México: 10 de junio vive... la impunidad sigue

x Arturo Cano

Se cumplieron 31 años de que una manifestación estudiantil pacífica fue reprimida por el grupo paramilitar Los Halcones organizado por fuerzas del gobierno. Hasta hace poco, la matanza del 10 de junio de 1971 corría el riesgo de no ser investigada, ante la falta de denuncias penales de familiares de las víctimas, requisito necesario para la actuación de la Fiscalía Especial para los Movimientos Sociales y Políticos del Pasado de la Procuraduría General de la República. Las denuncias se presentarán en estos días, muy a pesar del principal señalado como responsable, el ex presidente Luis Echeverría, quien ha llegado a decir que en aquella fecha “no hubo muertos”. Sí los hubo: esta es la historia de uno de ellos, Edmundo, quien sólo tenía 20 años

EDMUNDO MARTIN del Campo Castañeda tenía 20 años y era atrabancado, “fuerte como un toro” y muy risueño. También era de los que siempre, en las marchas, quería ir al frente. Su amigo Hugo Moreschi lo vio por última vez la tarde del 10 de junio de 1971, cerca de la Normal de Maestros, cuando Edmundo intentaba una vana defensa contra los Halcones del presidente de la “apertura democrática” Luis Echeverría Alvarez. En medio de la confusión, de la balacera y los heridos que caían por todas partes, Moreschi lo perdió de vista. Nunca volvió a verlo con vida.

Hijo de un carpintero y una enfermera, Edmundo Martín del Campo creció en la colonia Agrícola Oriental de la capital de la República. Aún niño, pero ya muy fuerte, fue expulsado de la escuela secundaria cuando golpeó a un maestro abusivo, que después hizo carrera como líder charro en el sindicato de maestros. Años más tarde, Edmundo retomó los estudios en una escuela secundaria nocturna, al tiempo que comenzó a participar en una célula de la Liga Comunista Espartaco, a instancias de Jesús, su hermano mayor.

“La vida de mi hermano y de los otros que murieron son irreparables. Pero es preciso que queden claras las responsabilidades, que las cosas ocultas salgan a la luz, si queremos que México camine por el sendero democrático y que hechos como la matanza del 10 de junio de 1971 no se repitan”, dice Jesús Martín del Campo, hoy funcionario del Gobierno del Distrito Federal y ex diputado federal perredista en dos ocasiones.

El día de mañana, al cumplirse 31 años de la matanza, Martín del Campo presentará una denuncia particular ante la Procuraduría General de la República. Por estos días, Martín del Campo ha hablado brevemente con el fiscal especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, Ignacio Carrillo Prieto. Así, la denuncia se sumará a las que presentarán otros familiares de víctimas y ex líderes estudiantiles, para que de esa manera se diluya la posibilidad de que no sean investigados los hechos del Jueves de Corpus. Tal riesgo existía, debido a que la fiscalía no puede actuar sin denuncias.

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Hugo Moreschi vive en un pequeño departamento de la colonia Nápoles. Ahí conserva fotos de su amigo y un dibujo del Che Guevara hecho por Edmundo. Hijo de un chef italiano, inmigrante, Moreschi heredó de su padre el gusto por la buena comida y es un excelente cocinero. Está orgulloso de la cocina de su departamento porque fue Edmundo quien tiró la pared para ampliarla y construyó un cancel de madera, “que él mismo subió al segundo piso del edificio, si te digo que era un toro”.

En este departamento, el 9 de junio de 1971 Edmundo compartió la mesa con Hugo, su mujer y sus hijos. Era un asiduo visitante y jugaba con los niños, aunque “él era un chamaco y yo ya tenía treinta y tantos”. Aquella tarde, Edmundo bromeó al despedirse: “Te llevas como cinco kilos de tuercas de vía para aventarles a esos cabrones”, dijo. La tarde siguiente, Hugo lo vio con vida por última vez en medio de la confusión, cuando trataba de defenderse de los individuos que los atacaban con varillas eléctricas y armas de fuego. No lo vio más.

