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Europa, Pensamiento :: 28/09/2020

Benjamin, una revolución en la historia y la cultura

Fernando Coll
Sus obras se convirtieron en una herramienta para combatir las concepciones y tradiciones intelectuales adaptadas al statu quo y el conformismo

Hace 80 años en la ciudad de Portbou situada en el noreste de España fronteriza con Francia, después de haber conseguido cruzar con éxito la frontera, Walter Benjamin, temiendo ser detenido por las fuerzas represivas franquistas y luego ser deportado a Alemania, cosa que equivalía a una condena a muerte segura, se suicido la noche del 25 al 26 de septiembre ingiriendo una sobredosis de morfina. Había llegado a este punto con la esperanza de cruzar la península Ibérica hasta Portugal y, desde allí, partir por mar hacia el exilio en los EEUU. Venía huyendo de la maquinaria genocida nazi que había tomado París en junio de 1940. Sus aportes a la crítica de la cultura no han dejado desde entonces de ser tan productivos como polémicos. Sus obras se convirtieron en una herramienta para combatir las concepciones y tradiciones intelectuales adaptadas al statu quo y el conformismo, comprometidas con la revolución y con la crítica al lugar dado a la cultura en el capitalismo.

Las diversas obras de Benjamin fueron compiladas y rescatadas muy posteriormente a su muerte; recordemos que su valiosa producción intelectual estuvo signada por la censura, la persecución, el exilio y las terribles condiciones impuestas por el nazismo. Estas reflejaron las discusiones con la intelectualidad de su época y los eventos sociales y políticos de esos años, acontecimientos relevantes como; guerras mundiales, revoluciones, ascenso del fascismo en Europa y del stalinismo en la URSS. A fines de la década de 1910, luego de conocer la experiencia de la Italia fascista demuestra más interés por el marxismo y las prácticas culturales soviéticas en su viaje a Moscú, donde reconoce las experiencias contrarrevolucionarias del stalinismo; llevándolo a concluir que sus perspectivas teóricas se encontraban alejadas del marxismo surgido de la burocracia soviética.

Un hecho que incidió fuertemente en las interpretaciones de la obra de Walter Benjamin fue la edición posterior de su obra por el Instituto de Investigación Social en EEUU. Si bien rescató a Benjamin del olvido y le dio relevancia académica, fue responsable de importantes distorsiones, en cuanto a selección, ordenamiento y traducción de la obra. Uno de los efectos fue el desgajamiento de la producción, que quedó cubierta por los fantasmas del mecanicismo materialista y la sospecha de aires stalinistas.

El descubrimiento en Nápoles de los pasajes y galerías como zona de confluencia entre lo público y lo privado que luego, en París, sería la base para lanzar su inconcluso proyecto sobre la experiencia de la modernidad; sus análisis de la alegoría en el drama barroco que posteriormente estudiaría alrededor de Baudelaire como figura central y en el surrealismo; sus planes junto a Brecht para una publicación que interviniera unificando crítica cultural y crítica política, afectada por las experiencias del arte vanguardista de principios de siglo; sus relaciones contradictorias con distintos representantes de la Escuela de Frankfurt sobre la concepción de la historia y la evolución del arte en el capitalismo; todas sus concepciones y planteos influyeron en las elaboraciones del mundo intelectual de ese siglo.

El interés por el movimiento obrero y por el marxismo nunca se formalizó en una militancia activa pero jamás dejó de analizar críticamente al régimen y la cultura burguesa. La explicación a esta actitud, acaso haya que buscarla en el rechazo a la stalinización de las organizaciones comunistas con la consiguiente pérdida de democracia interna, un proceso que culminó en la dependencia casi absoluta del partido alemán hacia los intereses de la política exterior de Moscú. Benjamin no se afilió al Partido comunista, pero siempre mantuvo contacto con comunistas y frecuentó las reuniones de la Asociación de escritores proletario-revolucionarios.

Como en alguna oportunidad Marx postuló que las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante, Benjamin se preocupaba de cómo la clase dominante conseguía transmitir sus ideas; qué maniobras llevaba a cabo, qué esquemas empleaba; todo eso lo examinaba con una extraordinaria sutileza. Apenas se habían mejorado las oportunidades para manipular a las masas mediante las técnicas de reproducibilidad del arte cuando ya había descubierto los secretos de cómo influían éstas en los sectores populares.

