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Reconstruyamos la Historia

Un atajo revolucionario
El MIR, 35 años ( Parte 2 )
Andres Pascal Allende - Punto Final

En los períodos en que el movimiento de masas vive el estancamiento, o el reflujo prolongado de sus luchas, y en que el movimiento revolucionario enfrenta situaciones de repliegue y aislamiento, la práctica política tiende a reproducirse con muy débil presencia en los espacios en que se encauzan la vida social y política nacional. Es habitual que en esos períodos se produzcan crisis orgánicas, que el movimiento se atomice en pequeños grupos separados, o incluso enfrentados, por discrepancias ideológicas y políticas las más de las veces sin vinculación real con la lucha de clases. Esos pequeños grupos tienden a tener una vida política internista, de discusión y reflexión autocentrada, con mínima capacidad de iniciativa táctica. Los que logran superar el internismo avanzan en su inserción social local, logrando a veces arraigo en su barrio, en la escuela, o la fábrica, pero difícilmente logran una incidencia en las dinámicas políticas y sociales regionales y nacionales. La acumulación de fuerza política es molecular, principalmente a través del reclutamiento persona a persona y mediante un prolongado trabajo ideológico. Esta era la situación que vivíamos los grupos revolucionarios chilenos a fines de los años 50 y principios de los 60.

Para que los grupos revolucionarios puedan pasar de un lento crecimiento molecular a una rápida acumulación de fuerza será necesario que se den condiciones sociales y/o políticas favorables. En el caso nuestro esas condiciones las ofreció el agotamiento del proyecto de "revolución en libertad" impulsado por el gobierno democratacristiano y el proceso de ascenso de la movilización de masas iniciado en 1967, a los que nos hemos referido en la primera parte de este artículo.

Pero no bastan esas condiciones favorables, es necesario que los movimientos revolucionarios intervengan activamente en las contradicciones sociales y políticas presentes en cada período. Pero no fue hasta 1969 que llevamos a cabo la reorganización interna y pasamos a intervenir activamente en la escena política nacional, que pudimos dar un salto en la acumulación de lucha revolucionaria.

Como sería muy extenso relatar las diferentes experiencias organizativas que desarrolló el MIR en esos años, sólo quiero destacar que uno de los rasgos más resaltantes de Miguel Enríquez como dirigente del MIR fue su preocupación permanente por formar un creciente contingente de cuadros revolucionarios que fueran la columna central del movimiento revolucionario. Su hermano Edgardo, Arturo Villabela, Ricardo Ruz, Dagoberto Pérez, el Chico Sergio Perez, Lumi Videla, Luis Retamal en Santiago, Nelson Gutiérrez y Vergarita en Concepción, el Pelado Moreno en Temuco, el Pepe de Osorno, Tranqüilo en Aconcagua, el Sambo en Antofagasta, el Cata en la zona central, y decenas de compañeros y compañeras constituyeron en esos años lo que fue una verdadera escuela de dirigentes políticos que eran a la vez experimentados organizadores. Pero no eran organizadores para el internismo, eran formadores de militantes y cuadros de gran empuje, constructores con capacidad de intervención táctica, conductores de la implementación activa de nuestras políticas en los diversos ámbitos de masificación de la lucha revolucionaria.

Era evidente que para la acumulación de fuerza revolucionaria se requería que los núcleos miristas que se extendían por distintas regiones del país se sumergieran en los frentes sociales impulsando la movilización local de masas, pero comprendimos que ello no bastaba para lograr un salto en esa acumulación. Había que buscar lo que Miguel llamó un "atajo en el camino revolucionario", y ese atajo fueron las acciones de propaganda armada (incluidas las acciones de expropiación y abastecimiento) y las acciones directas de masas. Un instrumento táctico que podríamos llamar "acciones ejemplares" y que consiste en el desarrollo de la iniciativa revolucionaria para intervenir en la dinámica social y política coyuntural. Son hechos que tienen un sentido político tan claro que, por más que los medios de comunicación dominantes traten de desvirtuarlos, no lograrán impedir que la acción hable por sí misma. Son gestos políticos de fuerza simbólica, que logran ganar gran simpatía popular porque mucha gente se identifica con ellos, los encuentra justos, adecuados y necesarios. Con preferencia deben ser reproducibles por el movimiento de masas, o tener una gran capacidad de generación de conciencia y de aliento a la movilización social. Las acciones ejemplares producen saltos cuantitativos y cualitativos en la acumulación de fuerza revolucionaria, logran en poco tiempo lo que al crecimiento molecular le llevaría años alcanzar.

