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Iñaki Gil de San Vicente, Nacionales E.Herria :: 29/07/2012

¿Qué salida a la crisís?

Iñaki Gil de San Vicente - La Haine
La vía socialista nunca estará relativamente segura si no enraíza más y más en el pueblo, si no se extiende en detrimento del capital

Nota: texto escrito para la revista Herria 2000 Eliza.

1.- LA NECESIDAD DEL ESTADO VASCO

Antes de entrar a responder a esta pregunta, debemos decir claramente que para salir parcialmente de la crisis que azota al capitalismo el pueblo trabajador vasco necesita conquistar poder socioeconómico, es decir, poder político. Esta es la condición inexcusable y primera sin la cual no tiene sentido cualquier respuesta a la pregunta que encabeza este artículo. ¿Por qué necesitamos un poder político? Por una razón elemental, a saber, las crisis económicas, cualquiera de ellas, tienen causas esencialmente endógenas, internas a las contradicciones estrictamente económicas, pero a la vez, dialécticamente, la salida de cualquiera de ellas es y debe ser una salida política. La dialéctica entre causas endógenas y salidas políticas se explica, primero, por el hecho de que toda crisis se incuba con carácter de necesidad, es decir, de restringida efectividad de la medidas políticas, por ejemplo del keynesianismo; y segundo y después, por el hecho de que toda crisis agudiza determinadas contradicciones sociales, estrecha y fusiona aún más las conexiones no visibles entre lo económico y lo político, siempre existentes pero no visibles, de modo que cuando la crisis, la que fuera, se agudiza también lo hace la política a ella unida, la que fuese. Cuando se trata de una crisis «nueva» como la actual, entonces es toda la estructura política preexistente a la crisis socioeconómica la que cruje y se cuartea, haciendo urgente la necesidad de un cambio de orientación política.

Esta es la constante lección teórica extraída desde la considerada como primera crisis financiera en la historia del capitalismo comercial a comienzos de 1637, por no retroceder a las quiebras financieras del siglo XVI. Desde entonces, y sobre todo desde que la estadística permitió seguir las regularidades de las crisis en el capitalismo industrial de comienzos del siglo XIX, el contenido político de las medidas anticrisis ha quedado una y otra vez confirmado. Y hablar de soluciones políticas es hablar de poder, del suficiente poder como para intervenir en las entrañas de la crisis, orientando su evolución. Pueden ser poderes pequeños, de asambleas obreras y populares apoyadas por organizaciones sindicales, políticas, culturales, populares, etc., para resolver la crisis de una empresa según los intereses de la mayoría social; pueden ser los poderes municipales o forales para intervenir sobre la crisis más extendida, o pueden llegar a ser los poderes autonómicos. Pero desde un principio, al instante, chocamos con la cuestión del Estado como centralizador estratégico de las medidas socioeconómicas, políticas, internacionales, etc., democráticamente decididas para intervenir en la parte más superficial, grave y urgente de la crisis. Pero es obvio que no tenemos ese urgente e imprescindible poder estatal vasco.

La dialéctica entre economía y política se plasma en el fundamental papel que ha jugado el Estado en el nacimiento y expansión del capitalismo, tema que solamente podemos analizar aquí en la experiencia vasca. Los Estados español y francés fueron decisivos para la victoria política del modo capitalista de producción en nuestro país. Entendemos por victoria política burguesa la derrota definitiva del modelo socioeconómico y sociopolítico del Régimen Foral Vasco que venía siendo sistemáticamente atacado desde la irrupción de la burguesía comercial y desde el expansionismo imperialista español y francés, allá por los siglos XIV-XV. La victoria política burguesa definitiva necesitó de sucesivas invasiones militares franco-españolas, apoyadas internamente por fracciones de las clases dominantes vascas. Ha sido esta dinámica nacional de clase preburguesa y burguesa la que ahora nos impide disponer de un Estado vasco independiente, y la que, a la inversa, nos ha impuesto e impone dos sendos Estados opresores que dirigen absolutamente lo esencial de la economía vasca.