Su intervención en los debates político culturales con los principales referentes teóricos del marxismo de su época, sus teorías sobre el arte y la cultura, su concepción sobre la técnica y los medios de comunicación, sus Tesis sobre la filosofía de la historia son adecuadamente fuertes como para resistir las innumerables interpretaciones que han soportado. Se puede encontrar una concepción que, sin llegar a estar formulada como una teoría sistematizada, es un conjunto coherente de ideas que cuestiona radicalmente el lugar de la cultura para buscar hacerla partícipe en un proceso de cambio social revolucionario. Se trata de una teoría sobre el lugar que ocupa en la sociedad capitalista la cultura abarcando el arte, la intelectualidad y los medios de comunicación. Un proyecto para la práctica cultural en un contexto revolucionario; esta teoría parte del análisis de las condiciones de producción del arte, la crítica de su funcionamiento y los cambios emergentes. Se trata de una teoría refuncionalizadora del arte y la cultura, para orientarlos en un sentido antagonista al capitalismo.

Textos como La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica, se han convertido en clásicos que son citados y reinterpretados cada vez que se habla de problemas relacionados a los procesos de transformación de la cultura, la comunicación y la técnica. Estos textos son los fragmentos que han perdurado de una producción que buscaba aportar a la transformación revolucionaria de la sociedad, reconfigurando la práctica intelectual, teórica y artística al acercarla críticamente a las transformaciones sociales técnico comunicativas.

En esta obra; analizó la cultura contemporánea, las nuevas formas de cultura de masas como la radio, el cine, la fotografía, el fotomontaje, los diarios masivos, que simbolizaban la manera como en el mundo social, los fenómenos de reproducción en masa cambian las relaciones de los hombres con la cultura. Benjamin encontraba posibilidades democratizadoras en el cine dado que podría permitir una percepción colectiva que proporcionara una mirada crítica, sin dejar de señalar los peligros del sistema de estrellato de Hollywood o del aparato de propaganda nazi, como partes de una industria cultural desarrollada en el marco de las relaciones capitalistas de producción.

Participó en Alemania de la experiencia de la radiodifusión con una serie de emisiones que buscaban superar los límites y fines que la industria cultural le imponía; la disociación entre audiencia y expertos, el carácter unilateral del mensaje de la emisora a la audiencia sin posibilidad de respuesta. Los temas y formatos que llevo adelante en la radio pretendían concientizar sobre sus condiciones de producción; el tipo de discurso del medio y la mercantilización del trabajo cultural. Alentaba a que los oyentes se comunicaran con la emisora, percibiendo las posibilidades democratizantes de la radio. Estas prácticas radiales son ejemplos de las posibilidades de una crítica cultural que uniera arte y práctica social donde la audiencia no fuera pensada solamente como una elemental suma de espectadores aislados y pasivos.

Integró una generación de intelectuales que vivió; dos guerras mundiales, la experiencia de la república de Weimar, crisis económica, tres intentos revolucionarios frustrados y el ascenso del nazismo. Durante la década de 1920, se aproxima a la obra del marxista y crítico literario húngaro Lukács, Historia y conciencia de clase, acercándolo a algunas de las experiencias artísticas de la Rusia soviética, lo que desplazó definitivamente su interés hacia el estudio de una estética materialista, el movimiento obrero y su historia. Es importante agregar que su producción intelectual también estará influida por el teólogo del judaísmo, Gershom Scholem, y por el vanguardista Bertolt Brecht; su elaboración teórica y crítica estará vinculada con los desarrollos de la Escuela de Frankfurt, de Theodor Adorno y Max Hokheimer entre otros; es por ello que se lo consideraba miembro de dicho Instituto, aunque rigurosamente no lo fuera.

Exiliado en París a causa de las persecuciones sufridas de parte del régimen nazi por su condición de judío y marxista y a pesar del creciente peligro, no quiso hasta último momento abandonar Europa. En la Biblioteca Nacional de la capital francesa preparaba su proyecto el Libro de los pasajes, que dejó inconcluso. En esa misma institución, dejará sus materiales para este proyecto, cuando finalmente decide viajar a los EEUU. Esa producción intelectual que contaba con un conjunto de escritos, citas, comentarios y reflexiones, será la base de la obra que es considerada la más importante de su producción, y que buscaba esclarecer los dispositivos con que la sociedad capitalista fabricaba la conciencia y las prácticas del conjunto del pueblo.

Es importante destacar su capacidad para analizar los condicionamientos sociales y políticos en la producción cultural, pero no lo hacía de manera lineal. Era ajeno tanto a los postulados de la socialdemocracia que reproducía las ideas hegemónicas, como del mecanicismo y la ortodoxia que predominaba en un marxismo moldeado por la burocracia soviética. Sus estudios recorren desde la arquitectura hasta los efectos en la percepción de nuevas técnicas de reproducción, también los cambios en las funciones sociales del arte en los sectores populares, en las teorías psicoanalíticas o la poética surrealista, en su innovadora concepción sobre la historia. En todos puede observarse su interés por aquello que en la cultura pueda potenciar una ruptura con el orden hegemónico. Partía de una crítica intransigente a la ideología dominante que ponía en evidencia en los productos de la civilización de la sociedad capitalista su esencia mercantilista y la barbarie en la que fueron creados.