LA CUESTION MILITAR

El banco estaba en Bilbao al llegar a Tobalaba. Miguel me pidió que hiciéramos un estudio del local y toda la cuadra, la gente que trabajaba allí, la ubicación de la caja fuerte, las oficinas del gerente y el tesorero que guardaban las llaves, el sistema de seguridad, la vigilancia policial y sus horarios, los negocios vecinos y teléfonos desde donde podían avisar a la policía, el colegio del frente, todo... Me apoyé en James y Javier que organizaron un grupo de vigilancia y consiguieron un departamento con vista al lugar. Durante un mes observamos el movimiento del banco y de la cuadra, levantamos un plano de la distribución interna del local después de visitarlo repetidamente con diversas justificaciones. Para sorprender a la seguridad, reducirla y evitar que accionaran los sistemas de alarma Miguel, Luciano y otros compañeros se vistieron de terno y corbata como acostumbraba hacerlo la policía civil, y al Guajiro (Víctor Romeo) lo disfrazamos de carabinero para custodiar la puerta mientras se desarrollaba la operación. Al Guajiro no le gustaba el revólver reglamentario de Carabineros, y aunque le advertimos que no lo hiciera, llevó una pistola al cinto escondida bajo la camisa del uniforme verde, la cual se le cayó por el interior del pantalón al suelo justo cuando entraba al banco. Sin quererlo, ayudó a distraer a todo el personal que se quedó mirando cómo el arma rodó por el piso. Cuando levantaron la vista se encontraron con un grupo de hombres que, agitando falsas identificaciones policiales, exclamaban:
"¡Policía de Investigaciones! ¡Control de divisas!". De acuerdo al plan, en ese momento Miguel debía subirse de un salto al mostrador y sacando el arma conminar a todo el mundo a tenderse en el suelo. Según el estudio previo el mostrador llegaba a la cintura de una persona, sólo que el compañero que lo midió era un flaco muy alto. Miguel, que no era muy alto ni atlético, no logró subirse. Entonces, Luciano se subió de un brinco y para molestar a Miguel, le preguntó riéndose: "¿Te ayudo?". En minutos ya estaban saliendo los compañeros con bolsas llenas de dinero. En los ventanales del colegio del frente las muchachas se habían percatado que algo inusual sucedía. Cuando Miguel y Luciano aparecieron, los reconocieron pues sus fotografías aparecían en las primeras planas de los periódicos. Luciano, que tenía fama de conquistador, se detuvo a saludar a las muchachas que gritaban y aplaudían levantando ambos brazos que sostenían sendas bolsas de dinero. El dicho dice que quien ríe último ríe mejor. Miguel, se volvió y le dijo entre serio y riéndose: "Ya. Deja de hacer el payaso, y vamos". Luciano se puso colorado. Se subieron ambos al auto puntero, que yo manejaba. Otros compañeros estaban en el segundo auto y cerraba la caravana un tercer vehículo con los compadres de la emboscada de contención. Emprendimos rápido la marcha, los neumáticos chirriando en el pavimento, algunos compañeros con medio cuerpo fuera de las ventanillas vigilando cualquier reacción. Al llegar a una esquina frené bruscamente y lo mismo hizo el resto de la caravana: "¿Qué pasó? ¿Por qué paraste?", preguntó alarmado Miguel. Le indiqué el semáforo del tránsito, cuya luz roja estaba encendida, comentándole: "Podemos asaltar bancos, pero las leyes del tránsito hay que respetarlas". La carcajada fue general.

La noticia de que el MIR estaba realizando expropiaciones bancarias produjo gran impacto en la opinión pública. ¿Por qué jóvenes, algunos de los cuales eran hijos o familiares de personalidades políticas, universitarias, empresariales y profesionales, ellos mismos profesionales, dirigentes universitarios o estudiantes destacados, se ponían a asaltar bancos? ¿Por qué teniendo las puertas abiertas para acceder a los más altos círculos políticos, académicos, profesionales, comerciales, renunciaban a ese futuro y trasgredían la legalidad para impulsar con las armas la rebeldía popular? La derecha denunció que éramos "castristas" y que la subversión extranjera había llegado a Chile. El gobierno nos acusó de violentistas de Izquierda, terroristas desquiciados. El Partido Comunista nos calificó de aventureros y provocadores. Otros sectores de Izquierda dijeron que discrepaban políticamente de las acciones que realizábamos, pero que éramos jóvenes honestos. Por ejemplo, Salvador Allende, mi tío, me hizo llegar una caja de zapatos. Al abrirla, encontré una pistola Colt 45, nuevecita, y una nota que decía: "Tú escogiste ese camino. Sé consecuente con él".

