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Estado español :: 01/07/2011

Del macho ibérico al orgullo gay

Carlos de Urabá
Entre manantiales de alcohol y toneladas de coca, la flor y nata de la intelectualidad aplaude a rabiar a Almodovar, gurú de la teología liberadora

En España tras la muerte del dictador Franco se inició un periodo denominado por los historiadores como “el destape”. El destape fue una respuesta a la censura y la represión impuesta por el nacionalcatolicismo. Se acabaron las verdades absolutas y los dógmas inamovibles. Había llegado la hora de probar la fruta prohibida y disfrutar de los más bajos instintos sin complejos de culpa ni remordimientos.

La juventud de ese entonces eligió la filosofía nihilista como modelo de vida, es decir, “el pasotismo” paso , paso de todo, tío dedicándose de lleno la marcha y el desmadre. “a quién le importa lo que yo haga/ a quién le importa lo que yo diga./Yo soy así y así seguiré/ nunca cambiaré...” Con la llegada de la democracia el pragmatismo burgués mató al ideal revolucionario. Se habían cumplido los objetivos propuestos y ahora entrabamos en la famosa “transición democrática”. Tras 40 años de dictadura los líderes políticos nos convencieron que tendríamos poder de decisión y que nuestra voz sería escuchada. Pero pronto nos dimos cuenta que sólo era un ardid para llenarse los bolsillos a costa de nuestra ingenuidad. Los movimientos sociales que tanta importancia cobraron en la lucha clandestina, se desmovilizaron Esto supuso la quiebra del pensamiento utópico. No te comas el coco, armate un porro, colega, sírvete un cubata, pon la música a todo volumen y alucina.

El capitalismo se ha empeñado en convertir al sexo en un artículo de primera necesidad. Los consumidores exigen carne, carne fresca y bien adobada. Los medios de comunicación como la radio, la prensa la televisión, el cine, las revistas, amparados en el derecho constitucional de la libertad de expresión se dedican a sublimar el deseo carnal y estimular la libido con el fin de explotar a destajo este filón inagotable.

De esa España profunda habitada por gañanes y paletos ignorantones surgió un personaje que con el paso de los años se convertiría en uno de sus genios más preclaros: Pedro Almodovar. El trasgresor por antonomasia, el hereje homosexual que encendió el fuego fatuo de la movida madrileña. En aquel Madrid provinciano de los años setentas y ochentas se jugó el parné al todo o nada y por un extraño capricho del destino se transformó en la reinona de la villa y corte.

Una extraordinaria metamorfosis que nos valdrá como ejemplo para estudiar uno de los fenómenos más insólitos de la España contemporánea: el advenimiento del mariquita power.

Pedro Almodovar ni tuvo ningún complejo en salir del armario -hay que reconocer su casta y su bravura- se depiló el cuerpo, se maquilló el rostro y comenzó a usar zapatos de tacón y minifalda. Toda una auténtica declaración de guerra.

De inmediato, los inquisidores de la España sacrosanta lo señalaron como el anatema infernal del fin del milenio. Almodovar el sátiro, el fauno, el rufián desvergonzado que nos induce a pecar y fornicar, una mente retorcida que nos escupe en la cara lo más degradante de la condición humana.

Los principios éticos y morales que nos regían desde épocas inmemoriales se han resquebrajado. ¿Quién iba a pensar que el hijo del arriero de Calzada de Calatrava revolucionaría el séptimo arte y pondría en jaque nuestras tradiciones más vernáculas? Sus patologías enfermizas, la erótica obsesiva nos incita a sacar ese caníbal que todos llevamos dentro. Sin escrúpulos mancilla la pureza del cuerpo y del alma, el pudor cristiano, la castidad, y hasta la virginidad de María puesta en entredicho. Almodovar es un iconoclasta que con las depravaciones más procaces rompe los moldes establecidos. Una fábula antológica jamás escrita que ya hace parte de nuestro imaginario colectivo.

El mito del macho ibérico se extingue irremediablemente. Aquellos salvajes prehistóricos de pelo en pecho, cejijuntos y agitanados que se llevaban a las rubias escandinavas al huerto, han pasado a mejor vida. Hoy los chicos afeminados con sus blue jeans ceñidos marcando paquete, la camiseta ajustada a sus bíceps y tríceps, bien engominaditos y bañados en colonia Hamijo enarbolan la bandera del arco iris y se pasean triunfantes por las grandes avenidas.

