en la cabeza (creo que era trancas) me decía que hablara, uno de ellos, joven, me decía que estuviera callado. “no digas nada, aguanta” y me pusieron la bolsa en la cabeza. Fue la peor de todas. Perdí la fuerza de las piernas, y me caí al suelo. Me cogieron entre cuatro o cinco y me tumbaron en una gomaespuma. Tenía la bolsa bajada hasta el cuello pero no la estrujaban. Aún y todo el aire entraba de poco en poco y no me dejaba recuperar todo el aire que había perdido. La sensación de asfixia se intensificaba. Estando echado en la gomaespuma, me apretaron otra vez más la bolsa; de cada extremidad del cuerpo me estiraba una persona. Otro tenía sentado encima de la tripa. Y un último me estrujaba la bolsa. No me podía mover. Y de vez en cuando, el de encima de la tripa me ponía sus manos y su pecho encima de la cabeza, para tapar todos los accesos del aire. Cuando estaba a punto de ahogarme no sé de donde saqué las fuerzas y rompí tres o cuatro bolsas. En esos casos me daban golpes en la cabeza, pero prefería los golpes en la cabeza que la sensación de ahogo. Por medio de preguntas, fui creando y guardando en la cabeza su versión: que yo no era de ETA, que tampoco de EKIN: que en la universidad era de SEGI pero ahora no; que en Nafarroa no conocía estructura de SEGI y que estábamos trabajando para resurgir el gazte – mugimendu; que el aita me pidió que tomara parte en el debate de la izquierda abertzale (puesto que no había ninguna voz joven) …

Como veis, no hice ninguna grave declaración en contra mía (ellos también me lo decían), pero pronto empezaron a preguntarme por dos reuniones, una en Zizur y otra en la calle Estafeta del casco viejo de Iruña. Querían que dijera que estuve allá y otros nombres de los que estuvieron allí (me tuve que aprender los que ellos me decían; y entendí que en vez de ir en contra mía, les interesaba más que dijera nombres y que declarara en contra de esas personas; inculpar a otras personas concretamente. Psicológicamente también me gritaban constantemente. La voz de estos guardias civiles era por el contrario más seria y me daba miedo (o por lo menos respeto). Me decían mensajes contradictorios, unos que hablara, otros que no, que aguantara (estos últimos, se reían y decían que se lo estaban pasando bien mientras me ahogaban). Intenté entender su punto de vista. ¿Cómo podían disfrutar provocando tanto sufrimiento? Me creí que las ganas de venganza y el odio los había cegado y deseé no vivir nunca su situación. Me decían que la ama estaba en el hospital y que el aita estaba en la celda de al lado llorando (“tendrías que ver cómo llora la nenaza de tu padre”) creían que con esas palabras me humillarían.

Hacia las seis de la tarde, me llevaron a rastras a la celda. “¿Qué te pasa?” “¿no puedes andar?” esta vez me trataron mejor: “ves como si hablas nos entendemos mejor…?”

En el calabozo, me tumbé en la cama y sin poder dormir, descansé un poco. Me asustaba con todos los ruidos y voces de los alrededores. Cuando se acercaban los pasos a mi celda, deseaba que fuesen a por otro antes que a por mí. De repente, en el calabozo de al lado empecé a oír unos lloros y reconocí la voz de mi aita. ¡No me lo podía creer! Sin duda era la voz del aita y lloraba de un modo incontrolado. Se me cayó el cielo encima.

Intenté afinar el oído y entre los nombres que mi hermano me había gritado a la mañana que habían cogido conmigo reconocer a quién de ellos podía pertenecer la voz que oía. Le impuse a mi cabeza otra versión para sacarme de ella que mi aita podía estar ahí.

Aproveché para ir al baño y beber agua. Una hora más tarde, de nuevo me pusieron el antifaz y me sacaron de la puerta de al lado del baño, pero esta vez en lugar de a la derecha, giramos a la izquierda. Empezamos a subir las escaleras que reconocía y me tranquilicé un poco. Como bien pensaba me llevaron al médico forense. De nuevo le conté todo lo que me habían hecho. Que el trato había emporado mucho y la presión de la cabeza se había intensificado. Que me había subido el vómito hasta la garganta, que había llegado un momento en el que no podía casi andar y que el subir y bajar escaleras era un esfuerzo grandísimo… El me dijo que era miércoles y que eran las 8 de la tarde; y que igual pasaba el viernes ante el juez. Me llevaron al calabozo y a las 8 y media o así me trajeron un bocata de salchichón seco y un botellín de agua. De nuevo tuve problemas para abrir la boca, tenía las mejillas muy doloridas. Tenía la cara agarrotada. Después de cenar, dormí.

Hacia las diez y media vinieron otra vez a por mí. Esta vez me llevaron tranquilo. Cuando fuimos de la puerta del lado del baño a la derecha se me aceleraron los latidos del corazón. “tranquilo lo estás haciendo muy bien”, “ahora vamos a preparar unas preguntas que luego te repetiremos arriba”. Al entrar en el cuarto, me preguntaron si me quería sentar, yo que sí. Estando sentado oía como estrujaban una bolsa de plástico. “no quieres volver a la situación anterior no ¿Iker?” me amenazaban. Me repitieron una y otra vez las preguntas que anteriormente me habían hecho. Yo les contestaba lo aprendido. Cuando querían que concretara algo más, me bajaban la bolsa de plástico hasta la nariz y me repetían lo que tenía que decir: “¿las funciones de EKIN en esa reunión eran…? EXPONER y DE-FEN-DER su tesis…EXPONER y DE-FEN-DER” (para memorizar esa respuesta me imaginé una ex-po-si-ción de arte). Me amenazaban que volveríamos a las situaciones anteriores. Cuando habíamos repasado la declaración policial 5 o 6 veces, metieron en mis respuestas cosas nuevas; me hicieron aprenderme dos nuevos nombres. En este quinto interrogatorio, físicamente no me hicieron daño. Me controlaron psicológicamente (con la única sensación de sentir la bolsa en la cabeza)

Urtarrilak 20, osteguna:

A las 00:00 o así, con la declaración bien aprendida, me llevaron a los calabozos. Me tumbe en la cama e intente dormir, pero me empezó un grandísimo dolor en la pierna derecha y no pude dormir. Hacia las 02:00, me pusieron de nuevo el sudado antifaz y por sexta vez me llevaron por la puerta de alado del baño a la derecha. Me repitieron dos o tres veces las preguntas más complejas y me dijeron lo que tenía que hacer ese día entre amenazas. Me dijeron que las preguntas que había memorizado las tendría que responder ante un secretario, y que ya sabía que aún quedaba más de medio plazo de incomunicación. Yo una y otra vez hacia el cálculo. La incomunicación acababa el sábado y creyendo que el juez Marlasca no nos pasaría el sábado a la tarde nos quedaban por delante jueves y viernes. En ese sucio agujero de Madrid no llevaba más que un día y medio. El tiempo no pasaba, en aquella horrible pesadilla.

Me dejaron claro que conocían las vidas de mis familiares y amigos, y me creí que me tenían totalmente controlado.

Repetimos una y otra vez los nombres que querían que apareciesen en la declaración y sobre las 04:00 me condujeron al calabozo a dormir. “lo estás haciendo muy bien…”, “ya ves que si pones de tu parte, esto va mucho mejor”, “piénsate lo que vas a decir ahí arriba”.

Aunque intente dormir, el intenso dolor que tenía en la pierna derecha no me dejo. Cuando me movía un poco, el dolor me despertaba. Me acorde de mis familiares y amigos, y en la fría sala empecé a llorar, por lo menos se me entono la cabeza.

Al final el cansancio supero el dolor y conseguí dormir. Me desperté sobre las 09:30.