La cuestión de la lucha armada era un asunto en el cual veníamos trabajando desde principios de la década del 60. Del conocimiento de la verdadera historia patria obtuvimos conclusiones importantes: el Estado oligárquico chileno se construyó y se mantiene sobre la base del monopolio de la violencia. Siempre que los sectores oprimidos y excluidos se rebelaron y quisieron cambiar el orden oligárquico, fueron reprimidos por los aparatos armados del Estado. En los conflictos insurreccionales y guerras civiles, los sectores populares lucharon subordinados a grupos de la clase dominante, y luego de ser usados como carne de cañón, fueron echados a un lado y sus intereses traicionados. Cuando los de abajo se rebelaron solos o resistieron por su cuenta a la represión de sus reclamos sociales, carecieron de la unidad, preparación, organización y del armamento necesario para vencer. Por más fuerza social y política que acumulen los sectores populares que promueven el cambio revolucionario, si no cuentan con una fuerza militar que respalde sus luchas, jamás lograrán triunfar. La realidad social y política del país a fines de los 60 confirmaba esas enseñanzas históricas. El gobierno demócrata cristiano recurría cada vez más a la represión para contener el desbordamiento de la movilización popular por el cambio: en El Salvador, Santiago, Puerto Montt y Copiapó fueron masacrados muchos manifestantes.

A los viejos dirigentes demócrata cristianos se les olvida que bajo su gobierno comenzó a desarrollarse en la década del 60 la violencia sistemática contra el movimiento de masas. El Estado comenzaba a crear sus instrumentos contrainsurgentes con asesoría norteamericana: el ejército formó las compañías de Boinas Negras, la Infantería de Marina preparó sus fuerzas especiales, Carabineros creó el Grupo Móvil. La creciente división en las clases dominantes abría la posibilidad de que la Izquierda tradicional triunfara en las elecciones presidenciales de 1970, pero creer que las clases dominantes chilenas respetarían la institucionalidad democrática era una irresponsabilidad. Estábamos seguros de que recurrirían a los grupos armados de derecha y a los militares para derrocar cualquier gobierno popular que tocara sus intereses y para aplastar el movimiento revolucionario de masas. Considerábamos que la Izquierda no podía evadir la cuestión militar y que debíamos convocar al movimiento popular a desarrollar una capacidad de respuesta propia para defender el avance del proceso de cambios revolucionarios. Lamentablemente, la historia demostraría que nuestras preocupaciones y planteamientos eran justos.

A principio de los sesenta nos preocupábamos de aprender a disparar las pocas pistolas, escopetas y fusiles que conseguíamos prestados o comprábamos. En la zona de San Felipe y Los Andes teníamos vínculos con viejos mineros que nos enseñaron a emplear la dinamita. Subíamos por las empinadas quebradas del Cajón del Maipo para acampar en unas protegidas y solitarias aguadas, donde realizábamos instrucción de combate.

A partir de 1967 decantamos la concepción de una estrategia de guerra popular. Rechazamos la equivocada interpretación de la guerra revolucionaria cubana que circulaba en nuestra época y que se conoció como "foquismo". Es decir, la creencia de que dadas todas las condiciones objetivas para la revolución bastaba encaramarse en una montaña con un grupo guerrillero, o realizar acciones armadas desde la clandestinidad urbana, para generar las condiciones subjetivas de apoyo popular y acumular rápida y combativamente un poder militar revolucionario que aniquilara las fuerzas armadas burguesas.

También rechazamos la concepción "insurreccionalista" que apuesta todo a un popular masivo que logre el paso de sectores mayoritarios de las Fuerzas Armadas al campo revolucionario. Percibíamos que la capacidad contrainsurgente de los Estados latinoamericanos, incluido el chileno, se había perfeccionado mucho. Las élites gobernantes habían aprendido a utilizar todos sus recursos de poder económico, político, ideológico, y militar para hacer frente a la insurgencia popular. La insurgencia revolucionaria no puede triunfar apoyándose sólo en las armas contra un enemigo que siempre tendrá una ventaja técnico militar, logística, de recursos económicos, comunicacionales, etc. Concluimos que nuestra concepción estratégica de la guerra popular debía ser político-militar, es decir, tanto en la acumulación estratégica de fuerza, como en cada intervención táctica, articular estrechamente la movilización social, la acción política, la expresión comunicacional (propaganda) con el uso de las armas.

Preveíamos que la burguesía chilena y sus aliados norteamericanos recurrirían a la violencia para defender su poder y privilegios, lo cual planteaba la urgencia de acumular una fuerza militar que protegiera el avance del movimiento popular y revolucionario. De hecho habíamos comenzado a prepararnos en las cuestiones militares y nos esforzábamos por hacer conciencia en el resto de la Izquierda de la necesidad de que también lo hicieran. Pero no podíamos lanzarnos por nuestra cuenta en una guerra, es decir, iniciar acciones combativas contra las Fuerzas Armadas. El deseo de cambio se había extendido en nuestro pueblo, asistíamos a un gran ascenso y radicalización de masas, pero la mayoría de los sectores populares creía que se podía encauzar el proceso de cambio dentro del sistema político institucional. Es más, la esperanza de que Salvador Allende ganara las elecciones presidenciales crecía día a día, y amplios sectores populares confiaban que el presidente de la República, podría implementar las reformas prometidas. Todavía el orden político no había perdido su legitimidad. Lanzarnos a la guerra nos hubiera llevado a un aislamiento político, probablemente al repudio popular.

