lahaine.org
Pensamiento, Iñaki Gil de San Vicente :: 18/05/2011

El marxismo como teoría-matriz

Iñaki Gil de San Vicente - La Haine
El marxismo es el único instrumento emancipador válido para estudiar y conocer otras experiencias y sus conexiones de fondo con la lucha.

1.- PRESENTACIÓN

2.- ¿UN MUNDO ABSURDO E INCOMPRENSIBLE?

3.- LA CORTA RACIONALIDAD DEL IMPERIALISMO

4.- LA LUCHA DE CLASES Y DE LOS PUEBLOS

5.- EL MARXISMO COMO TEORÍA-MATRIZ

1.- PRESENTACION

Los y las compañeras de Askapena quieren debatir hoy sobre el marxismo y la lucha de clases. Askapena es un movimiento popular internacionalista que tiene como uno de sus objetivos ayudar a que los pueblos explotados y oprimidos entrelacemos nuestras luchas en una ágil e irrompible red que acabe con el imperialismo. Es un objetivo hermoso y necesario, y también lleno de peligros y de riesgos. Sabemos de lo que hablamos, y sabemos como nadie cual es el precio de la libertad. Cargamos sobre nuestras espaldas, en nuestro corazón y en nuestro pensamiento, con el dolor y el sufrimiento causado por la ferocidad del imperialismo. Allí donde haya una prisionera o prisionero por razones humanitarias e internacionalistas, por razones de justicia y de ética, allí estará y está Askapena. No puede ser de otro modo.

Al ser un movimiento internacionalista, la exposición que voy a hacer sobre marxismo y lucha de clases se centrará sólo en la situación mundial y no en la vasca. La tesis que voy a exponer en cuatro apartados sostiene que el marxismo es la teoría-matriz que explica la naturaleza del capitalismo y sus efectos destructores e inhumanos. Por teoría-matriz entiendo el cuerpo teórico que articula todos los restantes conocimientos críticos que estudian explotaciones e injusticias específicas de la civilización del capital. El racismo, por ejemplo, se comprende sólo si conectamos los sentimientos racistas y xenófobos, los miedos de los machos por perder “sus” mujeres a manos de hombres de otras culturas, las excusas para sobreexplotar a las y los migrantes, los sistemas represivos especialmente orientados contra los migrantes, etc., con la necesidad del capital de saquear y esquilmar a todas las sociedades del mundo dotándose de una justificación ética y cultural que no es otra que el racismo. Algo parecido a la xenofobia existía antes del capitalismo, en las culturas clásicas griega y china, pero sólo la burguesía ha creado el racismo y, lo que es peor, lo ha intentado justificar científicamente inventado la sociobiología, el darwinismo social, los supuestos “test de inteligencia”, el determinismo genético, etc.

Podemos seguir citando ejemplos –ecología, feminismo, arte, tecnociencia, religión, sexualidad…–, y siempre volveremos a la misma pregunta inevitable: ¿qué relaciones internas existen, si las hay, entre estas y otras realidades del sistema capitalista? Antes de responder vamos a recurrir a un último ejemplo especialmente valioso para un movimiento internacionalista como Askapena: la FAO afirma que un tercio de la producción mundial de alimentos, alrededor de 1.300 millones de toneladas, se desperdician todos los años debido a un conjunto de problemas. Para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad estos datos son insoportables. Son varias las razones que explican semejante despilfarro insostenible, pero todas ellas nos remiten en el momento de la síntesis a la irracionalidad global del capitalismo.

Para el tema que tratamos en esta reunión de Askapena, el marxismo y la lucha de clases y de los pueblos, la teoría-matriz dispone de los conceptos necesarios para explicar, primero, por qué las clases sociales se han de definir siempre en movimiento, como relaciones activas, en vez de cómo cosas pasivas y estáticas, de modo que definir qué es le proletariado mundial a comienzos del siglo XXI exige analizar cómo se ha movido el capitalismo en los dos últimos siglos y cómo, a pesar de esos cambios, sigue siendo el mismo; segundo, que las clase sociales no son sólo relaciones en movimiento sino a la vez unidad y lucha de contrarios irreconciliables, de manera que definir a la clase obrera exige definir en el mismo acto a la clase burguesa y viceversa; tercero, que definir las clases a comienzos del siglo XXI exige considerar los cambios en las formas de opresión y explotación precapitalistas que han sido subsumidas en el capitalismo, sobre todo y fundamentalmente la patriarcal y la nacional, para ver cómo se plasman en la lucha de clases actual; cuarto, que definir las clases sociales exige definir los movimientos de su alienación y de su conciencia, de su estado pasivo en cuanto clase en sí, y de su dinámica activa como clase para sí; quinto, que definir las realidad clasista actual exige, además, estudiar los movimientos de las “clases intermedias” entre la burguesía y el proletariado; y sexto y último, que la historia de la lucha de clases en el capitalismo y en el presente exige analizar la permanente presión del Estado burgués para debilitar en lo posible al proletariado y reforzar en lo posible a la burguesía.

Por último, es vital recuperar y desarrollar el marxismo como teoría-matriz ya que en los últimos lustros la fábrica burguesa de mercancías ideológicas ha producido en serie toda una gama de ofertar “teóricas” de usar y tirar antimarxistas que, por diversas circunstancias, han calado en amplios sectores de las viejas izquierdas desilusionadas, a la vez que han frenado cuando no impedido la toma de conciencia de grupos juveniles, disolviéndolos. Nos enfrentamos a una decisiva batalla práctica y teórica para derrotar la ideología burguesa, batalla que en realidad es parte del conflicto mundial entre el capital y el trabajo.

