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Nacionales E.Herria, Iñaki Gil de San Vicente :: 06/03/2012

La Euskal Herria socialista que queremos

Iñaki Gil de San Vicente - La HAine
Un punto importante en el que hay que reincidir aquí es el papel de la práctica colectiva como desencadenador de nuevas reflexiones críticas

(Este texto está escrito para el seminario debate de IPES Un socialismo para la Euskal Herria del siglo XXI, para su cuarta jornada, de 25 de febrero de 2012, «Hacia una nueva Euskal Herria».)
(Remodelación del artículo El socialismo en la liberación vasca, de junio de 2011, publicado en la revista «International critical Thought», disponible en la «wiki» para quien lo quiera in extenso.)

INDICE

1. SURGIMIENTO Y EVOLUCIÓN DEL SOCIALISMO EN EUSKAL HERRIA
(Este tema ya ha sido tratado en la ponencia de Santiago Ramírez, pero incluimos una pequeña reflexión con la que finaliza dicha ponencia. Nota de IPES.)
- UN POCO DE HISTORIA

2. LA IZQUIERDA ABERTZALE
2.1. INDEPENDENTISMO SOCIALISTA
2.2. CUATRO AVANCES DECISIVOS
2.3. AVANZANDO AL PRESENTE

3. REIVENTEMOS EL FUTURO: CONSTRUYAMOS EL SOCIALISMO
3.1. UNA DEFINICIÓN DE SOCIALISMO
3.2. EL SOCIALISMO COMO PROCESO HISTORICO
3.3. EL CAPITALISMO ACTUAL Y SU CRISIS
3.4. EL ESTADO COMO NECESIDAD
3.5. HEGEMONÍA OBRERA Y POPULAR
3.6. GOBIERNO E INDEPENDENCIA SOCIALISTA
3.7. PUEBLO TRABAJADOR Y CLASES MEDIAS
3.8. VALORES Y PRAXIS SOCIALISTAS
3.9. FORMAS DE PROPIEDAD SOCIALISTA

1. SURGIMIENTO Y EVOLUCIÓN DEL SOCIALISMO EN EUSKAL HERRIA

DE HISTORIA

De la misma forma en la que la dictadura militar de 1923-1931 no destruyó la incipiente tendencia a la unificación del socialismo con el independentismo, la guerra de 1936-1939 y la larga dictadura posterior, finiquitada oficialmente en 1978, tampoco lograron el mismo objetivo. De entrada, sí hay que reconocer que este casi medio siglo de dominio implacable del fascismo español sobre Euskal Herria obtuvo dos éxitos efímeros en el tema que tratamos:

1) la conversión del socialismo del PSOE en una fuerza capitalista y nacionalista española, un instrumento estatal decisivo[1] para mantener la opresión del Pueblo Vasco;

2) la creación de un «marxismo español» directa y explícitamente negador de los derechos nacionales de los pueblos no españoles y defensor de la «nación española»[2].

Sin embargo este triunfo fue efímero porque en la segunda mitad de la década de 1960 se realizó definitivamente la fusión entre independentismo y socialismo.

Tras la guerra de 1936-1939, la situación de las organizaciones de izquierda era extremadamente débil, y aún así, pudieron lanzar una ofensiva sociopolítica desde 1947 hasta comienzos de los años 50 para presionar a los aliados para que derrocaran a Franco, y para conseguir mejoras sociales, anti represivas y democráticas[3].

Esta oleada de luchas tuvo su importancia en el posterior surgimiento de EKIN, formado por un grupo de jóvenes universitarios que dieron paso, más adelante, en 1959, a la organización de ETA (Euskadi eta Askatasuna, «País vasco y libertad»), porque demostró a un sector de la juventud vasca que no servían de nada ni el democraticismo pacífico del PNV, ni las formas de lucha de masas por duras y heroicas que fueran, como huelgas locales y generales, cierres de comercios, manifestaciones, etc., ya que los aliados habían decidido «salvar a Franco», utilizarlo como baluarte anticomunista, y ya que el PNV aceptó el mismo objetivo supeditándose incondicionalmente a la política de los Estados Unidos.

Un punto importante en el que hay que reincidir aquí es el papel de la práctica colectiva como desencadenador de nuevas reflexiones críticas en los grupos organizados, así como en el hecho de que sea durante las fases de lucha más duras cuando se sientan las condiciones para posteriores avances prácticos. Como hemos al tratar de las «guerras carlistas» y sus efectos concienciadores sobre la identidad vasca, y como hemos vuelto a ver durante y tras la dictadura de 1923-1931, ahora la experiencia nacional e internacional aprendida en el período de 1947-1954, especialmente la revolución cubana y frente al colonialismo francés, la guerra de independencia de Vietnam y Argelia, tendrá importancia para el posterior resurgimiento de la autoorganización popular desde mediados de los años 60 en adelante.

2. LA IZQUIERDA ABERTZALE

EPENDENTISMO SOCIALISTA

La creación de un socialismo independentista, de una especie de «marxismo vasco» en su primera elaboración llegó a su momento crítico en la larga Vª Asamblea de ETA. No fue un parto fácil y corto. Desde la izquierda no independentista, esta primera definición fue tachada de «notable ambigüedad y falta de definición política»[4] porque no se atenía a lo establecido hasta entonces.

Como siempre sucede en la historia del socialismo, el surgimiento de una teoría que integre lo bueno de la anterior en un sistema más amplio y rico, necesitó de:

- primero, una larga tensión interna cada vez más insoportable hasta que estalló en una escisión;

- segundo, de un período de cuatro meses, de diciembre de 1966 a marzo de 1967, durante el cual se materializó la escisión, y

- tercero, de un período posterior de afianzamiento de la nueva praxis hasta dar el salto al punto de no retorno en verano de 1968.

Sin embargo, como todo proceso, la fuerza de esta nueva praxis dependía de que se fuera confirmando en su lucha, de manera que no pasaría mucho tiempo hasta que aparecieran nuevas contradicciones que generarían sucesivas escisiones, bifurcaciones y enriquecimientos del independentismo teórico. En un contexto marcado por la irrupción de una crisis capitalista mundial a finales de los años 60, por la crisis terminal del franquismo y por el ascenso de la lucha de liberación del Pueblo Vasco, en este contexto, la fusión entre socialismo e independentismo surgió del interior de estas contradicciones, lo que garantizó que la Vª Asamblea estableciera la «madurez política de ETA» que en enero de 1968 oficializa su ideario en la revista Zutik nº 48 «de notoria influencia maoísta»[5], en el que se define claramente que «en el País Vasco la lucha de clases adopta la fórmula de Lucha de Liberación Nacional». Dicha Vª Asamblea definirá y hará suyo así el nacionalismo que lucha por la liberación nacional y social del pueblo vasco como «nacionalismo revolucionario» en contraposición al nacionalismo chovinista y pequeñoburgués[6].

2.2. CUATRO AVANCES DECISIVOS

Un punto clave fue la capacidad de síntesis de cuatro dinámicas sociales cada una de ellas con su diferente temporalidad histórica, y con su área de expresión específica en el imaginario vasco tal cual se expresaba desde finales de los años 50 hasta finales de los 70:

Uno, y el más profundo en la identidad colectiva, la urgencia por recuperar el complejo lingüístico-cultural vasco, no sólo de su lengua, el Euskara, no sólo su cultura folclórica y popular, sino a la vez la recuperación del «ser comunal», de las formas societarias comunalistas, horizontalistas y democráticas autoorganizadas, que se plasmaron en la aparición de movimientos populares desde los años 60 y algo más tarde, en la forma organizativa de la izquierda abertzale, más en «forma movimiento» que en «forma partido». Especial significación tiene el hecho de que ETA plantease ya en el primer texto oficial de la Vª Asamblea la necesidad de una universidad popular vasca[7], no burguesa ni española, como institución decisiva para la recuperación de la lengua, de la cultura y de la historia del Pueblo Vasco.

Dos, la necesidad «instintiva» de aprender de otros movimientos de liberación del llamado «tercer mundo» mucho más que de la experiencia española y europea, ya que buena parte del llamado «marxismo sin nación»[8] era extremadamente despreciativa para con la liberación vasca y con la teoría que iba creando. Aquí tenemos que recordar lo arriba dicho sobre el estatalismo y el sentido de superioridad heredado del hegelianismo y del joven Engels, que de una forma u otra condiciona la estructura conceptual del grueso de las izquierdas europeas. Las acusaciones de «tercermundismo»[9] al independentismo socialista vasco surgen no tanto de su capacidad de aprender de estas experiencias, sino de la incomprensión del papel crucial de la defensa de «lo común» que sufre la izquierda occidental, y que, ahora, poco a poco, empieza a ser superada. Los pueblos antiimperialistas han conservado el valor de lo colectivo, lo han logrado mal que bien y en muchos casos sólo mediante una deliberada política cultural y educativa destinada a recuperar esos valores imprescindibles.

Tres, la recuperación del concepto clave de «pueblo trabajador»[10], que aparece ya en el socialismo del siglo XIX, que se mantiene en la III Internacional, pero que va desapareciendo en la izquierda eurocéntrica, siendo sustituido por una visión estructuralista de las clases, cuando no por su negación[11], que no tiene en cuenta su complejidad y las amplias fracciones internas situadas entre las clases trabajadoras en el capitalismo desarrollado. El abandono del concepto de «pueblo trabajador» en estas izquierdas ha ido unido al sobredimensionamiento del concepto de «ciudadano»[12], utilizable como recurso pedagógico y propagandístico pero sin ninguna eficacia de investigación teórica para la lucha de clases.