Optamos por no desarrollar acciones contra las Fuerzas Armadas y Carabineros, pero sí utilizar las armas para la apropiación de medios necesarios para la lucha revolucionaria, para respaldar acciones políticas que trasgredían la institucionalidad, y para alentar la autodefensa y acción directa de masas. Por este camino podríamos ganar la simpatía y el apoyo de sectores de la Izquierda y de masas radicalizados, dar los primeros pasos en la acumulación de una fuerza y experiencia operativa armada, alentar en algunos sectores de masas la conciencia de que era necesario y posible avanzar directamente y proteger por sí mismos su lucha social.

Empezamos a realizar acciones de expropiación de bancos porque nuestras actividades políticas nos demandaban crecientes recursos. Las primeras acciones de expropiación no se reconocieron públicamente. Miguel puso siempre gran cuidado en planificar acciones que aprovecharan al máximo la sorpresa y la superioridad táctica para evitar el enfrentamiento armado, no dañar a los empleados y custodios de los bancos. Decía: "No somos terroristas, somos revolucionarios". Cuando se conoció que el MIR estaba asaltando bancos, la preocupación principal de Miguel fue explicar la razón de estas acciones, informar que el dinero que obteníamos se gastaba en las tareas militares y en apoyar a la organizaciones sociales. Le pidió un encuentro secreto a Darío Sainte Marie (Volpone), propietario de Clarín, el diario más popular. Le propuso darle todas las primicias de nuestras acciones a cambio de un trato justo en las páginas del diario. Un mes atrás habíamos expropiado la Sucursal Vega Poniente del Banco del Trabajo. Al mes siguiente volvimos a expropiarlo. El titular en primera plana de Clarín fue: "Cabros del MIR pasaron a recoger su mesada". Y en el texto contaban con lujo de detalles cómo habíamos llegado en jeep vestidos con uniformes del ejército simulando la reconstitución de escena del anterior asalto, engañando y reduciendo sin violencia a los carabineros que custodiaban el local, que luego habíamos repartido el dinero a los pobladores sin casa. Simultáneamente intensificamos acciones de propaganda armada en apoyo a conflictos obreros, tomas de terrenos, la organización de brigadas de autodefensa de masas, el impulso de acciones directas. Iniciamos el trabajo político clandestino en las Fuerzas Armadas, aprovechando vínculos familiares y sociales con miembros de esas instituciones (en algunas oportunidades Luciano Cruz se escondió en unidades militares). Dimos un importante empuje a las tareas de inteligencia no sólo hacia las instituciones militares y policiales, sino también hacia la derecha y sus grupos armados apoyados por las agencias norteamericanas.

LA LUCHA SOCIAL REVOLUCIONARIA

La prensa conservadora ha divulgado la imagen de que el MIR era sólo un grupo armado. Esto es totalmente falso. Más del 90% de los miembros del MIR estuvieron inmersos en el trabajo social y político revolucionario. Siempre pensamos que la movilización de las masas por sus intereses es el eje fundamental de la acumulación de fuerza revolucionaria. Es a partir de las reinvindicaciones económicas y sociales que atañen la vida inmediata de los sectores populares que los revolucionarios pueden contribuir a desarrollar la conciencia de masas sobre las formas de la dominación capitalista, de cómo los patrones y los burócratas estatales a su servicio oprimen, explotan y discriminan a los de abajo, y alentar la organización y lucha masiva que cuestione las instituciones del orden injusto.

Nosotros no inventamos la lucha por la reforma universitaria y el cogobierno estudiantil que tenían como trasfondo la concepción de una universidad comprometida con el pueblo. Lo que hicimos fue convocar a los estudiantes a que junto con luchar por la construcción de un nuevo tipo de universidad, nos volcáramos a las poblaciones, los sindicatos y el campo para impulsar una política revolucionaria.