Dado que tenemos poco tiempo y que existen en Askapena diferentes niveles de formación y de opciones, por cuanto es un movimiento popular, voy a dividir mi charla en cuatro partes. La primera reflexión que quiere provocar es que, mirado el mundo a simple vista, parece que está sometido a fuerzas absurdas e incoherentes, que las atrocidades imperialistas no responden a planes meticulosos sino a los caprichos egoístas de una minoría. La segunda reflexión intentará explicar las razones de fondo que sustentan el brutalidad imperialista y a qué contradicciones capitalistas responder. La tercera reflexión tratará sobre qué es y cómo es la lucha de clases mundial a comienzos del siglo XXI según la cronología cristiano-occidental, y por último, la cuarta reflexión versará sobre por qué el marxismo es la teoría-matriz que no sólo explica estas situaciones sino que además argumenta cómo se puede luchar contra el imperialismo.

2.- ¿UN MUNDO ABSURDO E INCOMPRENSIBLE?

En los comienzos de la década de 1990 el optimismo burgués dominaba en el imperialismo occidental. La URSS y su bloque había implosionado; China Popular llevaba desde comienzos de los ’80 abriéndose cada vez más al mercado capitalista; Cuba, la Isla Heroica, sufría estrecheces y pobrezas sin cuento, y los medios capitalistas auguraban su debacle; Vietnam y otros países que se habían independizado gracias a sobrehumanos esfuerzos, se encontraban abocados al desastre. En las Américas, el imperialismo había acabado con Nicaragua, con las guerrillas en el Salvador y en Guatemala, y en Colombia existía una especie de empate político-militar, mientras que todo indicaba que no habría una oleada revolucionaria tras las dictaduras asesinas en Argentina y Chile. Los problemas de México podían resolverse porque su burguesía aceptaba cada vez más las exigencias yanquis, y Brasil nunca había sido un enemigo de los EEUU. Dentro de los países imperialistas reinaba el orden. Es cierto que Japón, la por entonces segunda economía mundial, había entrado en crisis pero todos esperaban que las ingentes ayudas públicas acabasen pronto con ella. Desde la mitad de los ’80 la liberalización financiera, el neoliberalismo, el ataque durísimo a las clases trabajadoras y, por no extendernos, la baratura de las materias y energías primas, todo esto, sustentaba las condiciones de la larga expansión que concluiría en 2007.

El triunfalismo sobre la “victoria de Occidente” venía reforzado por la tesis de la previsible “guerra de civilizaciones” que sobrevendría cuando el mundo atrasado, musulmán y pre-político, así lo calificaban, quisiera llegar rápidamente a los estándares de vida y consumo de la “civilización cristiana”. Había que prepararse para “defender a Occidente”, es decir, al “modelo de vida norteamericano”. El fundamentalismo cristiano yanqui, de extrema derecha racista, dominaba en el plano ideológico-cultural y propagandístico.

Si esto ocurría en el lado de la reacción, de las fuerzas vivas del capitalismo, en el lado del reformismo reapareció la vieja tesis de que ya, por fin, era posible el tránsito pacífico, legal y “democrático” a “otro” socialismo que no tuviera los errores autoritarios del que había fracasado en la URSS. La globalización, se decía, caminaba hacia un “gobierno mundial”, hacia la “gobernanza” del mundo mediante la reforma de las instituciones que ya no tenían sentido tras finiquitar la Guerra Fría. La superación de las fronteras estatales, la mundialización del mercado y la pérdida de poder de los Estados, todo esto permitía a los pueblos avanzar hacia la “democracia mundial”. Muchas envejecidas izquierdas se creyeron estas monsergas. La demagogia postmodernista, según la cual ya no tenían sentido las teorías sociales de los siglos XIX y XX, los denominados postmarxistas que decían que ya no habían lucha de clases sino demandas individuales y movimientos populistas resolubles mediante la legalidad de la “sociedad civil”, la aceptación de la aberrante tesis de las “intervenciones humanitarias” de la OTAN y la ONU, estas y otras tesis debilitaron profundamente a las izquierdas combativas pero muy poco formadas teórica, precisamente cuando el imperialismo endurecía sus ataques a los pueblos.

Mientras tanto, volcada en la preparación de una nueva y moderna “cruzada”, el grueso de la burguesía no prestó apenas atención a los crecientes indicios de que cuatro cosas empezaban a torcerse el centro imperialista: la sucesión de crisis financieras que cada vez más rápidamente estallaban en todas partes, advirtiendo de que algo profundo se estaba pudriendo en las entrañas capitalistas; la lenta recuperación de las luchas de clases en Europa, Asia, las Américas y África que, con altibajo, volvía a la escena social; la acumulación de incuestionables estudios científicos sobre la crisis ecológica; y la tendencia a la reducción de la superioridad del imperialismo occidental, liderado por EEUU, sobre las denominadas “potencias emergentes”.

De entre todos los disponibles, resaltamos tres acontecimientos que expresaban la progresiva interacción de estas dinámicas hasta entonces aisladas entre sí: el corralito argentino en 2001 y la derrota del golpe anti Chávez de 2002 en Venezuela; el fracaso de la Cumbre de Kioto celebrada en 1997, y el aumento de las luchas internacionales y antiimperialistas que se recuperaron al calor de la “antiglobalización”. En ese contexto se produjeron los ataques a las Torres Gemelas en septiembre de 2001. En muy poco tiempo se empezó a esfumar la euforia burguesa arriba vista. Pero faltaba lo peor: la crisis iniciada en 2007 y definitivamente asentada desde 2008, y sus secuelas mundiales, aunque muy especialmente en los países imperialistas. Ahora hemos leído algunas excusas de altos managers yanquis diciendo que se podría haber evitado la crisis si se hubiera hecho caso a las señales económicas. Se trata de una excusa mentirosa e ignorante porque, primero, no sólo no se imaginaron que la crisis podría estallar sino que ni siquiera creyeron que se había producido hasta que era muy tarde; y segundo, es una muestra de ignorancia porque la economía política burguesa no puede conocer teóricamente las contradicciones del capitalismo.