Además, este concepto ayudó a superar el «racismo xenófobo» del que partía el primer nacionalismo del Partido Nacionalista Vasco, que recogía la tradición romántica de finales del siglo XIX y que impregnaba todas las reivindicaciones nacionales de aquella época. Así, se definió en aquella Vª Asamblea que «vasco es todo trabajador que vende su fuerza de trabajo en el País Vasco», en una época, 1955-1970 en la que casi 800.000 inmigrantes españoles habían acudido a trabajar a las industrias del País vasco, evitando así la confrontación de trabajadores vascos frente a trabajadores españoles[13], y que posibilitó en 1970 y 1975 la realización de enormes Huelgas Generales contra la represión franquista contra los militantes de ETA condenados a muerte, entre los que se encontraban también trabajadores de origen español. Sin embargo, desde fuera de ETA y proveniente de una de sus escisiones no independentistas durante la Vª Asamblea, se siguió insistiendo en que su tercermundismo y esencia pequeño-burguesa radicalizada, imposibilitaban la superación de la xenofobia[14].

Otro de los logros decisivos de la izquierda vasca fue precisamente el de construir durante la misma lucha[15] un sindicalismo sociopolítico[16] que girase alrededor del concepto de «pueblo trabajador» como sujeto independentista y socialista. A diferencia de la deriva corporativista y economicista de la mayoría del sindicalismo obrero clásico de la época, el vasco se posicionó desde su inicio, y no sin problemas internos serios pero sobre todo gracias a una gran capacidad de integración, por una forma organizativa y de funcionamiento que le acercaban más al sindicalismo combativo de los pueblos antiimperialistas y a las experiencias más gloriosas del sindicalismo revolucionario europeo que a los sindicatos integrados en el modelo de Estado keynesiano y taylor-fordista, los que ayudaron sobremanera a desviar, contener y echar marcha atrás la oleada prerrevolucionaria iniciada a finales de la década de los años 60 en los países imperialistas.

Y cuatro, el papel clave de la emancipación de la mujer como sujeto colectivo inserto en la explotación elemental y total que golpea al pueblo entero[17]. Este fue un logro decisivo de la izquierda vasca precisamente cuando incluso dentro de los «nuevos movimientos sociales»[18] y de la extrema izquierda estudiantil de finales de los años 60, no se comprendía la necesidad de que las mujeres se dotaran de su propia organización autónoma dentro de la «forma movimiento» común, sino que siguiendo el esquema de la «forma partido» se pensaba que a lo sumo debían existir organizaciones mixtas entre hombres y mujeres. Prácticamente desde los inicios de ETA, desde 1963, la emancipación de la mujer aparece como una necesidad inherente a la liberación nacional, reivindicación que se irá enriqueciendo con los años[19].

2.3. AVANZANDO AL PRESENTE

Partiendo de estas cuatro características básicas del independentismo socialista ya asentadas en los años 70, se comprenden mejor tres prácticas simultáneas en aquellos años que han dejado una impronta indeleble que, por ello mismo, debe ser mantenida viva en la memoria política de la militancia y del pueblo:

1) la lucha permanente por la amnistía de los y las prisioneras vascas;

2) la lucha contra la nuclearización de Euskal Herria por parte del Estado español; y, en general, por la defensa de la tierra frente a la explotación salvaje de la naturaleza por parte del capitalismo.

3) la interrelación de las formas de lucha y de resistencia, huyendo del unilateralismo que sólo reconoce una de ellas, y reafirmando que lo decisivo es la valoración política de los efectos negativos o positivos globales de esa interrelación sobre y para la marcha de los objetivos irrenunciables. Sin mayores precisiones ahora, decir que la militancia independentista se formó hasta comienzos de la década de 1990 en este bloque conceptual producto de una larga reflexión práctica.

La hecatombe de finales de los años 80 y el comienzo de los 90, con la implosión de la URSS y del «socialismo de Estado», el recrudecimiento neoliberal e imperialista, la propaganda sobre el fin de la historia y el comienzo de la guerra de civilizaciones, los años de expansión económica espuria y más aparente que real basada en la liberalización absoluta de la voracidad financiera[20], estos y otros cambios sometieron a una profunda crisis al ideal socialista, comunista y marxista -como queramos denominarlo ahora mismo. Se inició una larga travesía en el desierto para todas las fuerzas de izquierda que seguían interpretando el mundo según los dogmas del «marxismo occidental», que no podían comprender los avances en el marxismo del «tercer mundo» basados en una progresiva recuperación de las luchas comunales de los pueblos desde la teoría tal cual fue enriquecida a partir de1960 en adelante[21], lo que unido a otros avances les permitió acertar en su visión de que la lucha de clases mundial giraba hacia Oriente, hacia las luchas de liberación de los pueblos colonizados[22].

La expansión financiera que acompañó esta debacle política de la izquierda tradicional ocultó la realidad de un capitalismo mundial que, sin embargo, se acercaba lenta pero inexorablemente a una crisis sobrecogedora[23] como la actual. Para el ideal socialista moderno y para las ansias igualitaristas que nos remiten a las primeras épocas del surgimiento de la explotación en la historia humana, fue demoledor este divorcio entre la apariencia de progreso económico, que también tenía una pequeña parte de realidad, y el retroceso de las izquierdas clásicas, algunas de las cuales ya habían desaparecido.

También la izquierda independentista vasca sufrió este impacto, si bien algunos debates internos realizados en la mitad de los años 90 para adecuar la línea lograron reducir en algo sus efectos negativos, pero no totalmente. Pero al igual que había sucedido en situaciones pasadas en las que la extrema dureza de la represión agudizó la capacidad creativa, ahora también volvió a ocurrir lo mismo tras una serie de nuevas medidas represivas españolas que liquidaban hasta los elementales derechos burgueses de libre elección, asociación y expresión democrática al Pueblo Vasco, con la excusa de la «lucha contra el terrorismo». La primera década del siglo XXI fue la de más retroceso en las libertades colectivas e individuales desde la sublevación militar franquista en 1936. De este modo y en el tema que aquí nos trae, en estas dos décadas se desencadenaron fuertes presiones internas y externas que solamente pueden ser superadas mediante el desarrollo en profundidad del independentismo socialista.

Es por ello, por lo que el Movimiento Vasco de Liberación Nacional, en su conjunto, ha realizado estos dos últimos años, una profunda reflexión interna en la que han participado más de 7.000 militantes, que le llevó a comienzos del año 2010, a tomar una decisión estratégica como es la de abordar su proceso de Liberación nacional y social a partir de una lucha desarrollada exclusivamente en el terreno político y democrático, superando el terreno de la confrontación armada y desarrollando todas las opciones a partir de la lucha institucional y la movilización popular.

Dicho proceso de confrontación democrática es revolucionario en el sentido que propugna una profunda transformación de la realidad actual de nuestro país tanto en su contenido de clase como nacional, y aspira a abrir el camino hacia la independencia nacional y el socialismo, objetivos democráticos, a través de la lucha ideológica, la lucha de masas y la lucha institucional en el conjunto de Euskal Herria. La creación de un Estado vasco independiente y socialista sólo se llevará a cabo si es refrendado por el conjunto de la ciudadanía vasca. Por todo ello, algunos denominan esta fase como Revolución Democrática Nacional.

Este paso, a pesar de la represión y la ilegalización de sus organizaciones políticas, ha culminado, en alianza con otros sectores soberanistas y de izquierdas, en una gran victoria electoral en las recientes elecciones municipales y estructuras «forales», que han abierto una perspectiva importante para otros pasos hacia la libertad de este pueblo.

Cualquier debate sobre el avance hacia el socialismo y a la independencia debe partir de una base adecuada, formada por la síntesis de cuatro investigaciones fundamentales: una, qué es el socialismo y qué es una fase de transición al socialismo; dos, en qué contexto nos encontramos para avanzar hacia ell socialismo conociendo las fases de transición; tres, quién es el sujeto colectivo que dirige ese avance; y, cuatro, qué política de alianzas ha de mantener ese sujeto colectivo.

3. REIVENTEMOS EL FUTURO: CONSTRUYAMOS EL SOCIALISMO

DEFINICIÓN DE SOCIALISMO

Definimos por socialismo la primera fase del comunismo, es decir, una sociedad con los medios de producción colectivos, con la producción planificada según las necesidades sociales y regida por los valores de uso en vez de bajo la dictadura del mercado y de la ley del valor-trabajo; autogestinada por los productores asociados que cooperan conscientemente según planes socialmente debatidos y decididos, en vez de estar sometida al terror moral del fetichismo de la mercancía. Una sociedad, por tanto, sin Estado, sin represiones y sin aparatos burocráticos externos y superiores al pueblo autoorganizado. O sea, una sociedad sin clases, sin patriarcado y sin opresión nacional, por tanto, una sociedad mundial en los aspectos decisivos, aunque con ritmos diferentes que se igualarán en el comunismo.