A las 10:00 me trajeron el desayuno: café con leche y magdalenas Martínez. Cuando termine el desayuno, me colocaron el antifaz y pensé que pasaría por el médico forense. Pero al salir de la puerta de alado del baño en vez de ir a la izquierda fuimos a la derecha.

El séptimo interrogatorio, fue el repaso de la declaración que tenía que hacer. Aprovecharon para enseñarme una foto de mi compañera de piso y de una amiga de la cuadrilla. En “mi declaración” también me identificaron los nombres aprendidos mediante fotos, para que luego yo, hiciera lo mismo ante los secretarios. Me dijeron que arriba me harían una prueba de caligrafía.

Finalizado el repaso, me amenazaron que si arriba no decía lo mismo volveríamos a la situación del principio: “tu ten claro que después de la declaración vas a bajar otra vez aquí, y estarás en nuestras manos…”

Y después, debatimos sobre la situación de Euskal Herria y de la apuesta tomada por la Izquierda Abertzale.

Me bajaron a la celda y a los cinco minutos me llevaron al médico forense. Le dije que el trato había mejorado, pero que no podía dormir por el dolor que tenía en la pierna, ni tampoco andar. Me comento que era jueves las 11:00 de la mañana y que me daría una pastilla para dormir (al final me dio dos una para quitar el dolor y la otra para proteger el estómago, puesto que me habían dado mal de comer).

Sobre las 14:30, me trajeron un bocadillo de chorizo. Después me introdujeron en una diferente sala y me comunicaron que haría la declaración en unos minutos. Que uno de ellos estaría conmigo y que según lo que dijera me tratarían al bajar. Que estaba en mis manos el volver a la situación del principio.

Sobre las 18:00, me introdujeron en una sala que estaba alado de la del médico forense. “Ni se te ocurra girar la cabeza y mirar para atrás” me dijo el Guardia Civil que tenía detrás sentado. Aunque me habían quitado el antifaz antes de entrar a la sala esa amenaza me asusto y no mire. Enfrente tenía dos hombres jóvenes. Mientras uno escribía en un ordenador el otro me leía las preguntas y se las repetía al “mecanógrafo”. Aunque tenía el derecho de permanecer en silencio, por miedo a volver a vivir todo lo vivido hasta la fecha, respondí todas las preguntas aprendidas. Identifique las fotos y copie un testo sin sentido en mayúscula y minúscula. Al finalizar, firme todo.

A las 19:00 me bajaron a los calabozos. Para cenar me dieron un bollo de jamón york y queso.

Luego me llevaron ante el médico forense, y me dijo que habiendo hecho la declaración lo más seguro era que el viernes pasaría ante el juez.

A las 22:30 tuve la “despedida” con la Guardia Civil. Me dijeron que la declaración estaba muy bien y que la petición para pasar ante el juez estaba hecha. Que estaba en mis manos el repetirle lo mismo al juez o no, pero que si lo repetía, lo más seguro era que me dejara en libertad.

A las 23:00 me llevaron al calabozo y dormí.

Urtarrilak 21, Ostirala:

Me levante a las 08:00 de la mañana y desayune (café con leche y madalenas). Hacia las 09:00 cogí todas mis cosas, me pusieron las esposas y el antifaz y me llevaron al médico forense. Por una puerta que estaba al lado me sacaron al parking (igual no era parking pero el furgón estaba allí), me metieron en el furgón y me condujeron a la Audiencia Nacional helado de frio. (Las camisetas que me quitaron el primer día se las dieron a otro detenido y me las dio en ingresos de Soto del Real). Después de pasar el día en la Audiencia Nacional, pase por delante del juez (Marlasca), le conté los malos tratos recibidos, no respondí a sus preguntas y siguiendo el consejo del fiscal me mando a la cárcel, dando por finalizada mi incomunicación.

IÑIGO GONZALEZ ETAYO

Testimonio

A mi casa llegaron sobre las 4:00 de la mañana, yo me encontraba dormido, me desperté y les abrí la puerta. Ellos, unos 5 Guardias Civiles, me esposaron y me pusieron de cara a la pared en el rellano del portal. Acto seguido registraron todas las habitaciones de la casa y sacaron a mis compañeros de piso, 4 en total. Una vez que estábamos todos los del piso en el rellano, me comunicaron que estaba detenido e incomunicado. Yo, que todavía me encontraba en calzoncillos fui dirigido a mi cuarto para que me vistiera y les diera mi DNI y mi tarjeta de la seguridad social. Una vez vestido, comenzó el registro de la casa.

El registro comenzó en el hall de la casa, a mí me tenían en el rellano del portal mirando hacia adentro. Luego fue registrado un baño pequeño y acto seguido la cocina. En todos ellos el trato fue correcto y yo era capaz de ver todo lo que hacían. Cuando acabaron con la cocina empezaban los registros de las habitaciones. Mis compañeros que se encontraban en los sofás del salón fueron llamados uno a uno para registrar sus respectivas habitaciones, mientras tanto yo permanecía en el pasillo observando los registros. Para entonces ya me habían quitado las esposas y estaba tranquilo. Una vez finalizado el registro de mi habitación me pidieron que cogiese ropa ya que me iban a trasladar. Cogí ropa y me despedí de mis amigos dándoles un beso a cada uno.

Volvieron a esposarme y me dijeron que no hiciera tonterías ya que debajo de casa se encontraban medios de comunicación. Me esposaron por delante y me pusieron la capucha del jersey, dos Guardias Civiles uniformados me escoltaron hasta el ascensor y después hasta el patrol.

Dentro del patrol todo fue en silencio. Me condujeron hasta la Audiencia de Iruñea. Allí me tomaron las huellas dactilares y me preguntaron si quería realizar la prueba de ADN, a lo que contesté que no. Me introdujeron en un calabozo de espaldas contra la pared al rededor de una hora, para después entregarme a 4 Guardias Civiles encapuchados que conducían un Renault Megane. Me quitaron las esposas y me pusieron una cuerda en las manos a modo de esposa atadas a la espalda, también me colocaron un antifaz y me quitaron las gafas.

A mí me sentaron en medio de la parte de atrás de coche con un Guardia Civil a cada lado. Estos dos Guardias Civiles serían con los que conviviera el resto de mi detención. Nada más echar a andar el coche empezó la agonía. Me preguntaban constantemente sobre cosas que no sabía contestar y mientras me daban golpes en la cabeza y golpes fuertes en el pecho con la mano abierta. Debido a la postura me dolían muchísimo la espalda y la muñecas. Las preguntas y los golpes fueron constantes hasta que el coche paró a mitad de camino más o menos. Cuando paramos salieron tres del coche y yo me quedé con uno dentro, “el poli bueno”, me dejó estirar la espalda un poco y también los pies, poco después él salió y entro el “poli malo” y otro, se sentaron uno a cada lado mío. Empezaron a darme collejas y golpes en el pecho mientras me hacían preguntas, en un momento se enfadaron y me bajaron a medias los pantalones mientras el “poli malo” hacía sonar unas canicas o dados de cristal, él los llamaba dados. Mientras me forcejeaban para intentar abrirme las piernas me gritaban fuerte al oído “¡lo estas haciendo muy difícil!”, yo me resistí todo lo que pude para que no me abrieran las piernas y para que no me dieran la vuelta. Entonces el “poli malo” dijo que estaba sacando una navaja, aunque yo veía por debajo del antifaz que se trataba de un boli. Me hurgaba con el boli por el muslo interior cerca del escroto mientras el otro me sujetaba con una mano y me intentaba abrir las piernas con la otra. Pararon y me dijeron que luego seguiríamos, que teníamos mucho tiempo, que se me acababa el tiempo. El de mi derecha salió de la parte de atrás y se puso de copiloto, el “poli bueno” entró y se puso a mi derecha otra vez, el conductor entró y arrancó el coche. El resto del viaje siguieron haciéndome preguntas y dándome golpes en el pecho de vez en cuando.