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El 10 de junio de 1971, a mediodía, Moreschi llevó a su esposa al trabajo, por el rumbo de Azcapotzalco. De vuelta a los rumbos de la Normal vio que la calle de Nogal estaba repleta de patrullas de la Policía Judicial y que en la Alameda de Santa María la Ribera se habían concentrado centenares de jóvenes con unas varas que, en los extremos, traían carteles con la imagen del Che Guevara: eran los Halcones, el grupo paramilitar creado en 1968 por el general Alfonso Corona del Rosal, entonces jefe del Departamento del Distrito Federal, con más de mil jóvenes de entre 18 y 22 años, para “inhibir” el descontento estudiantil.

“En las escalinatas del cine Cosmos y a las afueras del Panteón Inglés, continúa Hugo, había docenas de jóvenes de cabello corto y varios de ellos traían envoltorios de periódicos”.

En la calle de Alzate, muy cerca del punto desde el cual partiría la marcha estaban formados, desde las dos y media de la tarde, grupos de granaderos, y en la calle de Melchor Ocampo, hoy Circuito Interior, había varias tanquetas antimotines. “Creo que fue la primera vez que las usaron”, dice Hugo.

En la discusión previa sobre si salía o no la marcha, Moreschi recuerda haber visto a algunos de los ex líderes del 68, como Raúl Alvarez Garín y Gilberto Guevara Niebla. La sombra de la represión de 1968, el despliegue de fuerzas policiacas y las presencias “sospechosas” hacían temer a muchos que la manifestación pacífica sería reprimida. “Está de la chingada”, dice Hugo que era el comentario generalizado. A las tres de la tarde, en el punto de reunión había apenas unas 200 personas. Pero en eso llegó un contingente de estudiantes de la vocacional Wilfrido Massieu y a partir de ese momento comenzó a juntarse más gente.

Se acabó la discusión. Finalmente, se impusieron las ganas de recuperar la calle, cosa que no sucedía desde la matanza de Tlatelolco.

La marcha partió con alrededor de 10 mil personas.

Edmundo se fue con los estudiantes de Economía del Politécnico, donde tenía amigos, y Hugo con un grupo de maestros.

Cuando la columna entró a la Avenida de los Maestros, le salieron al paso los granaderos. Las crónicas periodísticas de la época narran que un oficial de la policía capitalina, armado con un megáfono, gritó: “¡Jóvenes! Disuelvan esta manifestación, porque no está autorizada.”

Los manifestantes entonaron el Himno Nacional y Manuel Marcué, relata Hugo, “se lanzó una perorata sobre la Constitución y el libre tránsito. De repente, como por arte de magia, el oficial se le cuadró y dijo: ‘Pásenle’”.

La columna avanzó. Los vehículos antimotines se abrieron para dejar pasar a dos camiones grises –“como de funeraria”, dice Hugo– y una camioneta, de los que descendieron los jóvenes armados con maderos de kendo, varillas electrificadas de bambú y las imágenes del guerrillero argentino. Al grito de “¡Che, Che, Che Guevara!”, los recién llegados arremetieron contra los marchistas. El primero en caer, recuerda Moreschi, fue un reportero que traía una camarota con las siglas de la CBS. “Se ensañaron con él y, sí, hubo madrazos muy fuertes”.

Tronaron los primeros disparos. Según las crónicas de la época, los Halcones iban armados con rifles M-1, M-2 y pistolas y disparaban a todo lo que se movía. La persecución y los tiros se prolongaron durante cinco horas.

La retaguardia de la marcha estaba copada por los granaderos. “Nos encajonaron”, dice Hugo, quien con otros compañeros corrió hacia el barrio de Santa Julia, dio un rodeo y volvió a la calzada México-Tacuba por el rumbo del ya desaparecido cine Tlacopan. Con otros amigos, entró a una iglesia que está frente a la Normal, donde se habían refugiado algunos muchachos y donde recibían magra atención cuatro jóvenes heridos. “Había uno que ya ni se movía, otro que tenía dos plomazos en el abdomen, uno más con el tobillo destrozado y el cuarto con un tiro en un hombro”.

“Salí de la iglesia con un compañero a quien conocía como Güicho, quien no paraba de llorar. Fuimos a dar hasta San Cosme, donde una brigada de la Escuela Normal Superior agarró un camión urbano y lo lanzó contra los Halcones”. (Diversas versiones señalan que los estudiantes habían formado ya grupos de “autoprotección”, lo que explica que las bajas no fueran mayores).

