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Europa :: 21/03/2022

Guerra en Ucrania: preconceptos y desinformación

Jorge Wozniak
Cuando comenzó el conflicto secesionista en 2014, después del golpe de Estado, unidades enteras del ejército ucraniano se rindieron o se pasaron a los rebeldes prorrusos

En relación a las noticias transmitidas por la mayoría de los medios (incluidos algunos académicos) sobre ciertas cuestiones de la actual guerra en Ucrania, me propongo realizar algunas reflexiones para complejizar en parte las visiones circulantes sobre el conflicto. No serán un desarrollo exhaustivo de las mismas sino una descripción problematizada de los tópicos abordados.

La primera de ellas es caracterizar el conflicto a nivel ideológico como la lucha entre la democracia y el autoritarismo. Esto es en parte una readaptación del discurso imperante durante la Guerra Fría, que presentaba la lucha entre el bloque occidental y el soviético como un enfrentamiento entre la libertad y el totalitarismo. No voy a analizar ahora los diferentes mecanismos legales o ilegales por los cuales se considera que Putin ha logrado permanecer en el gobierno desde fines de 1999, dado que los textos e interpretaciones son numerosos y ampliamente difundidos.

Me propongo analizar aquí con cierto detalle algo que no es considerado y es en qué contexto asumió Zelenski. Se afirma, para remarcar su carácter democrático, que ganó las elecciones con un contundente 73 % de los votos. Es cierto, pero solo en parte. Antes de que estas se realizaran, bajo el anterior gobierno de Poroshenko se habían prohibido cuarenta candidatos con diferentes pretextos, entre ellos el del Partido de las Regiones (al que pertenecía el presidente Yanukóvich, derrocado por el golpe de Estado en 2014, y el líder del Partido Comunista, ambos con amplio respaldo en las provincias del Este y del Sur del país).

Como en la primera votación ninguno superó la mitad de los votos fue necesario realizar una segunda vuelta. Sin embargo, la diferencia entre Zelenski y Poroshenko era tan amplia que difícilmente se pudiera revertir el resultado inicial, porque el primero le sacaba una ventaja de más de 14% al segundo. En su momento pronostiqué que solo una intensificación del conflicto en el Este (Donbass) le daría alguna posibilidad de dar vuelta los resultados. Efectivamente, antes de la votación aumentó la intensidad de los bombardeos en la frontera, aunque eso no llevó a una guerra abierta con los secesionistas o con Rusia.

En parte, la falta de respuesta desde Moscú a la escalada fueron las propuestas de Zelenski durante la campaña electoral de proteger el idioma ruso y encontrar una salida negociada al conflicto. En esa campaña fue poco analizado que los grupos de extrema derecha (neonazis) sacaran únicamente un 1,65% de los votos, cuando su capacidad de movilización en las calles parecía predecir otro resultado.

La victoria de Zelenski en la segunda vuelta fue arrolladora: logró más del 73% de los votos; sin embargo, no se menciona que solo acudió a las urnas poco menos de la mitad del padrón, porque muchos estaban desilusionados de la política o porque sus candidatos habían sido proscriptos.

La primera medida del nuevo presidente (legalmente cuestionada) fue disolver el parlamento donde Poroshenko aún mantenía la mayoría de los diputados. Aunque el partido de Zelenski volvió a ganar, poco se dice que en estas elecciones votó menos del 49% de los ciudadanos habilitados. Es decir, que su gobierno asumió con un respaldo muy limitado, tanto en el poder legislativo como ejecutivo.

Frente a las medidas tomadas desde 2019 su popularidad bajó aún más. La movilización de tropas hacia el Este en marzo de 2021 para resolver de manera militar la cuestión de la secesión provocó una movilización a su vez de las tropas rusas hacia la frontera. Para la segunda mitad del 2021 sólo un 23% apoyaba su gestión, porcentaje que bajó además por la publicación de los Pandora Papers, que lo presentaban como poseedor de millones de dólares en el exterior, cuando una de sus propuestas de campaña era combatir la corrupción. Al mismo tiempo, los líderes de los dos principales partidos de oposición (Poroshenko y el líder del prorruso Plataforma de Oposición), fueron encarcelados por diferentes pero ilegales motivos.