Pero antes, la sociedad ha de pasar por la fase de transición del capitalismo al socialismo, fase histórica con subfases internas, en la última de las cuales tienen que darse las siguientes características necesarias:

- estar muy avanzado el proceso de desmercantilización y de abandono del valor de cambio, sustituido por los valores de uso;

- estar muy avanzado el proceso de auto extinción del Estado obrero sustituido por el avance de la administración colectiva de las cosas;

- estar muy avanzado el proceso de la extinción de las clases y del sistema patriarcal;

- estar muy avanzado el proceso de reintegración de la especie humana en la naturaleza;

- estar muy avanzado el proceso de internacionalización socialista en base al libre desarrollo de los pueblos en un contexto de solidaridad mutua; - estar muy avanzado el proceso de reunificación del trabajo intelectual con el manual; y, por último,

- estar muy avanzado el proceso de extinción irreversible de la propiedad privada y de las relaciones sociales que le son inherentes.

Sin embargo, antes de este antes, el pueblo tiene que estar organizado y decidido a vencer en las vitales fases de la lucha en las que se decide la superación o continuidad del poder burgués, su derrota o su victoria. Cuanta mayor sea su firmeza y su fuerza obrera y popular, cuanto más amplia y legítima sea su hegemonía y su política de alianzas, menor será la resistencia burguesa. Hasta el presente, ningún proceso socialista ha logrado dar pasos cualitativos sin una enconada y hasta atroz resistencia burguesa, siempre apoyada por otras burguesías internacionales. Aunque teóricamente el marxismo no niega la posibilidad de avance pacífico al socialismo, sí insiste en que política y éticamente lo más correcto es prepararse concienzudamente para las peores circunstancias, ya que de su resultado dependerá el futuro durante varias generaciones.

El socialismo nunca puede ser importado desde el exterior, nunca puede imponerse a la fuerza a un pueblo, sino que debe surgir de la fusión entre su experiencia de lucha concreta y particular, nacional, y la experiencia general de la humanidad explotada[24]. A lo largo de esta fusión destacan cuatro fuerzas decisivas: la historia y la memoria de lucha del pueblo; la existencia en su interior de una organización revolucionaria; la elaboración teórica de su proyecto nacional y sus relaciones internacionalistas. Sin memoria no hay organización, sin ambas es difícil crear un proyecto independentista y sin relaciones internacionales es difícil un debate teórico riguroso que enriquezca el proyecto socialista.

3.2. EL SOCIALISMO COMO PROCESO HISTÓRICO

El socialismo no es una conquista que se logra en un solo y único acto revolucionario, mediante una insurrección o gracias a la victoria de una guerra de liberación nacional. Es un largo proceso no determinista, abierto al estancamiento y a la derrota, que va superando fases sucesivas y crisis, y que, sin embargo, en cada momento de su evolución, busca activar la dialéctica entre los fines y los medios, intentando que algunos de los fines y de los objetivos empiecen a estar presentes siquiera de forma germinal en las conquistas ya logradas[25]. Para lograrlo es imprescindible elaborar un socialismo no economicista ni determinista, que no supedite el desarrollo omnilateral del ser humano a los fríos logros económicos, sino que tenga el enriquecimiento pluridimensional del ser humano como el fin a lograr[26]. Un socialismo que recoja e integre en una unidad superior lo mejor de las tradiciones revolucionarias[27]de la humanidad explotada.

El grueso de la izquierda tradicional europea, y parte de la militancia independentista vasca, pensó durante mucho tiempo que el socialismo se conquistaba de la noche a la mañana, como quien abre una lata de mermelada. Se pensó que bastaba con aplicar correctamente el recetario de los «libro sagrados» para llegar al socialismo, y que si no resultaba así, si se retrasaba su llegada o se fracasaba no era porque los libros habían envejecido sino porque los habíamos aplicado mal. La teoría nunca se equivocaba, era la realidad y la clase y el pueblo quienes erraban. Pero el socialismo es en realidad el nombre que damos a la penúltima fase de un largo proceso repleto de riesgos y fracasos que se inicia dentro del capitalismo y sólo se desarrolla plenamente en el comunismo.

Tener en cuenta la naturaleza de movimiento, del proceso, de la acción y reacción, de la lucha interna y externa en la dinámica hacia es socialismo es decisivo para saber que resulta muy peligroso y arriesgado intentar adelantar a la historia, saltar por encima de ella para acortarla si es que no existen ya las condiciones objetivas y subjetivas que faciliten y exijan este salto. La precipitación voluntarista es tan peligrosa como la lentitud temerosa.

Si estudiamos los procesos revolucionarios sin gafas dogmáticas vemos que en sus inicios buscaron no forzar reacciones burguesas desesperadas sino sólo aquellas medidas socioeconómicas[28], políticas y represivas imprescindibles para asegurar la supervivencia del nuevo poder pero dentro de un marco de legitimidad lo más amplio posible, basado en el cuidado con el que las fuerzas revolucionarias sopesaban las primeras medidas socioeconómicas[29], buscando no abrir conflictos todavía innecesarios, avanzar mediante negociaciones con sectores de la burguesía y de los terratenientes siempre que ello fuera posible, intentando ampliar las fuerzas democráticas y progresistas que apoyasen al gobierno revolucionario, etc., para así expandir con métodos pacíficos y lo menos violentos posibles las conquistas sociales.

Las revoluciones endurecen sus posturas defensivas sólo cuando las burguesías contraatacan[30], pasan al sabotaje activo, al terrorismo, generalizan la fuga de capitales y buscan el empobrecimiento del país, el caos y el desorden para debilitar a la revolución y lograr que el imperialismo ataque ya abiertamente al pueblo emancipado[31].

Esta reflexión, demostrada inequívocamente por la historia, es decisiva para la realidad vasca. No tenemos fuerzas militares suficientes para vencer al ejército español que protege al capitalismo vasco, esto lo ha demostrado la historia militar desde finales del siglo XIX y antes incluso, desde comienzos del siglo XVI y desde finales del siglo XII. Además, como hemos dicho antes, la estrecha interconexión socioeconómica y política de la burguesía vasca con la española y la francesa, la parte de la población que vive en nuestro país pero que se siente española o francesa, etc., estas realidades nos exigen aplicar la estrategia de acumulación de fuerzas que ya realizaron otros países emancipados en sus primeros pasos y que intentaron seguir aplicando hasta que la ferocidad del capital les obligó a endurecer sus decisiones.

3.3. EL CAPITALISMO ACTUAL Y SU CRISIS

No tenemos espacio apenas para dejar claro un principio decisivo: el capital es la crisis, el capitalismo siempre está en contradicción consigo mismo, en su interior, y por eso siempre está en crisis interna, larvada, latente y con tendencia a emerger a la superficie. Cuando esto sucede, y siempre termina sucediendo, la crisis aparece públicamente, en el exterior, en la superficie.

La lógica formal, la ideología dominante, sólo se percata de la crisis una vez que estalla como un volcán desde el fondo de las contradicciones, pero no antes. Mientras que el volcán está dormido, bullendo únicamente en sus entrañas no accesible a la ideología burguesa, en estos períodos cada vez más cortos, sólo la minoría marxista sabe que la crisis se incuba en la raíz de la civilización del capital, dispuesta a emerger a la superficie bajo muchas formas, que pueden terminar en una gran crisis.

El capitalismo se encuentra bajo una crisis «nueva», es decir, una crisis que conjuga lo esencial y permanente de las crisis del modo de producción capitalista con formas nuevas que se han materializado definitivamente en el último medio siglo. Aunque para conocer y dominar la teoría marxista de las crisis debemos a la vez dominar y emplear la dialéctica materialista, sus categorías y leyes, ahora no podemos extendernos en este importante aspecto, solamente podemos decir que todas las críticas, todas, a la teoría marxista de la crisis muestran un desconocimiento agudo del método dialéctico, ignorancia que se pretende ocultar muchas veces bajo un manto de determinismo mecanicista.

El capitalismo está sujeto como toda economía a la ley del ahorro de energía y a la ley de la productividad del trabajo, pero también y exclusivamente a la ley del valor-trabajo; a la vez está sujeto a leyes tendenciales específicas y únicas de este modo de producción, y a contradicciones irreconciliables que tienden a agudizarse y estallar. Las crisis son el resultado necesario de esta complejísima interacción, de modo que, por un lado, estallan con carácter causal; por otro, su forma de estallido es casual debido a la dialéctica del azar y de la necesidad; y, por último, las salidas o estancamientos de las crisis responden, por ello mismo, a la síntesis política mediante la que opera materialmente esta complejidad.

Básicamente, esto explica que toda crisis por pequeña y parcial que sea tiene siempre formas «nuevas» con respecto a las anteriores de su misma categoría esencial, a la vez que debido a la tendencia al aumento de la dificultad de acumulación y realización del beneficio, el capitalismo necesita crear nuevas ramas productivas y abrir nuevos mercados, lo que le lleva inexorablemente a agudizar, intensificar y ampliar contradicciones estructurales latentes o embrionaria desde su origen.

Desde la década de 1960 en adelante, tres contradicciones «nuevas», que ya estaban en germen desde el nacimiento del capitalismo, se han vuelto extremas: la energética, la ecológica y la militar. Las tres interactúan con la específicamente económica forzando un cambio cualitativo en la historia del capital: malvivimos en una fase nueva en la que la crisis amenaza la existencia misma de la especie humana, cosa que nunca antes había ocurrido.

