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Nacionales E.Herria :: 25/03/2017

ETA berria desarmada ¿Y ahora qué?

Petri Rekabarren
ETA es una organización desarmada porque cree que la independencia y el socialismo pueden conseguirse pacíficamente

Lo que queda de la actual ETA ha decidido rendir sus armas al Estado francés. Antes de seguir hagamos tres aclaraciones: una, cuando hablamos de la actual ETA lo decimos para expresar la larga historia de esta organización que en modo alguno puede quedar empañada por las decisiones del grupo dirigente de la actual ETA. Otra, que respetamos la decisión de esta ETA berri desarmada, pero ofrecemos nuestra opinión como lo venimos haciendo desde hace varios años. Y última, en realidad la decisión del desarme es responsabilidad del núcleo rector de la izquierda abertzale oficial, que se había desarmado mental, teórica y políticamente antes del debate Abian, como se aprecia en el lúgubre y triste documento sobre la Vía Vasca para la Paz. Por tanto, este análisis va más a la raíz de la decisión –La Nada no es meta ni camino, es Nada– que a uno de sus efectos consecuentes, la rendición de armas. En otro artículo explicaremos por qué no es casual la referencia a la extinta ETA berri.

¿Suena fuerte eso de «rendir armas»? Muchas prácticas sociales conjugan el valor de lo simbólico con la meticulosidad de la ciencia: la cocina, el amor, la creatividad estética y cultural… y la guerra. Son todas ellas prácticas sociales que tienen una determinante carga simbólica por su misma naturaleza, no son fría y escuetamente «tecnológicas» por irnos al extremo del análisis, sino «humanas» con todas sus contradicciones. La ciencia y el arte de la guerra son muy complejos y mutables pero tienen determinados conceptos y reglas que se descubrieron hace mucho tiempo. Una de ellas es la fuerte simbología de la rendición o dejación de las armas, aunque estén inutilizadas o no, ya que es innegable su simbolismo en un mundo basado en la explotación, en la violencia opresora y en la violencia defensiva, tanto para el que las tiene y las conserva como para quien las tuvo y las destruye o las entrega al poder al que ha combatido, estén melladas e inservibles o no. 

Siempre que se habla de armas en un contexto de opresión existe a la vez una permanente e implacable lucha entre valores simbólicos contrarios: los del explotador y los del explotado y explotada: no puede existir nada que se libre de esa lucha entre simbologías porque ellas mismas son armas morales y también materiales. Ganar batallas simbólicas puede llegar a ser tan importante como ganar batallas materiales, pero en determinados momentos perder una batalla moral, simbólica, es desastroso, y aunque las armas de los oprimidos y oprimidas dejen de tronar y hasta sean desactivadas antes de ser entregadas, aun así continúa y continuará la guerra simbólica.

En lo relativo al abandono, dejación, rendición de las armas, o como queramos denominarla para los objetivos de este artículo, el resultado de esa batalla concreta entre valores contrarios depende en buena medida de, al menos, cuatro cuestiones: para qué se entregan, a quién se entregan, cómo se entregan y qué capacidad existe de contrarrestar las versiones del opresor.

La actual ETA ha entregado las armas porque se ha pasado al pacifismo: es una organización desarmada porque cree que la independencia y el socialismo pueden conseguirse pacíficamente. Y como ejemplo de su convencimiento entrega las armas a su enemigo, que no se ha desarmado ni se desarmará. Las entrega para mostrar a la «sociedad» que va en serio, que no tiene ni voluntad, ni ánimo, ni posibilidad para reiniciar la lucha política armada en un futuro, incluso bajo la permanente opresión franco-española. Se desarma para que quienes, durante décadas, han puesto como excusa de su pasividad el argumento de que rechazan «toda forma de violencia» empiecen ahora a moverse y para que sectores que no votan a la izquierda abertzale puedan ahora hacerlo, o para quitar razones a quienes se enfrentan a ella. Lo hace, también, porque «la sociedad ha cambiado» y porque «el Estado se siente cómodo en la violencia», etc.; y porque cree que… Durante varios años hemos analizado críticamente estas y otras tesis mostrando sus debilidades, mostrando que conducen a la nada como así ha sido.