Benjamin se acercó, a dos concepciones que lograron gran presencia en la intelectualidad de Alemania de esos años; la teoría marxista que vivió una revitalización fundamentalmente desde la filosofía y las interpretaciones culturales y las vanguardias artísticas en particular, los grupos constructivistas y productivistas. A su vez venía desarrollando su carrera de filosofía de forma no tradicional, a través de una obra de escritura fragmentaria, poética, que se acercaba a la teología en particular el mesianismo cabalístico. Hacia 1925, luego de intentar infructuosamente ingresar en la academia, comienza a buscar otros caminos de desarrollo profesional, y también de sustento; cobrando fama como periodista, crítico, en trabajos de divulgación en la radio y como conferencista. Es en esa época que se relaciona con Asja Lacis, militante, actriz y dramaturga letona dedicada al teatro infantil. Este vínculo llevará a su acercamiento a los movimientos revolucionarios y las vanguardias artísticas.

En 1924 Benjamin lee Historia y conciencia de clase de Lukacs, que al igual que Marxismo y filosofía de Korsch, habían sido publicadas el año anterior teniendo gran influencia en el acercamiento de muchos intelectuales hacia un marxismo radical. En su carrera como crítico, comenzó a frecuentar las vanguardias constructivistas en las artes visuales; fotógrafos como Sasha Stone, o pintores como Laszlo Moholy Nagy o cineastas como Hans Richter. En 1926 viaja a Moscú, estableciendo un contacto de primera mano con las vanguardias soviéticas. Este viraje en la obra de Benjamin aparece marcado en 1928 por la publicación de su texto Dirección única, donde el escritor aparece como experto, un técnico que opera las palabras. En 1929, la República de Weimar todavía no lograba constituir un gobierno estable cuando estalla la crisis mundial. Benjamin en ese periodo se encontraba buscando prácticas artísticas radicales, a la vez buscaba desarrollar una política para nuclear a los intelectuales en proyectos colectivos desde una particular visión marxista del campo cultural. Pretendía realizar obras didácticas, que incluyeran y activaran al público.

El fascismo dominaba parte de Europa. En Alemania el nazismo se iba consolidando como una primera minoría que no lograba consolidarse en el poder plenamente. La República era inestable; los partidos burgueses disputaban entre ellos, la represión crecía, la crisis económica cobraba dimensiones mundiales y la revolución no se desarrollaba. También se profundiza la relación con intelectuales soviéticos de las corrientes productivistas que estuvieron en Berlín en esa época; esta influencia instala una visión donde la vanguardia soviética es parte de la degradación del arte en la propaganda política del realismo socialista. Una intensa producción teórica fue otra característica del período. Benjamin da una conferencia radiofónica y escribe numerosos textos y proyectos intelectuales. Podemos remarcar la importancia de organizar a los intelectuales de izquierda para intervenir en el campo artístico y cultural, tratando cuestiones literarias y a veces crítica teatral y de cine. El segundo punto que desarrolla es la idea de la crítica como teoría transformadora. Benjamin se va alejando de la idea imperante en el marxismo dogmatico que postulaba que el arte consistía en aplicar y difundir la visión del partido.

Pero además, su idea de una política cultural implicaba una especificidad del rol intelectual, a diferencia de otros autores, la dialéctica no es un método para comprender la realidad como totalidad, ni abarcar las mediaciones como forma de penetrarla. Más bien es una forma de interpretar la realidad. Es un método de contradicciones, de oposiciones, de paradojas, de provocación, el pensamiento no es una abstracción sino una intervención; define el rol de los intelectuales, que no será guiar y adoctrinar sino intervenir y provocar, desarrollando sus herramientas técnicas, intelectuales y artísticas.

La línea política del stalinismo hegemonizaba casi todas las expresiones del antifascismo, hasta que en 1940 con la firma del pacto Molotov-Ribentrop y la posterior invasión y reparto de Polonia, se evitan los cuestionamientos al fascismo por parte de la intelectualidad asociada a la ortodoxia marxista. En ese contexto buscará interactuar e intervenir con la realidad. No sólo desarrollará una teoría sino también una experimentación práctica que buscó no alimentar a los medios, sino transformarlos. Benjamin señaló tendencias que se abrían como posibilidades resumidas en la fórmula "estetización de la política o politización del arte". Entendiendo la segunda como una refuncionalización de los medios técnicos artísticos y también comunicativos. Postulaba que los intelectuales no tienen que proletarizarse para favorecer la socialización de los medios espirituales de producción, aclarando que es necesario organizar a los trabajadores de la cultura en el proceso de producción. Para Benjamin la cultura en general y la técnica artística, no son algo neutral, separado de las relaciones sociales.