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Las demandas de la manifestación eran un listado simple. Se trataba sobre todo de un acto de solidaridad con la Universidad de Nuevo León, cuyos estudiantes exigían la derogación de la nueva Ley Orgánica. A esa demanda se sumaban la de democratización de la enseñanza, la desaparición de la Junta de Gobierno de la UNAM, la derogación del reglamento del IPN, la desaparición de los grupos de porros y la libertad de presos políticos. Pero más que un pliego petitorio a los marchistas los animaba la idea de retomar la calle y recuperar el espíritu de 1968. No por nada al llegar al cruce de Avenida de los Maestros y México-Tacuba, poco antes de que comenzara la represión, el grito fue: “¡No que no, si que sí, ya volvimos a salir!”

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Jesús Martín del Campo asistió a la marcha del 10 de junio, con su esposa Etelvina Sandoval, quien se quedó atrás y se fue hacia la Normal Superior. Al comenzar la balacera, Jesús fue jalado del brazo por Isidoro, un maestro a quien conocía y con él se refugió en una casa, donde un pintor de brocha gorda les ofreció refugio.

Todo era confusión, gritos, tiros. Los halcones comenzaron a barrer también las casas y vecindades de la zona, en busca de estudiantes.

Pese al miedo, Jesús decidió salir de su escondite. “Me metí a la Normal, donde todo era caos. Caminé dos veces por todos los alrededores en medio de gritos, carreras y tiros, sin estar muy conciente de lo que hacía. Tenía además una corazonada terrible”.

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Carlos, El Tarzán, era amigo de los Martín del Campo en la colonia Agrícola Oriental. Fue él quien avisó, primero a Moreschi y otros amigos, que Edmundo había caído cerca del cine Cosmos: una bala expansiva, disparada desde arriba –presumiblemente de la azotea de algún edificio– le atravesó el tórax.

Varios de sus compañeros levantaron en vilo a Edmundo y trataron de arrastrarlo fuera de la zona de combate. Cuando pasaban por una vecindad, ubicada en la calle de Tláloc número 4, unas personas les dijeron: “Aquí métanlo”. Ahí murió. Los vecinos y algunos estudiantes gritaron: “¡Ya murió, ya murió!” y entonces llegaron una patrulla y una ambulancia. El cadáver fue trasladado a la 9ª. delegación, en Tacuba, y luego al Servicio Médico Forense.

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Moreschi y otros amigos fueron al hospital Rubén Leñero donde alcanzaron a presenciar el escape de los Halcones, que habían incursionado al centro hospitalario para llevarse cadáveres y rematar a los heridos. Fueron también a la delegación y al forense. Por su lado, sin encontrarse con ellos, Jesús hizo su propio peregrinar. Ya entrada la noche llegó a la casa de sus padres, donde poco tiempo después arribaron Moreschi y otros compañeros con la trágica noticia.

“Al forense yo no quise entrar, tenía una gran pena, un gran coraje”, dice Moreschi. Enrique Avila acompañó a Jesús Martín del Campo a reconocer el cuerpo de su hermano. El trato que recibieron en la delegación de policía y en el forense hizo crecer la rabia y la impotencia de la familia y amigos de Edmundo. “Afuera del forense había un montón de gorilas”, dice Hugo. Uno de los detalles siniestros que Hugo más recuerda es que la agente del ministerio público habló con la madre de Edmundo, doña Lupita: “Le dijo ‘qué guapote hijo tenía usted’, hija de la chingada”.

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El velorio fue en la casa de la familia. Don Jesús padre, buen carpintero, había hecho una gran mesa de caoba, con sus sillas. Quería que, con los años, sus hijos y nietos se sentarán ahí, con él y su esposa. Sobre esa mesa colocaron el ataúd con el cuerpo de Edmundo. Pasado el tiempo, Moreschi buscaba una mesa para la sala de maestros de la escuela secundaria 94, donde trabajaba. Don Jesús le vendió la mesa de caoba.

En el sepelio, Luis Toledo, estudiante oaxaqueño y trovador panfletario, no pudo cantar. La escena le cerró la garganta. Algunos compañeros de Edmundo llevaron un arreglo floral de claveles rojos que formaban una estrella.

En el Panteón Civil de Iztapalapa la familia mandó construir una “V” de la victoria en lugar de una cruz. Esa y otras tumbas confrontan crudamente la versión de Luis Echeverría de que el 10 de junio de 1971 “no hubo muertos”, pese a que él mismo había reconocido lo contrario en su informe presidencial de aquel año y a que, el día de los hechos, la Dirección de Policía y Tránsito informó de cuatro muertos, 26 lesionados y 159 detenidos (al día siguiente, la cifra oficial fue de siete muertos).

