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Europa :: 04/02/2012

Alexandr Yakovlev y el anticomunismo cavernícola

Miguel Urbano Rodrigues
Pensadores como Istvan Meszaros y Domenico Losurdo, de prestigio mundial, iluminaron sin pasión los errores y desvíos del llamado «socialismo real»

El ruso Alexandr Yakovlev es casi un desconocido en Portugal y en los demás países de Europa Occidental. Amigo íntimo de Mijail Gorbachov y su consejero principal, desempeñó un papel fundamental en el proceso contrarrevolucionario que condujo a la restauración del capitalismo en Rusia.

De pura casualidad, hace días encontré en la librería de una pequeña ciudad alentejana un libro suyo editado en Portugal en 2004: «Un siglo de violencia en la Rusia Soviética».

Es comprensible que este manual de anticomunismo haya sido recibido con entusiasmo en los Estados Unidos. En la falsificación de la historia A. Yakovlev se vale de todo lo negativo que sobre el tema se escribió acerca de la Unión Soviética.

Es esclarecedor que los editores portugueses hayan considerado útil transcribir en la contraportada la opinión sobre este libro de Zbignew Brzezinsky, el consejero de seguridad nacional del presidente Carter: «La revelación profundamente conmovedora y sólidamente documentada de los crímenes de Lenin y Stalin, escrita por un hombre de consciencia que hizo parte del Buró político del CC del PCUS en los años del fin de la Unión Soviética».

Alexandr Yakovlev se enorgullece de haber persuadido a Gorbachov de destruir la URSS a través de una «reestructuración» del régimen, la perestroika, presentada al Partido y al pueblo soviéticos como iniciativa revolucionaria cuyo objetivo sería el regreso a los orígenes del leninismo.

Fallecido en 2005 a los 82 años, fue durante más de cuatro décadas considerado un comunista ejemplar. Miembro del Partido desde 1944, entró al Comité Central diez años después, destacándose en tareas referidas a la ideología y la propaganda Siempre se abstuvo de criticar al regimen; se comportaba como comunista convicto.

Nombrado embajador en Canadá en l973, desarrolló una fraternal amistad con el Primer ministro Pierre Trudeau. Fue en Otawa que conoció a Gorbachov, en l983 durante una visita a aquel país del futuro secretario general del PCUS. Transcurridos muchos años, cuando Rusia ya era un país capitalista, Gorbachov reveló que las conversaciones mantenidas con el embajador lo ayudaron mucho a comprender que era necesario destruir el régimen soviético.

Tales elogios hizo de Yakovlev al regreso que Yuri Andropov lo llamó a Moscú y lo nombró director del Instituto de Economía Mundial y de Relaciones Internacionales de la Academia de Ciencias de la URSS. Y en 87, ya en plena perestroika, fue nombrado miembro del Secretariado y del Buró político del Comité Central del PCUS.

Decidió entonces que había llegado el momento de quitarse la máscara. De la crítica del socialismo pasó sin transición al elogio al capitalismo. Acompañó a Gorbachov en su primera visita a los Estados Unidos y sus catilinarias contra el régimen soviético le valieron los títulos de «arquitecto de la perestroika» y «padre de la glasnost».

La influencia que ejercía sobre el secretario general era tan ostensiva que el ex presidente del Soviet Supremo, Anatoly Lukyanov, durante una visita mía a Rusia en 1994, me dijo que todos «miraban hacia Yakovlev cuando Gorbachov hablaba».

EL ODIO Y LA CALUMNIA

Yeltsin no escondía su admiración por Yakovlev. Más de una vez elogió el trabajo del autor de The Fate of Marxism in Russia [El destino del marxismo en Rusia], - publicado por la Universidad de Yale – y lo nombró presidente de la «Fundación Democracia Internacional”, creada en Moscú para falsificar la historia de la URSS. Mas el ex-presidente ruso no podía prever que hoy, siete años después de fallecer, Alexandr Yakovlev inspirara un sentimiento generalizado de desprecio en los intelectuales rusos. Al igual que en Occidente, su delirante libro «Un siglo de violencia en la Unión Soviética», ya no se considera un instrumento útil de combate al comunismo.

