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Cómo los oprimidos violentados siempre tienen razón cuando responden violentamente y por qué tuvimos que alegrarnos del 11s
Justo de la Cueva

John Berger, que acaba de cumplir 75 años, es un narrador, filósofo, guionista de cine para el realizador suizo Alain Tanner, crítico de arte, productor en colectivo de una de las series televisivas más reconocidas en Gran Bretaña en los sesenta y setenta para la BBC, que hoy vive como campesino en una comunidad de Saboya, en Francia. El pasado viernes 9 el diario mexicano LA JORNADA publicó un texto suyo, escrito especialmente para ese diario, titulado Los siete niveles de la desesperanza. En el que formula una hipótesis sobre los motivos de los militantes que protagonizaron el ataque del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas de Nueva York y contra el Pentágono. Contra los símbolos y núcleos del poder económico y del poder militar del imperialismo yanqui. Según Berger aquel ataque, para sus autores "Es un triunfo sobre la pasividad y la amargura, sobre el sentido de absurdo que emana de cierta profundidad de la desesperanza.

Es difícil que el Primer Mundo imagine una desesperanza así. No tanto por su riqueza relativa (la riqueza produce sus propias congojas), sino porque el Primer Mundo se distrae con frecuencia y su atención se entretiene. La desesperanza a la que me refiero aflige a aquellos que sufren condiciones tales que los obligan a ser inflexibles. Décadas de vivir en un campo de refugiados, por ejemplo.

¿En qué consiste tal desesperanza? En que el sentido de tu vida o las vidas de la gente cercana a ti no cuentan para nada. Es algo que se palpa a muchos niveles diferentes, hasta que se hace total. Es decir, inapelable, como en el totalitarismo.

Buscar cada mañana y hallar las sobras con qué subsistir un día más.

Saber al despertar que en esta maleza legal no existen los derechos.

Experimentar por años que nada mejora, todo va peor.

La humillación de no ser capaz de cambiar casi nada, y de aferrarse al casi que conduce a otra espera.

Creer las mil promesas que inexorables se alejan de tu lado, de los tuyos.

El ejemplo de aquellos reducidos a escombro por resistir.

El peso de los tuyos asesinados, un peso que cancela para siempre la inocencia -por ser tantos.

Estos son los siete niveles de la desesperanza -uno por cada día de la semana- que conducen, para algunos de los más valerosos, a la revelación de que ofrecer la propia vida contra las fuerzas que han empujado al mundo adonde está, es la única manera de invocar un todo, más grande que el de la desesperanza.

Cualquier estrategia planeada por los líderes políticos para quienes dicha desesperanza es inimaginable, fracasará y reclutará más y más enemigos."

Berger tiene razón. Porque yerran todos los "pacifistas" exangües y acobardados, todos esos que ¡Ay! todavía se atreven a llamarse comunistas y andan escondiéndose de su deber y en vez de enfrentarse de cara y nítidamente contra la guerra imperialista enarbolan memas y ambiguas pancartas "contra las guerras". Yerran todos los que se acojonan preocupándose por conseguir que no les llamen VIOLENTOS cuando deberían proclamar a gritos que ellos son VIOLENTADOS QUE SE DEFIENDEN.

No se entiende nada de lo que está hoy pasando en el mundo si no se entiende que lo que pasa es algo tan sencillo como la rebelión de los parias de la Tierra, de los condenados de la Tierra, de los empobrecidos del planeta. Se ha cumplido la ley general de la acumulación capitalista enunciada por Marx. Está cuajando ante nosotros la depauperación absoluta del proletariado a la vez que y porque crece el enriquecimiento y el despilfarro de los explotadores, de los capitalistas. Baste recordar que el consumo se ha doblado desde la década de los setenta en el mundo rico, aunque la mitad de los seres humanos (alrededor de tres mil millones) mal sobrevive con menos de 400 pesetas (menos de dos dólares) al día.