Tampoco inventamos las corridas de cerco de los mapuches. Fueron ellos mismos los que, cansados de los interminables juicios en los tribunales que nada conseguían, decidieron ocupar las tierras arrebatadas a sus comunidades. Nosotros participamos en las primeras acciones y luego alentamos su reproducción, porque comprendimos que los mapuches no sólo estaban recuperando un pedazo de tierra que les pertenecía, sino que además su lucha contribuía a recuperar su dignidad y fortalecer su identidad como pueblo. Recuerdo que Jorge Fuentes, que fue uno de los primeros miristas que se movilizó a Arauco, nos contaba la necesidad de respetar sus prácticas tradicionales, que los jóvenes mapuches eran los más combativos pero que había que tener la aprobación de los lonkos y de la machi para realizar una corrida de cerco, cómo la formación de los primeros grupos milicianos reforzaba el ánimo de lucha pues los hacía continuadores de una resistencia ancestral, la necesidad de que nuestra propaganda rescatara la lengua mapuche, el afecto con que recibían a los compañeros en la reducciones a partir de que participaron en las corridas de cercos. En ese tiempo nosotros no percibíamos lo legítimo y necesario que es la lucha del pueblo mapuche por su autonomía y la constitución de un Estado plurinacional, pues pensábamos que su identidad sería respetada y dignificada dentro del proceso revolucionario global. La alianza entre los campesinos mapuches y los trabajadores agrícolas chilenos, se volvió fundamental porque los patrones de los fundos que habían arrebatado tierras a las reducciones trataban de enfrentar los huincas pobres a los mapuches. La alianza cristalizó: se unieron para ocupar los fundos completos, exigiendo al gobierno su expropiación. Esta necesidad no ha perdido validez hasta hoy: la alianza entre el pueblo mapuche y el pueblo pobre chileno es fundamental para que ambos puedan alcanzar sus objetivos como pueblos hermanos.

La toma de terrenos por pobladores urbanos se venía practicando desde los años 50 por los partidos de la Izquierda tradicional, y siguieron haciéndolo en los 60 y 70. Lo distintivo de los campamentos de pobladores en que participó el MIR a partir de 1969 fue que junto con la apropiación de un pedazo de tierra y de un techo se alentó el desarrollo de nuevas modalidades de convivencia. Los pobladores organizaron su autodefensa, formas de justicia popular, erradicaron los actos delictivos y el maltrato a las mujeres y los niños, desarrollaron prácticas solidarias para encarar los problemas de alimentación, salud, educación y recreación, ejercieron formas de democracia directa local. Estos campamentos se transformaron en focos de movilización revolucionaria, donde iban los pobladores de otros lugares a buscar experiencia y apoyo para hacer sus propias tomas.

Entre los trabajadores el MIR logró influencia inicial hacia 1969. En particular entre los obreros de la pequeña y mediana industria. Además de los paros, en algunos casos se llevaron a cabo acciones armadas de presión al sector patronal. Desde fines del 70 pasamos a impulsar el control obrero, las ocupaciones de fábricas, reclamando al gobierno de la UP su expropiación. No era sólo luchar por un mejor salario, o mejores condiciones trabajo, sino extender la democracia a las empresas y luchar por la socialización de la propiedad. Ello se acompañó por el desarrollo de nuevas formas de relaciones solidarias, igualitarias, participativas, un nuevo orden popular alternativo, similar al de los campamentos.

El MIR impulsó la extensión de la sindicalización de empleados y obreros urbanos y rurales, y su unificación en la CUT. Pero al mismo tiempo, alentamos la superación de la división tradicional entre organización reinvindicativa y organización política. Promovimos que los trabajadores, los pobladores, los campesinos, los estudiantes, etc., conformaran movimientos que fundieran la identidad social y la opción política revolucionaria. Así surgieron el FTR, MPR, MCR, FER, etc.

La política de masas impulsada por el MIR tuvo fuerte impacto. No porque tuviéramos un desarrollo orgánico tan amplio, sino porque la práctica de lucha social y política que alentábamos cuestionaba las bases mismas del orden democrático burgués establecido a partir de los años 30.

El proceso de ascenso y extensión de las movilizaciones de masas iniciado en 1967 comenzó por el movimiento estudiantil, luego por los sectores mapuche y pobladores, para extenderse a regiones campesinas y a los trabajadores de la pequeña y mediana industria, a los empleados y trabajadores del sector público, y finalmente al resto de la clase obrera sindicalizada. Comenzó por los sectores más pobres, más marginales, los que carecían de espacios y poder de negociación institucional donde resolver sus reinvindicaciones, donde las redes de clientela de los partidos tradicionales eran más débiles. No es casual que la inserción y desarrollo social del MIR comenzara por la juventud y los sectores populares más pobres, y que las formas de movilización de estos sectores fueran más radicales en la trasgresión del orden político y social vigente de cuyos limitados beneficios estaban marginados. Los manuales de marxismo-leninismo aseguraban que la vanguardia del proceso revolucionario sería la clase obrera industrial, pero la realidad no siempre hace caso a los manuales. Incluso hubo sectores de la "aristocracia obrera", como los mineros de El Teniente, que se sumaron a la derecha y a los gremios de la pequeña burguesía en su acción desestabilizadora del gobierno de la Unidad Popular.