Pues bien, de forma acelerada desde 2008 la euforia se ha transformado en desconcierto, miedo y hasta pánico por el futuro. El rearme es una respuesta lógica del capital en situaciones como esta, y unido a él también el aumento represivo y policial. Luego veremos con más detalle el por qué. Pero si el miedo cunde en la alta burguesía, en sectores de las masas alienadas que votan al centro-derecha y al reformismo el miedo se refuerza con una mezcla de desconcierto y de autoritarismo. Una vez que se han hundido las cómodas certezas que alegraban una vida gris y anodina, la sangrante realidad es vista por esta mayoría silenciada y castrada mentalmente con una mezcla de desconcierto y pasmo y, en muchos casos, con una fuerte dosis de agresividad teledirigida por la industria político-mediática.

Las escenas del asesinato del supuesto Osama Bin Laden, los intentos de asesinato de Gadafi, el que la OTAN deje morir de sed en la mar a decenas de emigrantes, los aplausos a la entrega ilegal por Venezuela de un súbdito sueco a los torturadores colombianos, el rechazo de los europeos ricos a ayudar a los europeos empobrecidos después de haberles impuesto condiciones leoninas para entrar en la UE, estos y otros acontecimientos diarios que solamente son la cáscara de tragedias espantosas, son vistos como expresiones de un mundo absurdo y peligroso que debe ser salvado por la civilización occidental. La decisión de que los alimentos y otros productos vitales coticen en los mercados financieros, conlleva que una minoría los acapare a la espera de que se multipliquen artificialmente sus precios, sin preocuparse por las inhumanas hambrunas que proliferan. Pues bien, esta y otras decisiones son vistas con indiferencia por buena parte de las masas occidentales porque creen que es la “mano invisible” del mercado la que rige la economía, y otra parte más reducida por ahora, las aplaude.

La idea de la “mano invisible”, cargada de esoterismo idealista, fue popularizada por la primera corriente económica burguesa, y sostiene que el mercado, la economía en su conjunto, se rige por razones desconocidas en última instancia, por fuerzas invisibles e incomprensibles al conocimiento humano. Desde entonces, algunas corrientes burguesas, como la keynesiana, han tratado de iluminar con una tenue luz esa invisibilidad, pero han fracasado siempre. Ya que la economía capitalista es incognoscible en su esencia, solo podemos ayudarnos del neokantismo y del subjetivismo individualista para intuir cómo funciona. Atrapados en esta ceguera ignorante e idealista, los acontecimientos mundiales nos parecen igualmente indescifrables y absurdos.

3.- LA CORTA RACIONALIDAD DEL IMPERIALISMO

Sin embargo, en la fase imperialista del capitalismo la “mano invisible” del mercado necesita del “puño de acero” del Estado para importe a los pueblos explotados cuando han fallado otros instrumentos previos de soborno, engaño y división. La historia real del capitalismo, la que padecen las clases oprimidas, ha mostrado desde siempre que este modo de producción no ha logrado derrotar al modo feudal en Europa y expandirse luego por el planeta entero sino gracias a la fuerza armada del Estado, o como dijera Marx, gracias a los métodos terroristas, fundamentalmente. Las primeras expediciones sistemáticas europeas en busca de riquezas que robar a los musulmanes, las sanguinarias Cruzadas, ya adelantaron algunas prácticas que al poco mejorarían los aventureros portugueses y españoles cuando se lanzaron a la búsqueda de especias, esclavos y oro, en expediciones sufragadas por el Estado y por comerciantes.

Si los ejércitos estatales han sido necesarios para la victoria del capitalismo colonial, también lo han sido sus burocracias recaudadoras, administrativas, técnicas y científicas, educativas y religiosas, etc. Por ejemplo, proyectar buenos mapas resolviendo cómo trasladar a dos dimensiones una superficie esférica era tan vital como crear buena artillería, buenos barcos, buena alimentación y buena salud; y era igualmente vital resolver el problema de la latitud y de la longitud de la esfera terrestre, lo que exigía hacer precisos y fuertes relojes y minuciosas tablas matemáticas, astronómicas, de corrientes marinas y de vientos, etc. Lo que ahora llamamos ciencia creció impulsada por las exigencias implacables de la expansión militar y económica, sobre todo a partir del siglo XIX cuando la burguesía comprendió que, para imponerse a la humanidad, debía lograr la proeza científica de sintetizar y concentrar en un buque de guerra moderno toda la civilización del capital.