Cuando, me imagino, llegamos a Madrid empezaron a sonar sirenas, ellos me decían que delante iba otro coche con otro detenido, entonces aceleraron muchísimo y fuimos muy rápido durante unos minutos con giros muy bruscos como para adelantar. Al poco tiempo llegamos a la comisaría de la Guardia Civil. Me bajaron del coche y me metieron en un edificio por una puerta doble, bajamos unas escaleras y tras pasar un pasillo me metieron en un calabozo y me quitaron el antifaz.

Dentro del calabozo pasó mucho tiempo. Era un cuarto de unos 10m2 con un bloque de cemento con un colchón sin funda encima y una manta. Calculé que sería el mediodía ya que salimos de la Audiencia de Iruñea entre las 7h y las 8h. Conseguí dormir un poco hasta que se abrió una ventanilla metálica de la puerta, un Guardia Civil encapuchado detrás de ella me dijo que me levantara y que me pusiera de espaldas contra la pared. Cuando lo hice él abrió la puerta y me puso el antifaz, me cogió del brazo y pasamos el mismo pasillo de antes, subimos las mismas escaleras y cuando llegamos al último rellano de las escaleras paramos. Me quitó el antifaz y me condujo hasta la puerta doble por donde había entrado, a la izquierda había una puerta, también se encontraban unos 4 Guardias Civiles muy mayores con carpetas en la mano. El último de ellos me cogió y me metió en la puerta. En la habitación había una silla, una mesa con un aparato para medir la tensión y una persona que me dijo que era el médico forense, me enseñó su carnet. Me preguntó qué tal estaba, yo le dije que bien. Me tomó la tensión y me dijo que estaba un poco baja pero bien. Yo le dije que era hipoglucémico, él me dijo que si tomaba algún tipo de medicación para ellos, yo le dije que no, pero que tenía que controlar un poco la ingesta de azúcar. Le pregunté la hora y me dijo que eran las 19h40. Tocó la puerta, entró el último Guardia Civil que me había cogido, de unos 50-60 años, canoso y con barba. Éste me llevó hasta un Guardia Civil encapuchado en la entrada de las escaleras de antes, volvió a ponerme el antifaz y me llevó hasta el mismo calabozo de antes. Yo me tumbé e intenté dormir otro poco. Fui oyendo cómo abrían otras celdas y se llevaban a más detenidos que estaban en celdas contiguas. Llegué a contar 6 aperturas de celdas, a uno le escuché referirse al mía como la “2”.

Antes de que consiguiera dormir volvió a abrirse la trampilla de la puerta y me ordenaron lo mismo, de espaldas contra la pared. Me cogió, me puso el antifaz y me llevó hasta que me cogió el “poli malo” justo al salir de donde los calabozos. Me condujo agarrado por el brazo hasta una habitación que creo que está en el pasillo que conducía a las escaleras, allí me metió en una sala de la parte izquierda. En la habitación había una mesa con unos papeles, el “poli bueno” otros dos.

Me pusieron de cara a la pared, el “poli bueno” a la izquierda y el “malo” a la derecha. Entonces volvieron a hacerme preguntas que no sabía contestar. El “malo” me dijo “lo estás haciendo difícil, hay dos manera de hacerlo, por las buenas o por las malas”, entonces sacaron una bolsa y me la pusieron en la cabeza, me agarraron daca uno de un brazo y me empezaron a obligar a hacer “sentadillas”, me bajaban y me subían mientras yo hacía la fuerza en sentido contrario para resistirme. Mientras me gritaban muy fuerte al oído “¡se te acaba el tiempo gilipollas!”. La bolsa me empezaba a ahogar y cuando se me despegaba mucho de la cara el “poli malo” tiraba de ella para que se apretase un poco. Al poco rato me dolían mucho las piernas y empezaba a sentir una horrible sensación de asfixia. Volvieron a dejarme de pie y seguían haciéndome preguntas que no sabía contestar. Entonces apretaron mucho la bolsa, hasta el punto que sólo conseguía respirara un poco por la nariz mientras uno de ellos me daba golpes en la tripa con el dedo, muy punzantes, en dirección hacia el pecho, como intentando evitar la caja torácica. Estos golpes me hacían expulsar el poco aire que tenía me ahogaba más.

Pararon y me siguieron haciendo preguntas, tampoco contesté, entonces empezaron a apretar más la bolsa hasta el punto que me ahogaba del todo y me daban arcadas. Cuando sucedía eso me decían “no vomites que te lo vas a comer”. Repitieron esos ahogamientos unas 5 veces y volvieron a parar. Más preguntas. Entonces el “poli malo” dijo que se estaba cabreando que “los estaba poniendo muy difícil”. Volvieron a hacerme la bolsa con el mismo método de los golpes punzantes en la tripa, conseguí romperla con los dientes, pero le dieron la vuelta y siguieron,repitieron unas 3 veces más hasta que conseguí soltarme un brazo y romper la bolsa con el dedo, le volvieron a dar la vuelta.

Eso les cabreó y me pusieron las manos en la espalda inmobilizándome más, siguieron con la bolsa, me dijeron que seguirían hasta que yo quisiera hablar y para ello tenía que levantar la pierna izquierda 2 veces. Las siguientes 2 veces pararon cuando levantaba el pie pero yo no decía nada, entonces las 4-5 siguientes aunque levantara el pie me decían “venga txino, aguanta más que tú puedes” y seguía unos 30 segundos más hasta que me subía los calores a la cabeza y me entraban arcadas. En un momento me empecé a marear mucho, las piernas no me sujetaban y la cabeza se me iba, me sentaron en una silla pero uno me sujetaba porque me caía redondo. Tengo falta de azúcar y ellos lo sabían ya que uno me metió un azucarillo a la boca y un poco de agua y me lo hizo tragar. Yo me asusté mucho, pensaba que me desmayaba, ellos también parecían asustados al verme y decidieron parar y llevarme al calabozo.

Al poco rato volvieron a sonar los golpes metálicos de las puertas “¡de pie y contra la pared!”, me volvieron a entregar al “poli malo”, “¿Estas bien?”, me preguntó, yo casi no podía andar por el dolor en las piernas por las sentadillas, estaba aterrorizado, aún y todo contesté que sí. Me llevó al mismo sitio de antes con las mismas personas, “¿vas a hablar?”. Yo contesté que no sabía nada y seguidamente me pusieron la bolsa. Esta vez me ahogaban hasta la extenuación directamente, el “poli malo” me tapaba la nariz y la boca con la mano mientras tenía la bolsa puesta, enseguida me ahogaba y me daban arcadas. Yo les pedía que parasen pero me decían que aguantaba muy bien. Entonces mientras me hacían la bolsa el “poli malo” me dio un enchufe y me lo izo agarrar, “se te acaba el tiempo gilipollas”, “esto no merece la pena”. Yo lo soltaba pero me lo volvía a poner y me ahogaban más fuertemente tirándome la cabeza hacia atrás. Entonces sacó los dados del viaje y los hacía sonar, me bajaron los pantalones hasta las rodillas, también los calzoncillos, “te va a gustar, ya lo verás”, pero no sufría ni calambres ni llegaron a meterme nada. Esto todo habría durado entre 1 y 2 horas. De vez en cuando paraban para que escuchase los gritos de otro detenido, “nos lo estamos pasando de puta madre”. Acabé destrozado y suplicando, al final pararon y me dijeron que pensase en actos de kale borroka para autoinculparme. Me condujeron de nuevo a la celda.

