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Argentina: Sobre el campo de la política

Guillermo Almeyra/La Jornada

En épocas como la actual -duras, sin perspectivas de progreso- vastos sectores de la intelectualidad pierden su capacidad de pensar fríamente y caen en la desesperación. Siempre ha sido así y las crisis místicas, o el autolesionismo de cualquier tipo, o el nihilismo y el anarquismo de derecha, que desprecia al "mundo" y al " pueblo", florecen por doquier. Este fenómeno es particularmente evidente en Argentina, golpeada además por la dictadura militar que arruinó la vida de muchos intelectuales que sobrevivieron a las matanzas y profundamente lesionada por el derrumbe de las esperanzas en el retorno a la vida constitucional, con sus Alfonsines, sus Menem y sus De la Rúa y por la clara visión del desastre sin que se vea una alternativa.

Detrás, por ejemplo, de la violencia verbal, disfrazada de desenfado, del autor de "El dedo en el culo", se ve el aplastamiento y la desesperanza. Si el pueblo argentino, cuyo movimiento obrero desde fines del siglo XIX y los anarquistas hasta fines del siglo XX, cuando la dictadura militar necesitó hacer desaparecer selectivamente cerca de 40 mil personas (jamás se sabrá la cifra exacta) tiene, según José Pablo Feinmann, "cobardía incondicional" ¿qué se puede hacer en ese país y qué se puede hacer en el resto del mundo -Chile, México, España, Francia, Italia, Inglaterra y podemos seguir contando dejando de lado a los palestinos, los irlandeses del Ulster y una parte de los vascos- donde la reacción contra los que gobiernan en nombre del capital financiero es menor que en Argentina?

Si para el autor "la clase media sigue en la apatía", a pesar de que votan casi dos millones de personas -la inmensa mayoría pertenecientes a ella- en una consulta no oficial que propone medidas contra la pobreza y por la igualdad, y a pesar de los luchas de los maestros, los estudiantes, los bancarios y otros sectores evidentemente de clase media ¿qué debe hacer para redimirse esa "clase media" tan esquemáticamente identificada con los sectores más conservadores? ¿Tomar las armas? Muchos que esperaron -contra toda razón- que los proctólogos del partido radical, como Raúl Alfonsín o Fernando de la Rúa, sanasen al país enfermo descubren tarde y con horror que el dedo radical que explora su ano se entrelaza siempre con el del capital financiero internacional y con el de la derecha peronista, como lo mostró la alianza de Alfonsín con Menem y como vuelve a mostrarlo la búsqueda de apoyo en Menem -que, no hay que olvidarlo, es socio de George W. Bush- por parte del presidente De la Rúa. Muchos sectores de la intelectualidad argentina, que esperaron de los radicales, es decir, de los liberales de pensamiento conservador y que nunca vacilaron en apoyar los diversos golpes militares que trataron de impedir el protagonismo popular en la vida política, descubren ahora "que la democracia... ha pasado a ser 'el gobierno de los políticos'" y que el país está gobernado por una oligarquía.

Ahora bien, en toda su historia Argentina sólo tuvo tres gobiernos que no tuviesen esa característica: el del radical Hipólito Irigoyen, derribado en 1930 por el primer golpe militar del siglo pasado que dio origen a un régimen oligárquico con participación del partido radical, los dos primeros gobiernos de Juan Domingo Perón, a pesar de su carácter reaccionario (1946-1955), y el de Héctor Cámpora, defenestrado en 1973 por la derecha peronista, que estaba aliada con la Unión Cívica Radical dirigida entonces por Ricardo Balbín. La historia argentina, con gobiernos civiles o con dictaduras militares, es la de la dominación de la oligarquía, no la de la democracia supuestamente interrumpida manu militari. Y la base de masa para esa oligarquía fue siempre el conservadurismo de la mayoría de la clase media, temerosa de los obreros desde que apareció "la cuestión social" a principios del siglo pasado. Incluso intelectuales como Cortázar, Borges o Bioy Casares coincidían, pese a sus diferencias políticas, en llamar en sus escritos "monstruos" a los "cabecitas negras" que venían del interior y obligaban a ver que existía otro país y otro futuro que el europeo de imitación. Ahora bien, si hay argentinos y argentinos -en la alada metáfora de Feinmann "los que ponen el dedo y los que ponen el culo"- también hay clasemedieros de sectores opuestos, en lo social y en lo político. Entre los más pobres (o los más decididos e inteligentes) se reclutaron los que desaparecieron, los que resistieron, y se reclutan los que apoyan a los piqueteros, los que luchan, como los maestros o los jubilados, los que tratan de encontrar una alternativa.

