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Cuba :: 06/08/2011

Afrodescendencia e inclusión en la revolución cubana

Pedro de la Hoz
No contábamos con la persistencia de prejuicios y actitudes, ni con que los cambios estructurales avanzan más rápido que los que se operan a nivel de la conciencia común

Definitivamente, la línea del devenir histórico de Cuba se quebró hacia la medianía del siglo XX. El derrocamiento de la tiranía el Primero de Enero de 1959 no fue el simple relevo de un régimen, sino una eclosión revolucionaria implícita en la etapa de profundas transformaciones radicales que comenzó a vivir desde entonces ese archipiélago antillano.

Esas transformaciones tuvieron un impacto inmediato en la vida de la población negra y mestiza, visceralmente implicada en los cambios políticos, económicos y sociales que se derivaron de la victoria popular. Esto último es un dato de suma importancia que a veces los observadores de la realidad cubana soslayan. La presencia de negros y mestizos, como parte de los sectores sociales que se enfrentaron al régimen de Fulgencio Batista, por demás, apoyado hasta última hora por el gobierno de Estados Unidos y su aliado en el Caribe, el dominicano Leónidas Trujillo, fue visible y decisiva, tanto en el Movimiento 26 de Julio y el Ejército Rebelde liderado por el doctor Fidel Castro como en el Partido Socialista Popular, que luego de una inicial posición sectaria se unió a la lucha, y, en menor medida, en el Directorio Revolucionario 13 de Marzo, surgido en el medio universitario.

En los primeros tiempos posteriores a la victoria, el Gobierno Revolucionario adoptó medidas que favorecieron a los históricamente preteridos, entre los cuales había una nutrida masa de negros y mestizos. Las bases institucionales de la discriminación racial fueron dinamitadas. Se acabaron los clubes sociales exclusivos y excluyentes, el acceso a la educación se consagró libre y gratuito para todos los ciudadanos, se dio fin al apartheid en los parques y la salud pública se convirtió en patrimonio de todos.

La campaña de alfabetización, la recuperación de los bienes malversados, la nacionalización de las riquezas del país, la reforma agraria, y la revolución educacional y cultural, puestas en marcha abrieron nuevos horizontes no solo a los afrodescendientes, sino a todos los sectores que habían padecido marginación y discriminación.

Pero no contábamos con la persistencia de prejuicios y actitudes, ni con que los cambios estructurales avanzan más rápido que los que se operan a nivel de la conciencia común. Tampoco consideramos adecuadamente, a la hora de establecer justas políticas sociales, las desventajas históricas acumuladas en las etapas precedentes, desde la Colonia hasta la ficción republicana de la primera mitad de la pasada centuria, por la población negra y mestiza. Dimos por sentado que la igualdad era plena a partir de criterios igualitaristas. De modo que entramos al siglo XXI arrastrando déficit en la visibilidad de problemas que se derivan de la problemática racial.

Sin embargo, no es poca cosa lo que se ha logrado en los últimos cincuenta años. Un notable poeta y etnólogo cubano, Miguel Barnet, decía en días pasados que a veces pecamos de excesiva modestia en la promoción de hechos objetivos que hablan de la reivindicación e inclusión social de nuestros afrodescendientes. A veces ni siquiera hemos sido capaces de contabilizar estadísticamente esos logros, y nos entrampamos en el acto de cavar trincheras ante los datos negativos que efectivamente existen, pero que en no pocas ocasiones son manipulados para ofrecer una imagen distorsionada de la realidad.

Me permito señalar tres ejemplos. Se reconoce que Cuba es uno de los países latinoamericanos y caribeños con mayor desarrollo científico. En la capital cubana existe un polo científico con resultados universalmente avalados en el campo de la biotecnología y la industria farmacéutica. Trabajo me costó obtener el dato de que el 37 por ciento de los especialistas que trabajan en ese polo son negros y mestizos.

Mucho más trabajo pasé para conocer que el 49,1 por ciento de los médicos y personal paramédico registrados en el contingente Henry Reeve, que en el último lustro ha prestado atención de urgencia en países víctimas de cataclismos naturales, son negros y mestizos. Por cierto, el contingente surgió por iniciativa de Fidel Castro ante el desastre del huracán Katrina en la Lousiana. Pero el gobierno de Estados Unidos rechazó la asistencia solidaria de los médicos cubanos.