Volvieron a abrir la celda a las horas. Me vuelven a poner el antifaz, yo estaba temblando de miedo. Esta vez me volvieron a subir al forense. El forense me preguntó que si me habían maltratado, contesté que no. Le dije que me tomara la tensión, me la tomó pero estaba bien, también me dijo que era miércoles por la mañana. La misma operación, me coge el viejo canoso, me entrega a un Guardia Civil encapuchado, éste me pone el antifaz, bajamos las escaleras, pasamos el pasillo y llegamos a la celda. Comí un poco del bocadillo que me habían dado el día anterior.

Al poco tiempo volvieron a cogerme, me pusieron el antifaz y me entregaron al “poli malo”, “¿has pensado en lo que hemos hablado?”, “no lo sé” contesté, “ya verás cómo sí” dijo él. Otra vez a la misma habitación. Yo no hablé hasta que me hicieron coger la bolsa con la mano. Me cosieron a preguntas para inculparme y para culpar a otras personas. Cuando contestaba algo que no les gustaba “el jefe” decía que no y me ponían la bolsa hasta que decía lo que ellos querían. Yo física y psicológicamente estaba destrozado, no aguantaba más, entonces me hablaron de la declaración policial. Yo les dije que sólo iba a declara delente del juez. Entonces me agarraron muy violentamente y me volvieron a hacer la bolsa unas 3 o 4 veces hasta que accedí. Había traicionado a mi persona, me sentía como la basura, me habían anulado.

Los siguientes interrogatorios siempre 2 después de ver al forense, fueron miércoles noche, jueves por la mañana y por la noche y viernes por la mañana. Me prepararon la declaración policial, unas 4 o 5 veces por interrogatorio, hasta que la aprendía de memoria. En el último interrogatorio del viernes a la mañana me dijeron que la declaración policial la haría en dos partes porque no se fiaban. Declararía en una primera sesión, bajaría con ellos y volvería a bajar con ellos para ver qué había dicho. Así fue. Subí y declaré todo lo que me dijeron. Pero mi abogado supongo que atónito por ver cómo me autoinculpaba e inculpaba a otras personas, dijo que quería hacer dos preguntas: a ver si yo estaba declarando libremente y a ver si me estaban tratando correctamente. Evidentemente rodeado de Guardias y sabiendo que tenía que bajar otra vez con mis torturadores contesté que sí.

Me bajaron al calabozo y al rato me volvieron a entregar al “poli malo”, “lo has hecho muy bien txino”. Me llevaron a otra salita, me sentaron y repasaron la segunda parte de la declaración. Yo temblaba de miedo, volví a la celda y al poco rato me volvieron a subir a la declaración donde solté todo lo que me dijeron. Me bajaron al calabozo, yo ya pensaba que me dejarían en paz y conseguí dormir, bajé del todo la guardia. Entonces volvió a sonar el cerrojo, me volvían a entregar al “poli malo”, me sentaron en una silla y me dijeron que si contaba algo, me cogerían otra vez porque iba a salir libre bajo fianza. Me tenía que ratificar aten el juez y no denunciar torturas. Todo eso me hundió mucho aunque ya tenía decidido denunciar todo ante el juez. Psicológicamente fue la más dura, pensar que se había acabado y volver a empezar. Rápidamente me llevaron a la celda.

A las horas me sacaron de la celda y me llevaron a un autobús de la Guardia Civil, nos llevaron a la Audiencia Nacional. Allí por fin pude hablar con alguien conocido, la abogada. Antes de eso solicité la visita del forense al cual conté toda esta horrible historia, él la apuntó. Delante del juez negué todo lo declarado en comisaría y denuncié graves torturas mientras Marlaska miraba al techo y yo lloraba sin parar. Mi abogada dudó del trato recibido en comisaría pero la sentencia ya viene marcada, cárcel. Justo al bajar vi a la abogada al levantarme la incomunicación. Nos gritamos de celada a celda para darnos ánimos el uno al otro, entonces supe a quién habían detenido.

PATXI ARRATIBEL “Xafan”

Testimonio

Al rededor de las 3:00 de la mañana del día 18 de enero de 2011 oí cómo aporreaban la puerta de mi casas. Estaba en la cama con mi compañera y me levanté sobresaltado y le avisé de que venían a por mí. Por la ventana de mi habitación había visto varios vehículos en la puerta de mi casa. Era la Guardia Civil.

Me vestí corriendo y abrí la puerta, en seguida se abalanzaron sobre mí dos agentes de lo GAR uniformados y fuertemente armados. Yo les dije que estuvieran tranquilos y a que estaban muy excitados. Entre gritos, me hicieron levantar las manos y me sacaron al portal mientras más agentes de paisano y más agentes uniformados entraron en casa.

Miraron toda la casa, metieron a nuestra perra en un baño de la casa y mantuvieron a mi compañera retenida en nuestra habitación. De aquí en adelante ya no volvería a estar con ella. Un Guardia Civil encapuchado me leyó mis derechos. Una persona se presentó como agente judicial y me dijo que se iba a efectuar el registro de toda la casa y que yo estaría presente en todo el registro. Comenzaron el registro.

El registro lo comenzó una chica sacando fotos a las habitaciones. A cada habitación le designaba un número, antes de fotografiarla. Fue esta chica la que cogió los cepillos de dientes del baño de nuestra habitación, preguntándome por cuál era el mío. Íbamos de habitación en habitación. Miraron todos y cada uno de los CDs que tenía y los que eran grabados los cogían. Miraron todos los libros que había encasa, revistas… lo miraban todo hoja por hoja. Se llevaron libros del Movimiento Pro Amnistía, Gazte Asanblada, Etxerat… Miraron las figuras decorativas de casa, así como los cuadros, movían los muebles, sacaban los cajones, etc. Todo lo que oliera a tema político o fuera de algún movimiento popular se lo llevaron. Además de esto, se llevaron todos los discos duros, sean del ordenador o sean externos, los pendrives, tarjetas de memoria de los teléfonos, los teléfonos, etc. (también los de mi compañera).

La metodología del registro era siempre la misma: decían la habitación, me llevaban a ella y detrás el agente judicial y comenzaban el registro. El agente judicial se aseguraba de que yo presenciara el registro. Terminaron con el piso, subimos al desván y después bajamos a la plaza de garaje donde registraron la furgoneta. Antes de bajar al garaje les pedí que me dejaran despedirme de mi compañera y me dijeron que no podía, que estaba incomunicado.

Una vez terminado el registro, acercaron un patrol de los GAR al garaje y me metieron dentro. Igual que cuando entramos al garaje, escuché gritos de ánimo de mi compañera, familia, vecinos, amigos… Por unos segundos pude ver a algunas de estas personas… ¡me saltaban las lágrimas!

De Etxarri me llevaron a la Herriko, donde trabajo. Dentro se encontraba un trabajador limpiando la taberna y les pedí que le dejaran marchar. Accedieron y se marchó. El bar lo registraron como el piso, zona por zona, estando yo presente y con la supervisión del agente judicial. Empezaron por la barra y se llevaron todo el dinero de la caja, del bote de Etxerat, de la venta de maquetas de los músicos… Lo contaban separando monedas y billetes. Aquí igual que en casa, todo lo que olía a movimiento popular, sean revistas, ropa, lo que sea, lo cogían. Se llevaron también los discos duros: uno de música, otro del comedor y otro externo con música. No puedo asegurar si se llevaron también el disco duro del ordenador de la caja registradora. Después siguieron por la cocina. Su registro fue rápido. Cogieron un pendrive de música de la radio de la cocina. De ahí al almacén donde miraron entre la comida y la bebida llagando incluso a abrir cajas de vino. Había algo de ropa para vender y se lo llevaron. Luego le tocó el turno a la oficina. Miraron todos los papeles de arriba a abajo, cajones, recovecos,… Cogieron mi agenda del 2010. Luego sacaron el ordenador de mesa de la oficina y lo rompieron para sacarle el disco duro. Se llevaron un pendrive con música, un notebook de la tómbola sin usar y no sé qué más. Había dinero en la caja fuerte y encima de la mesa. También algunos cambios en algún cajón. Lo contaron de la misma manera que el dinero de la barra y se lo llevaron. Después pasaron al baño y taquillas de los trabajadores. Les pregunté si podían registrar las taquillas y el agente judicial me dijo que sin orden no. Entonces yo les dije que no las miraran pero como estaban abiertas las registraron igual.

