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Reconstruyamos la Historia

Se desata la guerra contra el pueblo
El MIR, 35 años
( Parte 5 )
Andres Pascal Allende - Punto Final, 7 de noviembre del 2000

Los golpistas implantaron el toque de queda. Al caer la noche del 11 de septiembre sobre Santiago, las calles de San Miguel estaban desiertas. Sólo escuchábamos el murmullo sordo de los transportes militares que trasladaban tropas y prisioneros por la cercana Gran Avenida. Aprovechando las sombras protectoras los miembros de la comisión política del MIR fuimos dispersándonos discretamente del lugar donde estábamos acuartelados hacia diversas casas cercanas donde nos dieron refugio. Con Bautista van Schouwen, Edgardo Enríquez, y otros compañeros, pasamos esa primera noche en vela, atentos al ruido de los vehículos militares que pasaban patrullando, conversando en voz baja para no despertar a los dueños de casa que seguramente estaban tan desvelados y alertas como nosotros. A la mañana siguiente me trasladé a casa de Mario, un empleado público allendista. El y su familia me acogieron con mucho cariño y siguieron apoyándome por mucho tiempo para que pudiera sobrevivir en la clandestinidad. Años después fueron detenidos, torturados y expulsados del país. Como ellos, muchas familias y personas con gran riesgo, generosidad y valentía ayudaron a los perseguidos por la dictadura. Estos "ayudistas", como los llamábamos, son los héroes anónimos pocas veces recordados que pusieron la primera piedra de la larga lucha antidictatorial.

Luego de eliminar los focos de resistencia inicial a su acción golpista del 11 de septiembre, los militares desplegaron durante las semanas siguientes un gigantesco operativo de búsqueda de dirigentes y militantes de los partidos de Izquierda, y de represión masiva. Miles de hogares fueron allanados, rastrillaron industrias, campus universitarios, oficinas públicas, barrios populares. Por la televisión y prensa se difundían fotos y listas de perseguidos, alentando a la población al soplonaje. Más de cien mil chilenos (y también centenares de extranjeros) sindicados de izquierdistas, o simplemente sospechosos, fueron detenidos en las primeras semanas, siendo llevados a unidades militares o concentrados en los estadios, donde fueron interrogados, un gran número torturados y muchos fusilados.

También la resistencia al golpe en el campo fue débil. Pero hubo grupos de militantes de Izquierda que se replegaron hacia zonas montañosas (Río Negro en la cordillera de la costa de Osorno, Nahuelbuta, Rahue Alto, Panguipulli donde un grupo de miristas encabezados por Gregorio Liendo se enfrentaron a los carabineros, etc.) y otros que cruzaron los pasos cordilleranos hacia Argentina. El terror se extendió en las áreas rurales donde participaron en la represión, además de los uniformados, muchos grupos patronales.

Nunca se conocerán cifras exactas de chilenos que fueron asesinados el día del golpe y en los meses siguientes. Pero organismos internacionales consideran que se acercan a los quince mil. Los detenidos se estima que superaron los 150 mil, ya que sólo por los campos de concentración pasaron más de 45 mil prisioneros. Decenas de miles fueron expulsados del país o salieron asilándose en embajadas (sólo durante el primer mes de dictadura, los gobiernos extranjeros, pidieron más de diez mil salvoconductos), además de los cientos que huyeron a través de pasos fronterizos.

A la represión física, se agregó la represión institucional. Desde el primer momento la Corte Suprema apoyó el golpe y legitimó la Junta Militar de Gobierno, subordinando el sistema de justicia civil a la arbitraria "justicia militar" y negándose a respetar el derecho de habeas corpus. El 12 de septiembre la Junta Militar declaró interinos a todos los empleados públicos; el 17 ilegalizó la CUT; el 24 disolvió el Congreso; el 1º de octubre intervino con rectores militares todas las universidades; el 8 ilegalizó todos los partidos de Izquierda. Sólo en el sector público fueron exonerados 50 mil empleados; cerca de cinco mil funcionarios y académicos, y más de veinte mil estudiantes fueron expulsados de las universidades. Nadie sabe a cuántos miles de obreros industriales y trabajadores agrícolas los echaron. Ni tampoco se ha hecho una cuenta cierta de cuántas casas y vehículos fueron arrebatados, cuántos hogares fueron saqueados, cuántos negocios, campos, y otros bienes fueron robados por los militares y la derecha golpista. Tampoco se ha destapado jamás la nauseabunda olla del saqueo de los bienes estatales que bajo la figura de las "privatizaciones" enriquecieron a altos oficiales y a sus aliados empresarios.