Y cuando los depauperados notan en sus huesos que no hay salida se vuelven peligrosos para los ricos, para los poderosos. Lo explicaron muy bien Marx y Engels en el Manifiesto: A los que llegan a comprender que no tienen nada que perder, que sólo tienen sus cadenas para perder, no se les puede controlar. Todas las policías, todas las CIAs, todos los ejércitos, todos los satélites escudriñadores de Echelon, todas las bombas "inteligentes" son entonces insuficientes. El sistema quiebra cuando el paro estructural y el hambre estructural y la miseria estructural se hacen evidentes y son comprendidas por miles de millones como insolubles dentro del sistema. Los oprimidos pierden el miedo a morir cuando comprenden que, además de oprimidos, están excluidos. Que están condenados. Que son prescindibles.

Entonces les da igual que les apunten o no con una ley, con un juez, con un fiscal, con la amenaza de una cárcel o con un arma o con una bomba o con un misil de crucero. O que les disparen. O que les maten. El problema, para los enriquecidos, para los poderosos, es que esa conciencia de exclusión se extienda a todos o al menos a gran parte de los excluidos. Porque entonces no tendrán ejércitos suficientes para aplastarles a todos. El problema para los enriquecidos, para los depredadores, para los rapiñadores, para los despilfarradores, para los poderosos sigue siendo las frases finales del Manifiesto comunista. Las que subrayan que los proletarios "no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar."

La fundamental y decisiva diferencia entre la fecha de ese Manifiesto (febrero de 1848) y la actual (noviembre de 2001) es que ahora los parias del mundo VEN POR TELEVISIÓN que no tienen que perder más que sus cadenas. Ven cómo viven los ricos y comparan con cómo viven (cómo malviven, cómo malmueren) ellos y sus familias.

Guardo en mi memoria con emoción y afecto las concretas batallas en que fuerzas indígenas, irregulares, haciendo guerrilla o atacando en masa, vencieron a ejércitos europeos o estadounidenses que pretendían usar su sofisticado armamento, su superioridad tecnológica y su profesionalización militar como mazas para aplastar la legítima resistencia de los invadidos a los que se pretendía exterminar o esclavizar o colonizar o mantener colonizados o esclavizados.

Recuerdo así la victoria de los vascos el 15 de agosto del año 778 sobre los francos de Carlomagno en Orreaga (Roncesvalles), mitificada y falsificada en La Chanson de Roland. O la victoria de los afganos en enero de 1842 contra las fuerzas de ocupación inglesas por ejemplo. Tan completa que de 16.000 británicos entre militares, soldados indios, auxiliares y familiares que intentaban retirarse hacia la India sólo el médico Bryne consiguió llegar vivo el 13 de enero de 1842 a Jalalabad. O la victoria de los sioux el 25 de junio de 1876 en Little Big Horn sobre el jactancioso asesino y genocida general Custer y su 7º de Caballería de los U.S.A. O la victoria de los zulúes en Isandlwana sobre el ejército inglés el 22 de enero de 1879. O la victoria sobre el Ejército francés de los vietnamitas comunistas del Viet Minh, dirigidos por el genial general Vo Nguyen Giap mediante "una táctica combinada de desgaste paulatino y ataques en gran escala" del 7 de mayo de 1954 en Dien Bien Fu.

Como vasco mi recuerdo favorito es la victoria de Orreaga, emblemática porque sintetiza la capacidad milenaria de resistencia al invasor del Pueblo Trabajador Vasco. Como comunista, la victoria de Dien Bien Fu. Como anti-estadounidense la de Little Big Horn, que además ejemplifica la sentencia de Lenin ("los capitalistas nos venderán la soga con la que hemos de ahorcarles"): uno de cada cinco sioux usaron en ella un arma (el Winchester 1866 con cargador) superior a la carabina Springfield del 7º de Caballería yanqui y que les habían vendido traficantes estadounidenses.

Repito: LOS OPRIMIDOS VIOLENTADOS SIEMPRE TIENEN RAZÓN CUANDO RESPONDEN VIOLENTAMENTE.