El MIR pasó en poco tiempo de ser un movimiento constituido mayoritariamente por estudiantes a ser un movimiento de pobladores, trabajadores, campesinos y mapuches, un movimiento realmente popular. Se formó una camada de nuevos dirigentes cuyo liderazgo ya no venía de la universidad, sino del ascenso de las luchas populares, como Víctor Toro que fue fundador del MIR, pero que se convirtió en un dirigente poblador nacionalmente conocido a partir de los años 69-70; o el Mikey, Alejandro Villalobos, querido dirigente poblacional surgido de la Nueva Habana, más tarde asesinado por la dictadura militar; Juan Olivares, expresión de un nuevo sindicalismo revolucionario; Moisés Huentelaf, joven dirigente campesino mapuche, asesinado el año 1971 en el fundo Chesque por un grupo patronal armado; José Gregorio Liendo, quien en Neltume resistió con las armas el golpe militar del 73 y Miguel Cabrera (Paine), que encabezó en ese mismo lugar las tareas de preparación de la guerrilla rural en 1980; y como ellos, decenas de jóvenes líderes sociales revolucionarios.

Cuando en agosto de 1971, Luciano Cruz murió absurdamente en un accidente doméstico, miles y miles de pobladores, de jóvenes trabajadores y estudiantes, de campesinos y mapuches, acompañaron su féretro marchando por el centro de Santiago. Quedó en evidencia en ese momento que el MIR había logrado anidar en el corazón de los más pobres y marginados, y muy especialmente en la juventud popular.

LA COMUNICACION REVOLUCIONARIA

Otro aspecto al cual el MIR dio gran importancia y donde logró un desarrollo significativo es en la "acción comunicativa", es decir, la capacidad de elaborar, desarrollar y difundir la propuesta revolucionaria a amplios sectores de masas. Si revisamos los discursos y entrevistas de Miguel, las declaraciones de la dirección, nuestras publicaciones, programas radiales, afiches y volantes veremos que nuestra acción comunicativa se desarrollaba como un diálogo con diversos interlocutores. Con los sectores sociales populares desarrollábamos un diálogo inclusivo, en que nuestra acción comunicativa recogía sus expresiones y propuestas sistematizándolas, fundamentándolas, ajustándolas a lenguajes comunicativos (escritos, audiovisuales, artísticos, etc.), y difundiéndolas ampliamente. Una experiencia notable de esta acción la realizó un equipo que, encabezado por un militante mexicano, se volcaron al sector rural para recoger las reflexiones de los compañeros mapuches y campesinos sobre la lucha revolucionaria, sus formas de expresión, y sus símbolos, para luego editar el periódico, afiches y volantes del MCR con los temas e ideas centrales que ellos planteaban, su forma de hablar, su simbología y estética. Nuestra lucha ideológica siempre estaba referida a la situación social y política concreta. Al igual como dábamos nuestra opinión sobre todo hecho significativo, contestábamos permanentemente el discurso de la reacción y el reformismo.

Para impulrsar esta acción comunicativa tuvimos que esforzarnos por desarrollar una capacidad de intervención en ese campo. Buscamos la colaboración de intelectuales muy destacados como Andre Gunder Frank, Vasconi, Ruy Mauro Marini (que llegó a ser destacado miembro de nuestro Comité Central), Teotonio Dos Santos, etc. Ellos nos ayudaron a fundamentar teóricamente nuestra propuesta revolucionaria. Desde temprano había comenzado a colaborar con el MIR, Manuel Cabieses, entonces "joven" director de Punto Final (quien más tarde llegó a ser miembro del CC y de la CP), José Carrasco (miembro del CC), Augusto Carmona, que dirigió la toma del Canal 9, Máximo Gedda y Diana Arón, periodistas de TV, Mario Calderón Tapia de Valparaíso, Mario Díaz, y muchos periodistas más que desde los diversos medios en que trabajaban jugaron un papel fundamental.

También prestamos gran atención al desarrollo de una capacidad propia de comunicación. En todo núcleo mirista había un encargado de impulsar y coordinar las actividades de AGP, que a su vez eran respaldadas por los talleres locales y regionales (que contaban con medios rudimentarios de reproducción). Constantemente se estaba realizando una acción agitativa. Desarrollamos medios de comunicación nacionales como El Rebelde (quincenal), periódicos mensuales por frentes (MCR, FTR, etc.), programas de radio, actos de masas, y organizábamos campañas nacionales en las cuales se coordinaba el esfuerzo de todo el MIR y de las organizaciones sociales revolucionarias. En el período de la UP creamos una estructura nacional encargada de la producción y diseño creativo para los diversos medios comunicativos (lenguaje escrito, oral, plástico, audiovisual, musical, etc.), que generaron una verdadera "estética mirista". Bastaba mirar de lejos un afiche del MIR y se le identificaba de inmediato por su diseño y colorido. Adquirimos una imprenta y una radio.

En poco tiempo el MIR logró animar una amplia corriente revolucionaria en el movimiento artístico y cultural , destacando su presencia entre los cineastas, poetas y escritores, el teatro, la danza, la música, etc. El más entusiasta impulsor fue Bautista Van Schouwen, quien percibía con mucha claridad que la cultura se estaba constituyendo en un eje fundamental de la acumulación de fuerza revolucionaria.