Una vez terminado el registro el agente judicial se marchó y acercaron un patrol a la puerta del bar. Me pusieron una sudadera mía en la cabeza y me sacaron del bar. En dos segundos pude ver a un hermano mío y a algún conocido del pueblo, algún amigo también. Pude escuchar los gritos de ánimo de mi compañera y la gente que estaba allí. Axilotuak askatu! Todavía se me inundan los ojos de lágrimas de la emoción, igual que en aquel momento. Mila esker denoi!

Me llevaron a la Audiencia de Iruñea entrando con el patrol en su interior. Me bajaron del vehículo y me llevaron a una habitación donde me tomaron las huellas de las manos, dedos… ¡huellas de todo! Me hicieron fotos y me extrajeron saliva para la prueba de ADN. No me negué pues de casa ya se habían llevado mi cepillo de dientes. Después me llevaron done el médico forense de la Audiencias, un catalán. En el trayecto me encontré con unas 6 personas que, lejos de intimidarles la situación me animaron, cosa que agradecí y agradezco con todo mi corazón. ¡Aupa por vosotros/as! El médico de la Audiencia me inspeccionó y me preguntó por el trato recibido. Le dije que hasta entonces el trato había sido correcto. Después de estar con el médico volvimos a los garajes de la Audiencia.

Los GAR me dejaron en manos de agentes de paisano, los cuales de entrada me dijeron que mirara al suelo. Enseguida me pusieron un antifaz por el cual no veía nada. Me quitaron las esposas metálicas y me pusieron otras de cuerda, que me las apretaron de forma que me cortaron la circulación en las manos. Me metieron en un coche normal en el asiento de atrás, con las manos en la espalda, esto es, con todo el peso de mi cuerpo encima de los brazos y manos. Luego se sentaron dos individuos a cada lado y casi no podía moverme un centímetro. Al principio, quitando el dolor que me producían las cuerdas, la postura era llevadera pero después de dos horas de camino empezó a ser inaguantable. En el camino de Iruñea a Madrid me interrogaron. No hubo golpes pero sí amenazas, “¡ya verás cuando lleguemos a Madrid, te vas a enterar, nos vas a contar todo hijo-puta!”.

Viajábamos en el coche dos adelante y tres detrás. Hicieron una única parada para repostar. Se bajaron los cuatro y me dejaron sólo en el coche. Yo aproveché para estirarme un poco y cambiar de postura. Pero no duró mucho. Volvieron a entrar y proseguimos la marcha. Entrando en Madrid y viendo que yo ya no podía aguantar, no paraba quieto por el dolor que tenía en las manos, brazos, espalda, cuello… me cortaron las esposas de cuerda y me pusieron otras de hierro pero esta vez por delante, pasando una mano por debajo de la rodilla. Fue un gran alivio. Había viajado desde Iruñea casi sin poder moverme en una postura muy jodida y lo estaba pasando francamente mal.

Noté cómo entrábamos en un lugar oficial porque pararon el coche y después de varios segundos continuaron despacio hasta detener el coche. Me bajaron del coche y entramos en un edificio. Siempre con el antifaz puesto, sin poder ver nada y con la cabeza bajada mirando al suelo. Me llevaron por unos pasillos, unas escaleras para abajo, más pasillos… Un individuo me sujetaba por detrás y me iba dirigiendo hasta que me frenó en el umbral de una puerta estrecha. Era la puerta de una celda. Me quitó el antifaz y me dijo que no mirara hacia atrás hasta que se cerrara la puerta. Mientras cerraba la puerta, a duras penas pude ver una celda de unos 2 metros de ancho, por unos 4 metros de largo aproximadamente. A su izquierda contra la pared y en la esquina había un cubo de hormigón con un colchón sin sábanas encima. Ya había llegado. Estaba en las mazmorras de la Guardia Civil.

Me tiré en el colchón. Estaba a oscuras prácticamente. Sólo un hilo de luz artificial que entraba por una pequeña ventana rompía la total oscuridad. Pronto me dí cuenta de que no estaba sólo. Alguien aporreó la puerta de una celda desde dentro igual que se hace para llamar una puerta. “¿Qué quiere?” habló una voz. Otra voz tímidamente contestó algo que no pude oír. Era otro detenido que quería ir al baño. Más tarde otro detenido repitió lo mismo que el anterior. Al final calculé que estábamos unas 7 personas pero no tenía ni idea realmente, porque a veces pensaba que éramos 5,, ¿cuántos seríamos realmente?.

Después de esperar una eternidad, atento a todos y cada uno de los ruidos que escuchaba en el exterior, alguien vino a una celda y se llevaron a una persona de su interior. Luego a otra, y a otra. Pero volvían. De repente abrieron una ventana pequeña que había en la puerta de mi celda y me dijeron que me pusiera de pie y de espaldas a la puerta. Luego abrieron la puerta de la celda y me pidieron que caminara hacia atrás hasta el umbral de la puerta. Una vez allí me dieron un antifaz para que me lo colocara. Me agarraron por detrás y me guiaron por los pasillos, izquierda, derecha, recto, escaleras, descansillo y escaleras y al llegar al último descansillo de las escaleras me quitaron el antifaz y otro hombre distinto, éste a cara descubierta, me condujo a una habitación donde había un hombre, un mesa y unos papeles sobre ella. Era el médico forense. Éste me preguntó si estaba bien y si me habían tratado bien. Al entra en la habitación cerraron la puerta detrás de mí y los Guardias Civiles se quedaron justo al otro lado. Esto no me dio ninguna confianza y temía que pudieran escuchar lo que hablaba con el forense. Así que decidí no contarle el viaje que me habían dado. Me tomó la tensión, me dijo que estaba bien y me explicó que pasaría todas las mañanas y todas las tardes a verme. Llamó en la puerta desde dentro y el mismo hombre que me había llevado en el último tramo a cara descubierta me cogió por el hombro y deshicimos el camino andado hasta llegar a las escaleras. Y en el mismo descansillo que me quitaron el antifaz anteriormente me lo volvieron a poner y otra vez fui dirigido por otros hombres hasta mi celda.

Al poco tiempo de estar en la celda volvieron a abrir el portón pequeño de la puerta y me dijeron que me pusiera en pie. Siguiendo el protocolo antes comentado, “hacia atrás, sin mirar y ponte el antifaz” me volvió a coger un hombre por detrás y me guió otra vez a través de los pasillos. Ésta vez antes de llegar a las escaleras noté cómo otro hombre me sujetaba y me saludaba. Era el hombre que viajó a mi derecha de Iruñea a Madrid, el mismo que me interrogó y amenazó en el coche. Me llevó hasta una habitación y me dejó en una esquina de la misma. No estábamos los dos solos, noté cómo había más gente. Y es aquí donde empezó todo.