Y asumo como mías las palabras de Sergio Schoklender, abogado de las Madres de Plaza de Mayo, de Argentina) en su artículo El genocidio cometido por los yanquis ya dura años, publicado en la página 2 del nº 56 (noviembre-diciembre de 2001) de Resumen latinoamericano:

"Hay una guerra declarada, y es la guerra de la civilización y de la humanidad contra los Estados Unidos y lo que Estados Unidos representa...

...Esa es la opinión que yo tengo sobre lo sucedido el pasado 11 de septiembre, me dolían los casos individuales, esas figuras cayendo, o de los inocentes que pasaban por el lugar y tal vez no tenían nada que ver o no tenían plena conciencia del conflicto en el que estaban inmersos. Pero me producía también mucha alegría saber que se puede, que no son invulnerables y que tenemos la posibilidad de resistir y enfrentarlos."

No sobra añadir que James Petras, en su artículo del 9 de noviembre pasado El otro World Trade Center/Pentágono (uso la traducción hecha y publicada el 10 de noviembre por REBELIÓN en su sección La página de Petras) ha subrayado adecuadamente que "En el caso del ataque a Washington, el objetivo militar, el Pentágono, está directamente involucrado en la planificación e implementación de las estrategias militares de los Estados Unidos para destituir a los regímenes nacionalistas y socialistas, para reafirmar la hegemonía global de Washington y proteger las redes financieras y de inversión de los Estados Unidos".

Añado yo que no es casualidad la ostentosa manta de silencio que los medios de comunicación de masas de los yanquis y de sus aliados han lanzado sobre ese ataque al Pentágono buscando eliminarlo del imaginario mundial para reducir el "11 de septiembre" al ataque al objetivo "civil" de las Torres de Nueva York.

Que no era tan "civil" como también señala con acierto Petras recordando que:

"En segundo lugar, el WTC no era solamente un "símbolo" de poder económico - según el periódico inglés The Guardian (2 de noviembre 2001) era un centro de la CIA y los servicios secretos. El sótano, 20 metros bajo tierra, almacenaba cientos de armas, incluidos rifles de asalto, bloques de cocaína y taxis falsos usados en operaciones secretas en los Estados Unidos.

En otras palabras, la CIA usaba la tapadera civil del WTC como un centro operacional y logístico en el sótano, poniendo en peligro de un modo irresponsable a los civiles que trabajaban en las oficinas de arriba."

Y añadiendo en otro párrafo que: "El hecho de poner la CIA y los servicios secretos en un edificio catalogado de civil (WTC) proporcionaba una "tapadera protectora" para los activistas de la ciudad de Nueva York, pero ponía a los ocupantes del WTC directamente en la línea de fuego de los numerosos adversarios de la CIA."

Petras remachaba explicando que:

"En tercer lugar, el sótano del WTC era uno de los mayores depósitos de oro del mundo, valorado en 350 millones de dólares. Los inquilinos del WTC incluían los grandes grupos financieros de los Estados Unidos, quienes son directamente responsables de muchas de las grandes tomas de poder y deudas en el extranjero. Incluían J.P.Morgan, Merril Lynch y muchas de las principales empresas financieras que controlan la economía mundial.

En otras palabras, no se trató de un ataque indiscriminado contra "América", sino de un ataque político contra un importante objetivo militar-financiero que es primordial para el imperio global de los Estados Unidos...

...Mientras que no hay duda alguna de que mecanógrafos y porteros también murieron en el ataque, había entre las víctimas un número desproporcionado de financieros y especuladores en cambio de moneda que cobraban enormes sueldos.

El punto teórico es que la explosión del sentimiento de guerra de Washington probablemente tuvo más que ver con la "calidad" y no la "cantidad" de las víctimas y su influencia en los mercados financieros globales. Las subsiguientes sacudidas a la economía norteamericana - el miedo de inversores y banqueros, la caída de la bolsa - tuvo muy poco que ver con las secretarias y los porteros, y mucho que ver con la importancia económica de las instituciones financieras afectadas."

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