Jamás en la historia del capital, su irracionalismo global han dominado tan aplastantemente a su racionalismo parcial, como en el presente. El fracaso del keynesianismo es un ejemplo contundente. Esto no quiere decir que esté próximo su derrumbe, sino que se multiplicará su tendencia a la destrucción implacable de fuerzas productivas como única solución para seguir viviendo. El capital vive gracias a la muerte, y la primera fuerza productiva que necesita matar, pero de la cual vive, es la naturaleza con la especie humana en su interior, por cuanto parte interna de la naturaleza. Por esto mismo, no comprendemos nada del capitalismo contemporáneo y de su futuro, así como tampoco del futuro del socialismo, si no partimos en todo momento de esta realidad objetiva: el capital es un brujo que no puede dominar las fuerzas destructivas que ha desatado con sus conjuros por el máximo beneficio en el mínimo tiempo y sin reparar en los devastadores efectos desencadenados.

3.4. EL ESTADO COMO NECESIDAD

Teniendo esto en cuenta, la reivindicación de un Estado vasco aparece como la única garantía de supervivencia y de avance a la transición al socialismo. Cada una de las crisis parciales que hemos visto arriba nos remite a la necesidad de un poder popular como único recurso para solucionarlas en beneficio del pueblo. La cuestión del poder político, es decir, del Estado, aparece a comienzos del siglo XXI con más trascendencia que nunca antes. Un poder estatal del Pueblo Vasco que le garantice su autoconstrucción[32], muy especialmente en la fase actual del imperialismo que ha exacerbado su estrategia de desposesión[33].

En el modo de producción capitalista, el Estado, además de ser la «forma política del capital»[34], es a la vez la «matriz espacio-temporal» en la que se desenvuelve la contradicción expansivo-constrictiva inherente a la definición simple de capital, de modo que el Estado impide y controla, en la medida de lo posible, que las tendencias mundializadoras de los capitales, sus fuerzas centrífugas que necesitan mercados extranjeros, desborden y superen a las fuerzas centrípetas, pro estatales, que surgen de la necesidad ciega de disponer de un espacio seguro en el que acumular los beneficios, mantener una base de explotación social y disponer de un poder militar que le proteja interna y externamente: «a partir de la intervención estatal se abre la posibilidad para el libre juego de la ley del valor»[35].

Adelantándose a Mármora, S. de Brunhoff nos recordó[36] la insistencia de la administración norteamericana en 1973 de que su Estado seguiría siendo necesario tanto al comienzo del capitalismo como en la fase de la transnacionalización del capital. Luego, N. Klein demostró el crucial papal del Estado imperialista en la contrarrevolución neoliberal iniciada en 1973 y en la política militarista y terrorista[37]. Por no extendernos, poco después R. Jessop asestaba otro golpe demoledor a la propaganda neoliberal sobre la «desaparición» del Estado capitalista indicando que éste no desaparecía sino que se fortalecía mediante crisis y reformas periódicas[38]. Las adaptaciones de los Estados a las necesidades del capital dependen de la lucha de clases en su interior y de las presiones externas, que en realidad son parte de la contradicción expansivo-constrictiva inherente a la definición simple de capital. Según se desenvuelva esta lucha de contrarios en su totalidad se producirán tales o cuales adaptaciones estatales burguesas o, tal vez pueda surgir otro Estado-nación «aunque de ninguna manera en el sentido burgués»[39].

Pero en los pueblos oprimidos nacionalmente, el problema se complica al no existir un Estado propio, lo que significa que el pueblo trabajador sufre dos opresiones en una: la nacional y la de clase. No es casualidad que la Vª Asamblea de ETA reconociese en su documento sobre el pueblo trabajador vasco que existe una «nación obrera» enfrentada a la «nación burguesa» dentro de la misma nación oprimida[40]. Desde esta perspectiva podemos comprender mejor las limitaciones y los aciertos de J. Breuilly cuando explica las interacciones entre el «conflicto comunal» y el nacionalismo, entendiendo el primero como la lengua, la religión y la cultura, la etnia, etc.[41].

Para una nación como la vasca en la que estas y otras características comunales están oficialmente supeditadas al nacionalismo francés y español, cuando no prohibidas, la tarea urgente que se presenta es cómo defender y (re)construir la identidad del pueblo oprimido social y nacionalmente.

Aquí interviene de forma decisiva el proyecto socialista por tres razones básicas:

- una, la construcción de la «nación obrera» vertebrada por el «proletariado vasco con conciencia nacional de clase»;

- otra la política socialista de la «nación obrera» para atraer a su modelo amplios sectores populares y pequeño burgueses sujetos todavía a la «nación burguesa», que se opondrá a la independencia, como correctamente advierte ETA[42]; y

- última, la propia definición socialista de Estado-nación, que no debe girar hacia el espacio del libre juego de la ley del valor, sino hacia su progresiva abolición histórica, lo que plantea el crucial problema de la definición de la propiedad, tema con el que cerraremos este escrito.

3.5. HEGEMONÍA OBRERA Y POPULAR

Hemos insistido en el objetivo de la conquista del Estado vasco porque es la base sobre la que se levanta la lucha de liberación, su viabilidad y su imagen práctica más fácilmente comprensible, más pedagógica, para el pueblo trabajador vasco. Con la mirada puesta en el Estado vasco como conquista táctica imprescindible, debemos empezar a definir los primeros pasos hacia el socialismo como el avance hacia la hegemonía del independentismo popular, sustentado en el avance de la hegemonía socioeconómica del pueblo trabajador. La primera es la superioridad política que se alcanza con las movilizaciones permanentes, pero fundamentalmente cuando se van conquistando áreas y espacios de poder institucional muy básicos y reversibles, cuando se van desbordando una a una las sucesivas medidas represivas, recortes de libertades básicas y prohibiciones y exclusiones de todo tipo, y cuando la izquierda independentista triunfa como primera fuerza en los Ayuntamientos.

Pero que se consigan esos espacios de contrapoder popular no supone apenas nada si desde ellos no se hace una sistemática política de cuestionamiento del poder establecido, de pedagogía popular, de conquistas en la calidad de vida, de aumento de los derechos y de las libertades, de reducción de las horas de trabajo asalariado y de aumento del tiempo libre[43], etc. La amarga experiencia de la socialdemocracia alemana, que creció con fuerza en la política municipal[44], debe ser una permanente advertencia de la necesidad de la concienciación política y teórica revolucionaria[45].

Es cierto que, en esta fase inicial, carecemos todavía del poder gubernativo y de muchas otras áreas de poder administrativo e institucional, que solamente conquistaremos en la medida de nuestros avances. Esto es verdad, pero no lo es menos que incluso con las pequeñas cotas de poder legal conquistado, con ellas y desde ellas, podemos empezar a coordinar otros pasos, a aumentar la confianza del pueblo, a desmoralizar a la clase dominante y a empequeñecer su soberbia, a reducir la impunidad de las fuerzas policiales, y a reducir y acabar con un sinfín de injusticias cotidianas, de prohibiciones y de discriminaciones invisibles tras la omnipresencia del dinero, del valor de cambio y de la mercancía, como los únicos definidores de lo real, de la justicia y de la libertad.

Saber que el socialismo es un proceso de procesos internamente conectados en la lucha decisiva contra la explotación humana en cualquiera de sus expresiones, entenderlo así es decisivo para comprender que dentro de cada una de estas pequeñas conquistas ya palpita el germen[46] de lo que será el socialismo pleno en un futuro, si antes no lo hemos hecho fracasar.

Desde esos poderes conquistados, desde los movimientos populares, sindicales, grupos y organizaciones sociales de todo tipo, se debe y se puede ya adelantar prácticas de conquista y recuperación de «lo común», de los «bienes públicos mundiales»[47], tanto en lo material como en lo simbólico, en lo social como en lo histórico, prácticas que tienden a desarrollar valores como «la identidad, la oposición y la ideología de cambio»[48].

Desde la perspectiva del socialismo como un proceso en el que la hegemonía independentista va conquistando islas de contrapoder que pasan a ser archipiélagos de contrapoder coordinado y dotado de unos objetivos comunes, en esta medida se puede ya avanzar en pasos socioeconómicos, socioculturales, democráticos, etc., que si bien son restringidos adelantan en sus pequeñas prácticas significativas potencialidades de creatividad popular, que tienden a desbordar la lógica del capital[49]. Y es imprescindible conquistar la supremacía mediática, periodística, informativa y crítica popular masiva que se imponga sobre la industria político-mediática capitalista, pare evitar, entre otros, la amarga experiencia del Frente Popular Chileno[50] a inicios de los años 70.

Este criterio es tanto más decisivo cuanto que, como hemos dicho arriba, malvivimos en medio de una larga crisis que ha arruinado las finanzas de los ayuntamientos y de las diputaciones, que empobrece a las familias obreras y que aumenta la necesidad de políticas públicas de asistencia social. Se trata de la urgencia de «recomponer los vínculos» [51] sociales destruidos por la crisis. Por tanto, en este contexto, un pequeño ayuntamiento, o cualquier otra institución, adquiere una importancia muy grande para decenas de miles de personas y para el pueblo en su conjunto.

