Rebelión popular en la Argentina:
Crisis orgánica del capitalismo

x Jorge Alberto Kreyness
Nuestra Propuesta-PC Argentina

Los impactantes acontecimientos en la Argentina, cacerolazos y piquetes de por medio, convocan a analizarlos sobre la base del conocimiento teórico que las distintas generaciones de revolucionarios ofrecen como legado a los luchadores actuales

Antonio Gramsci definió, para situaciones como la que hoy vivimos los argentinos, el concepto de "crisis orgánica". Se trata de esos momentos históricos en que a las fuerzas dominantes se le fracturan las relaciones entre la sociedad y el Estado, entre la economía y la política, y no pueden ejercer su dirección del modo habitual.

Especialmente en los días previos a la caída de De la Rúa, en el momento de su derrocamiento, en el de la brevísima gestión de Rodríguez Saá, pero aun hoy, a pesar de los intentos de Duhalde por "reconstruir el poder", pudo verificarse algo que ya impregnaba pesadamente el ambiente argentino: la fuerte sensación social de caducidad de las viejas instituciones en que se asienta el control político, representadas particularmente en el anacrónico Senado y en la anquilosada Corte Suprema de "Justicia", marcados a fuego por el pueblo, sin que se salven otros estamentos, como los diputados, los políticos tradicionales en general, la policía y las burocracias sindicales. No sólo son objeto de la protesta popular los sectores de la superestructura política: lo son también entre otros, y esto es nuevo, los bancos, las empresas privatizadas, el FMI y sus recetas neoliberales, lo que da a la revuelta popular una tonalidad anticapitalista.

Las viejas y acartonadas instituciones de la representación política funcionales al capitalismo argentino, al menos tal cual estaban concebidas hasta ahora, no resisten la prueba de los hechos y son sobrepasadas por un pueblo que ya no quiere delegar y que atisba a organizarse con fuertes dosis de autonomía y de rechazo a los poderes constituidos.

Justamente Gramsci se refería a los momentos como el que vivimos diciendo: "La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo". Son circunstancias en que el bloque ideológico dominante tiende a disgregarse y a perder su capacidad de impulsar el capitalismo hacia adelante, pero cuenta aún con fuerzas que pueden moderar la crisis e impedir un desenlace revolucionario.

Por eso es necesario definir con claridad la correlación de fuerzas y registrar que el sistema de dominación no se constituye desde la fachada de la Casa Rosada hacia adentro, sino que se conforma como un entramado de fuerzas que están detrás del trono y que se reagrupan cuando el "gobierno democráticamente electo" pierde el consenso y se resquebraja y las masas comienzan a ganar las calles. Es entonces cuando aparecen los "grupos productivos" y las concertaciones, esos reagrupamientos que se verifican a estas mismas horas con la Unión Industrial integrando el gabinete, la Iglesia construyendo un faccioso "diálogo ¡argentino!" del que participan el FMI, el Banco Mundial y el embajador de los EE.UU. Y cuando las fuerzas políticas del sistema abandonan sus entuertos secundarios y se conforman a la vista de todos como "partido único del sistema" en el que se revuelcan el PJ, la UCR y el Frepaso y más precisamente el duhaldismo, el alfonsinismo y los chachistas.

Pero también es imprescindible anotar con letras destacadas, porque es el fenómeno nuevo y más trascendente, que el rasgo principal de la situación es que el sujeto popular masivo que gana las calles, y cuyo sector más dinámico comienza a deliberar, deja de aceptar la dirección de los partidos que hasta ayer no más lo representaba políticamente.

Una de las características de la crisis orgánica es que la burocracia dirigente ha terminado por separarse de la masa, "los partidos tradicionales, con la forma de organización que presentan, con aquellos determinados hombres que los constituyen, representan y dirigen, ya no son reconocidos como expresión propia de su clase ni de una fracción de ella", dice Gramsci, concluyendo que "el partido termina por convertirse en anacrónico y en los momentos de crisis aguda desaparece su contenido social y queda como en las nubes". Una formulación efectuada a principios del siglo pasado, pero que describe la realidad de la UCR y del Frepaso y de ciertas partes del PJ de hoy.