En toda la historia republicana, ni bajo la colonia española, hubo en nuestra patria un genocidio tan masivo, ni se emplearon métodos represivos tan brutales, ni se desató una persecución institucional tan extendida, ni se realizó un robo tan grande de bienes sociales, como los llevados a cabo por la dictadura militar. Esta guerra al pueblo fue alentada, avalada y apoyada, no sólo por la derecha política y económica, sino también por dirigentes democratacristianos como el ex presidente Patricio Aylwin que justificó el golpe militar comparando a Allende con Hitler, o el ex presidente Frei Montalva que agradeció públicamente a los militares golpistas que "salvaron a la patria". Incluso hubo sectores de la jerarquía eclesiástica que ensuciaron la palabra de Dios para legitimar abiertamente tan terrible violación de los derechos humanos de su pueblo. No es de extrañar, que todos traten de silenciar y hacer olvidar esa terrible realidad, reclamando el perdón de los crímenes y la reconciliación con los criminales. Lo increíble es que en ese propósito cuenten hoy con la ayuda de autoridades gubernamentales y dirigentes políticos concertacionistas que participaron en la UP y fueron compañeros de las víctimas de esa verdadera guerra al pueblo.

INICIO DE LA RESISTENCIA POPULAR

Después del golpe nuestros esfuerzos se centraron en la reorganización clandestina del MIR. No era tarea fácil sumergir un movimiento que se había desarrollado bajo condiciones de amplias libertades democráticas y de lucha política y social abierta. Nos ayudó la experiencia clandestina de los años 69-70, que en el período de la UP mantuvimos ciertas normas de seguridad, y que previo al golpe la dirección preparó algunas casas de seguridad, depósitos clandestinos de armas, habilitación de documentación falsa, y otros medios de clandestinidad. Pero no era suficiente para asegurar el resguardo de los dirigentes nacionales y regionales, y de varios cientos de cuadros y militantes perseguidos por la dictadura.

Miguel nos dio el ejemplo: premunido de la documentación que respaldaba su nueva identidad como un profesional acomodado y militante del derechista Partido Nacional, sin bigotes y con el pelo rizado, vestido elegantemente, se movilizaba en auto acompañado de Carmen Castillo reconectando compañeros, consiguiéndoles casas de seguridad y trasladándolos; organizando puntos de contacto, sistemas de enlaces y traslado de mensajes que aseguraran la comunicación secreta entre los cuadros de dirección; orientando a éstos en las tareas de reorganización clandestina, normas de compartimentación a aplicar en las estructuras partidarias, y formas de revincularse con los frentes sociales; impulsando la retoma de contacto con las provincias; planificando la recuperación de algunos armamentos y la reestructuración de las tareas de resistencia; el establecimiento de contacto con los demás partidos de Izquierda y sectores antigolpistas de la DC, para alentar la unidad antidictatorial; el desarrollo de las comunicaciones con el exterior que permitieran canalizar el apoyo internacional y en especial el proceso de constitución de la Junta de Coordinación Revolucionaria del Cono Sur, con el PRT-ERP en Argentina, los Tupamaros en Uruguay y el ELN en Bolivia.

Hacia fines de 1973, la comisión política y el grueso de los dirigentes nacionales, así como varios centenares de cuadros medios y militantes habíamos logrado resguardarnos en la clandestinidad y avanzábamos en la restructuración del MIR. Incluso uno de los principales problemas, la reorganización de muchos dirigentes y cuadros de provincias que se habían replegado a Santiago, agrupándose en lo que llamamos las "colonias", empezaba a solucionarse con su distribución hacia otras regiones del país donde no eran conocidos.

Con el tiempo ha sido posible formarse una idea más completa de lo brutal y masiva que fue la represión, pero en las primeras semanas era difícil medir cuánto había afectado al movimiento de masas, a los demás partidos de la Izquierda e incluso a nuestra propia organización.