El mismo que me había interrogado en el coche repitió el interrogatorio pero se le sumaron otras dos personas. Y una cuarta persona también preguntaba. Éste parecía el jefe de los demás. Una pregunta detrás de la otra sin parar. Desde ETA, Ekin, Askatasuna… hasta mi militancia en la Izquierda Abertzale desde sus orígenes, y todo mezclado con preguntas sobre mi familia, compañera, amigos y salpicado con muchos insultos y amenazas. Llegó un momento que se cansaron de que yo no colaborara con ellos y me dijeron que ya valía. Que iba a ver. Me cogieron las manos y me pusieron un brazalete de goma-espuma en cada muñeca. Me sentaron en una silla con apoyabrazos y amarraron mis muñecas a los mismo. Me cogieron los tobillos y repitiendo lo mismo que con las muñecas me los ataron a las patas delanteras de la silla. “Ahora verás”. Noté cómo un hombre se colocaba detrás de mí y oí una bolsa. Los otros dos hombres se pusieron delante de mí y uno de ellos comenzó a pegarme en los testículos. Yo cerraba las piernas pero él me las abría y me pegaba, no muy fuerte, parecía que no quería dejarme ninguna marca. El hombre que se había colocado detrás me cubrió la cabeza con una bolsa enrollando el sobrante y sujetándola fuerte contra mi nuca. Pronto empecé a quedarme sin aire y pronto comenzaron el pánico, la angustia y el ahogo. El plástico se me pegaba en los orificios de la nariz y en la boca. Yo me revolvía pero me sujetaban, me gritaban, me preguntaban, insultaban, y el plástico entraba en mi boca pegándose en el paladar… Al principio paraban en este momento. Me dijeron que si quería hablar y siempre que fuera para contarles cosas razonables, tenía que mover la mano izquierda arriba y abajo y así ellos me quitarían la bolsa. Yo empecé a mover la mano cada vez que quería que parasen y cuando vieron que no les contaba nada me dijeron que ya daba igual que moviera mi mano o que no la moviera, que ya no me valía para nada. Efectivamente, de ahí en adelante aunque yo movía la mano ya no me quitaban la bolsa y las sesiones eran cada vez más largas. No sé si era la sexta o la séptima vez y yo ya no podía más. Todavía no sé ni cómo, me deshice de las ataduras de mi mano derecha, pie derecho y luego también la de la mano izquierda y me puse de pie y me arranqué la bolsa de mi cabeza cogiendo oxígeno como un energúmeno. Esto no les gustó nada, “¡hijo-puta, vas a ver!”. Me soltaron la atadura de mi tobillo izquierdo y me juntaron los pies. Me los ataron con cinta a la altura de los tobillos. Cogieron mis manos y me las juntaron. Me ataron con cinta adhesiva las muñecas. Trajeron una manta y me rodearon con ella dejando sin tapar la cabeza. Cogieron cinta (¿americana?) adhesiva y me dieron vueltas y más vueltas por encima de la manta, quedando yo totalmente embalado como si fuera un paquete. “Esto se llama la momia”. Me tiraron boca arriba en un colchón que habían preparado. Uno de los hombres se colocó encima de mis piernas. Otro me sujetaba el cuerpo y el tercero me puso la bolsa y me sujetaba la cabeza entre sus piernas, se ponía de rodillas para ello. Otra vez la angustia, el ahogo… Casi no podía moverme, me agarraban los pies, me apretaban el tripa y lo único que a veces conseguía era mover la cabeza y contadas veces robaba un suspiro de oxígeno que me ayudaba a aguantar. Pero cada vez era peor y yo cada vez estaba más hecho polvo. Cuando les daba la gana me dejaban respirar un segundo y seguían. De repente, en la séptima y octava vez empecé a ver todo en blanco, la oscuridad del antifaz había desaparecido y me vacié al instante. Me había orinado encima casi sin darme cuenta. Entonces pararon. “¡Se ha meado, se ha meado!”, “¡eres un puto cerdo!” y se reían de mí. “Escucha” dijeron, y fue entonces cuando oí a otro detenido gritando en la habitación de al lado. Esto también fue muy duro, oía los gritos de los Guardias Civiles pero también los de una persona que gritaba de dolor y sufrimiento, igual igual que yo. Era inaguantable, muy duro. Me dejaron descansar unos minutos, incluso por un momento pensé que me dejarían en paz, pero no fue así. Volvieron a la carga igual que antes. Las sesiones eran muy largas y yo me resistía como podía. Rompía todas las bolsas posibles pero siempre tenían otra para reemplazar la anterior. Me decían que daba igual que las rompiera con los dientes ya que tenían muchas. Llegó un momento que me dije, “ya vale de aguantar, paso”. Quería quedarme sin conocimiento y que pasara lo que tuviera que pasar, ya me daba igual. Pero hay algo muy curioso cuando te ponen la bolsa y te estás ahogando, que aunque tú no quieras, tu cuerpo lucha por respirar, por vivir ¡y tú no puedes evitarlo! Y el sufrimiento se hace todavía más inaguantable. Así que volví a seguir luchando, revolviéndome, moviendo la cabeza y conseguí soltarme las manos dentro de la manta. Además pude sacar el brazo derecho entero de la manta y arrancarme la bolsa de la cabeza con rabia. Llevaríamos unas ¿13 sesiones? No lo sé. Volvieron a introducirme el brazo dentro de la manta, la sujetaron mejor por la parte de arriba y prosiguieron. Después de unas cuatro o cinco sesiones más volví a orinarme. Insultos, risas, unos minutos de descanso y siguieron. No sé si en total fueron 20 o 25, fueron muchas, demasiadas, y tampoco sé cuánto tiempo pudimos estar. Horas. Cuando dije lo que ellos querían escuchar, que no la verdad, pararon. Me dijeron que continuaríamos mañana y me llevaron a mi celda. Antes de entrar en ella, me dieron la ropa que me dijeron que cogiera de casa. Ahora entendía el porqué. Tenía los pantalones y calzoncillos completamente empapados de orina y sudor. Y la sudadera y camiseta chorreaban. Era como si me hubiera metido en la piscina con la ropa. Igual. Me cambié y caí muerto en el colchón de mi celda. No me dio tiempo ni a pensar en lo que había pasado. Estaba dormido.

El segundo día los ruidos de las mazmorras de la Guardia Civil me despertaron. Eran los cerrojos de las puertas que sacaban un ruido infernal al cerrarlas. Se llevaban y traían a gente y pensé que era del médico forense. Y así era. Se abrió mi puerta y siguiendo siempre el mismo protocolo me llevaron delante del médico forense. Este me preguntó qué tal estaba y yo le dije que mal. Le dije que me dolía la cabeza, los ojos, la mandíbula, el cuello y que estaba muy débil y que casi no podía ni andar. Me preguntó si el trato había sido bueno. Yo le dije que no quería hablar y él así lo recogió en sus apuntes. Me tomó la tensión y me auscultó, y para mi desgracia la tensión estaba bien y no tenía ninguna arritmia. Me dijo que estaba bien y que por la tarde-noche pasaría otra vez a verme. Estaba bien, para que siguieran torturándome. Esto me jodió mucho, ya que tenía la esperanza de estar muy mal y así evitar ser torturado como la noche anterior.