2.- LAS ALTERNATIVAS BURGUESAS

Digo que no podemos avanzar en la respuesta a la pregunta sobre las salidas a la crisis si previamente no recordamos la existencia del poder sociopolítico porque las mismas teorías y definiciones de economía, de capitalismo, de sociedad, de explotación, etc., están marcadas por la influencia del Estado franco-español, de su poder ideológico, educativo, cultural, represor. Y cuando hablamos de poder sociopolítico también tenemos que hablar de poder patriarco-burgués, de poder de opresión nacional e imperialista, en todas sus formas. Por ejemplo, las definiciones de crisis, estancamiento, ciclo, inflación, estanflación, recesión, depresión, recuperación, PIB, valor, valor añadido, ganancia, precio, o sea, la definición de “economía política” está muy influenciada por la dominación ideológica burguesa, inseparable del poder de su Estado, y este problema se agudiza si pensamos en la supuesta “neutralidad axiológica” y política de los métodos estadísticos, decisivos en economía, y en realidad nada neutrales. Hablamos del paradigma ideológico-político burgués reforzado en todo momento por el Estado de esta clase propietaria de las fuerzas productivas materiales e inmateriales.

Realizada esta mínima e imprescindible desintoxicación teórica, el siguiente paso es el de aclarar que las crisis no son fortuitas y accidentales, casuales, o provocadas por los “errores” de la administración y/o por el egoísmo y la psicología humanas. Las crisis son recurrentes e inevitables porque siempre laten y bullen en las entrañas del capitalismo debido a sus contradicciones inherentes. Esta necesidad genético-estructural, objetiva, se materializa cada determinado tiempo en crisis diferentes en lo histórico-genético, respondiendo a una compleja interacción de factores secundarios, contingentes, particulares en cada país, pero idénticas en el fondo en todos ellos. Las crisis son inevitables en su esencia pero variables en su forma. Esto hace que las soluciones deban variar en lo accidental pero manteniendo lo básico, a saber: aumentar la explotación de la fuerza de trabajo por el capital y aumentar la concentración y centralización de capitales en menos manos. Si estos métodos fallan, la burguesía recurre a violencias más brutales, como las guerras. Como se aprecia, el Estado de clase es decisivo para aumentar la explotación y la concentración, y para aplicar la violencia reaccionaria, explotadora. Por tanto, las naciones trabajadoras oprimidas, sin Estado, estamos totalmente indefensas.

Las diferencias formales, aun siendo importantes, en los métodos aplicados por los Estados para paliar la crisis actual, radican en dos grandes tácticas insertas en la misma estrategia. Un método es la de salir de la crisis pagando la deuda pública y privada a cualquier precio, sobre todo descargándola sobre las clases trabajadoras y la vieja pequeña burguesía. Se privatiza lo que queda de sectores públicos, de bienes colectivos, de gasto e inversión social; se aumentan los impuestos al consumo, los copagos y las cargas de todo tipo al pueblo: se trata de volver al neoliberalismo anterior a 2007 pero a lo sumo y no siempre, con ligeros cambios cosméticos en los controles de la piratería del capital financiero-industrial de altas tecnologías, es decir, algo parecido a convertir a los piratas en corsarios financieros, que pueden saquear al pueblo pero entregando una mayor cantidad del expolio a las arcas del Estado. El salvajismo de este ataque exige de medidas represivas más duras que las anteriores, medidas preventivas y disuasorias, pero sobre todo prácticas. Todo retroceso en los derechos sociales debe ir acompañado por el retroceso democrático correspondiente.

El otro método, es el de reavivar una especie de neokeinesianismo basado en un gasto público más controlado, con una tasa de inflación asequible, con una negociación sobre la deuda que alargue los plazos del pago para dedicar así parte de los intereses a la inversión productiva, en el sector público y en ayudas al privado para crear puestos de trabajo que reduzcan la tasa de desempleo y aceleren la circulación de capitales, etc. Se trata de volver en parte al inicio de los «treinta gloriosos» pero en las condiciones mundiales presentes, tan diferentes a las de entonces. En este método, el capital financiero y la economía sumergida han de estar más controlados que en el anterior, aunque sin coartar en exceso la «libertad del mercado». No hace falta decir que son múltiples las mezclas posibles entre ambos métodos. Pero ninguna de ellas puede llevarse a cabo sin la intervención planificada y decidida del poder estatal burgués.