En esas primeras semanas había un sentimiento de incredulidad. Corrían rumores de que el general Carlos Prats estaba rearticulando a los sectores democráticos de las FF.AA. Se comentaba que Carlos Altamirano (secretario general del Partido Socialista) permanecía en la clandestinidad. Aunque Corvalán había sido detenido a fines de septiembre, se decía que el Partido Comunista se reorganizaba bajo la conducción del subsecretario, Víctor Díaz. Recibíamos informaciones de que en sectores de base de la Izquierda persistía un ánimo de lucha, de que había grupos obreros que realizaban formas de sabotaje en sus industrias, que en las poblaciones se conformaban redes de apoyo, en los campos de concentración los compañeros se organizaban unitariamente y mantenían su espíritu en alto.

Nuestro juicio era que la represión había forzado al movimiento de masas a un profundo repliegue, que sus organizaciones estaban fuertemente golpeadas, pero que no había sido aplastado. Percibíamos que en sectores medios que habían apoyado el golpe, el entusiasmo inicial daba paso a un cierto desencanto con el gobierno militar. Ello abría la expectativa de contradicciones en la base social golpista, que en un futuro cercano sería posible atraer a la pequeña burguesía al campo democrático y quebrar el bloque dictatorial. La declaración de condena al golpe militar que dieron a conocer Tomic, Leighton y Fuentealba, fue un signo alentador. Confiábamos en que la larga tradición democrática de los sectores medios, así como las tradiciones sindicales, la gran politización del campo popular, y el peso de los partidos políticos, serían factores que favorecerían la conformación de un amplio bloque contra el gobierno autoritario. También nos entusiasmaba el repudio mundial contra el gobierno militar y el enorme movimiento exterior de solidaridad con la lucha antidictatorial.

Valorábamos de que a pesar de la represión, el MIR tenía condiciones favorables para imprimirle un carácter revolucionario al movimiento de resistencia. Considerábamos que la caída del gobierno de la UP era la derrota de los reformistas, pero no de los revolucionarios. Era efectivo que las políticas revolucionarias habían ganado una mayor legitimidad en el movimiento popular. Pero hoy creo que nos equivocamos al no apreciar que con la dictadura militar el movimiento popular en su conjunto, incluido los revolucionarios, habíamos sufrido una profunda derrota histórica.

Fue este conjunto de factores y apreciaciones los que llevaron a la dirección a levantar la consigna "el MIR no se asila" y a proponernos mantener a todos los dirigentes y los militantes en la clandestinidad. Muchas veces me han preguntado si acaso fue una locura, una política errada. Es evidente que esa política fue motivada en parte por una apreciación incorrecta sobre la profundidad de la derrota, así como una subvaloración de la fortaleza política del gobierno dictatorial y su capacidad represiva. También nos equivocamos al creer que podríamos construir en poco tiempo una clandestinidad capaz de proteger al conjunto de nuestro movimiento e impulsar con rapidez un vasto bloque antidictatorial. Pero al mismo tiempo, nuestra opción tuvo una dimensión ética y política correcta. En las semanas siguientes al golpe, la mayoría de los dirigentes de los partidos de la Izquierda tradicional se asilaron por iniciativa propia u orientación de sus partidos. Aunque fuera comprensible que lo hicieran porque no tenían otra forma de evitar la prisión, o incluso la muerte, esto provocó una imagen de desbande y desmoralización en las bases del movimiento popular que no tenía las mismas posibilidades de exiliarse y que se sintieron abandonadas. Ante esa situación pensamos que era fundamental rescatar el ejemplo moral del presidente Allende, que resistió a los golpistas con un arma en las manos, sin abandonar la responsabilidad que le había dado su pueblo. Como el propio Allende se lo había mandado a decir a Miguel, nos tocaba a nosotros continuar esa resistencia, impulsando junto al pueblo y al resto de la Izquierda, la construcción de un movimiento democrático revolucionario capaz de derrocar la dictadura y abrir nuevamente las grandes alamedas de la soberanía popular. Nuestro error fue aplicar la política de rechazo al asilo y de mantener a los dirigentes y militantes perseguidos en Chile como una cuestión de principio estratégico, inflexible, cuando en realidad la correlación de fuerza real y las condiciones represivas exigían manejarse con mayor cautela y flexibilidad táctica. Pero este error no invalida que la decisión del MIR, y también del PC y sectores del PS, de reorganizar desde la clandestinidad direcciones y estructuras partidarias que impulsaran la lucha de resistencia fuera una línea política y moralmente correcta. Hay sectores venidos de la Izquierda que, encantados por las regalías, las concepciones, y las prácticas esencialmente corruptas, oportunistas y manipuladoras que imperan en las alturas del actual sistema político institucional, pretenden justificar sus abandonos desvirtuando la resistencia popular como una visión estérilmente heroica de la política. Ellos no comprenden que no se trata de una concepción heroica, sino que la política revolucionaria además de buscar la racionalidad estratégica y la eficacia táctica, requiere también de un fuerte componente ético, de consecuencia personal y de lealtad.

