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Colombia :: 24/02/2014

Lo que persiguen con las interceptaciones

Timoleón Jiménez
El comandante de las FARC opina acerca de las supuestas conversaciones interceptadas a la guerrilla, fabricadas por los servicios de 'inteligencia' colombianos

Los sucesivos escándalos con relación a las interceptaciones telefónicas, correos electrónicos y otras modalidades de comunicación empleadas hoy en día, tienen entre otros efectos el de fijar en la mente de los ciudadanos la idea de que nada existe por fuera del control del poder. De algún modo, aunque cada quien se sienta asaltado en la intimidad y exprese su indignación, también se va haciendo a la idea de que se trata de algo irresistible contra lo que resulta inútil luchar.

Porque ¿cómo evitar que se nos vigile, siga, persiga, intercepte? ¿En quién individualizar responsabilidades cuando se descubre que se es víctima? ¿En la Fiscalía, en la Policía, en la Inteligencia Militar, en la Procuraduría, en la CIA, en la inteligencia presidencial, en los hackers que trabajan para cualquiera de ellas u otras tantas de las fuerzas oscuras que operan en el país? Al fin y al cabo todas trabajan en secreto y tienen cómo echar tierra sobre sus deposiciones.

Así las cosas, no es de extrañar que la gente termine aceptando su suerte. Todos estamos monitoreados, aunque quizás la mayoría jamás lleguemos a enterarnos de ello. Así que es mejor vivir como si no ocurriera. El consabido refrán según el cual el que nada debe nada teme, contribuye a la aceptación sumisa del acoso estatal. Una mentalidad conservadora puede defender incluso que tales prácticas redundan en una mejor y más sana conducta social.

Al peligro que se cierne sobre la sociedad como consecuencia de la familiarización con la cotidiana violación a su intimidad por parte de un Estado violento, se añade otro de mayor calado, la creencia de que quienes tienen motivo para preocuparse por ello son los criminales que violan las leyes. Cada manifestación de inconformidad por esa vigilancia puede ser juzgada como delación de la propia culpa. Por algo será que reniegan, ¿qué es lo que tienen que ocultar?

Aún puede intentarse ir más allá. Como en este país se intercepta a todo el mundo, y ni siquiera se sabe con exactitud quién lo hace ni quién lo ordena, pero cada vez con mayor frecuencia se divulga un nuevo escándalo por la publicación de interceptaciones, de algún modo la sociedad también va siendo empujada a acostumbrarse a condenar de antemano a los involucrados, sin siquiera preguntarse por la veracidad de las informaciones suministradas.

Basta con que cualquier medio de amplia circulación, es decir abundantemente patrocinado por los poderes económicos que inspiran el poder político, dé a conocer al público la noticia sobre las interceptaciones que dan cuenta de la comisión de un hecho punible o socialmente repudiable, para que los supuestos señalados resulten condenados sin conmiseración. Sin que siquiera se pregunte por la realidad de tales interceptaciones, por su autenticidad y seriedad.

Ya ni siquiera interesa averiguar si fueron producto de los procedimientos legales requeridos o si fueron realizadas por funcionarios competentes y probos. La fuente legitimada a la fuerza de las interceptaciones diarias lo dice y con eso resulta suficiente. A menos que se trate de escándalos en los que se encuentre involucrado el propio poder o sus más fieles allegados. En ese caso, desde el Presidente de la República para abajo todos saldrán a manifestar sus dudas.

Es que el poder y sus usufructuarios están eximidos de cualquier responsabilidad. Escándalos como el de Andrómeda pueden generar alguna bulla en la prensa, pero serán echados al olvido tan rápidamente como surgieron. Las recientes denuncias de la revista Semana, basadas en acceso a interceptaciones, que destapan la olla podrida del corrupto espíritu de cuerpo reinante en las criminales fuerzas armadas del Estado, serán cubiertas muy pronto con tierra.

De hecho poco credibilidad despiertan la indignación presidencial y sus comisiones especiales de investigación, tratándose de alguien a la vez tan cercano a todo eso de los falsos positivos y demás violaciones flagrantes de los derechos humanos y normas humanitarias que caracterizan la guerra contrainsurgente. Un Presidente que estima ese accionar como el factor fundamental para tener sentada en la Mesa a las FARC, no va a propiciar que se destapen secretos nauseabundos.

Entonces aparece clara y nítida la función de tales escándalos sobre interceptaciones. En ningún momento se persigue con ellos que se condene una verdad infamante. El reptil del poder no va a morderse la cola. En cambio sí, conseguir la condena inmediata de quienes no hacen parte de los círculos del poder y sobre los que se revela en cualquier momento considerado oportuno, cualquier trama concebida y planeada de antemano para obtener su hundimiento definitivo.

Es el caso de las recientes revelaciones de 'Blu Radio' en torno a las presuntas interceptaciones a las comunicaciones de la delegación de las FARC-EP en La Habana, que incluyen supuestas conversaciones de su máximo comandante refiriéndose a diversos actos criminales. Ninguna de tales comunicaciones tiene el más mínimo asidero en la realidad, todas ellas son creación mal intencionada de quizás cuál servicio de inteligencia, pruebas prefabricadas en la impunidad total.

Si algún perito imparcial asumiera una investigación sobre su autenticidad, de entrada descubriría que se trata de un burdo montaje. Pero, como a quienes se involucra con esta tramposa maniobra son a las FARC-EP y sus mandos, tal confrontación jamás será realizada. A nadie del poder le interesará hacerlo. Lo importante es que las FARC han sido de nuevo embarradas y su doble moral puesta al descubierto. Relamiéndose, los editorialistas de la gran prensa ya supuran su veneno.

Así que consiguen que la gente acepte las interceptaciones y violaciones a su intimidad como procedimientos normales en un Estado que lo puede todo en la lucha contra sus enemigos reales o imaginarios. Luego, que considere ciertas todas las revelaciones sin preguntarse por su veracidad. Y finalmente que condene de manera implacable a los involucrados, siempre que se trate de gentes ajenas al poder. Sobre todo si se hallan en la oposición o la rebeldía.

Y se atreven a llamar a eso democracia y libertades de prensa e información. Cuando a semejantes manipulaciones mediáticas de la mentalidad colectiva no les cabe otro nombre que el de totalitarismo fascista. Afortunadamente en Colombia la gente ya no traga entero. Existen medios alternativos y un inmenso afán popular por conocer la verdad. Los cálculos de esta oligarquía convencida de perpetuarse en el poder van a resultarles fallidos. Eso se ve a simple vista.

Montañas de Colombia, 18 de febrero de 2014.

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