¿La política se ha privatizado? En toda la historia del capitalismo las grandes decisiones no se han adoptado en los parlamentos sino en las bolsas y cámaras industriales y de comercio. Lo que es nuevo es que se han debilitado al máximo los órganos de mediación -esenciales para la dominación, para hacer tragar la píldora, para amortiguar los conflictos- como los partidos y las direcciones sindicales burocratizadas. El personal político, en la mundialización, no depende ya de la política nacional, del clientelismo, del mercado interno. ¿Cuántos votos tiene Domingo Cavallo? En la mundialización el nuevo personal político en los países "emergentes" (o, mejor, "sumergentes") forma parte del personal al servicio del capital financiero internacional y del establishment de éste y pasa sin pudor de privatizar una empresa y regalársela a una transnacional a la dirección de la misma. De la Rúa podrá vivir con 3 mil 500 dólares por mes (que de todos modos duplican la canasta familiar) pero tal no es el caso de quienes integran su gabinete ni mucho menos de los que lo inspiran. Y en la mundialización 200 grandes empresas deciden, y recomiendan mediante el FMI, la OMC, el Banco Mundial, lo que conviene a sus intereses de oligarquía mundial. De modo que Argentina está, como los otros países del género, gobernada por una restringida oligarquía (no "por los políticos") en el contexto de un mundo gobernado por la oligarquía de las trasnacionales.

No ver el mundo en que vivimos lleva, por lo tanto, a creer que "los políticos" son el problema real y a no ver la causa de la "pasividad" o, peor aún, de la "cobardía incondicional" en la necesidad de encontrar no una alternancia en el personal gobernante, sino una alternativa a todo el sistema. La cual no es fácil y lleva tiempo, sobre todo si tenemos en cuenta el desarme ideológico de lo que fuera la izquierda, su incapacidad para estudiar la nueva realidad y responder a ella, y la total confusión o deserción de la gran mayoría de los intelectuales, argentinos o de otros países (y me animaría a decir que en Argentina se está un poco mejor ya que se realizan seminarios internacionales sobre el "pensamiento alternativo").

Repetimos: ¿se ha privatizado la política? Si se trata de la política institucional, no es novedad que las decisiones se adoptan en petit comité, a espaldas de todos menos del gran capital. Pero la política no es sólo eso: los piqueteros hacen política, las manifestaciones y huelgas generales son políticas y reconstruyen el espacio público, lo político, los que practican el trueque (500 mil) adoptan una posición política y económica contraria a la de Cavallo-De la Rúa. Ese espacio político es también construcción de relaciones estatales desde abajo, construcción de un poder paralelo, lucha por la hegemonía cultural, por las mentes de los argentinos, un laboratorio de elaboración de alternativas... a condición de que quienes por oficio deberían pensar piensen y teoricen con esa materia prima.

La humillación y la desesperación de quienes sienten que los proctólogos en los que confiaron tenían intenciones nada terapéuticas no debería llevar a pensar que "todos son iguales", que "no hay solución", que "este es un pueblo de cobardes incondicionales" o sea a la pasividad quejumbrosa ante la imposibilidad de hacer nada. Más bien debería llevar a pensar si hay una alternativa, en qué representan, qué eco tienen y qué perspectiva pueden tener los piqueteros y también el cambio en algunos sectores del sindicalismo, o en cuáles podrían ser los motivos que uniesen a los diversos sectores sociales que están viendo que no deben enfrentar sólo un gobierno sino todo un sistema.

Está bien: como a fines de los años treinta estamos, como decía Victor Serge, "en la medianoche del siglo". Pero el Hitler triunfante a principios de los cuarenta y que creía construir un régimen para mil años duró un poco más de diez. El reino del capital financiero, servido "por los políticos" de nuestros países, tampoco es eterno aunque, por ahora, cuente -activa o pasivamente- con la mayoría de la población mundial, que cree aún que no hay una alternativa. Porque, por fortuna, las alternativas resultan esencialmente de las crisis de los sistemas las cuales son preparadas por los mismos. Los intelectuales deberían saber preverlas, estudiarlas, encaminarlas.

A propósito de "El dedo en el culo", de José Pablo Feinmann, publicado en Página 12 y retomado por La Jornada

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