Estamos diciendo que existe una lógica nada absurda e irracional que explica por qué y cómo el colonialismo capitalista por expandiéndose a la vez que desarrollaba lo que se define como “logros de la civilización”, es decir, que junto a la atrocidad terrorista del exterminio de culturas y pueblos también se producía el avance de la ciencia. Se trata de una unidad dialéctica de contrarios sin la cual no entendemos nada de la historia. Esta lógica ya latente en las Cruzadas –los salvajes saqueos de Jerusalén, Constantinopla, etc.,– se ha desarrollado luego con ritmos e intensidades diferentes, pero de forma imparable hasta que chocaban con las resistencias de las clases y de los pueblos. En el fondo de tanta brutalidad rugía y ruge la necesidad ciega de la acumulación de capital, es decir, la necesidad dictatorial de acumular cada vez más capitales, más riquezas, más tierras, más dinero, más oro, porque, bajo las leyes del capital, por un lado, los empresarios y los Estados que no mantienen este ritmo creciente son vencidos por otros Estados y empresarios, son aplastados; y por otro lado y a la vez, la clase burguesa que no explota lo suficiente a su clase trabajadora, exprimiéndole hasta el último aliento de su vida, empieza a rezagarse en la carrera por la hegemonía imperialista, lo que le debilita frente a sus competidores y también frente a su propio pueblo explotado.

Todos los ejemplos presentes que hemos visto arriba tienen su causa común en el ataque global que el imperialismo lanzó desde finales de los ’80 endureciéndolo desde 2001. Son los efectos externos de diversas estrategias que, por diferentes caminos y medios, con diferentes tácticas, buscan los mismos objetivos básicos: apropiarse de los recursos energéticos, reservas vitales y espacios productivos; arrinconar a las “potencias emergentes” para que no se atrevan a presentar una resistencia conjunta al imperialismo occidental; amenazar a los Estados y pueblos que pueden resistirse al imperialismo con su destrucción, a la vez que crear nuevos poderes colaboracionistas sobre las ruinas de los Estados destruidos; y sobreexplotar a las clases trabajadoras del centro imperialista.

Sin mayores precisiones ahora, desde finales del siglo XX hemos asistido a una secuencia marcada por los siguientes hitos: destrucción de Yugoslavia, balcanización y contrarrevoluciones “naranjas” en países de la ex URSS; primer ataque a Irak e invasión y destrucción definitiva en un segundo ataque; ataque a Afganistán y extensión de las incursiones a Pakistán; crecientes amenazas a Rusia al querer asentar la OTAN muy cerca de sus fronteras; despliegue de la IV Flota en centro y sur América, ocupación yanqui de Colombia consentida por su burguesía, extensión yanqui en la cordillera andina y cerco militar a Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba, etc., así como amenazas a otros Estados soberanos; creación de bases militares en el gigantesco arco que va desde los montes caucásicos, el Indukush, Asia Central y el Himalaya, hasta llegar a la Corea del Norte amenazada y al sur de China Popular; partición del Sudán para dejar sus recursos en manos de la derecha cristiana; y, por no extendernos, recomposición del poder en el norte de África y otras zonas para apropiarse de sus riquezas, y cercar y preparar un ataque a Irán. Como se aprecia, en esta breve lista no hemos introducido los ataques contra las clases trabajadoras, contra las mujeres, pueblos oprimidos y migrantes dentro de los Estados imperialistas.

Pero debemos hacernos una visión histórica de esta lógica. Ningún análisis del presente es completo si no está afianzado en las experiencias históricas anteriores. La perspectiva histórica es imprescindible para conocer el presente y saber cómo podrá ser el futuro, cómo podemos actuar hoy mismo y mañana. Veamos tres experiencias anteriores: una, la denominada “diplomacia de las cañoneras” sobre todo en la primera mitad del siglo XIX, que abarcó prácticamente a todo el mundo; dos, la reorientación del imperialismo británico tras llegar al pico de producción de carbón en su Isla, lo que le obligó a lanzarse a la conquista de otros territorios agudizando las tensiones del “Gran Juego” en Eurasia con la Rusia zarista y con otros imperialismos; tres, la estrategia yanqui de control de su “patio trasero” expulsando a españoles, británicos y franceses de las Américas; cuatro, la denominada “creación de África” mediante las pugnas y negociaciones entre potencias europeas a finales del siglo XIX; cinco, el reparto similar pero más complicado del sudeste asiático y de China entre imperialismos occidentales; y por no extendernos, la política imperialista mundial durante la “Guerra Fría” concluía a finales de los ’80.

Esta larga experiencia histórica se caracteriza por una continuidad en lo esencial de la lógica capitalista, y por una innovación muy importante añadida durante el tránsito de la fase colonial a la fase imperialista. La constante esencial es que el capitalismo siempre ha sido, es y será, invasor, esquilmador, saqueador y expoliador de los pueblos y de la Naturaleza. No tiene otra alternativa porque la lógica del máximo beneficio en el menor tiempo posible exige a las burguesías, como hemos dicho arriba, sobreexplotar a sus pueblos y a la Naturaleza y a la vez, luchar entre ella, entre las diversas burguesías, para no perder poder. Da lo mismo que en el siglo XV se buscasen especias, oro y esclavos, o que en el siglo XXI se busque litio, tierras raras, uranio, etc. Estos cambios son secundarios porque lo permanente sigue siendo la necesidad ciega de acumular capital. La innovación no es otra que con la fase imperialista adquiere preponderancia el capital financiero-industrial, que no sólo el industrial y menos aún el comercial. Desde comienzos del siglo XX y de forma creciente, la exportación de capitales se ha convertido una obsesión, y es ésta la que mejor explica el porqué de las decisiones tomadas desde la segunda mitad de los ’80, cuando EEUU y Gran Bretaña, abrieron el melón podrido de la desregulación absoluta de los movimientos financieros, decisiones que han marcado al imperialismo en su etapa más reciente.