Cuando un movimiento revolucionario logra avanzar en la generación de ideas fuerza, constituir una capacidad orgánica y política de intervención en la lucha de clases concreta, cuando forma militantes y cuadros con iniciativa táctica, desarrolla una acción comunicacional y cultural, es que está construyendo un liderazgo real. Un liderazgo colectivo, construido por muchos liderazgos personales, cimentado en una propuesta política y una práctica revolucionaria común.

Pero ya a mediados del 70 nos vimos obligados a realizar nuestro primer ajuste táctico importante.

LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES DE 1970

En marzo de 1970 estábamos en pleno desarrollo de nuestra pequeña ofensiva de acciones de propaganda armada, ligando éstas cada vez más a la movilización de masas. Pero la campaña con vistas a la elección de presidente de la República también estaba en pleno desarrollo. La clase dominante no logró ponerse de acuerdo y se dividió entre dos candidaturas: el Partido Nacional y los sectores más conservadores apoyaron al ex presidente Jorge Alessandri. La Democracia Cristiana postuló a Radomiro Tomic. Esta división favoreció a la candidatura de Salvador Allende, abanderado de la Unidad Popular. Pensábamos que era muy difícil que Allende ganara y si lo lograba, estábamos seguros que la reacción conspiraría para evitar que asumiera la presidencia. Desconfiábamos de que por la vía electoral los obreros y campesinos pudieran conquistar el poder y construir el socialismo. Pero no éramos ciegos y nos dábamos cuenta de que vastos sectores populares apoyaban a Allende, que tenían fe en la "vía chilena al socialismo" .

Tiempo después Miguel escribió explicando el necesario ajuste de nuestra táctica a la coyuntura electoral que hicimos en mayo de 1970: "Para ello formulamos una política que, en general, consistió en no llamar masivamente a la abstención electoral, en no proponernos el sabotaje electoral y en no desarrollar actividad electoral propiamente tal, pero al mismo tiempo reconocer, en el terreno electoral, a Allende la representación de los intereses de los trabajadores y a Tomic y Alessandri, la de los intereses de la clase dominante. Proclamar que si Allende triunfaba se desarrollaría una contraofensiva reaccionaria, y que nosotros, en ese caso, asumiríamos la defensa de lo conquistado por los trabajadores. Para todo ello nos propusimos las tareas de trabajo y movilización de los distintos sectores de masas, desarrollo de nuestra capacidad operativa, técnica e infraestructura, a la vez que seguir desarrollando operaciones por un período. También la preparación de un plan masivo de defensa ante la posibilidad del triunfo de Allende y para ello la ampliación de nuestras relaciones con otras organizaciones de Izquierda".

Desde diciembre del 69 estábamos en contacto con Allende a través de su hija Tati. Además de ser la más estrecha asistente del futuro presidente, de haber colaborado en la red clandestina del ELN boliviano cuando se preparaba la guerrilla del Che, y que como estudiante de medicina en Concepción había hecho amistad con Miguel, Beatriz Allende era mi prima preferida. También hacía de enlace la diputada Laura Allende, mi querida madre, que estando clandestinos nos buscaba ayudistas, arrendó secretamente varias casas de refugio, y alentaba a jóvenes socialistas de su distrito a incorporarse al MIR. Y el tercer "conspirador" era Osvaldo Puccio, antiguo y fiel secretario privado de Allende, que tenía un caserón de tres pisos en la calle Santo Domingo donde se escondía y reunía la dirección del MIR. En una ocasión, después de uno de los operativos de expropiación bancaria Miguel me pidió que guardara el dinero recuperado en la casa de Osvaldo. Al llegar a su casa con una maleta llena de dinero me percaté que había varios autos y cierto movimiento en el piso bajo de la casa. Pero como era habitual que hubiera visitas no me preocupé y subí por una escalera trasera al tercer piso donde había un pequeño departamento que ocupábamos para nuestros menesteres. Estaba yo ordenando el dinero, cuando entró Osvaldo muy agitado y al ver el dinero me dijo con los ojos muy abiertos: "¡Flaco! ¡No metas ruido y no se te ocurra bajar, que en el salón está el doctor (se refería a Allende) reunido con Patricio Rojas (demócrata cristiano, en ese momento el ministro del Interior del gobierno de Frei, es decir, el encargado de perseguirnos)!".