Al lado del sepulcro de Edmundo, están al menos otras dos personas que fueron asesinadas el Jueves de Corpus: Jorge Callejas, quien era un niño de 14 años, y Josué Moreno, quien era hermano de un profesor de nombre Galileo y que, según testimonios de asistentes a la marcha, fue asesinado frente a la Escuela Nacional de Maestros.

El investigador de la Universidad Autónoma de Puebla, Enrique Condés Lara, agrega a la lista a Raúl Juárez, de 20 años; Arturo Vargas, de 22 años; Ricardo Bernal, de 16; y Raúl Argüelles, de 20.

¿Cuál fue la cifra real de muertos? En algunos diarios se manejó entonces que fueron 16; y personas que estuvieron en el hospital Rubén Leñero llegaron a hablar de 30 cadáveres”. “Entre los compañeros hablábamos de más de 20 y otros hacían cuentas de 125 ‘caídos’. ¿Entre heridos y muertos? Nunca se supo”, dice Jesús Martín del Campo.

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Amantes del montañismo, Hugo y Edmundo fueron muchas veces a hacer largas caminatas al Popocatepetl, al Iztaccihuatl, a muchos lugares cercanos a la capital. Tres meses antes de ser asesinado, Edmundo subió con sus amigos al cerro de San Miguel, a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar, en las inmediaciones del Desierto de los Leones. De esa excursión son las fotografías de Edmundo que presentamos en esta edición.

Al mirar las fotos, Moreschi recuerda que Edmundo –Santiago, era su nombre de batalla– “era un cuate muy sacrificado, un gran activista”. Moreschi y Jesús reconstruyen la corta militancia de Edmundo, quien en la Liga Comunista Espartaco fue asignado a una “célula obrera” que tenía algún trabajo, semiclandestino, difícil, en la Refinería de Azcapotzalco y zonas aledañas.

“Los mandaban a brigadear por el rumbo del campo militar número 1 y se paraban en las plazitas a lanzar un discurso que comenzaba: ‘Somos militantes de la Liga Comunista Espartaco...’ Una locura”, se ríe Moreschi.

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Treinta y un años después, Jesús Martín del Campo reflexiona sobre lo que siguió al asesinato de su hermano: “Nunca dimos mayor seguimiento, por la rabia... porque nuestra manera de enfrentar la rabia era simplemente la idea que nos dominaba entonces: seguir luchando”. No hay en sus palabras ningún rasgo de demagogia. A lo largo de muchos años, este reportero ha escuchado muchas veces a Jesús referirse al asesinato de su hermano, siempre con dolor, algunas veces acompañado de lágrimas. “Nunca insistí demasiado en el tema, quizá con la idea equivocada de que no iba a labrarme un lugar en la izquierda con la muerte de Edmundo”.

Jesús Martín del Campo no tiene dudas: “El responsable fue Luis Echeverría, quien después hizo la faramalla de que iba a investigar”.

Numerosos testimonios periodísticos recabados en los últimos años le dan la razón. Se ha podido establecer, por ejemplo, que el presidente Echeverría recibió reportes de lo que sucedía aquel día cada 10 minutos y el testimonio de Alfonso Martínez Domínguez, rendido ante el también ya desaparecido líder de izquierda Herberto Castillo, da luces sobre la responsabilidad presidencial.

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“¿Perdón? Las experiencias en otros países y aquí mismo nos han demostrado que, pese a los intentos de ocultar la verdad, siempre aparece lo guardado, lo no desahogado. Si alguien va a la cárcel no vamos a recuperar la vida de mi hermano, pero no debe haber impunidad para el cinismo y la crueldad que caracterizaron muchas etapas del régimen del PRI”, concluye Jésus Martín del Campo.

Hugo Moreschi comparte esa convicción. Profesor ya jubilado, lamenta que durante muchos años “pareciera que hubiéramos olvidado” y “ya no”, dice. “Si me necesitan voy y declaro, por supuesto que sí”.