Ocurre que los empresarios tienden a invertir en los negocios financieros lo que no invierten en la industria y en los servicios comerciales debido a que los negocios industriales y de servicios tienden a ir reduciendo sus beneficios, por razones que ahora no podemos explicar. Los capitales sobrantes son improductivos, lo que es suicida para los empresarios, así que invierten esos capitales sobrantes en la banca, en las finanzas, en la especulación de alto riesgo, etc. Se abre así una espiral mortal que hace que cada vez sobre más capital por lo que hay que presionar cada vez más para que los pueblos acepten ese capital financiero extranjero que les arruina y empobrece. Con el tiempo, se crea una burbuja financiera y de otros negocios totalmente dependientes de ella, que termina estallando en crisis cada vez más profundas, largas y dañinas. Y con cada hecatombe, el imperialismo redobla sus ataques. Ahora nos encontramos en la más reciente, demoledora y terrible crisis.

Hemos empezado este apartado hablando de la “corta racionalidad” del imperialismo. Queremos decir que, primero y efectivamente, el imperialismo es racional, no es absurdo, porque sabe buscar los medios adecuados para obtener los fines que busca. Un ejemplo de su racionalidad es su supervivencia, las victorias pírricas que ha cosechado y las derrotas que ha inflingido a la humanidad trabajadora. Pero esta racionalidad es parcial, limitada y corta, es operativa en parcelas determinadas y en tiempos breves, porque en general, vista a escala temporal larga, el imperialismo es irracional porque no puede evitar conducir a la humanidad al desastre, a la barbarie y al caos. Por ejemplo, un empresario debe llevar bien sus negocios y modernizar sus máquinas, y en este sentido es y debe ser lo más racional y lúcido posible siempre dentro de los límites capitalistas; pero cuando pasamos de un empresario individual y aislado al conjunto de la burguesía mundial, entonces no sirve la suma de racionalidades individuales, sino su sinergia sistémica, el hecho de que la resultante no es otro que la irracionalidad global del sistema capitalista. El imperialismo, como fase actual del capitalismo, lleva al extremo esta dialéctica entre la racionalidad parcial y la irracionalidad total, que es la que domina a la larga.

Para comprender mejor cómo y por qué funciona el imperialismo, y qué sucede ahora mismo, cómo interactúan en todo momento la corta racionalidad del sistema con su irracionalidad global, para esto, debemos estudiar la lucha de clases a comienzos del siglo XXI.

4.- LA LUCHA DE CLASES Y DE LOS PUEBLOS

De la misma forma en que existe una continuidad de la explotación capitalista pero también innovaciones y cambios en sus fases y etapas, también sucede lo mismo con la lucha de clases, con la misma naturaleza y composición de las clases sociales. Como hemos dicho al comienzo, no debemos pensar las clases sociales como estructuras quietas e incomunicadas, sino como contradictorios procesos sociales en lucha mutua y en cambio. Por ejemplo, a comienzos del siglo XIX la clase obrera era absolutamente minoritaria en Europa y EEUU, y sólo en Gran Bretaña aparecía como un movimiento en formación inseparable de sus formas de resistencia. Fuera de la clase obrera existían grandes masas de campesinos y artesanos arruinados que cada vez más tenían que compaginar sus labores con trabajos en pequeñas y medianas empresas. Las mujeres seguían siendo explotadas en el domicilio aunque en Gran Bretaña también en las fábricas. A finales del siglo XIX el movimiento obrero era ya una realidad temida por la burguesía, y empezaba a extenderse por otras zonas del mundo, pero también era una realidad minada por un tendencia reformista interna potente porque el capitalismo podía sobornar y corromper a amplias franjas de trabajadores. El marxismo era muy minoritario y excepto otras corrientes socialistas revolucionarias y anarquistas, la mayoría del movimiento obrero y sindical se guiaba por ideas reformistas.

Pero las contradicciones sociales minaron la dominación burguesa. La fase imperialista agudizó tales contradicciones y añadió un impresionante sujeto de masas, que ya había aparecido hacía años pero que ya era imparable a comienzos del siglo XX: las guerras de liberación nacional anticolonial y antiimperialista. Y también, y sobre todo en muchas luchas, las mujeres se reafirmaron como otro sujeto decisivo, sobre todo el feminismo socialista que desbordó al feminismo burgués anterior. Desde la Comuna de 1871 la burguesía mundial había aprendido que la clase trabajadora era su enemigo mortal, y en 1917 la revolución bolchevique lo confirmó definitivamente. Pero ya no era el proletariado inconexo y utópico de comienzos del s. XIX, sino una fuerza inquietante, y tanto más peligrosa dado que pese a estar desunida por la existencia de una corriente reformista interna, aún así había demostrado una temible fuerza. Peor aún, además de la revolución bolchevique y de la oleada que le siguió, se habían asentado las luchas de liberación antiimperialista como se demostraba en todos los continentes.

La durísima crisis mundial de 1929 dio la oportunidad al capital para reforzar su contraofensiva ya iniciada con anterioridad. Una forma de destrozar la lucha obrera fue la progresiva introducción del sistema fabril denominado como taylorismo, o producción de cadena en serie, teorizada en 1912 y demoledor para la clase obrera pretaylorista y muy beneficiosa para la patronal. Otro sistema fue el del planificar el consumismo, algunas reformas sociales y las migajas repartidas de las sobreganancias imperialistas, sin olvidarnos del nacionalismo burgués y del racismo imperialista. Pero sobre todo, en los muy contados Estados burgueses afianzados, el capital pudo contar con el apoyo del reformismo, de las ganancias imperialistas y con la propia alienación que genera la sociedad burguesa, así como de las primeras medidas keynesianas, pero también con el miedo al socialismo y con organizaciones de extrema derecha y hasta nazifascistas toleradas hasta 1940, que amenazaban al movimiento obrero. Pero el grueso de la respuesta burguesa internacional fue el endurecimiento represivo, el militarismo, el fascismo y el nazismo, la contrarrevolución sangrienta.