Allende valoró positivamente el planteamiento del MIR respecto a las elecciones presidenciales. Pero consideraba que las acciones armadas perjudicaban su candidatura, por lo cual decidió reunirse con Miguel para pedirle que paráramos los operativos. La reunión fue en una casa por Colón arriba. Los compañeros se encontraron con Allende en un barrio distante de Santiago, lo invitaron a subir en un auto nuestro, y después de varios contrachequeos para asegurarse de que nadie los seguía, llegaron a la casa donde Miguel y otros compañeros de la dirección lo estábamos esperando. Miguel le explicó el sentido y finalidad de las expropiaciones en el trabajo político y la preparación militar del MIR, sobre lo cual Allende naturalmente estaba en desacuerdo y planteó que perjudicaba su campaña electoral. En el transcurso de la conversación Miguel le manifestó nuestra preocupación de que la derecha le hiciera un atentado, y Allende pidió que el MIR le aportara un grupo de compañeros con preparación militar para reforzar su seguridad, lo que hicimos en los días siguientes. Cuando Allende comenzó a moverse en sus giras y actividades electorales protegido por estos compañeros armados, un periodista le preguntó quiénes eran. El candidato respondió: "Un grupo de amigos personales". Así nació el GAP. También se acordó con Allende colaborar en las actividades de inteligencia y trabajar coordinadamente con los partidos Socialista y Comunista en un plan de defensa del eventual triunfo electoral.

En julio detuvimos las acciones armadas, y nos volcamos a reforzar las tareas de inteligencia y preparación militar, además de continuar fortaleciendo orgánicamente el movimiento impulsando la movilización de masas por sus reinvindicaciones económicas. Poco antes de septiembre la dirección del MIR informó públicamente que sus militantes quedaban en libertad de votar por el candidato popular si así lo deseaban.

Allende ganó las elecciones presidenciales, pero por poco. Aventajó por 39 mil votos a Alessandri. Un mar de pueblo se volcó a la Alameda frente a la Federación de Estudiantes de Chile, gritando con ánimo festivo: "¡El que no salta es momio!". Rojas, el ministro del Interior de Frei, en combinación con el general Camilo Valenzuela, jefe militar de Santiago, autorizaron la manifestación de la Izquierda, pero al mismo tiempo demoraron la entrega de los resultados con el propósito de hacer aparecer a Alessandri como ganador y provocar un enfrentamiento que justificara la intervención y represión militar. Alessandri, un vanidoso oligarca a la antigua, no aceptó. Así se abrió un período de gran conmoción social. La derecha, agitando el terror comunista, alentó el pánico en la burguesía y sectores comenzaron a abandonar el país.

Se organizaron grupos armados por Patria y Libertad y otros sectores de ultra derecha, que llamaban abiertamente al golpe. La Democracia Cristiana intentó sin éxito que el Congreso declarara presidente electo a Alessandri, para que éste renunciara y abriera el paso a la reelección de Frei. Al ver cerrado ese camino el gobierno norteamericano impulsó y financió una conspiración con la complicidad de miembros del ejército y participación de Patria y Libertad, que consistía en la ejecución de una campaña de sabotajes, atentados, y el secuestro del general René Schneider, comandante en jefe del ejército de la corriente constitucionalista, partidario de respetar el resultado electoral, atribuyendo estas acciones al MIR y supuestos "grupos terroristas de Izquierda" para justificar una intervención militar que impediría que Allende asumiera. El equipo de informaciones del MIR, que encabezaba Luciano, logró a través de infiltración en Patria y Libertad detectar la conspiración, identificar parte de los responsables de las 21 acciones de atentados y sabotajes que llevaban realizadas, y conocer que planeaban provocar la intervención militar para el 22 de octubre. Hicimos la denuncia sobre la conspiración el día 21 entregando en una separata de Punto Final una detallada información que obligó al gobierno a actuar sobre Patria y Libertad, lo que replegó a sus vínculos militares. Lo que no detectamos fue la operación que preparaban contra Schneider. El día 22, a las 8 de la mañana, fue asesinado. Pero ya la intervención militar estaba frustrada, y asumió el mando del ejército, el general Carlos Prats, también de la línea constitucionalista. Después de la negociación de un Estatuto de Garantías Constitucionales con la Democracia Cristiana, a nuestro juicio una concesión innecesaria de la UP, el Congreso ratificó el triunfo de Allende y este asumió la presidencia el 3 de noviembre de 1970.

Culminaba así una coyuntura muy difícil, que creo que el MIR sorteó bien. Captamos que si bien había una crisis de la dominación oligárquica, un agotamiento del modelo económico y una creciente agitación social, todavía el sistema político conservaba suficiente legitimidad como para que la lucha de clases se encauzara a través del proceso electoral del cual no podíamos quedar al margen. Supimos ajustarnos a la coyuntura evitando el aislamiento político del movimiento en ascenso que se identificó con la propuesta allendista, sin perder nuestro perfil político, ni abandonar nuestros ejes estratégicos de acumulación de fuerza social y militar, continuando una permanente lucha ideológica revolucionaria. Aprendimos a maniobrar tácticamente, un arte político que a los movimientos revolucionarios que por naturaleza son inclinados al principismo les cuesta mucho ejercitar. Salimos fortalecidos de esa coyuntura.

Sigue...Parte 3

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