Me dejaron en mi celda. Tumbado en el colchón intentaba pensar en qué podía hacer para salir de esa situación. A veces escapaba, era cuando me dormía porque estaba hecho polvo. Pero desgraciadamente volvía a despertarme en la pesadilla que estaba atrapado. Pensaba en autolesionarme para escapar de las torturas, pero la cosa no estaba nada fácil, ya que una vez tomada esa decisión había que hacerlo bien o si no, sería peor todavía. De repente oí algo. Sí. Eran gritos de unas personas. A lo lejos se oía a los Guardias Civiles gritando y a veces se oía un grito de auxilio y de sufrimiento. La sensación que se siente en ese momento es difícil de explicar. Es una mezcla de pánico, compasión, solidaridad, rabia, salvación,… Lo que está claro es que no se puede aguantar. Yo no podía. Me tumbaba de medio lado tapando el oído que me quedaba libre con un dedo y me obligaba a dormir como fuera. Si no, no podía estar, sentía pánico porque el siguiente podía ser yo. Si oías pasos pensabas que venían a por ti y sentías pánico. Se abría una puerta y sin no era la tuya sentías alivio, pero enseguida te sentías un ser despreciables por haber sido tan egoísta. Esto no era tortura física pero era algo que te taladraba la cabeza creándote una angustia y una ansiedad terribles. Cuando conseguía dormirme escapaba de ello pero la mayoría del tiempo no podía. Tuve susto de muerte como cuando traían algo de comer y de beber. Por cierto, los dos primeros días me dieron bocadillos y agua y los dos últimos café, bocata y agua. Pero yo casi no comía y bebía muy poco. Esperando, de miedo a que vinieran, adormecido, pasó toda la tarde del segundo día hasta que me llevaron al médico forense. Otra vez me preguntó cómo estaba. Le dije todo lo que le había dicho por la mañana, recalcándole que estaba muy débil y que casi no me podía tener en pie. Me preguntó si me habían tratado mal y yo le dije que no quería halar de ello. Miró mi tensión y mis pulsaciones. Me auscultó, y todo bien. Me hizo desnudarme primero de cintura para arriba y luego para abajo, todo. No tenía ninguna marca, claro, la bolsa no deja ninguna. Volvieron a llevarme a mi celda pero acto seguido abrieron mi puerta y me sacaron de allí. Siempre con el antifaz, sin poder ver nada. A mitad de camino otro hombre me cogió por detrás y enseguida conocí su vos: el del viaje, el de ayer a la noche, el que me había torturado junto con los demás. Sentí pánico, ahora me tocaba a mi otra vez.

Me llevó a una habitación, no sé si la misma de ayer, y me dejó en una esquina. Otro hombre me cogió las mano, les puso goma-espuma a las muñecas y otro las ató con cinta. Hicieron lo mismo con los pies, atándome a la altura de los tobillos. Estaban como mínimo los tres hombres que me torturaron ayer más el que parecía el jefe. Me dijeron que me tenía que cansar, que la noche anterior había dado mucho trabajo y me obligaban a bajar flexionando las rodillas y a volver a subir una y otra vez hasta que yo no podía más. Entonces ellos me ayudaban a bajar y a subir y nunca me dejaban quieto. Preguntas, ejercicio, amenazas, insultos… todo a la vez. No sé después de cuánto tiempo comenzaron a amenazarme con la bolsa, la manta y más cosas, más que la noche anterior. Esta vez iba a ser peor.

Pero no, uno de los hombres dijo que me iba a desnudar y empezó a soltarme los pantalones. Aunque yo le dije que no hiciera eso, él me bajó los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos. Empezaron a reírse de las pintas que tenía, hablaban de hacerme fotos… y me dijeron que me iban a meter un palo por el ano. Un hombre se puso delante mío y me dijo que me agachara hacia adelante para que entrara bien. Después de varios segundos noté algo de madera en mi culo, en mi ano, era un objeto de madera cilíndrico y lo movían introduciéndolo por detrás entre mis piernas hasta tocarme los testículos. No puedo especificar si era una porra o un palo de escoba. Me acariciaban el culo con él, los muslos, lo frotaban en el ano pero nunca llegaron a introducirlo. Mientras se divertían con el objeto de madera me amenazaban sin parar, se reían, me advertían que estaba a tiempo de evitar lo peor. Un individuo cortó un botellín de agua por la mitad, o al menso eso creo que era. Lo rellenó con un poco de agua y se puso delante de mí. Cogió el botellín de agua cortado e introdujo mi pene en él. Yo sentí el agua en la punta de mi penen. Entonces se pusieron a gritar como locos y me decían que me iban a poner los electrodos, que se había terminado las tonterías. Yo me movía y sacaba mi pene de la botella pero el individuo que me la ponía la apretaba hacia arriba, notando el borde de la botella en mis testículos. Mientras, otro hombre seguía frotándome el culo y el ano con el palo. Me obligaron a ponerme de cuclillas y me pasaron el palo por el ano, testículos, culo, muslos… El hombre de la botella seguía introduciendo mi pene en ella. Gritaban, insultaban, se reían… No sé lo que duró aquello pero llegó un momento en el que yo ya no quería aguantar más y reventé a llorar. Por lo visto les dí pena y me dejaron en paz. Ese día me machacaron psicológicamente y el primero físicamente. Me dijeron que me vistiera y me llevaron a mi celda. Caí rendido en el colchón.

El tercer día fue más tranquilo que los anteriores. Pasé por el médico forense y la visita fue igual que las anteriores, le dije que no quería hablar. Después, en la celda todo el día tirado en el colchón, adormecido, preocupado, acojonado. Esta rutina solo se rompía cuando venían a por mí y me enseñaban la declaración policial que habían preparado para mí. Era una declaración que contaba con 10 o 12 preguntas aprox., que se me eran formuladas una y otra vez. Yo las contestaba y si decía algo que no les convencía lo corregían y me decían cómo tenía que responderla correctamente. Fueron unas 3 o 4 sesiones para memorizar la declaración y luego pasé por el forense. Y alguna más por la noche después de cenar. Ya no se oían gritos de nadie, por lo visto ya nos habían machacado a todos.

El cuarto día me despertaron hacia las 3:00 de la madrugada, estaba dormido y el susto fue grande. Me condujeron por los pasillos, izquierda, derecha, escaleras, pero justo antes de llegar al lugar donde nos atendía el médico forense me metieron en una habitación que había a la izquierda. Era la declaración policial. Había dos Guardias Civiles detrás de la mesa. Uno de ellos estaba encapuchado y era el que manejaba el ordenador. El otro tenía la cara descubierta y era el mismo hombre que dirigió el registro de mi casa y del bar. Lo reconocí por una pulsera con la bandera española que tenía en una muñeca, la derecha, creo, ya que este hombre en mi casa y en el bar estuvo encapuchado. Éste último era el que me hacía las preguntas y el primero el que las escribía. Luego había otro a mi izquierda. También estaba mi abogado de oficio, colocado detrás de mí. Les pedí que me enseñaran su acreditación y me enseñaron un carnet sin poder ver la foto por seguridad. Pude leer Audiencia Nacional o algo por el estilo. No podía mirar hacia atrás. Me hicieron las preguntas igual que en los ensayos. Yo las contesté y al terminar me dejaron en paz, ya no me despertaron más.

El cuarto día lo pasé tirado en el colchón y pensando en la declaración que tenía que hacer en la Audiencia Nacional ante el juez. Hubo un momento que creía que iba a enloquecer. Me ponía muy nervioso porque no me quería olvidar de nada, ni de las torturas ni de la declaración policial. Pasé por el forense por la mañana y por la tarde, diciéndole lo mismo que todos los días. Después de la última visita al forense yo ya solo pensaba en el día de mañana y en lo que iba a declarar. Me dormí y para mi asombro volvieron a despertarme y a sacarme de la celda. Me llevaron a una habitación. Yo pensaba que todo había terminado pero no era así, otra vez estaba en una habitación, sentado y notaba que en la misma habitación había más gente. Empezaron a hablar conmigo haciéndome preguntas tontas. Eran unos cuatro hombres. Me hablaban de mi vida, familia, amigos, conocidos,… dejándome claro que controlaban mi vida vida y la de mis alrededores. Todo “de buen rollo” como decían ellos. Estos cuatro hombres eran otros, no eran los que me torturaron, hasta entonces no los había escuchado. Después de estar con ellos una hora aprox., me volvieron a llevar a mi celda y ya me dejaron en paz.

El quinto día, después de desayunar un café, me sacaron de la celda y me montaron en un autobús/camión que tenía unas minúsculas celdas en su interior. Me metieron dentro de una de ellas. Noté cómo había más gente en su interior. Nos llevaron a la Audiencia Nacional. La Guardia Civil me dejó en manos de la Policía Nacional y estos me metieron en una celda. Lo único que pensaba todo el tiempo era en lo que iba a decirle al juez, una y otra vez, que no me olvide esto ni lo toro. Estaba nervioso. Al rato me sacaron de la celda y dos policías me subieron al despacho del juez. Era Marlasca.