La crisis de 1929 reafirmó las enseñanzas de las precedentes en una cuestión ya tratada antes: el papel de las “clases intermedias”, de la pequeña burguesía y de las “clases medias”, sectores que crecen en los períodos expansivos pero decrecen durante las crisis, arruinándolos y dividiéndolos entre reaccionarios y revolucionarios, separados por una mayoría dudosa que casi siempre termina girando a la derecha más por los errores de la izquierda que por los aciertos de la derecha. La crisis de 1929, al impactar en las colonias y pueblos oprimidos, azuzó los movimientos de emancipación nacional lo que multiplicó las dificultades del imperialismo al ver reducidas sus ganancias. La existencia de la URSS, sumado a lo anterior, llenaba el cupo de lo tolerado por el imperialismo. La guerra de 1939-45 buscó antes que nada acabar con el peligro comunista y asegurar la docilidad de una clase explotada mundial, y en segundo lugar pero supeditado al primer objetivo, reordenar la jerarquía interimperialista.

La lucha de clases posterior a 1945 se caracterizó por tres novedades fundamentales: una, en el centro imperialista, por un pacto interclasista entre la burguesía y el reformismo, con el apoyo de los partidos estalinistas, de modo que el capital pudo abrir una nueva fase expansiva, pacto interclasista que estaba también sostenido por la represión selectiva pero dura de las izquierdas revolucionarias como en Alemania Occidental, Japón, USA, Gran Bretaña, y en el Estado francés por la “dictablanda” del general De Gaulle; otra, en los Estados capitalistas más débiles por diversas dictaduras y regímenes fuertes vitales para la política yanqui de cerco y agresión a la URSS, a China Popular, y a las luchas de liberación nacional en todo el tercer mundo; por último, por la definitiva burocratización de la URSS y del socialismo que representaba, de modo que internamente los pueblos iban despolitizándose y girando poco a poco hacia un capitalismo idílico e inexistente en la realidad, que más tarde les hundiría en la pobreza y destrozaría su calidad de vida, mientras que en el exterior la burocratización minó la legitimidad incuestionable de la revolución bolchevique y del marxismo –el monstruo nazi fue vencido sólo gracias a la superioridad del socialismo soviético que aplastó al 80% de los ejércitos nazifascistas– acelerando la descomposición reformista de los PCs, y el largo desierto del marxismo frente a la ideología burguesa.

La propaganda capitalista ha manipulado la historia, ha mentido y ha creado otra historia reciente sobre la verdadera evolución de la lucha de clases mundial desde 1945 hasta ahora. Se nos ha hecho creer que los “treinta gloriosos”, las tres décadas transcurridas hasta finales de los ’70, con el inició del ataque neoliberal, fueron una demostración inequívoca de la superioridad de la “democracia occidental” sobre el socialismo. Esto es mentira. Como ya hemos dicho, sólo unos muy contados Estados burgueses, los imperialistas, pudieron desarrollar sistemas democráticos formales pero gracias a las excepcionales condiciones posteriores a 1945, gracias al despojo imperialista y gracias a una sofisticada represión interna. Las violencias de signo opuesto, la contrarrevolucionaria e imperialista y la revolucionaria y liberadora, fueron la realidad mayoritaria a nivel mundial, y muy en especial desde 1973 cuando mediante las criminales dictaduras en el cono sur latinoamericano el neoliberalismo apareció como la alternativa antisocialista y antiobrera a aplicar dentro mismo del imperialismo, como así sucede desde entonces.

Como a comienzos del siglo XX con el taylorismo y otros métodos, uno de los objetivos del neoliberalismo desde comienzos de los ’70 era y sigue siendo el de destroza la fuerza de lucha del proletariado, liquidando sus derechos, desuniéndolo, haciéndole retroceder a las brutales condiciones de explotación de finales del siglo XIX, etc. De nuevo, para saber qué son las clases debemos estudiar cómo el Estado burgués golpea muy duramente a las masas trabajadoras. Con la crisis iniciada en 2007, además del ataque a las y los trabajadores, las “clases medias” y la pequeña burguesía están siendo arrinconadas y mermadas bajo la presión de la gran burguesía. A la vez, el campesinado del mundo entero debe acelerar su emigración a las megaciudades para proletarizarse porque la agroindustria capitalista los empobrece aún más y los expulsa de sus reducidas tierras privadas y de sus tierras comunales. Simultáneamente, las mujeres campesinas, obreras y autoexplotadas en las grandes urbes, y en el centro imperialista, sufren un acoso creciente del sistema patriarcal y del terrorismo religioso.

La masa asalariada, es decir, la que vive sólo y exclusivamente de un mísero salario, la que no tiene ninguna autonomía económica, por no decir ninguna independencia productiva, esta masa que forma el componente decisivo de la humanidad trabajadora, va aumentando en todo el mundo y van reduciéndose los sectores autónomos, los que pueden compaginar el propio trabajo no explotado por nadie con un trabajo asalariado. Esta dinámica, ya teorizada por el marxismo de mediados del siglo XIX, choca cada vez más con su opuesta e irreconciliable pero unida a ella por lazos irrompibles: va reduciéndose la minoría multimillonaria poseedora de los medios de producción.