La lista de necesidades a satisfacer es tan inacabable como la de proyectos sociales a realizar. Por ejemplo, masificar gratuitamente el uso popular de Internet y de las nuevas tecnologías (NTC) para democratizar las informaciones, romper el monopolio burgués de la prensa, politizar la vida popular facilitando que desde los domicilios las personas mayores puedan comunicarse con el mundo, y así un largo etcétera.

3.6. GOBIERNO E INDEPENDENCIA SOCIALISTA

Pero debemos ser conscientes de que, de seguir con esa tendencia a la superación de los límites más inferiores del poder establecido, más temprano que tarde nos veremos abocados a intentar formar un gobierno propio. No hay otra solución, y además, en las condiciones vascas, apenas tenemos referentes externos que puedan indicarnos qué tenemos que hacer y cómo, al menos en estos primeros pasos. Recuérdese que todavía nos movemos dentro del poder burgués y bajo la dominación española y francesa, a pesar de que vamos recuperando parcelas, islas de contrapoder en las que avanzar a esferas de postcapitalismo aisladas y cercadas pero activas, a pesar de esto, todavía estamos muy constreñidos legalmente para la puesta en práctica de alternativas que tienen contenidos postcapitalistas y protosocialistas.

Aún así, en los espacios recuperados, es necesario impulsar cooperativas obreras y populares de producción y consumo en zonas de mayoría independentista y socialista. Ya hemos tratado esta cuestión en extenso en otro texto[52], por lo que ahora nos limitamos a recordar que Engels recomendaba en 1883 a los campesinos alemanes que recuperaran la antigua comuna rural para avanzar hacia el socialismo mediante una vía económica no capitalista[53]. De cualquier modo, la experiencia internacional nos muestra que los intentos de avanzar al socialismo mediante la «economía social», el apoyo mutuo, y un largo etcétera, necesitan del apoyo de un poder popular[54] y de una estrategia definida y valiente.

En situaciones de dura crisis estructural de larga duración, el independentismo socialista tiene la obligación de recuperar teóricamente las muy ricas experiencias de iniciativa popular para paliar la crisis evitando las trampas de la «economía endógena»[55]en las regiones y comarcas y orientadas a la satisfacción de las necesidades sociales antes que las de la burguesía, que se han desarrollado a lo largo de los decenios prácticamente por todo el mundo. Y tiene la obligación de adecuar esas experiencias a la realidad del capitalismo vasco, en la medida en que se pueda.

Pues bien, esta dinámica más temprano que tarde exige mayores cotas de poder político por la simple razón de que los avances que se pueden realizar con las medidas arriba expuestas, a pesar de ser necesarios, tienen un alcance limitado si analizamos la composición socioeconómica y clasista del Pueblo Vasco. No estamos relativizando la importancia de esas propuestas, no, entre otras cosas porque el cooperativismo, por ejemplo, puede y debe aplicarse a ramas económicas más importantes, porque la economía ecológica, etc., pueden y deben aplicarse a áreas más extensas, etc.

Lo que estamos diciendo es que una sociedad capitalista industrializada es cualitativamente más compleja que un ayuntamiento o que un valle con mayoría independentista, por grande e industrioso que sea el valle. Por ejemplo, la política con respecto al capital financiero y a la banca privada, a las cajas de ahorro y a otras entidades similares requiere de un poder político superior al de un ayuntamiento o diputación, requiere un poder gubernativo como antesala del poder estatal[56]. Lo mismo tenemos que decir en relación a la política industrial, de infraestructuras, energética, educativas, etc. Conquistar el poder del gobierno llega a ser decisivo una vez que se las luchas zonales desbordan sus marcos y conectan con la necesidad de estrategias nacionales unitarias. Estas solamente las puede desarrollar, en una primera instancia, un gobierno de izquierdas, socialista e independentista, aunque todavía no disponga de Estado propio, aunque esté bajo la vigilancia de los Estados español y francés.

3.7. PUEBLO TRABAJADOR Y CLASES MEDIAS

Según el método dialéctico de los conceptos «flexibles», «fluctuantes», «abiertos», «móviles», «borrosos»[57], etc., podemos establecer un mínimo de tres niveles conceptuales de más generalización abarcadora a más concreción teórica y social:

- las «más amplias masas explotadas» están compuestas por el pueblo más franjas sociales autoexplotadas, castas intelectuales y de profesiones liberales, pequeña burguesía y hasta mediana burguesía sometida a la opresión nacional;

- el «pueblo trabajador» formado por las masas explotadas económica, política e ideológicamente; y

- la clase obrera en cuanto tal y que constituye la columna vertebral de los dos anteriores.

Una cuestión decisiva es que en los tres conceptos debe fusionarse la conciencia-en-si con la conciencia-para-sí, requisito imprescindible para poder hablar de pueblo con autoconciencia nacional de clase, eje del independentismo socialista.

La sociedad vasca es compleja, como el resto de capitalismos industriales, pero tiene el agravante de que la opresión nacional que sufre facilita que los Estados puedan movilizar sectores sociales que se sienten españoles y franceses, así como el agravante de que la burguesía vasca también tiene su bloque social de apoyo. Hay que contar con ambas fuerzas, y no despreciarlas.

Por si fuera poco, en un contexto histórico de larga crisis estructural la izquierda ha de cuidar no repetir los errores que en los años 20 y 30 favorecieron el surgimiento del nazifascismo en grandes zonas europeas. Por la experiencia habida hasta el presente, el nazifascismo no es un movimiento de masas en Euskal Herria, y es muy dudoso que llegue a serlo, pero el independentismo socialista sí tiene que cuidar en grado extremo el que sectores de las «clases medias» y de la vieja y nueva pequeña burguesía opten por apoyar a la burguesía vasca, a su programa de negociación a la baja con los Estados español y francés para que estos les cobijen bajo su paraguas protector.

La crisis actual está golpeando a las clases medias[58] y a la pequeña burguesía[59], a los «nuevos empresarios», a las familias que se han endeudado para abrir negocios unifamiliares que sobreviven a duras penas. Las crisis siempre golpean a estos sectores, además de a las clases trabajadoras, pero en la actual el daño infringido es mucho mayor cuantitativa y cualitativamente. Como decimos, si bien la posibilidad de un giro al nazifascismo es muy remota, excepto en grupos localizados, sí es más factible que en una situación de empeoramiento social acentuado y de ausencia de programas alternativos a los de la burguesía, por incapacidad de la izquierda de ofrecérselo, estas franjas sociales terminen siendo la fuerza de choque[60] de una burguesía endurecida y dispuesta a arremeter contra la izquierda independentista. De hecho, algo similar ya ha ocurrido en el pasado, y la alianza entre burguesía autóctona y Estado español logró movilizar a sectores significativos contra la izquierda independentista. Hay que evitar que eso vuelva a ocurrir y existen dos formas de lograrlo.

Una es, como decimos, crear un programa socioeconómico incluyente y abarcador que bajo la hegemonía popular[61] ofrezca a esos sectores una participación responsable y creativa en la emancipación de su pueblo, una participación que compense con alternativas culturales, teóricas, éticas y de calidad de vida -menos tiempo de trabajo necesario, otras relaciones sociales, etc.-, las cesiones que tienen que hacer en sus formas tradicionales de vivir y desear el consumismo y la ostentación para aparentar que están uno o dos niveles de estatus social por encima del suyo verdadero.

Es sabido que estas clases y fracciones de clases dan mucha importancia al deseo de ascenso social siquiera aparente para mostrar en su forma de vida externa que realmente ha ascendido a la clase burguesa. Cuando ese deseo está puesto en peligro por la crisis, empiezan a girar al centro-derecha y cuando la agravación de la crisis les empobrece materialmente ese giro derechista puede volverse extremadamente autoritario[62], en busca de un líder con un programa fuerte que reinstaure el orden. Frente a esta posibilidad, la izquierda tiene el recurso de presentar un programa de integración en el que la economía social, la reducción del tiempo de trabajo, una forma de vida cualitativamente mejor, etc., pueda competir con visos de triunfo con la inalcanzable promesa de integrarse en la burguesía.

La otra va unida a la anterior aunque la analizamos por separado, se refiere a la creación de un modelo nacional progresista, que sea una alternativa identitaria que dé confianza en un mundo que parece no tener referentes, desterritorializado y desmaterizalizado por la tecnología y el «frenesí mercantil» de la cultura burguesa[63]. No es casualidad que los pueblos que luchan por su emancipación socialista construyan referentes nacionales con valores humano-genéricos universales progresistas, como solidaridad, internacionalismo, apoyo mutuo, derechos colectivos, derecho a los bienes comunes y otros más, mientras que la globalización y el neoliberalismo ofrezcan individualismos extremos, aislados y egoístas. Importancia decisiva tiene aquí la lucha contra la privatización burguesa de la creatividad artística, cultural e intelectual[64] de los pueblos.

Las clases medias y la vieja y nueva pequeña burguesía, atrapadas en un mundo angustiado por la crisis, miran a derecha y a izquierda en busca de señales, de luces en la oscuridad que les orienten el camino de salida de esa angustia. Si las izquierdas dejamos que sea la burguesía la única que ofrezca su proyecto, habremos perdido una batalla decisiva. La manipulación de estas tendencias aumenta con el poder alienante de lo que correctamente se ha definido como «democracia massmediática»[65]. En Euskal Herria, por el contrario, el independentismo socialista es muy consciente de que ha de ofrecer ese modelo superior al burgués, y lo está haciendo.

