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Argentina :: 26/07/2016

Al rescate de las cacerolas

Rubén Dri
Los hasta hace poco caceroleros están ahora en el poder y no quieren saber nada de las cacerolas

La cacerola se transformó en un símbolo de protesta que unió, en un caso, a los sectores oligárquicos contra gobiernos populares y, en otro, a sectores populares contra gobierno oligárquicos. 'Cambiemos' representa en gran medida a esa capa social que blandió la cacerola contra los gobiernos kirchneristas, y quienes se sienten agredidos por las políticas impopulares de ajuste empuñan hoy la cacerola para enfrentar el tarifazo.

El ser humano tiene desde su nacimiento una primera etapa que conocemos en general con el nombre de infancia, en la cual no experimenta desorientación. Todo lo contrario, se siente bien, en su casa, chez soi, bei sich, en su propio ethos. Está en paz consigo mismo y con todo el entorno. Es la etapa que más tarde juzgará como la de la felicidad.

Todo ello se rompe con el advenimiento de la razón. En ese momento el piso no sólo se le mueve, sino que se le fractura, queda en el aire, no sabe dónde está, se encuentra absolutamente desorientado. Todo lo que era felicidad, paz, tranquilidad, ha desaparecido. Lo que antes era juego, el sexo, ahora aparece con un halo de misterio, mezcla de felicidad y desgracia.

Fraccionado en sí mismo, sin saber quién es, qué es; fraccionado con los otros; con sus padres, que de amigos y protectores pasan a ser limitaciones, obstáculos; con el mundo, con el dios que aprendió en el catecismo. Amor y odio, generosidad y egoísmo, altruismo y envidia son ahora sentimientos contradictorios que hasta ese momento no sentía, no sabía que anidaban en él.

Busca orientarse, encontrar el puente o los puentes que anuden los bordes de las fracturas. Busca el sentido de su vida, del mundo, de los sentimientos que experimenta y de sus dolorosas contradicciones. Necesita anudar lo desanudado, unir lo separado, religar lo desligado, unir los pedazos en que han quedado reducidos él mismo, su mundo, sus relaciones.

Aparece entonces el relato. Comienza a relatarse sin saber todavía que él es puro relato, puro relatarse a sí mismo. Continuamente pasa de su situación actual a la infancia, de ésta a su situación actual y de ésta, a su vez, hacia adelante, hacia una utopía que todavía no sabe que es tal. Ese relatarse se prolonga en un relato del universo que lo rodea, es decir, del contexto en que se desarrolla su vida.

Ha creado el mito, o mejor, la narración que conocemos como mito o como religión. El mito es religioso, la religión es mitológica. Surge de la necesidad intrínseca, esencial, apremiante, de orientación del ser humano cuando, al aparecer la razón rompe con ethos seguro en el que se encontraba, el ethos animal. La casa animal, que eso es el ethos, debe dejar lugar a otra casa que es necesario construir. En esa construcción el mito es fundamental.

El relato mitológico o religioso es necesariamente simbólico. El instrumento fundamental es el símbolo, no el concepto que pertenece a otros tipos de relato, el filosófico y el científico. Syn-ballo, con-arrojar, arrojar-con. Expresa el movimiento de dos sujetos que se encuentran y se arrojan uno en brazos del otro. El symbolon estaba formado por dos pedazos de concha que al encontrarse los dos amigos, luego de una ausencia, los unían.

El símbolo no está por él mismo, no apunta a sí mismo, no está autocentrado. Está por otra cosa, señala más allá de él. Por otra parte, es polisémico, tiene múltiples significados. De por sí sus significados quedan en el aire, cualquiera lo puede tomar y hacer que el símbolo tenga el significado que uno quiere que tenga.

El significado depende del relato, el cual, a su vez se da en un contexto, y éste siempre es el de las relaciones sociales, políticas, relaciones confrontativas, de lucha. Las luchas sociales, políticas, siempre se desdoblan en luchas simbólicas y la confrontación se desdobla en una lucha hermenéutica alrededor del símbolo.

El símbolo une lo desunido, religa lo desligado, orienta lo desorientado. Los cuarenta y dos o más millones de ciudadanos argentinos con numerosas separaciones, confrontaciones, enemistades entre sí, se sienten unidos cuando se canta el himno nacional o se iza la bandera, porque ambos expresan a la patria, sólo que la naturaleza de la patria que expresan depende del sentido que descubre la hermenéutica.

La cacerola es un instrumento casero, de la cocina. En nuestra cultura está unido a la señora del hogar, pero en las luchas sociales y políticas de nuestra América latina ha servido para derrocar gobiernos populares como para unir a los sectores populares en contra de la dominación.

Es así que el gobierno socialista de Allende, en Chile, fue jaqueado por las clases aristocráticas mediante históricas caceroleadas, y en nuestro país, fue el turno del gobierno nacional y popular de Néstor y Cristina los que sufrieron el ruido de las cacerolas. Fue sobre todo en el 2008, cuando se desató la ofensiva de las corporaciones agrarias que las cacerolas se hicieron sentir hasta muy cerca de la presidencia.

Pero fue también, en el 2001, cuando el gobierno pro-oligarquía de De la Rúa proclamó el Estado de sitio que las cacerolas tronaron, ahora en manos de los sectores populares, clase media-media, media-baja, trabajadores, desocupados.

La cacerola pasó, de esa manera, a ser un símbolo de protesta que unía en un caso a los sectores oligárquicos contra gobiernos populares y, en otro a sectores populares contra gobierno oligárquicos. En ambos casos, el símbolo "cacerola" formó parte de un relato, que no era necesario explicitar, pero que los actores, militantes de uno y otro signo, perfectamente comprendían.

Los hasta hace poco caceroleros están ahora en el poder y no quieren saber nada de las cacerolas, mientras los que las sufrían, ahora las toman en sus manos para atronar el oído de los que antes las agitaban. Las cacerolas pasan, así, a ser el símbolo que une a los sectores populares en su lucha en contra de los tarifazos.

La Tecl@ Eñe

 

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