Este proceso irreversible irá in crescendo y escribirá una página destacada en la historia del recién comenzado siglo XXI.

Los críticos sin ninguna objeción elevaron a Almodovar a lo más alto del Olimpo. La Academia Francesa no ahorró palabras de elogio: ¡superbe! ¡magnifique! ¡stratosphérique! No seáis tan retrogrados, deshinibios, tenemos que despojarnos de todos los tabúes para comprender la magnitud de su obra.

Entre manantiales de alcohol y toneladas de coca la flor y nata de la intelectualidad aplaude a rabiar al gurú de la teología liberadora.

Las universidades más prestigiosas del mundo lo premian con las más altas condecoraciones por su valiosísimo aporte a la cultura universal. Pedro Almodovar el trasgresor, el profanador que deslumbra a las masas con un lenguaje jamás concebido. El verbo hecho carne. Merecedor de los más preciados trofeos urbi et orbi: Caballero de la Legión Francesa, el Oscar hollywoodiano, el Cesar, el Goya, la Palma de Oro, Globo de Oro, la Concha de Oro, el premio Príncipe de Asturias de las artes, ¿las artes de la felación y el beso negro? ¿El ano, las vaginas y las tetas? Medalla de honor al mérito de las Bellas Artes, y vaya si son bellas las artes: la pedofilia, la sodomía, las parafilias, el o­nanismo, y como postre la lluvia dorada ¡que apoteosis!

Los más reputados doctores le consideran el máximo representante de la cultura popular española contemporánea. Un estallido orgiástico indescriptible. No os escandalicéis que todo está consentido y tolerado pues de su noble imaginación brota un universo o­nírico de una vitalidad arrolladora. Un espectáculo subvencionado por el Ministerio de Cultura español y la European Commission Culture. Vaya si tiene mérito transformar las perversiones más soeces en obras de arte.

Nuestro genio manchego aplica una dosis letal de su afrodisiaco favorito. El icono de la España progre se desmelena y saca a relucir toda su irreverencia, la madre del cordero, el prócer del orgullo gay posee un karma pervertido y morboso pocas veces descrito. ¡Alto! arriba las manos, abajo las bragas. Tanto frenesí nos deja obnubilados. En las sábanas humedecidas de efluvios sexuales los amantes retozan cual tortolitos practicando las lecciones del kamasutra castizo y en la platea se le caen las babas al personal. Más pelucas y medias veladas, el traje de faralaes, el abanico, las peinetas, las ligas, las cadenas, las correas, los brazaletes y collares, botas de motero, los zapatos de tacón de aguja, los tatuajes camaleónicos, un piercing traspasando la lengua, el rímel que se corre en los ojos llorosos de un travesti, el yonki que se chuta su dosis de “caballo” adulterada. ¡Magistral! La clave radica en estimular la libido y manipular los sentimientos de los Homo Erectus, lobotizar su cerebro, sobreexcitarlos y cuando estén a punto de caramelo ¡zas! que beban de su manita cual mansos corderitos.

Hay que perder el miedo a lo desconocido,explotar la riqueza genital que palpita en nuestro inconsciente colectivo, esa furia prehistórica que heredamos del hombre de Atapuerca. Cierra los ojos y déjate llevar por las nuevas sensaciones. Más vicio, más vicio, por favor, os lo suplico, nuestra sociedad decadente y perniciosa está ávida de bilis y estiércol.

El lobby gay o la “mafia rosa” es un club reservado a una élite de alto poder adquisitivo y refinamiento exquisito que extiende sus poderosos tentáculos por los sectores más influyentes de nuestra sociedad.

Resignados no nos queda más que aceptar su dictadura, son intocables que están por encima del bien y el mal. Cualquier critica en su contra sería calificada de homofobia. Así que a guardar silencio y a llevarlos bajo palio en la comparsa carnavalesca.

Se cumple la venganza y el españolito heterosexual ha sido condenado a la hoguera, el macho ibérico merece un castigo ejemplar. Los hombres son monstruos que encarnan el mal. El bien y el mal, los ángeles y demonios, la clásica dicotomía; los buenos son las mujeres; esposa, hija, madre o amante y los homosexuales, claro, las víctimas perseguidas desde tiempos inmemoriales.

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