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Carlo Frabetti, Estado español :: 21/10/2011

El opio de los progres

Carlo Frabetti - La Haine
No pueden engañarnos cuando ensalzan a un sujeto de la calaña de Garzón y agitan el espantajo de Gaddafi como emblema del mal, en un discurso que parece dictado por la OTAN

El poder necesita al bufón, más que para parecer tolerante y abierto a la crítica, para no perderse en los meandros de un monólogo sin fin y sin réplica. Necesita un espejo para maquillarse.

Al precio de distorsionar su figura y sus maneras (vendiendo su imagen, que es empeñar el alma), el bufón puede decir algunas verdades molestas, incluso proferir ciertas burlas y sarcasmos irreverentes, y el poder no solo lo tolera, sino que incluso puede llegar a reírse. ¿De sí mismo? No: de quienes confunden las impertinencias del bufón, que contribuyen a que todo siga igual, con las verdaderas críticas, las que podrían hacer que las cosas cambiaran.

¿Y quiénes confunden las bufonadas con las críticas? Todos, en alguna medida, en algún momento. A todos nos engañan alguna vez los bufones del poder (por ejemplo, los humoristas que publican sus chistes en los grandes periódicos), y a algunos los engañan todas las veces. Pero no pueden engañarnos a todos todas las veces. No pueden engañarnos cuando, como José Saramago, dicen que la mafia mediático-cultural que los ha encumbrado es “el rostro amable del capitalismo”, o que Alfonso Sastre es un “valedor de asesinos” (1). No pueden engañarnos cuando, como Eduardo Galeano, ensalzan a un sujeto de la calaña de Garzón y agitan el espantajo de Gaddafi como emblema del mal, en un discurso que parece dictado por la OTAN.

A los bufones acaba viéndoseles el plumero, el gorro de cascabeles. Su propia superficialidad -su habitual tonillo entre mesiánico y seudopoético, como de libro de autoayuda con ínfulas literarias- suele ser un primer indicio, aunque no concluyente; su exhibicionismo, su frecuentación de los grandes medios (poco compatible con la crítica verdadera), el engreimiento y la arrogancia típicos de los mediocres encumbrados y, sobre todo, una ambigüedad retórico-acrobática que acaba estrellándose contra el suelo de los obstinados hechos: esas son las señas de identidad -o de impostura- de los bufones del poder.

Como dice Francisco Frutos en su lúcido artículo "Manifiesto equívoco y clarificador" (2): “Qué lástima que los teóricos defensores del cambio social actúen desde el interior del movimiento de protesta con parecida información y métodos que el sistema. ¿No será que, a pesar de la retórica, forman parte del sistema como una especie de conciencia del mismo? Yo no sé otras personas, pero yo no necesito esa conciencia”.

No, no necesitamos esa conciencia, porque es, en el mejor de los casos, lo que los moralistas llaman “conciencia laxa” y los psicólogos “disonancia cognitiva”. Es el opio de los progres, que induce una somnolencia de la razón que, aunque no engendre monstruos, como su sueño profundo, permite que los dejemos pulular a nuestro alrededor sin excesiva alarma. Para que sigan ahí cuando despertemos.


Notas

(1) http://www.lahaine.org/index.php?p=39404

(2) http://www.larepublica.es/2011/10/manifiesto-equivoco-y-clarificador

 

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