Entre febrero y marzo de 1933, Benjamin emigra frente al ascenso del nazismo que, lejos de las previsiones de los comunistas, logró aglutinar a las clases dominantes, cierta estabilización económica y el apoyo de una fracción considerable del pueblo. Parte hacia Paris, en condiciones difíciles de trabajo. En este contexto, además de obras de resistencia al fascismo, escribe textos más reflexivos y sistematizadores desde lo teórico, exponiendo con claridad los fundamentos de su concepción de refuncionalización revolucionaria del arte, que implicaba generar productos culturales nuevos a partir de lo existente, utilizando la materia y la energía generada por el sistema de producción capitalista. Algunas de sus motivaciones pasaban por pensar el trabajo intelectual como búsqueda de herramientas contra el fascismo: elabora conceptos como aura, distracción, dialéctica en suspenso, y estudia el arte y los cambios técnicos, se acerca al arte como configuración histórica de la percepción, y de allí se dirige a los medios de masas.

El ensayo sobre la obra de arte es un texto que plantea afirmaciones sobre la estetización de la política y la politización del arte. Uno de los objetivos será hacer una crítica histórica de la percepción desde la figura de una sociología marxista; apunta a la función que tiene la obra de arte dentro de las condiciones de producción de un determinado tiempo; por otro lado no pretende que la cultura sea un vehículo para la propaganda comunista. Le exige al arte una tarea mucho más difícil; esto es, la de deshacer la alienación, restaurar la fuerza instintiva de los sentidos corporales humanos por el bien de la autopreservación de la humanidad, y la de hacer todo esto no evitando las nuevas tecnologías sino atravesándolas.

Postulaba que se puede recuperar al arte como otros medios de producción, donde los autores se transforman en peritos, técnicos, especialistas con la capacidad de generar nuevas técnicas que reorienten los aparatos de construcción de la percepción. No sólo se cambian las formas, sino fundamentalmente se reorienta al arte hacia otros fines, básicamente, la pedagogía. Implica que el arte no lleve a la naturalización de la percepción, sino por el contrario, a la exposición de la obra como una construcción, y al trabajo del espectador para interpretar y tomar posición frente a la misma. Las obras tendrán objetivos pedagógicos, que no deben confundirse con objetivos de mera propaganda y convencimiento político sino un verdadero desarrollo de las capacidades de los sujetos, de una percepción crítica.

En la década de 1930 entre el avance del fascismo y la consolidación del stalinismo, la mayoría de los intelectuales marxistas como Benjamin estaban atravesados por las derrotas de las sucesivas luchas de las clases trabajadores lo que en cierta forma los distanciaba de la práctica y los debates estratégicos del comunismo, pero contradictoriamente posibilitó elaborar hipótesis filosóficas y teóricas sobre los cambios culturales que la entrecruzaban. Sus tesis sobre la filosofía de la historia, publicadas póstumamente, contienen una mortífera crítica a la concepción de la historia imperante vista como progreso, como desarrollo lineal mecánico justificador del orden social. Un relato que intentaba suprimir de la memoria histórica el rol de las luchas de los oprimidos en el pasado, pero también la visión de Benjamín contenía una severa crítica a las versiones tergiversadoras y dogmáticas del marxistas, que presentaban la historia como un continuo avance al socialismo y negando el rol de las fuerzas objetivas latentes necesarias para el triunfo de las luchas revolucionarias.

Sus críticas y elaboraciones fundamentales siguen vigentes, y aunque hayan cambiado ciertas condiciones de la cultura y la técnica, siguen portando una caja de herramientas disponible para las luchas actuales. El sistema capitalista continúa generando miseria, guerras y alienación, aunque sea bajo nuevas condiciones.

Dentro de esas nuevas condiciones, tal vez lo que más cambió fueron precisamente, las condiciones técnicas y culturales. Pero lejos de quedar obsoletas, los modos de abordaje de una concepción innovadora de una cultura antagonista como la que construyo Benjamín se transforman en herramientas necesarias para la interpretación y la transformación. La extensión de las tecnologías de la comunicación hace necesario su crítica pero también amplían sus posibilidades de reapropiación. Para esto no solo se necesita una teoría crítica y una práctica determinada sino que hará falta el desarrollo de prácticas sociales más amplias. En ese sentido resulta imprescindible la confluencia de colectivos culturales con movimientos sociales para desarrollar prácticas de poder popular y lucha anticapitalista.

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