Otra característica ya anunciada por el marxismo y que se confirma día a día es la interacción entre el militarismo imperialista y la sobreexplotación de los pueblos. Malvivimos en un mundo finito, con recursos finitos en su inmensa mayoría, y en un planeta tan saturado y sobrecargado de porquería y detritus de muy difícil desintegración y asimilación, que literalmente el imperialismo se está comiendo el futuro de la siguiente generación, que no sólo de la juventud actual. Sólo la sobreexplotación de los pueblos puede sostener durante unos pocos años este desquiciado irracionalismo. Y para que las naciones empobrecidas se resignen pasivamente al expolio de ellas mismas, de su vida e historia, de su cultura y recursos, la civilización del capital se rearma al máximo, se militariza como nunca antes y advierte a viva voz al mundo entero que hará lo que le venga en gana. Las declaraciones de Obama antes y después del asesinato del supuesto Bin Laden, así lo explican sin vergüenza alguna, y encima amparándose en la voluntad de su dios cristiano.

5.- EL MARXISMO COMO TEORÍA-MATRIZ

Sumergidos en esta vorágine ¿por qué debemos recurrir al marxismo? Pues porque es la teoría que mejor ha resistido el criterio de la práctica, la prueba de los hechos. Y no hablo sólo de la teoría revolucionaria, comparando el marxismo con el anarquismo y con otras corrientes socialistas, sino fundamentalmente contratando el marxismo con la ideología burguesa. De entrada, y sin que podamos ahora extendernos en esta cuestión, el marxismo no es una “teoría”, ni una “ciencia”, y mucho menos una “ideología” y una “sociología”, en el sentido dominante de estos términos, aunque por desconocimiento o razones vulgarizadoras y pedagógicas se utilicen para explicar qué es el marxismo. En realidad es una praxis, una dialéctica entre la mano y la mente, la acción y el pensamiento, la práctica y la teoría.

El concepto de “praxis” proviene de lo mejor de la filosofía dialéctica de la Grecia clásica, y quiere decir la capacidad del ser humano libre para crear cosas nuevas. Por un lado, las diversas ramas del socialismo premarxista, desde el lassalleanismo hasta el anarquismo, se caracterizaron por repetir de algún modo anteriores concepciones sin aportar una síntesis cualitativa novedosa. Por otro lado, la ideología burguesa ha retrocedido al marginalismo del último tercio del siglo XIX, que surgió precisamente para impedir el avance del marxismo y para evitar que otros estudiosos burgueses investigasen más allá de lo alcanzado por la economía política clásica. Solamente el marxismo aportó una visión totalmente nueva, mejor dicho, esa visión se caracterizó ya entonces y sobre todo ahora, no tanto por las respuestas dadas a las preguntas ya existentes sobres las causas de la injusticia y la explotación, como muy en especial por el planteamiento de nuevas preguntas, de nuevas interrogantes que nadie se había hecho hasta entonces, y obviamente, a darles una solución inaceptable para la burguesía y de my difícil comprensión para el socialismo premarxista.

La fuerza del marxismo como teoría-matriz radica precisamente en que plantea nuevas dudas y aporta nuevas respuestas, y, además, lo hace desde una nueva concepción de lo que es el pensamiento y de lo que es la acción humana. Como no tenemos ahora espacio para desarrollar en detalle esta crucial novedad, vamos a verla en su desenvolvimiento en tres problemas decisivos en el presente y que exponen la esencia inhumana de la civilización del capital. Los tres tienen directa relación con la militancia internacionalista de Askapena.

El primero es la dinámica de formación de un “nuevo” sujeto revolucionario a escala mundial, una “nueva” clase trabajadora explotada que se crea tanto como efecto tanto de la contraofensiva general capitalista denominada neoliberalismo, como por respuesta de las propias masas explotadas que, a golpes, van aprendiendo de sus errores, de las traiciones político-sindicales, de las innovaciones represivas de la burguesía, etc. Entrecomillamos lo de “nueva” para indicar que, de hecho, mantiene lo esencial de la clase explotada ya existente a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, sobre todo lo esencial de la clase existente entre 1830 y 1871, pero con añadidos fundamentales “nuevos” como el papel decisivo de las naciones oprimidas, el papel decisivo de las mujeres, el papel decisivo de la juventud empobrecida, etc., siempre a escala mundial, planetaria.

Naturalmente, esta “nueva” clase mundial no surge de golpe sino que necesita una o dos generaciones, tal vez más, para irrumpir con fuerza renovada. Siempre ha sido así, siempre la recomposición del proletariado mundial, unida irreconciliablemente a la recomposición de la burguesía mundial, ha necesitado de atroces e insufribles experiencias para superar las cadenas mentales y materiales que ataban a la vieja clase trabajadora al reformismo de su época. Al igual que la economía capitalista tiene fases y ondas, la lucha de clases también las tiene, y la dialéctica entre ambas muestra cómo las viejas clases explotadoras y explotadas deben mudar su piel, adquirir nuevas formas externas manteniendo su naturaleza interna, para responder a las nuevas problemáticas que ellas mismas han ido generando en su lucha de clases, unas veces abierta y otras veces encubierta y latente, pero siempre activa.