En la crisis orgánica, el sistema refuerza la presencia de los factores del Estado que no se especializan precisamente en las arquitecturas del consenso o en el ejercicio cuidadoso de la hegemonía cultural, sino en los instrumentos de ejercicio de la coerción, para lo cual tiende a territorializar las fuerzas militares, a militarizar las policías y fuerzas de seguridad y a combinar sus acciones con las fuerzas represivas del poder global, como las que giran ahora alrededor del Plan Colombia, de los ejercicios conjuntos, de las bases yanquis en nuestro territorio y otras iniciativas militaristas.

La crisis no es, y la realidad argentina así lo confirma, algo surgido de la noche a la mañana. Se abona de un racimo de elementos de deterioro de la dominación capitalista en el tiempo y en un reguero de luchas populares que adquieren diversas formas y responden a diferentes segmentos del sujeto popular, pero que se van complementando entre sí. Las clases medias porteñas, ayer inclinadas al orden y la seguridad como valores principales, adoptan ahora, en su radicalización, los métodos de lucha callejeros de los trabajadores ocupados y desocupados, hacen manifestaciones, concentraciones y muy habitualmente cortes de calles. Incluso deliberan obstruyendo las vías de tránsito de las principales avenidas. Y no vacila cuando es necesario a enfrentarse con la misma policía que ayer requería para que le ofrezca seguridad.

Son sectores que "pasaron de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantearon reivindicaciones que en su caótico conjunto constituyen una revolución" señalaba Gramsci. Se trata al mismo tiempo de un fuerte revés de las clases dominantes y de una escisión de las clases populares de quienes históricamente las representaban. No todo es, pues, espontaneidad. Hay una fuerte recuperación de elementos de conciencia colectiva que se encontraban deteriorados por años de ofensiva neoliberal, pero que no debe confundirse con conciencia revolucionaria. Los elementos de la subjetividad aún son débiles porque si se ha manifestado una ruptura orgánica con las fuerzas políticas del bloque dominante, aun es en lo fundamental inorgánico el movimiento por la ausencia de una dirección reconocida y representativa de los nuevos fenómenos. Al respecto cabe decir que es improbable que esa dirección pueda ser colocada desde afuera y que en gran medida su fuerza, capacidades y representatividad será mayor en la medida en que surja como producto de los debates del propio movimiento, desde su propio seno y mediante los procedimientos más transparentes y democráticos.

En verdad la función histórica de las izquierdas, más que autoproclamarse vanguardias, es propender a fortalecer los elementos de autonomía y de ciudadanía de las masas y la constitución de factores de poder popular asentados en el protagonismo del nuevo sujeto popular.
En las crisis orgánicas los sectores dominantes no se paralizan, sino que buscan aprovechar la revuelta inorgánica para producir movimientos reaccionarios de derecha buscando el aplastamiento de las movilizaciones y el retorno a la pasividad política.

Por ello se torna decisivo proponer en las asambleas populares y en cada circunstancia, ahora que el momento es propicio, la construcción de una contrahegemonía, de un contrapoder, de un nuevo sistema de instituciones que consoliden la direccionalidad de las fuerzas antagónicas a las de la dominación.

Si bien es necesario actuar con rapidez y responder uno a uno a los acontecimientos, debe preverse también que la crisis, que está abierta, tenga una duración prolongada como producto de los esfuerzos del bloque dominante por sostener el régimen.

Por lo tanto será crucial el elemento organizativo popular y su capacidad para que la diversidad prevaleciente pueda manifestarse de manera unificada en las luchas por un período extenso para dar un cauce positivo a la espontaneidad y acumular fuerzas. Junto, pues, a los esfuerzos apuntados a la constitución del sujeto en un nuevo sistema hegemónico serán decisivas las tareas de reforzamiento de las fuerzas definidamente revolucionarias.

"El elemento decisivo de toda situación -y volvemos a Gramsci- es la fuerza permanentemente organizada y predispuesta desde largo tiempo que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable ( y es favorable sólo en la medida que una fuerza tal existe y está impregnada de ardor combativo)."

 
         
   
 

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