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Nacionales E.Herria :: 23/01/2013

Ostias y desobediencia

Borroka Garaia
La desobediencia civil no es un camino de rosas, sino que llevada a un alto nivel de energía puede tener consecuencias de un nivel de dureza cercana a otros tipos de lucha.

Recuerdo que en el contexto de una situación de posible conflicto, como cualquier borroka eguna clásico y aleatorio o todas esas manifestaciones locales, normalmente a las 8 y no comunicadas, en las que las cargas policiales iban a caer sí o sí, solía tener conversaciones más o menos divertidas con un amigo, digamos no muy alto de estatura, que se ponía literalmente malo de la tensión previa pero que no se perdía ninguna. Yo le explicaba mi “teoría del tamaño”. Una teoría particular que contenía una ecuación matemática según la cual, las probabilidades de ser acertado por las bocachas o las porras tienen relación con la estatura y grosor de la persona, y que en un espacio determinado sus probabilidades de ser acertado eran nimias. Que las porras de trazar un arco se estrellarían contra cabezas más elevadas que la suya y que casi tendrían que disparar hacia el suelo para acertarle y teniendo en cuenta que casi siempre apuntan a dar, estaba a salvo. Otro amigo, éste más sarcástico aun, tenía otra teoría. Decía que donde más seguro se está y donde tu integridad peligra menos en un contexto de violencia policial en movilizaciones es detrás de una capucha. El caso es que estas teorías y otras más rebuscadas aun, tenían sus vacíos y todos acabábamos recibiendo, pero al menos se hacían más llevaderas las esperas a esos fuertes sonidos huecos característicos que dan inicio a cualquier carga policial de las miles y miles que han sembrado de odio nuestro pueblo. No es sencillo en ningún caso enfrentarse a la violencia del estado y mucho menos a pie de calle.

En cambio, de las detenciones provocadas de insumisos guardo un sentimiento contradictorio. No me gustaba nada acudir a ellas aunque estuve en unas cuantas y algunas fueron durísimas. Era un sentimiento raro. A un militante anti-militarista con el que no compartía muchas cosas pero que nos unía la calle, le solía decir que no veía casi tanta violencia ni en “nuestras manis” del rollo. El decía que el objetivo era que el estado muestre su violencia y cuanto más descarnada sea mejor. Y yo preguntaba ¿Entonces estás a favor de una estrategia violenta? y me contestaba que sí. Pero claro, solo de un lado. El objetivo no era evitar la violencia sino mostrarla lo más clara posible, acelerar las contradicciones del sistema quitándole la careta y ganando adhesión social. Una estrategia violenta casi en espiral de lucha guerrillera clásica pero sustituyendo las armas por desobediencia civil. Las porras, las agresiones, los empujones, arrastrar a las personas, se convertían en elementos indispensables de esas batallas que buscaban sacar a relucir literalmente la violencia estructural desafiando sin contemplaciones a la bestia.

Y es que sin entrar en debates de eficacia y de ejemplos históricos que podrían dar para largo y que realmente no se inclinan mucho, al menos a nivel integral, hacia las posturas que me explicaba mi amigo insumiso, siempre he guardado un gran respeto y admiración por esa actitud.

Un comentario de un lector del blog lo resumía muy bien;

Si quieres jugar a la no-violencia gandhiana más te vale entenderla bien (…). Porque la no-violencia no es sumisión sino confrontación y desobediencia continua sin el uso de la fuerza física (por parte del bando desobediente claro, los opresores sí que la usarán). No-violencia no es someterse al dictado del opresor sino desobedecerlo, sabotearlo y hacerlo inaplicable, preparándose claro está para ser reprimidos con toda la violencia institucional. No-violencia no es rendirse, abandonar la confrontación para ver si el opresor te deja un nicho en el que jugar a la revolución no revolucionaria, la democracia no participativa y la nación sin soberanía. La soberanía se ejerce de forma firme y continua o se renuncia.

En resumen, se podría decir que la desobediencia civil requiere un nivel de lucha y de enfrentamiento similar a otros tipos de lucha. Y por lo tanto generando represión para poder aplacarla. Esto se traduce en nuevos presos, más violencia en las calles, tensionamiento social y muchos otros factores que van asociados al conflicto. La desobediencia civil no es un camino de rosas, sino que llevada a un alto nivel de energía puede tener consecuencias de un nivel de dureza cercana a otros tipos de lucha.

No son un misterio las dificultades existentes para poner en efectivo una lucha de este tipo. Y la primera de ellas es el conflicto de intereses entre los que quieren reducir la confrontación a algo ideológico y electoral frente a los que entienden que la insumisión y desobediencia son herramientas de lucha para quebrar el muro de la imposición del estado y están enmarcadas en la lucha por abrirse paso hacia un sistema que deje atrás los rasgos anti-democráticos de los estados que nos oprimen en el camino a la emancipación nacional y social vasca. Unas formas de lucha, que si bien en Euskal Herria han sido empleadas con diferente intensidad a lo largo del proceso de liberación, es probable que no haya existido aún un análisis táctico, estratégico de calado y a largo plazo para activar una estrategia permanente y sostenida en el tiempo con las necesidades organizativas y de infraestructura, incluso metodológicas ,que requiere tal reto.

La pregunta es: ¿Hay ganas y voluntad popular para llevarlo hacia adelante?. No había más que ver la determinación y actitud de los que se movilizaron en Donostia el otro día para arropar a los militantes que en un valiente acto de desobediencia civil se encadenaron pese a que iban a ser secuestrados. Otros ejemplos como el martxoko iraultza, o algunos aspectos de la lucha social también han sido testigos de que existen las condiciones.

Queda por tanto localizar dónde está el bloqueo que impide desatar las energías en toda su extensión, las incompatibilidades que crean neutralización en el movimiento popular y juvenil, y que realmente la juventud revolucionaria vasca sea autónoma y que además lo parezca. Y para ello es importante que el frente institucional, de tomar parte en la lucha popular sea un igual y esté subordinado a esa lucha y no parezca que sea lo contrario. Porque aunque las cosas no sean, si lo parecen pueden crear el mismo efecto.

Otro tema paralelo es el muro popular anti-represivo que precisamente desde una perspectiva desobediente paradójicamente se reforzará a través de la lucha que generará más represión.

 

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