En el esfuerzo por presentar a la Unión Soviética como un infierno más tenebroso que el ideado por Dante, Yakovlev genera en el lector una reacción opuesta a la deseada. El libro es un grito de odio. Y el odio no convence, desprestigia. El panorama de violencia que esboza pretende estar basado en documentación oficial. Pero las fuentes a que recurre o carecen de credibilidad o las citas hechas con frecuencia son manipuladas o fragmentadas.

Historiadores, filósofos y sociólogos respetados, rusos y occidentales, publicaron en las últimas décadas trabajos serios que ya permiten tener una visión amplia sobre las revoluciones rusas de febrero y octubre de 1917 y los acontecimientos que permitieron apuntalar las siete décadas de existencia de la Unión Soviética.

Pensadores como el húngaro Istvan Meszaros y el italiano Domenico Losurdo, de prestigio mundial -apenas dos ejemplos-, iluminaron sin pasión los errores y desvíos del llamado «socialismo real», y simultáneamente las transformaciones revolucionarias benéficas que resultaron para la humanidad de la victoria y el desafío bolcheviques. No esconden crímenes que marcaron esos años de transición del capitalismo hacia el socialismo. Sin embargo, coinciden al concluir que la desintegración de la URSS fue una tragedia para la humanidad que abrió puertas a la barbarie imperialista. Antagónico es el libro de Yakovlev. ¿Qué credibilidad puede merecer un intelectual para el cual la Revolución de Octubre fue un golpe contrarrevolucionario?

En su opinión, democráticos y progresistas eran los gobiernos del príncipe Lvov y de Kerensky. Para él la Rusia imperial era una monarquía constitucional (en fase de acelerado progreso) que se transformó en febrero del 17 en una república democrática.

Pudiera el lector imaginar que el blanco principal de este libro es Stalin. Pero es transparente que esbozar de Lenin el retrato de un ser demoníaco, brutal, enemigo de la humanidad, es el gran objetivo del autor.

Para Yakovlev, «Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) dirigente máximo del primer gobierno soviético después de la violenta toma del poder en 1917» es «el exponente del terror y de la violencia a las masas, de la dictadura del proletariado, de la lucha de clases y de otros conceptos deshumanos». Afirma que Lenin creó «campos de concentración para niños», es responsable de la muerte «de millones de ciudadanos rusos» y como tal «plausible de condena póstuma por crímenes contra la humanidad».

Junto a Hitler, coloca a Lenin y Stalin como «los peores criminales del siglo (…) el siglo de Caín, el siglo que vio a Rusia arruinada y a su modelo de desarrollo echado por tierra». «Rusia – afirma- estaba en buen camino. Lo que ocurrió no fue que Rusia se atrasó, fue que a los bolcheviques les quebraron las piernas, les vaciaron el cerebro y se lo recolocaron justamente al revés».

Lenin también es acusado de estimular la tortura. «Era el propio Inquisidor -escribe Yakovlev- quien decidía qué torturas usar con los detenidos, con vistas a obtener confesiones de culpa y era él personalmente quien averiguaba el buen cumplimiento de sus órdenes».

En este libro de pesadilla el autor responsabiliza en 15 párrafos al bolchevismo de crímenes monstruosos. No me resisto a dejar de transcribir el primero: «El bolchevismo no puede escapar a la responsabilidad por la contrarrevolución, por el violento golpe contrarrevolucionario de 1917».

Es lamentable que un libro tan profundamente reaccionario haya sido publicado, con un prólogo altamente elogioso, por una editora portuguesa tradicional.


(1) Alexandr Yakovlev, Um Seculo de Violencia na Rússia Soviética, Editora Ulisseia, Lisboa, Junho de 2004

Traducción de Marla Muñoz. www.odiario.info

 

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