“A los fotógrafos”

Los representantes de los medios de comunicación tampoco se salvaron e incluso hubo protestas de reporteros ante las autoridades y una denuncia ante la PGR. En su afán de que no quedaran testimonios de lo sucedido, los Halcones recibieron la orden de destruir cámaras y rollos. El fotógrafo de Novedades, Miguel Rodríguez, fue herido de gravedad e internado en el Hospital Dalinde. Raúl Peraza, de ese mismo medio, resultó lesionado. Félix Arciniega, de The News, resultó herido. Hace tres años, el fotógrafo Luis Humberto González recogió los testimonios de dos reporteros gráficos de entonces.

Antonio Reyes Zurita

“Frente al cine Cosmos aparecieron los Halcones. Sin más, se lanzaron contra los fotógrafos. Casi a todos les rompieron sus cámaras y los golpearon. Yo me escondí en una tiendita pero hasta ahí llegaron los agentes armados y me empezaron a golpear. Luego se escuchó un grito: ‘¡Halcón Dulce!...’ era la clave para que no me siguieran golpeando. La respuesta de los agentes fue: ‘¡Sí, pero que se largue de aquí!’

“Dejaron de golpearme pero atrás de ellos venían otros que no escucharon la clave. Me entró miedo y corrí sin parar.

“El 11 de junio de 1971, muchos periódicos publicaban fotos mías de la represión a maestros y estudiantes. El entonces director de este periódico (Excélsior) proporcionó las fotos a solicitud de los medios que no las tenían”.

Enrique Bordes Mangel

“¡El 10 de junio de 1971, durante la represión de los Halcones, perdí una cámara. Llegué un poco antes de que empezara la manifestación. Empecé a retratar a los grupos de granaderos, a los manifestantes, a los judiciales.

“Antes de iniciar la marcha dieron la orden para reprimirla. Fue cuando se escuchó una voz: ‘¡A los fotógrafos! ¡A los fotógrafos!’. Luego otra voz: ‘¡Los rollos! ¡Las cámaras!’

“Los Halcones golpearon brutalmente a los fotógrafos. A la mayoría les quitaron sus cámaras. Algunas las destruyeron ahí mismo. A otras nomás les quitaron el rollo. Entre otras cosas que ese día fotografié, fue cuando estaban jaloneando a un fotógrafo de nombre Alfonso Carrillo de El Nacional. Le abrieron su cámara y le velaron su rollo. Yo me escondí un rollo en el calcetín y corrí un rato hasta que me alcanzaron los Halcones y me tundieron. Con los golpes que me dieron no supe ni quien me quitó una cámara.

“Creo que desde ese día, los aparatos de represión del Estado ya no respetan al fotógrafo de prensa. Le impiden que cumpla con su trabajo profesional. Lo reprimen”.


La “leyenda” de los Halcones

•“La matanza del Jueves de Corpus fue preparada por Luis Echeverría, para matar dos pájaros de un solo tiro: escarmiento a quienes, decía él, querían provocar a su gobierno al inicio de su mandato, y se deshizo de mí. Yo tenía pasado y fuerza política. Le hacía sombra. Al conocerse la decisión de los estudiantes de que marcharían el 10 de junio para apoyar a los universitarios de Nuevo León, Echeverría me dijo: ‘Quieren calar a mi gobierno, pero los vamos a escarmentar’. Entonces yo le dije: ‘No, señor presidente. Creo que si realizan su marcha no habrá mayores problemas. Soy de la opinión de que no se tomen sino medidas precautorias. Vigilar que no haya provocaciones. No habrá problemas’. Y me contestó así: ‘No, Alfonso. La izquierda me está toreando, quiere que muestre debilidad y entonces se me subirán a las barbas. Los meteremos al orden’.” Alfonso Martínez Domínguez, jefe del Departamento del Distrito Federal en 1971, en testimonio rendido ante Heberto Castillo.

  • “¡No existen los halcones! Esta es una leyenda”. Alfonso Martínez Domínguez.
  • “(Fue) un acto vandálico, bárbaro... confíen y los responsables serán castigados”. Luis Echeverría Alvarez.
  • “El país espera que las universidades analicen y contrarresten creativamente las maniobras de los pequeños grupos de activistas enemigos de la verdadera libertad... ¡El país quiere la libertad pero no la confusión! México no retrocederá. Sería imperdonable que permitiéramos a un puñado de irresponsables cancelar la esperanza nacional”. Luis Echeverría, presidente de la República, días después de la matanza, durante un multitudinario acto de apoyo a su gestión.

Masiosare

 
         
   
 

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