Ha sido el Estado francés el receptor de las armas. Se intenta argumentar que hubiera sido peor dárselas a los españoles, como si los franceses fueran menos malos porque no torturan tan medievalmente. La represión francesa es más astuta porque allí hubo una revolución burguesa victoriosa que abrió las puertas a un capitalismo algo menos cerril, fanático e inquisitorial que el español, pero tan criminal como este cuando necesita aplicar el terror. Una parte de nuestra patria está ocupada por ese Estado que recibe las armas de la actual ETA.

Las fuerzas represivas francesas van a recibir planos con la ubicación de las armas. No va a ser la actual ETA la que se los dé sino los llamados «artesanos de la paz», gente valerosa que arriesga años de cárcel por sus ideales, al igual que tantas y tantos abertzales y militantes de la organización desarmada, lo que evitaría, sobre todo, además de seguimientos posteriores, no ver comprometida su imagen con una especie de «acto de rendición total». Pero el problema no es quién hace de intermediario, ni cómo se entregan, sino a quienes se quiere entregarlas: a la judicatura francesa. El poder judicial no es un poder autónomo, como quiso engañarnos Montesquieu: la judicatura es un subpoder dependiente encargado no solo de aplicar la ley con obediencia sino sobre todo de ocultar la esencia clasista y violenta de la ley que le dicen que aplique, No es lo mismo darlas a una institución neutral que al poder opresor, al que se ha estado combatiendo hasta hace poco. Dejando de lado si pueden existir instituciones neutrales en el imperialismo actual –¿eran «neutrales» los participantes en Aiete?– y dando por obvio que nadie de la izquierda abertzale histórica, clásica, ha retrocedido tanto como para creer ahora que el Estado francés ya no es enemigo de Euskal Herria, la cuestión está clara.

Pero lo decisivo no son estas tres cuestiones, aun siendo importantes, sino que tras seis o siete años desde que la actual ETA dijo que quería desarmarse definitivamente, desde noviembre de 2010, la izquierda abertzale oficial ha mostrado su incapacidad para sostener la guerra simbólica con visos de victoria a medio plazo. Se pueden llenar muchas páginas transcribiendo documentos, editoriales de Gara, entrevistas y declaraciones, además de artículos, en los que domina la absoluta indiferencia –además de supino desconocimiento– sobre la capacidad de alienación del sistema capitalista, y más en esta fase, y sobre las posibilidades que se abrirían para la izquierda independentista si actuase con perspectiva y decisión en ese mundo cotidiano casi monopolizado por el capital.

Los aplausos de EH Bildu, de Sortu, de Gara y del soberanismo pequeño burgués y reformista como el artículo de Le Monde; la propaganda sistemática de EITB y de la prensa; la euforia del PNV y el triunfalismo exultante del imperialismo franco-español que se reafirma en que va a hacer cumplir su ley –vae victis–, estas reacciones previsibles y que estaban organizadas con antelación a la espera de los acontecimientos, son solo parte de un proceso general que caminaría hacia la victoria aplastante de la simbología del poder.

Decimos que se orientaría hacia esa victoria porque no todo está perdido. De hecho, como algunos colectivos ya lo están teorizando en la izquierda abertzale clásica e incluso en algunas personas que resisten estoicamente en la oficial, germina una nueva rama del tronco revolucionario que hunde sus raíces en la lucha de clases vasca de comienzos del siglo XX y en la lucha de clases mundial desde mediados del siglo XIX. Hablamos y hablaremos de lucha de clases, sin pedir permiso a Sortu.

Terminamos con la respuesta a la pregunta ¿y ahora?: con el desarme concluye parte, solo parte, de una larga, heroica y decisiva lucha de liberación sin la cual ahora el pueblo trabajador vasco estaría definitivamente subsumido en el capital transnacional y en los Estados francés y español, e integrado en los regionalismos funcionales a estos. Sabemos que el capitalismo del siglo XXI es diferente en la forma al de mediados del siglo XX, al de comienzos de ese siglo y al de mediados del siglo XIX. Lo sabemos por nuestros propios esfuerzos teóricos, no porque nos haya ayudado la reseca rama de la izquierda abertzale oficial.

Sabemos qué ha cambiado y qué está cambiando, e intuimos con bastante rigor hacia dónde van los cambios que quiere introducir el capital y ese Trump felicitado por EH Bildu. Recordemos la vigencia del Manifiesto comunista:

Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos solo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.

22 de marzo de 2017
www.boltxe.eus

 

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