Marlasca comenzó a hablar y me dijo que el hombre de mi izquierda era el traductor y el de mi derecha mi abogado de oficio, el que había estado en la declaración policial. A su izquierda estaba el fiscal y a su derecha dos mujeres, secretarias, creo.

Marlasca me dijo que iba a empezar leyéndome la declaración policial y que si no estaba de acuerdo con algo que lo interrumpiera y que se lo dijera. Yo le dije que en todas las preguntas de la declaración policial tenía algo que decirle, ya que la declaración policial había sido inventada por la Guardia Civil. Y que esa declaración estaba firmada porque me habían torturado. Le relaté lo mejor que pude todas las torturas físicas. Incluso le comenté que al firmar, en vez de poner mi apellido escribí “laguntza” del revés para que en la misma declaración policial redactada para incriminarme a mí y a otras personas quedara constancia de que había sido torturado. Marlasca miró un poco la firma y luego me preguntó si había denunciado estas torturas delante del forense. Yo le dije que no porque no tenía ninguna seguridad de que los Guardias Civiles no escuchaban lo que hablaba con el médico forense. Después de esto fue el turno de mi abogado de oficio que pidió mi libertad e hizo un alegato bastante decente. El fiscal pidió cárcel. Y me levaron a la celda.

En las celdas de la Audiencia Nacional pude hablar a gritos con los otros detenidos. Ya estábamos más tranquilos, nos animamos los unos a los otros. Más tarde nos llevaron a todos a Soto del Real.

XABIER BEORTEGI

Testimonio

La tarde anterior salí del Ipargorri, y ya vi que había mucho movimiento en el barrio, vi a dos tipos que venían detrás de mí. Me fui a casa y a las dos y pico de la madrugada me despertaron los golpes y gritos de la puerta. Abrí enseguida mientras ellos gritaban “¡ Sal!, ¡Xabier sal!”. Me sacaron de casa y me pusieron contra la puerta del vecino con las manos atadas atrás con cuerdas. Me estaban apuntando con pistolas y preguntaban quién mas vivía allí, sacaron de la cama a mi compañero de piso, me enseñaron el Auto, solo leí algo de Eta-ekin. Me soltaron y me dejaron vestirme, luego me volvieron atar pero por delante. Vino la Secretaria Judicial y empiezan a hacer el registro, se llevan cosas absurdas, intentan llevarse dinero pero la secretaria no les deja. Luego me llevaron al Patrol y de ahí a la Audiencia Provincial, aquí el trato fue correcto, me visitó el forense también correcto. Luego me bajaron al calabozo y me enseñaron que había otro detenido. Empiezan a amenazarme para que no les mire, no puedes mirar arriba!

Me montan en un coche y empieza el viaje a Madrid, iban cuatro conmigo, dos delante y dos atrás, los de atrás me estuvieron golpeando todo el viaje, en la cabeza con la mano, en los testículos, y en las costillas con los dedos…el viaje me pareció eterno. Al más bruto no se le entendía bien, no pronunciaba bien, parecía que estaba drogado o algo. Me amenazan con mi hermana, me decían que estaba detenida, que mis amigos estaban detenidos…me vacilaban con el otro detenido, que ya iba a ver que el conductor era muy duro y luego estaría con el…me insultaron me llamaron travesti y maricón…Cuando llegamos me pusieron una pistola en la mano y me decían que ya estaba, que ya tenían mis huellas en la pistola, y no necesitaban más. Ya en Madrid me preguntaron si sabía donde iba, y yo les pregunte que haber si a la Audiencia Nacional, se rieron, “ que te crees que vas a pasar con el juez? Estás en la dirección general de la guardia civil, esto es un instituto militar! Ahora ya verás, hasta ahora ha sido una mierda!” Salí del coche y no podía ni andar, me temblaban las piernas, no tenia equilibrio, me tuvieron que llevar entre dos. Me pusieron un antifaz y me dejaron un rato en el calabozo.

Los interrogatorios comenzaron con preguntas tontas como que les explicara como se ponen los carteles, sobre los viajes que he hecho, luego empezaron a preguntarme por la economía del barrio, por Ekin, los golpes eran constantes, en la cabeza, en los testículos…no paraban. Hubo momentos que me quedaba en shock y entonces volvían a empezar pero mas suave, luego volvían a aumentar hasta que yo ya no podía y vuelta a empezar. Me pusieron contra la pared y me agarraban los testículos por detrás estirando, era insoportable…oía gritos en el calabozo de al lado, y me decían que ahora me tocaba a mi. Me ponían de cuclillas y me obligan a sentarme y levantarme todo el rato, me dolían los músculos, se me hinchó mucho la rodilla izquierda…me descolocaban mucho con las preguntas, con los temas, parecía todo un sinsentido. Yo les pedía por favor que me volvieran a llevar al agujero…

El agujero se convirtió en mi refugio, escuchas cuando se llevan o cuando traen a otro, yo solo pensaba en que no me sacaran más. Me llevaron al forense y le conté algo pero no todo, se portó bien. No se cuantas veces me sacaron durante los primeros días, te llevaban al agujero y al rato te volvían a sacar y otra vez, los mismos golpes, más ejercicios…cuando estaba sofocado levantándome y sentándome me ponían una bolsa en la cabeza…me amenazaban con ponerme electrodos, con meterme un palo por el culo…llego un momento que yo no podía más y entonces me dijeron que colaborara, que si firmaba y me aprendía de memoria la declaración me dejarían tranquilo el resto de los días y que además me podía venir bien, el juez lo tendría en cuenta…yo les dije que sí, que haría lo que fuera.

Me dijeron que iban a preparar una declaración a mi medida, que les había caído bien, mientras me seguían haciendo preguntas y me obligaban a quitarme la ropa si no les gustaba la respuesta, primero por los pies, pasaba mucho frió.

Me humillaron mucho cuando empezaron a tocarme el culo y me decían lo que me iban a hacer en el pene, seguían golpeándome los testículos…fue de lo mas duro. Ahí toque fondo, me sentía humillado, como una marioneta, pensaba que no aguantaba más esto, además porque, empezaron a ofrecerme colaborar, me ofrecían 2000 euros, una casa y un coche a cambio de trabajar como chivato.

Volví al médico y yo estaba enrabietado, no creía que era un médico de verdad, el me había dicho que nos veríamos a las mañanas y a las tardes pero a mi me parecía que habían pasado dos días por lo menos desde la ultima vez que le vi. Le chillé diciendo que el no era médico, le insulte, el se asusto, me dijo que sabia que lo estaba pasando muy mal, que ya veía que estaba desequilibrado, no le conté todo porque tenía miedo y había prometido que no le diría nada al médico pero algo si le dije y lo anotó pero no le dejé que me auscultara, me dijo que me tranquilizara que pronto íbamos a pasar ante el juez.

Volví a celda, escuchaba los lloros de otros detenidos yo estaba angustiado, y también quería llorar pero no me salía. Siguieron los interrogatorios, preguntas sobre lo que se habían llevado de casa, yo ya no contestaba nada, no podía estar con ellos solo, les pedía que me llevaran al agujero que me dejaran solo, dudaba de todo. Era una pesadilla yo ya no sabía que pensar. Habían preparado la declaración con 20 preguntas, y la firmé. Estuvimos horas preparándola y aprendiéndomela de memoria, todavía me la sé.

Los últimos días fueron mas suaves, antes había comido un poco, luego ya comí dos sándwich, me di cuenta de que tenia llagas en la boca, mucha sequedad. La ultima noche dormí un poco y antes de pasar ante el juez también.

 

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