3.- LA ALTERNATIVA SOCIALISTA

Sin embargo existe otra alternativa diferente, la socialista. ¿En qué consiste? Primero, en un cambio de paradigma: las crisis estallarán mientras no se acabe con la dictadura del capital. Por tanto, de lo que se trata es de ir creando islotes, espacios reducidos, zonas liberadas de otra economía, la solidaria, allí en donde el pueblo trabajador conquiste espacios suficientes de poder: barrios, talleres, escuelas, fábricas, ayuntamientos, diputaciones. Mediante cooperativas de producción y consumo, con economía social, ayuda mutua, bancos de tiempo, recuperaciones de empresas, empresas públicas, préstamos públicos, nuevos yacimientos de trabajo, reparto del trabajo y reducción de su jornada, impuestos directos a la propiedad, desgravaciones a la creación de empleo, inversiones en I+D+i, creación de banca pública democráticamente dirigida, mejoras salariales y sociales, etc., con estos primeros pasos se pueden reducir casi totalmente los costos sociales de la crisis, aumentar la autoconfianza popular y su hegemonía social, debilitar a la burguesía.

Ahora bien, por cuanto se trata de embriones muy básicos y aislados del socialismo, su debilidad es extrema, pudiendo sobrevivir y crecer sólo si el pueblo trabajador mantiene una decidida ofensiva social, lo que nos lleva a la segunda característica: son conquistas siempre al borde de la derrota, necesitando de nuevos avances y de más poder popular. Esta es la experiencia histórica. La vía socialista nunca estará relativamente segura si no enraíza más y más en el pueblo, si no se extiende en detrimento del capital. Hablamos de lucha de clases. Por ejemplo, la recuperaciones de empresas, las cooperativas, la política fiscal progresista, el sector público creciente, la lucha contra la economía sumergida y el control estricto de las finanzas, la lucha contra la fuga de capitales, los derechos de control, cogestión y autogestión obrera y popular, todo esto es lucha de clases, es decir, lucha entre poderes enemigos, uno de los cuales, el burgués, dispone todavía del aparato estatal franco-español, mientras que el poder popular vasco sólo de ayuntamientos y una diputación. Lucha desigual que si se detiene, retrocede en beneficio del explotador. Pura e inevitable dialéctica.

Por esto mismo, aquí debemos tocar la tercera característica ya anunciada al hablar de hegemonía. El pueblo trabajador necesita expandir su hegemonía entre las franjas intermedias, en la vieja y nueva pequeña burguesía. El movimiento socialista ha defendido esta idea básica desde la mitad del siglo XIX. En un contexto de opresión nacional, la hegemonía popular se basa en un modelo nacional progresista, radicalmente democrático e independentista. La pequeña burguesía es una clase timorata, egoísta, indecisa. Tiende a obedecer a un poder fuerte, autoritario y hasta dictatorial si no es convencida en los hechos de que su suerte va unida a la de un bloque nacional democrático, lo que en teoría marxista se define como bloque histórico, el único que puede conquistar el Estado independiente. Y aquí es vital que la hegemonía popular disponga también de un atrayente modelo de desconexión paulatina del mercado imperialista y de conexión a otro mercado internacional más justo y equitativo, que absorba la producción vasca sin caer en la dictadura euroalemana y norteamericana. Unir la independencia a la desconexión del capital financiero, es decisivo para lograr la hegemonía.

Pero ahora llegamos al punto cuarto, al crítico: nada de lo anterior sobrevivirá si no se logra el Estado vasco, es decir, podremos paliar los peores efectos de la crisis en beneficio del pueblo, e incluso recuperar un poco la tasa de crecimiento de un capitalismo vasco podrido internamente por el avance de los islotes sociales y por el creciente poder popular, pero seguirá siendo economía capitalista, o sea, más temprano que tarde volverán las crisis y con ellas, o antes incluso, las contraofensivas salvajes de la gran burguesía para romper al bloque histórico, atraer hacia ella a la pequeña burguesía y aplastar al pueblo trabajador. La crisis del capitalismo azuza al extremo las necesidades de la sobreexplotación, del euroimperialismo y de la sumisión de las burguesías débiles a las más fuertes. Hasta ahora, no existe experiencia alguna que avale la creencia de que la mediana burguesía autonomista y regionalista vaya a sacrificar voluntariamente su propiedad privada en aras de la independencia socialista vasca, del mismo modo que no existe ninguna otra experiencia así en el mundo. Y todo indica, hasta ahora, que no seremos la primera excepción que confirme la regla. ¿Entonces?: fortalecer al máximo al pueblo trabajador.

 

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