3.8. VALORES Y PRAXIS SOCIALISTAS

El proyecto de nación vasca ha de sustentarse en la masiva expansión de los valores y praxis socialistas sobre problemas que teniendo una directa conexión con las necesidades primarias, también se desenvuelven en otras áreas, por ejemplo y para empezar por un problema candente: qué relaciones tienen que existir entre el derecho del Pueblo Vasco a (re)construir y usar su complejo lingüístico-cultural en la producción y reproducción social de su existencia -priorizando el valor de uso sobre el valor de cambio-, y los derechos de quienes quieren seguir utilizando otras lenguas, y otros referentes identitarios, etc.

Esta cuestión no está aislada de otras porque su resolución exige una alternativa postcapitalista al problema de la justicia y de la ética[66] que hay que ir elaborando en una sociedad nacionalmente oprimida que quiere avanzar al socialismo. Otro tanto hay que decir con respecto a qué educación y qué valores hay que ir desarrollando en la práctica cotidiana y en la pedagogía en un avance al socialismo, sabiendo que al plantear estas cuestiones planteamos otra más profunda: qué relaciones de igualdad de sexo-género y de justicia[67] paliativa hay que ir desarrollando para que, desde la educación y la pedagogía hasta las relaciones interpersonales y sexo-afectivas que deben transformarse durante el avance al socialismo, no queden paralizadas por la fuerza irracional del sistema patriarco-burgués.

Si algo tiene el socialismo es que asume la prioridad rectora de la conciencia política, es decir, que asume la necesidad de que los valores humano-genéricos no solamente giren alrededor del problema crucial del poder y de la propiedad -cosa que nunca hay que olvidar-, sino que a la vez ese problema sea también de valores, de una axiología alternativa a la burguesa, centrada en la progresiva desmercantilización y superación histórica de la ley del valor-trabajo[68]. La abstracción-mercancía domina la síntesis social del capitalismo, y está en su matriz, y los procesos revolucionarios del siglo pasado padecieron ingentes dificultades irresueltas para superar tales cadenas irracionales que ataban el cerebro de los vivos. Una de las razones del fracaso de ese socialismo radica ahí.

Pues bien, la financiarización del capitalismo está agudizando al extremo el poder fetichista de la abstracción-mercancía, que ya no opera sólo en el interior de la producción material, sino también en la totalidad del proceso de realización del beneficio gracias precisamente a la apariencia de inmaterialidad y de omnipresencia del capital financiero. Pues bien, los pueblos pequeños, sin Estado e indefensos en medio de la vorágine imperialista, sólo podemos sobrevivir generalizando en la vida cotidiana y en la producción de nuestra existencia los valores socialistas de la propiedad colectiva, común, comunalista, comunista.

Y aquí aparece el valor axiológico del «voluntariado» que se rige por la ética del bien común en vez de por la del dinero individualista en todas las facetas de la vida, muy en especial a la hora de afrontar los problemas cruciales para la comunidad, lo que significa un debate práctico continuo sobre el concepto de «necesidad social»[69]. Y la primera necesidad social es, incuestionablemente, la reducción del tiempo de trabajo explotado, asalariado, para aumentar el tiempo libre, propio, crítico, esencial para la emancipación revolucionaria. Por esto, es muy correcto plantear la dialéctica entre reducción del tiempo de trabajo y aumento de la soberanía nacional frente al imperialismo[70].

3.9. FORMAS DE PROPIEDAD SOCIALISTA

Todo modelo nacional es a la vez una definición del concepto de propiedad dominante en el pueblo que elabora dicha identidad, propiedad privada o social, patriarcal o antipatriarcal, capitalista o socialista, propiedad sobre la naturaleza o (re)integración en la naturaleza, etc. No hay otra posibilidad, ya que es imposible que exista una comunidad humana sin una definición de las relaciones de propiedad en su seno y en sus relaciones con la naturaleza y con otras comunidades. Lo que hemos planteado desde el principio de este texto sobre lo comunal adquiere ahora todo su valor, porque «la propiedad como categoría recoge la esencia del vínculo del individuo con el proceso de producción/apropiación de la riqueza social»[71]. En términos de filosofía dialéctica digamos que se trata de la negación de la negación.

La definición jurídica de la propiedad ha sido uno de los problemas que arrastran hasta el presente todas las revoluciones sociales desde que en la URSS no se pudo resolverse correctamente el debate del «derecho socialista», del uso de las categorías mercantiles, etc. Otras experiencias posteriores[72] han reforzado la necesidad de una permanente educación socialista en estas cuestiones decisivas[73]. N. Kohan también insiste en la importancia de la conciencia revolucionaria[74], siguiendo la estela del Che, en la planificación económica y política socialista. Los debates actuales, necesarios, sobre cuantas formas de propiedad son factibles en el socialismo tienen una importancia práctica y teórica decisiva.

El abanico del debate es muy amplio y rico, unos defienden la existencia de una «ley olvidada de la transición» al socialismo elaborada por Marx, y que hay que recuperar para desarrollar un «quinto tipo de propiedad»[75]; otros plantean la multiplicidad de formas de propiedad pero sujetas a la propiedad pública «como principal»[76]; y por no extendernos, unos terceros, como A. Borón, se limitan con sabiduría pedagógica a proponer una ágil interacción de formas de propiedad social sujetas al poder popular, no confundiendo propiedad pública con propiedad estatal[77].

Una Euskal Herria socialista e independiente logra la conexión con otros pueblos emancipados precisamente gracias al replanteamiento crítico del concepto de propiedad, en el sentido de su socialización, de definir las relaciones entre la propiedad individual y las formas de propiedad social. A lo largo de este proceso, las potencialidades humanas ahora constreñidas por la propiedad privada se irán multiplicando exponencialmente al superar las ataduras y estrecheces tanto de la dictadura del tiempo asalariado como de la mercantilización de las personas y de la personalización de las mercancías.

Naturalmente que tal avance depende y dependerá de la suerte última de la revolución socialista mundial, pero mientras tanto cada pueblo trabajador ha de ir aportando sus conquistas. Y es que no se puede definir la propiedad sólo en términos nacionales y estatales, es un problema mundial ya que no se trata de «abolir» la propiedad sino de «trascenderla»[78]. El internacionalismo encuentra aquí su argumento definitivo: es la humanidad trabajadora la que la define, y muy especialmente en una problemática ya decisiva en todos los sentidos: ¿de quién es la Tierra, del capital o del trabajo? Marx nos ofrece la respuesta en el libro III de El Capital.

La definición de la propiedad tiene determinantes repercusiones axiológicas, epistemológicas y ontogenéticas en la construcción del socialismo como «articulación consciente»[79]. A la larga, se transforma la definición del proceso de pensamiento y de la realidad ya que el conocimiento que se emancipa de la ley del valor y de la abstracción-mercancía, no sigue ya reducido a su valor de cambio: el saber ya no será un tesoro privado ni un medio de enriquecimiento individual como lo fueron desde que la economía mercantil se desarrolló en la Grecia antigua, interesados en la «especulación tanto comercial como filosófica»[80].

Por ejemplo, los crecientes enfrentamientos de los pueblos y de las fuerzas progresistas contra la propiedad privada de la salud, de los alimentos, de la biodiversidad, del agua potable, de la tecnociencia, contra el saqueo y expolio del saber acumulado y de la fuerza cualificada de trabajo, estos conflictos en aumento, que tienen un radical sentido socialista, plantean de inmediato otro modelo de desarrollo humano y otro modelo de conocimiento. Muy en síntesis, dentro de todo modo de producción basado en la propiedad privada de las fuerzas productivas, es imposible la emancipación de la fuerza productiva decisiva, la especie humana, si a la vez no se ha transformado cualitativamente la definición de la propiedad.

Al fin y al cabo, y para concluir, el independentismo socialista e internacionalista no tiene otro objetivo histórico que el de acabar con el hecho de que los pueblos son propiedad del capital, del imperialismo, devolviéndoles la propiedad colectiva de sí mismos dentro de un mundo en el que el libre desarrollo de cada cultura será la base del libre desarrollo de la humanidad en su conjunto.

Euskal Herria, 29 de febrero de 2012


Notas

[1] Justo de la Cueva: «El PSOE de Felipe González 1974-1988: del socialismo revolucionario marxista al neofranquismo sociológico», Euskadi, la renuncia del PSOE, Txalaparta, Tafalla 1988, pp. 155-206.

[2] Esta es la tesis de P. Insua Rodríguez: «El materialismo histórico y la cuestión nacional española», Revista El Catoplepas, n º 109, marzo 2011, p. 10.

[3] J. M. Garmedia y A. Elordi: La resistencia vasca, Haramburu, Zarautz 1982, p. 183 y ss.

[4] J. L. Unzueta: La Vª Asamblea de ETA, Ed. Saioak, nº 4, 1980, p. 42.

[5] Iker Casanova: ETA 1958-2008 Siglo y medio de historia, Ed. Txalaparta, Tafalla 2007, p. 92. En dicha revista, Zutik nº 48 (Zutik= En pie) repetidamente se citaba una frase de Mao Zedong: «En una nación en lucha contra el enemigo extranjero, la lucha de clases toma la forma de lucha nacional y es bajo esa forma como se manifiesta su unidad».