Un funcionario del Ministerio de Educación me reveló como varió positivamente en 14 puntos el porcentaje de ingreso de negros y mestizos a los centros de excelencia vocacionales preuniversitarios, a raíz de que la dirección de la Revolución cuestionara, hace una década, la tendencia a admitir élites en esos planteles.

Dicho sea todo esto en un país donde las estadísticas en cuanto a la composición étnica de la población son cuestionables, pues que si les digo que en el último Censo nacional de Población y Vivienda, de 2002, se contabilizaban solo 1 126 894 negros y 2 778 923 mestizos contra 7 271 926, cualquiera que haya paseado por las calles o los campos de la isla advertirá que esos números no cuadran con la realidad.

Si hablamos en términos de solidaridad, los hechos son irrebatibles. Es conocida la historia de la ayuda internacionalista de Cuba a varios pueblos del continente africano, la formación gratuita de médicos y profesionales en diversas ramas, la creación de escuela en territorio cubano para hijos de aquella región del mundo. En otras oportunidades hemos explicado nuestra filosofía: África no necesita caridad ni paliativos, sino profunda y comprometida solidaridad. Dicho sea de paso, en Cuba también se están formando como médicos desde hace algunos años jóvenes afronorteamericanos, que no hubieran tenido oportunidad de acceder a la educación superior en ese país.

¿Quiere decir todo lo anterior que estamos satisfechos? ¿Qué no reconocemos vacíos y carencias¿ ¿Qué nos hemos cruzado de brazos ante viejos y nuevos desafíos vinculados al tema de la racialidad?

Muchos pensamos que los dos principales retos que debemos vencer, y ya comenzamos a hacerlo, es, por una parte discutir públicamente esos déficits, y avanzar en el diseño y aplicación de políticas de que completen el proyecto socialista de conquistar realmente equidad y justicia para todos

En el orden puntual, deseo transmitir dos comentarios. Uno tiene que ver con la percepción que de los afrodescendientes se promueve desde los medios de comunicación y que guarda estrecha relación con la batalla por desterrar los prejuicios raciales. En los últimos años se ha tenido más cuidado en lograr que a la hora de difundir mensajes gráficos y audiovisuales representativos de la composición étnica de nuestra sociedad, pero la propia intención tiene su reverso negativo. Como ha apuntado certeramente el escritor Reynaldo González “la imagen de la mujer y el hombre negros en los medios de comunicación cubanos suele rayar la etiqueta comercial, en vez de la valoración humana. Nuestra televisión no oculta al negro y su universo: los banaliza”.

Pero, y he aquí el segundo comentario, esa banalización tiene su base en insuficiencias educativas y culturales que influyen en la conciencia común, en tanto los que así actúan no han sido formados en una idea clara de los procesos socioculturales que los han traído a nuestros días.

Afortunadamente se van haciendo caminos. El sociólogo cubano Fernando Martínez Heredia, al inaugurar en días pasados el seminario Cuba y los Pueblos Afrodescendientes de América, en La Habana, lo señalaba con estas palabras que deseo compartir:

“El combate a las desventajas objetivas que padece una alta proporción de los no blancos debe formar parte, sin duda, de una política revolucionaria socialista general que favorezca a las cubanas y cubanos de cualquier color de piel que padezcan esas situaciones. Pero es imprescindible añadir una política especializada —bien fundamentada—, dirigida a erradicar o disminuir las situaciones de personas y grupos no blancos que se deben a una reproducción continuada de sus desventajas que se convierte en formas culturales, y las que se deben a relegaciones y discriminaciones por causas raciales. En el diseño y en la instrumentación de esa política deben ser determinantes la participación, juntos, de especialistas y de personas que forman parte de los grupos en desventaja, y la voluntad de no permitir que se reduzcan a acciones administrativas que se rutinizan, decaen y finalmente desaparecen”.

Solo a partir de esa concepción, que gana amplio terreno tanto a escala institucional como a nivel social en Cuba, podremos abordar el problema y darle solución. Y creo, sin pecar de triunfalismo, que en tal sentido Cuba podrá seguir aportando nuevas experiencias a las hermanas y hermanos de América Latina y el Caribe.

CubArte

 

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