No hay que desvincular el aumento de los bombardeos ucranianos en el Donbass a fines del 2021 de esta situación interna cada vez más delicada para el partido gobernante. Cierto nivel de confrontación localizada podría cohesionar a la población en torno a su gobierno.

Una vez comenzada la invasión rusa la situación política en Ucrania se revirtió de forma contundente. Zelenski dejó de ser cuestionado por ineficacia, corrupción o autoritarismo para ser visto como el líder de la resistencia frente a una agresión extranjera. 

Durante la guerra llamaron la atención algunos bolsones de resistencia ucranianos extraordinariamente valerosos vistos en zonas del Norte y del Este, las zonas consideradas prorrusas. Son precisamente las zonas donde se establecieron los batallones Azov, Donbás y Dnipro, formados por milicianos ultranacionalistas o abiertamente neonazis. Hay que tener presente que cuando comenzó el conflicto secesionista en 2014, después del golpe de Estado, unidades enteras del ejército ucraniano se rindieron o se pasaron a los rebeldes prorrusos. En gran parte los responsables de haber contenido el avance secesionista fueron las milicias fascistas que se formaron espontáneamente y que marcharon a los diferentes frentes de combate.

Una vez estabilizada la situación en 2015, el gobierno de Poroshenko no trató de contener la iniciativa de estos grupos armados, intentó subordinarlos como una fuerza de reserva. Sin embargo, dada la intensificación del actual conflicto, esas milicias ultranacionalistas fueron incorporadas al ejército regular ucraniano, tal vez como un reconocimiento a su valentía o como una forma de protegerlos legalmente en caso de ser capturados por el ejército ruso.

Para algunos analistas resulta un argumento carente de solidez la calificación empleada por el gobierno ruso al iniciar la invasión acerca de que hay neonazis en el gobierno ucraniano. La principal prueba en contrario sería que Zelenski es judío y, por lo tanto, esta afirmación carecería de fundamento.

Sin embargo, hay algunos elementos que permiten tanto al gobierno ruso como a sus medios fundamentar esta percepción acerca de la situación política en Ucrania.

En la llamada Revolución Naranja a fines de 2004, los grupos nacionalistas y prooccidentales movilizados lograron que se anularan las elecciones que dieron ganador al prorruso Yanukóvich. En la nueva votación ganó el candidato prooccidental Yúshchenko. Durante su gobierno se comenzó a reescribir la historia nacional y líderes fascistas que colaboraron con los nazis en la Segunda Guerra Mundial fueron convertidos en héroes nacionales. El argumento central era que todos los que combatieron a los soviéticos fueron luchadores por la libertad de Ucrania. Al mismo tiempo, fueron glorificadas las organizaciones nacionalistas de esa época. La hambruna de 1932 fue presentada falsamente como un plan sistemático de los soviéticos (“rusos”) para exterminar a la nación ucraniana.

Por otra parte, surgieron distintas agrupaciones y partidos que se consideran herederos de los fascistas del pasado: Svoboda (Libertad) y Pravi Sektor (Sector Derecho) son los dos más conocidos, aunque hay muchos más (Congreso de los Nacionalistas Ucranianos, Cuerpo Nacional, etc.), los que en conjunto suman cientos de miles de simpatizantes.

Sin embargo, considerar que la resistencia únicamente la están realizando los ultranacionalistas o que estos controlan el gobierno es una simplificación, lo mismo que considerar que el gobierno de Zelenski no pueda llegar a establecer acuerdos con esos mismos grupos por ser judío.

Pareciera olvidarse una máxima que rige en las relaciones internacionales pero que perfectamente podría también aplicarse a la situación política en Ucrania: el enemigo de mi enemigo es mi amigo.

tramas.ar / La Haine

 

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