[6] Documentos Y: Principios del nacionalismo revolucionario, y Notas para una teoria del nacionalismo revolucionario entre otros, Edit. Hordago, Donostia 1979, tomo 12, pp. 18 y ss. y 68 y ss.

[7] Documentos Y: Historia, burgesia eta erria, Edit. Hordago, Donostia 1979, tomo 7, pp. 119-122.

[8] Un estudio brillante del menosprecio hacia lo nacional en el marxismo europeo y sus efectos terribles sobre las luchas revolucionarias en Latinoamérica nos los ofrece Oscar Terán: Aníbal Ponce: ¿El marxismo sin nación?, PyP. México 1982., pp. 7-49.

[9] Gurutz Jauregui Bereciartu: Ideología y estrategia política de ETA, Siglo XXI, Madrid 1981, p. 238 y ss.

[10] En la Internacional Comunista el concepto de pueblo trabajador es clave para entender la creación de una gran fuerza revolucionaria que luche contra el fascismo y las dictaduras. Como botón de muestra véase: Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, PyP, nº 47, Argentina 1973, pp. 55-56, y 183.

Rosa Luxemburgo usó majestuosamente el concepto de pueblo trabajador en una de sus obras claves: Huelga de masas, partido y sindicatos, Grijalbo, Barcelona 1975, pp. 28-40, 96-99, y 117.

Mao es autor de otra de las mejores definiciones de pueblo trabajador en Sobre el problema de la burguesía nacional y de los shenshi sensatos, Obras Escogidas, Edit. Fundamento, Madrid 1974, tomo IV, p. 213.

[11] Daniel Bensaïd: Marx intempestivo, Edic. Herramienta, Buenos Aires 2003, pp. 153-185.

[12] Renata Gonçalves: «Ciudadanía/clases populares: el lado oculto de la dominación», Herramienta, nº 27, Buenos Aires, octubre 2004, pp. 107-114.

[13] La integración de los emigrantes en el país, y muy especialmente en la lucha de liberación, fue una necesidad y un objetivo teorizado por ETA VªAsamblea, con el nombre de «unidad obrera». La crítica del chauvinismo y de la xenofobia era parte de la construcción de la «unidad obrera» del pueblo trabajador vasco. Véase, Documentos Y: El Batasun Eguna y la unidad obrera, ops. cit., tomo 7, pp. 179-182.

[14] Manu Escudero: Euskadi. Dos comunidades, Haramburu, Edit. Zarautz, 1977, p. 121 y ss.

[15] AA.VV.: «Euskadi: Lucha nacional, lucha de clases», Teoría y Práctica, Barcelona, nº 4, febrero 1977. pp. 37-57.

[16] Emilio Majuelo: Historia del sindicato LAB, Txalaparta, Tafalla 2000, pp. 17-74.

[17] La interacción entre pueblo trabajador, mujer y liberación nacional aparece expuesta en R. Zibechi: «la vigencia de las clases sociales es también móvil y no es única. Hay sujetos que tienen un carácter de clase sin duda, pero el carácter de clase no es suficiente para constituir un sujeto, es decir, no es la única dimensión en torno a la cual se constituyen los sujetos de cambio. Los sujetos se constituyen en torno a una multiplicidad de cuestiones. Si tú ves a la multitud como un sujeto transitorio, pero sujeto al fin, ésta tiene un componente tan heterogéneo y tan variado, pero no de agregaciones individuales, sino de agregaciones comunitarias colectivas, que impiden definir un sujeto en términos de clase. Por ejemplo, las mujeres de los barrios pobres o de los mineros tienen un referente de clase, pero también tienen un referente de género. O las mujeres indias, tienen un referente étnico de pueblo indígena, pero también tienen un referente sin duda de género y también si son jóvenes tienen un referente generacional, entonces yo creo que las definiciones muy fijas, muy duras, no ayudan a comprender lo que están sucediendo en torno al sujeto o a los actuales movimientos sociales», en «”Vigencia de la lucha de clases», La toma del poder, el sujeto y la lucha de clases, 16 de febrero de 2001 (www.rebelion.org). R. Núñez Florencio: Sociedad y política en el siglo XX. Viejos y nuevos movimientos sociales, Edit. Síntesis, Madrid 2005, pp. 232-235.

[18] R. Núñez Florencio: Sociedad y política en el siglo XX. Viejos y nuevos movimientos sociales, Edit. Síntesis, Madrid 2005, pp. 232-235.

[19] Jokin Apalategi: Los vascos, de la autonomía a la independencia, Txertoa, 1985, pp. 270-273.

[20] Sin embargo, una lectura de Marx sobre el capital-dinero hubiera resuelto muchas dudas y evitado tantos errores. Véase L. Gill: Fundamentos y límites del capitalismo, Edit. Trotta, Madrid 2002, pp. 141-186, y 535-587.

[21] Entre la abundante bibliografía, véase Dussel: El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana, Siglo XXI, México 1990, pp. 133-193. Y. Michel R. Krätke: «El último Marx y El Capital», Marx Ahora, La Habana, nº 26, 2008, pp. 93-103.

[22] Renato Levrero: Nación, metrópoli y colonias en Marx y Engels, Anagrama, Barcelona 1975, pp. 86-87.

[23] Jorge Beinstein: Crónica de la decadencia. Capitalismo global 1999-2009, Cartago Edic., Buenos Aires 2009.

[24] Engels, «Carta a F. Kelley» del 12 de diciembre de 1886, critica a quienes hacen del socialismo «una teoría importada» desde Europa a los Estados Unidos; y en la «Carta a Turati» del 26 de enero de 1894 sostiene que las decisiones políticas deben ser tomadas por los italianos. Véase Marx-Engels Correspondencia, Cartago, 1973. pp. 262-263 y 414-418, respectivamente.

[25] Esta visión histórica de la posibilidad de la derrota está ya expuesta en el comienzo del Manifiesto del Partido Comunista, de Marx y Engels.

[26] Aunque con un lenguaje menos «teórico», esta y no otra fue la definición de socialismo que asumió ETA en su Vª Asamblea, véase Documentos Y, ops. cit., tomo 7, pp. 139-140.

[27] Iñaki Gil de San Vicente: El socialismo ha de integrar la praxis comunera, a libre disposición en Internet.

[28] La política bolchevique al respecto ha sido estudiada por D. Rafuls: Algunas apreciaciones de Lenin (1917-1918) acerca de los fundamentos económicos de la transición al socialismo (www.cubasigloxxi.org).

[29] Los grandes logros sociales obtenidos en los primeros años de la revolución china se sustentaron, además de en sabias políticas económicas, también en la moderación en el trato con otras clases, evitando los cambios bruscos y observando principios económicos básicos. Véase, L. Maitan: El ejército, el partido y las masas en la revolución china, Akal, Madrid 1978, p. 15.

[30] La experiencia ha confirmado las lecciones que Victor Serge extrajo de las revoluciones habidas hasta los años 20 sobre esta constante según la cual es la burguesía la que provoca deliberadamente con su «terror blando» la respuesta defensiva de las revoluciones amenazas: El año I de la revolución rusa, Siglo XXI, Madrid 1972, pp. 364-373.

[31] La experiencia cubana es paradigmática al respecto. Véase J. D. Cockcroft: América Latina y Estados Unidos, Ciencias Sociales, La Habana, Cuba 2004, p. 338.

[32] J. Ibarra Cuesta ha estudiado la autogénesis de la nación cubana a partir de las revoluciones de la segunda mitad del siglo XIX y su concreción a partir de los debates sobre las banderas en 1940, mostrando la importancia clave de la lucha independentista, del poder y del Estado para la construcción nacional. También es muy reveladora su crítica a la incapacidad del comunismo de obediencia rusa en aquella época para comprender la importancia emancipadora del sentimiento nacional: Patria, etnia y nación, Ciencias Sociales, La Habana 2009, p. 266.

[33] David Harvey: «El “nuevo” imperialismo: acumulación por desposesión», El nuevo desafío imperial, L. Panitch y C. Leys (edit.), Clascso, Argentina 2003, p. 113.

[34] A. C. Dinerstein: «Recobrando la materialidad: el desempleo y la subjetividad invisible del trabajo», El trabajo en debate, AA.VV., Edit. Herramienta, Buenos Aires 2009, pp. 243-268.

[35] Leopoldo Mármora: El concepto socialista de nación, PyP, nº 96, Argentina 1986, pp. 98-116.

[36] Suzanne de Brunhoff: Estado y capital, Edit. Villalar, Madrid 1978, pp. 7 y 191-220.

[37] N. Klein: La doctrina del Shock, Paidós, Barcelona 2007, pp. 109-173.

[38] Robert Jessop: El futuro del Estado capitalista, Catarata, Madrid 2008, p. 259 y ss.

[39] Marx y Engels: Manifiesto Comunista, Obras Escogidas, Progreso, Moscú 1978, tomo I, p. 127.

[40] Documentos Y: Euskal erri langilea, ops. cit., tomo 7, pp. 126-128.

[41] John Breuilly: Nacionalismo y Estado, Edic. Pomares, Barcelona 1990, pp. 320-324.

