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Estado español, Madrid :: 26/02/2017

Vistalegre 2 y sus consecuencias

Loris Caruso
La distinción entre moderados y radicales no explica el debate, que se ha centrado en el planteamiento más eficaz para ampliar su electorado y vencer en las elecciones de 2020

Nadie, ni siquiera en el equipo de Pablo Iglesias, esperaba una victoria tan clara. Existía el riesgo de que el congreso de Podemos tuviese un resultado más matizado. De haber ganado Íñigo Errejón, Iglesias se habría retirado, abriéndose con ello un interregno muy difícil. Si la distancia entre los dos sectores hubiese sido menor de lo que fue el debate autodestructivo de los últimos meses habría podido continuar sin límite.

La victoria clara de Iglesias era el único resultado que permitía retomar una línea de acción definida. Se consolidaba así la idea de un partido en el que la presencia institucional no es un fin sino un instrumento para reforzar un tejido social de oposición a Rajoy y a las políticas liberales, a través de instrumentos de acción, visibilidad y canales institucionales ofrecidos a la iniciativa social. Los parlamentarios son concebidos como activistas sociales presentes en las instituciones de forma temporal. La presencia en el parlamento se plantea, además de como una palanca para la acumulación de fuerza social, como un medio de comunicación que permita manifestar a diario su irreductibilidad a la política tradicional.

La “frontera populista” ya no se coloca, como en el Podemos de los años 2014-2016, en el discurso político y en la comunicación, sino que se ha rediseñado como una frontera social, casi como un renovado discurso de clase: las víctimas de la crisis, los excluidos de los derechos, oportunidades y perspectivas contra el entramado político-económico de las élites. Podemos debe ser el partido que proclama la verdad y construye un movimiento popular. El “pueblo” es este movimiento mismo, no una entidad definida y representada solo de forma simbólica. Se concibe la alianza con Izquierda Unida y con las confluencias como un bloque histórico. Para quien inventó este concepto (Gramsci), bloque histórico significa unidad de teoría y práctica, convergencia entre un horizonte estratégico y sujetos históricos concretos, relación de adhesión orgánica entre dirigentes y dirigidos. En el bloque histórico, elaboración cultural y fuerzas materiales constituyen la forma y el contenido; sin forma no hay contenido y viceversa.

¿Se trata de una inflexión ideológica con respecto al Podemos del trienio anterior? Solo en parte. La idea de que la fractura arriba/abajo sea más importante que la de izquierda/derecha no ha resultado desaprobada. Pablo Iglesias sigue sin utilizar la palabra “izquierda” para definir al partido. Sin embargo, existe la convicción de que el partido pensado en 2014 había alcanzado sus límites expansivos. No todo se puede conseguir mediante la innovación lingüística, la habilidad comunicativa y la eficacia institucional. Una nueva expansión solo puede pasar por el injerto, en este tejido, de elementos del partido de masas: extensión territorial, vínculos con la sociedad, capilaridad organizativa. Se trata de un complemento, no de una sustitución. Se mantiene la idea de la transversalidad, pero sin seguir el modelo que la politología define como “partido atrápalo todo”, para el que la búsqueda del consenso electoral se convierte en prioritaria con respecto a los contenidos y a la perspectiva programática. Transversalidad se convierte así en “parecerse a la gente de España”, y por tanto ser el vector de un movimiento popular.

En la Asamblea Ciudadana no se han confrontado (solo) dos opciones ideológicas. La disputa entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón ha sido más prosaica. En el centro del conflicto ha existido ante todo un elemento táctico. La distinción entre moderados y radicales no explica el debate, que se ha centrado en el planteamiento más eficaz para ampliar su electorado y vencer en las elecciones de 2020.

Sobre esto, resulta interesante la comparación con el caso italiano. La insistencia sobre el binomio consenso electoral-conquista del gobierno, y por tanto la identificación de las instituciones y del gobierno como el único lugar relevante de la política, ha sido el factor que, más que cualquier otro, ha conducido a la irrelevancia a la izquierda italiana. Una fuerza política como el Movimento 5 Stelle, que se presentó y sigue presentándose como alternativa a todas las demás, rechaza con claridad las alianzas con los partidos tradicionales, sigue reafirmando su condición de partido-movimiento outsider, y nunca ha tratado de emitir mensajes tranquilizadores, se sitúa actualmente en las encuestas en el 30%; y ello a pesar de haber demostrado hasta ahora, con respecto a Podemos, una capacidad muy inferior de gestionar las instituciones.

Íñigo Errejón ha desempeñado un papel clave en la definición del perfil ideológico, en la estructura organizativa y en las campañas electorales del partido. Y este es el cambio real que emerge de la asamblea, visible ya en los primeros días post-congresuales. Ya hay otro Podemos. Errejón constituye ahora una minoría. Pero una minoría fuerte (un tercio del partido) y muy organizada. De su congreso surge un Podemos más fuerte, porque su secretario general sale fortalecido y su línea política es más clara. Pero también una debilidad: la dificultad de gestionar el paso a ser minoría de un componente que hasta aquí había sido central.

¿Todo esto resulta descorazonador, en relación a lo que Podemos representa? No. Hay una línea de interpretación de la evolución de Podemos según la cual se habría producido la pérdida de una (nunca existente) pureza movimentista, inspirada en la cultura de los Indignados. Pero Podemos es un partido desde que nació. Su objetivo fue de inmediato el de transformar la fuerza cultural del 15-M en fuerza electoral. Los problemas que ahora enfrenta son los eternos problemas de la construcción de una fuerza política relevante: la homogeneidad territorial; la continuidad temporal; la relación entre la univocidad del mensaje propio y su complejidad interna; la relación entre la construcción hegemónica y la representación de sectores sociales específicos.

Hacer frente a estos nudos no supone una traición, y no es necesariamente contradictorio con la invención de modelos innovadores y participativos de acción. Abordarlos significa superar el carácter excepcional de una fase política singular e irrepetible, en la que un actor político “ajeno” aterriza en el espacio político y lo cambia; e intentar estabilizarse. Ninguna innovación podrá eliminar estas características permanentes de la acción política: “preservar y superar”, escribió Hegel, son dos momentos del mismo proceso.

Il Manifiesto / El Viejo Topo

 

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