El segundo es el creciente peso de las luchas tanto en defensa de las propiedades comunales y comunes que todavía resisten a los empites imperialistas, como de las luchas por recuperar de nuevo, en el actual contexto de mundialización del capital, el valor humano de la propiedad común, social, pública y/o estatal, sin matizar ahora las diferencias entre ellas. Desde la segunda mitad del siglo XIX el marxismo fue cobrando conciencia de la importancia decisiva de la propiedad comunal precapitalista no sólo en la lucha contra el colonialismo sino también en la antropogenia, en la autogénesis de la especie humana. En pugna permanente con el determinismo economicista de la cultura eurocéntrica, el marxismo, no sin dificultades, fue integrando la reivindicación de los bienes comunes precapitalistas con la reivindicación del socialismo, integración que se realizaba con naturalidad pasmosa en las lucha de liberación nacional pero que seguía, y sigue, siendo incomprendida por las izquierdas de los Estados que no sufren opresión nacional, que no están invadidos ni ocupados militarmente, y que tampoco padecen un saqueo masivo, público, notorio, sin tapujos e implacable, de sus recursos.

Pero también dentro de las sociedades imperialistas y de los pueblos no oprimidos siempre se han librado luchas populares por la recuperación de los bienes comunes. Lo que ocurre es que durante la fase de los “treinta gloriosos”, del mal llamado “Estado del bienestar” (¿?), de las políticas keynesianas, etc., estas reivindicaciones parecían haber sido conquistadas para siempre, y sólo los denominados ambiguamente “nuevos movimientos sociales” desde los ’60 en adelante plantearon algunas reivindicaciones en este sentido, sobre todo el feminista, el ecologista, el antimilitarista, el antiracista, etc. La contraofensiva neoliberal está acabando con la suicida ilusión de que la “democracia” garantizaba los “derechos sociales” para siempre y sin necesidad de luchar por ellos. Ahora es cada vez más obvio para centenares de miles de jóvenes de origen obrero y trabajador, incluso de origen pequeño burgués, que ya viven peor que sus padres, con menos derechos, con más y peor trabajo explotado y con menores sueldos, con más control, con más vigilancia y con más represión dentro de la “democracia occidental”. De nuevo, como en el pasado, lucha por una vivienda, por unos derechos laborales y sindicales, por una libertad de expresión, por unos servicios sociales y públicos, por unas ayudas institucionales, por una reducción de la dictadura empresarial, estas y otras reivindicaciones que enlazan básicamente con la lucha por los bienes comunes, vuelven a escena como en el pasado.

El tercero es la sinergia de las contradicciones clásicas y “nuevas” del capitalismo a escala mundial. Por contradicciones clásicas entendemos las que fueron teorizadas en las fases colonialista e imperialista, hasta la guerra de 1939-45: producción social versus apropiación privada, racionalidad parcial versus irracionalidad global, aumento de la producción versus disminución del consumo, desarrollo del pensamiento científico versus mercantilización de la ciencia, acumulación de capital versus explotación asalariada. Por contradicciones “nuevas” entendemos las que irrumpieron definitivamente desde 1945 en adelante aunque ya estaban embrionariamente latentes en el pasado: autodestrucción termonuclear y bioquímica versus acuerdos de paz y desarme, multiplicación exponencial del consumo versus recursos finitos, y mercantilización de la Naturaleza versus catástrofe ecológica.

La sinergia de estas contradicciones es acelerada por el movimiento de las leyes tendenciales del capitalismo: concentración, centralización y perecuación de capitales; asalarización y proletarización progresiva de la humanidad; aumento del trabajo muerto, del capital constante y fijo instalado, de la composición orgánica del capital y reducción del capital variable y del trabajo vivo; tendencia a la baja de la tasa media de beneficios, y socialización de la producción. La interacción entre las contradicciones inherentes y las leyes tendenciales se expresa mediante la lucha de clases que a su vez agudiza tal interacción en una dinámica de retroalimentación que, al final, estalla en forma de crisis cada vez más devastadoras y duraderas. Para salir de las crisis, al final el capitalismo no tiene otros recursos de la derrota inmisericorde del movimiento obrero y revolucionario, y de las naciones oprimidas que luchan por su libertad, así como la reestructuración brusca de la jerarquía interimperialista mediante implacables presiones económico-políticas, o en su defecto y fracaso, mediante guerras locales que pueden terminar y terminan en guerras mundiales. En síntesis, de las crisis el capital sale destruyendo inmensas fuerzas productivas, empezando por la fundamental, la de los seres humanos, que son sacrificados por decenas de millones en el altar de la propiedad privada. Para la civilización burguesa la muerte es la vida.

Pues bien, y concluyendo, solamente el marxismo puede actuar como teoría-matriz del resto de luchas y de pensamientos críticos parciales y sectoriales, focalizados hacia y en una opresión concreta, en una injusticia particular y en una dominación determinada. Y puede hacerlo porque sólo esta praxis ha planteado las nuevas preguntas y ha dado con las nuevas respuestas generales, comunes y básicas, con las constantes elementales y esenciales que bullen en el interior del capital y del trabajo, en el interior de su lucha permanente. Saber desarrollar de manera crítica y creativa las lecciones sustantivas del marxismo con las aportaciones particulares pero necesarias de todas las formas de lucha de la humanidad oprimida, esta permanente dialéctica, es especialmente decisiva para los movimientos internacionalistas porque ellos han de moverse en escenarios diferentes, en culturas, tradiciones e historias colectivas distintas a las de sus naciones de origen. Es por esto, que para los movimientos internacionalistas, como Askapena, el marxismo es el único instrumento emancipador válido para estudiar y conocer otras experiencias y sus conexiones de fondo con la lucha antiimperialista general.

EUSKAL HERRIA 18-V-2011

 

Este sitio web utiliza 'cookies'. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas 'cookies' y la aceptación de nuestra política de 'cookies'.
o

La Haine - Proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social

::  [ Acerca de La Haine ]    [ Nota legal ]    Creative Commons License ::

Principal