[42] Documentos Y: Zutik 48, ops. cit., tomo 7, p. 235.

[43] El problema del tiempo libre es decisivo para definir la calidad de la democracia obrera en su esencia última: la que le enfrenta al trabajo abstracto y al fetichismo, a la forma-valor, etc. Véase S. Tischler: «Tiempo de la reificación y tiempo de la insubordinación», Herramienta, nº 25, Buenos Aires, abril 2004, pp. 123-134.

[44] Desde 1899 la socialdemocracia alemana empieza a controlar ayuntamientos, en donde debe negociar con la pequeña burguesía y otros sectores sociales, siendo absorbida poco a poco por el «juego parlamentario» en detrimento de la acción política. Véase: J. Droz: «La socialdemocracia alemana (1875-1914)», Historia General del Socialismo, Destino, Barcelona 1974, vol. 2, p. 41.

[45] La importancia de la formación teórica se reafirma al ver cómo el revisionismo teórico de finales del siglo XIX negó tres pilares esenciales del marxismo: la plusvalía, la dialéctica y la política revolucionaria. Véase, Bo Gustafsson: Marxismo y revisionismo, Grijalbo, Barcelona 1975, pp. 430-434.

[46] Es conocida la afirmación del ministro de gobernación de Bismarck: detrás de toda huelga se oculta el socialismo.

[47] P. Artus y M-P. Virard: Globalización, lo peor está por llegar, Icaria, Barcelona 2009, pp. 66-70

[48] AA.VV.: Movimientos sociales y nacionalismo, NKII, Gasteiz 1992, p. 64,

[49] Michael A. Lebowitz: Más allá de El capital, Akal, Madrid 2005, pp. 86-89.

[50] Es necesario estudiar de nuevo las muy vigentes tesis A. Matterlart sobre comunicación y revolución. Es cierto que el tiempo ha introducido cambios cuantitativos, como las NTC, Internet, etc., pero que en realidad confirman las tesis de 1971 escritas en: «El medio de comunicación de masas en la lucha de clases», La crítica en tiempo de revolución, F. Martínez Heredia (dir), ICL, Edit. Oriente, Cuba 2010, PP. 170-187.

[51] AA.VV.: Hegemonía y emancipación. Fábricas recuperadas, movimientos sociales y poder bolivariano, Milenio Libre, Caracas 2006, PP. 101-128.

[52] Iñaki Gil de San Vicente: «Cooperativismo socialista y emancipación humana. El legado de Lenin», Cooperativas y socialismo. Una mirada desde Cuba, C. Piñeiro, compiladora, Edit. Caminos, La Habana 2011, pp. 103-132.

[53] Andrzei Walicki: «Socialismo ruso y populismo», Historia del marxismo, Edit. Bruguera, Madrid 1981, tomo 5, p. 53.

[54] Michael A. Lebowitz: «Más allá de la supervivencia: la economía social como alternativa social», Herramienta, nº 34, Buenos Aires, marzo de 2007, pp. 57-65.

[55] El mito de las economías endógenas, autocentradas y a escala ha sido desmontado teóricamente por R. Herrera al mostrar su pertenencia a lo más reaccionario de la teoría neoclásica burguesa, de la que surge el actual neoliberalismo. Recomendamos muy vivamente el texto de Rémy Herrera: «¿El Estado contra el servicio público? La cara oculta del crecimiento endógeno», Marx Ahora, La Habana, nº 19, 2005, pp. 66-96.

[56] Nekane Jurado: Independencia, de reivindicación histórica a necesidad económica, Txalaparta, Tafalla 2010, pp. 171- 195.

[57] R. Gallissot: «Contra el fetichismo», El concepto de «formación económico-social», PyP, nº 39, 1976, p. 176. Y por no extendernos: M. Hernando Calviño, Aclarando la lógica borrosa, Revista Cubana de Física, vol. 20, nº 2, 2003.

[58] Michael Snyder: La «clase media» en EE.UU. se achica dramáticamente, 17 de agosto de 2010 (www.lahaine.org).

[59] Marcos Roitman Rosenmann: La crisis de la pequeña burguesía empresarial, 27 de abril de 2010 (www.lahaine.org).

[60] AA.VV.: No pasarán… aunque lleven trajes. La lucha contra la extrema derecha hoy, Edic. La Tempestad, Barcelona 2010, pp. 51-68.

[61] J. L. Acanda González: Traducir Gramsci, Ciencias Sociales, La Habana, Cuba 2007, p. 232 y ss.

[62] Los clásicos del marxismo fueron conscientes de la tendencia a la sumisión a la autoridad del líder por parte de estas clases, y el fascismo lo confirmó. A la vez, la «pedagogía del miedo» aplicada por la burguesía refuerza esas tendencias irracionales. Véase: AA.VV.: Miedos y memorias en las sociedades contemporáneas, ComunicArte, Argentina 2006, pp. 143-179; y AA.VV.: De un Octubre a otro, El Viejo Topo, Barcelona 2010, pp. 281-354.

[63] Denis de Morales: «Cultura tecnológica, innovación y mercantilización», Pensar a contracorriente, nº VII, 2010, Ciencias sociales, La Habana, pp. 79-105; y también: G. Yúdice: El recurso de la cultura. Usos de la cultura en la era global, Ciencias Sociales, La Habana 2006, p. 395 y ss.

[64] L. Álvarez-Navarrete: Derecho de ¿autor?, Ciencias Sociales, La Habana 2006, pp. 169-200.

[65] Juan Barreto: Crítica de la razón mediática, CIPOST, Caracas 2006, pp. 381-470.

[66] Es muy limitada la investigación sobre las relaciones entre ética y liberación nacional. J. Apalategi ha estudiado la evolución de la ética burguesa en la Francia revolucionaria y su degeneración en ética reaccionaria e imperialista cuando la clase dominante inició la construcción del Estado-nación francés, oprimiendo a otros pueblos. Véase, J. Apalategi: «La evolución francesa de 1789: la ética del Estado-nación y el espíritu de su nacionalismo», Ilustración y revolución francesa en el País Vasco, NKII, Gasteiz 1991, pp. 283-297.

[67] Aunque desde una perspectiva de izquierda socialdemócrata, Ann Ferguson apunta reflexiones sugerentes sobre estos problemas en «Feminismo-socialista: una visión cooperativa y el derecho al cuidado», Hacia un nuevo socialismo, El Viejo Topo, Barcelona 2010, pp. 145-170.

[68] L. E. Primero Rivas, muestra cómo la ética marxista es inseparable de la dinámica tendente a trascender el valor de cambio y el dinero, el aumento del tiempo libre, la extinción del fetichismo, etc.: El pensamiento ético en Marx, Primero Edit., México 2003, tomo II, p. 145 y ss.

[69] Nos encontramos ante una de las grandes debilidades del socialismo en la actualidad, precisamente cuando el imperialismo multiplica la producción industrial de «necesidades ficticias». Sin extendernos ahora en este debate urgente, veamos dos textos introductorios: L. Ballester Borges: Las necesidades sociales, Edit. Síntesis, Madrid 1999; y L. Doyal y I. Gough: Teoría de las necesidades humanas, Icaria, Madrid 1994.

[70] J. Veraza: Lucha por la Nación en la Globalización ¿Quién en la lucha? y ¿Por qué tipo de nación? Col. Paradigmas y Utopías, México 2005, pp. 132-133.

[71] J. García Brigos et alii: «Propiedad social y propiedad individual: ¿una problemática resuelta?», Revista Marx Ahora, La Habana, nº 25, 2008, p. 141.

[72] No podemos extendernos en esta fundamental cuestión, por lo que nos remitimos al célebre «debate cubano», F. Martínez Heredia (dir.): La crítica en tiempos de Revolución, ops. cit., pp. 250-280.

[73] Este es el caso cubano, según la tesis de M. Castro Formento, que estudia autocríticamente las deficiencias del Partido en la formación de sus cuadros en lo relacionado con el uso de los mecanismos financieros, en Cuba. Mecanismos financieros en el período del socialismo clásico, Ciencias Sociales, La Habana 2009, p. 316 y ss.

[74] Nestor Kohan: La «manzana prohibida» del comunismo, 13 de marzo de 2011 (www.lahaine.org).

[75] L. Marcelo Yera: Repensando la economía socialista. El quinto tipo de propiedad, Ciencias Sociales, La Habana 2010, p. 69 y ss.

[76] Jiang Zemin: Establecer y perfeccionar el sistema económico básico de desarrollo conjunto de las economías de múltiples formas de propiedad, con la propiedad pública como la principal, Textos Escogidos, Edic. en Lenguas Extranjeras, Beijing 2010, pp. 660-663.

[77] Atilio Borón: Socialismo siglo XXI, Hiru Argitaletxe, Hondarribia 2009, pp. 36-38.

[78] Aquí radica uno de los méritos del texto J. García Brigos et alii: Cuba: Propiedad Social y Construcción Socialista, México 2011, tomo I, pp. 25-112.

[79] J. P. García Brigos et alii: ops. cit., tomo II, p. 309 y ss.

[80] G. Thomson: Los primeros filósofos, Ciencias Sociales, La Habana 2009, p. 141. También, y por no extendernos, P. Charbonnat: Historia de las filosofías materialistas, Edit. BB, Barcelona 2010, pp. 45-64.

 

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