TACTICA ANTIDICTATORIAL DEL MIR

Con la dictadura militar las clases dominantes abrieron un período contrarrevolucionario. Lograron derrotar (aunque no aniquilar) el movimiento popular y revolucionario en ascenso, desarticular represivamente a las organizaciones de masas y forzar a éstas a un profundo reflujo. Establecieron así las condiciones para iniciar un proceso de reestructuración y consolidación de la dominación oligárquica, y para intentar superar la crisis del modelo capitalista de acumulación capitalista que se arrastraba desde hacía dos décadas. Las condiciones de la lucha habían cambiado totalmente. En diciembre de 1973, a través de un documento escrito por Miguel, la comisión política propuso la nueva táctica del MIR para el período dictatorial.

A esa altura era evidente que el grueso del bloque dictatorial no tenía intenciones de restaurar el viejo Estado democrático burgués que había sido la forma "normal" de representar y consensuar los intereses de las diversas fracciones burguesas y ofrecer un cierto espacio de participación subordinada a los sectores medios y populares. Por el contrario, todo apuntaba a la prolongación del Estado de "excepción", que concentraba en el gobierno castrense la suma de poderes ejecutivo, judicial y legislativo, eliminando toda forma de representación electoral y disolviendo y/o recesando los partidos políticos y las organizaciones sociales, permitiendo así que el proceso contrarrevolucionario fuera encarado con autonomía y de forma expedita, apoyado en la fuerza armada. Esto era necesario no sólo para restablecer una política de superexplotación de los trabajadores e impedir la reemergencia del movimiento popular y revolucionario mediante la continuación del estado de guerra interno, sino también para resolver las contradicciones que comenzaban a aparecer en el propio bloque social dictatorial.

Desde un primer momento todos los partidos de Izquierda coincidimos en que era necesario alentar una amplia política de alianza antidictatorial que atrajera a los sectores sociales y políticos que comenzaban a entrar en contradicción con el gobierno militar, pero concebimos ejes estratégicos distintos para el desarrollo de esta política. El Partido Comunista, sectores del Socialista, del Radical y del MAPU, entendían que el eje de la estrategia antidictatorial de la Izquierda pasaba por rescatar a la burguesía democrática (como caracterizaban ellos al conjunto del PDC y la derecha "liberal"). Para esto debía evitarse las formas de lucha violenta que alejaran a estos sectores.

Justificaban esta política con la caracterización del gobierno militar como una "dictadura fascista". Nosotros diferimos porque, si bien los métodos represivos de la Junta eran tan brutales como los de los gobiernos fascistas europeos, ella carecía de la amplia base de apoyo social obrera, campesina y pequeña burguesa que llevó al fascismo histórico al poder. En el caso chileno las amplias masas populares podían estar golpeadas, desorganizadas, en profundo repliegue, pero se oponían a la dictadura. Incluso crecientes sectores de la pequeña burguesía asalariada y propietaria que apoyaron el golpe, descontentos por las alzas, la desocupación, la falta de libertades comenzaban a distanciarse del régimen. La dictadura se asemejaba más a las "dictaduras gorilas" de otros países latinoamericanos, es decir, gobiernos autoritarios contrainsurgentes que se apoyaban en las instituciones militares como cuerpo, pero carecían de gran apoyo social. Tras esta discusión aparentemente académica, se escondía una diferencia estratégica importante con el PC. Para el MIR el eje de la estrategia antidictatorial pasaba por el desarrollo de un amplio movimiento de resistencia popular que uniera a los sectores populares y atrajera a la pequeña burguesía democrática. No nos oponíamos a la acción táctica conjunta con los sectores de la burguesía que entraran en contradicción con la Junta Militar, pero dudábamos de que estuvieran dispuestos a desarrollar una activa lucha democrática y menos aún unirse en un mismo bloque con la Izquierda. Sólo el avance de la lucha social, política y violenta de las masas contra el gobierno militar lograría arrastrar a la oposición burguesa a una activa lucha democrática. En conclusión, el MIR postulaba que la lucha contra la tiranía militar debía descansar en la fuerza propia del pueblo organizado, el cual no debía sacrificar su independencia, ni dejar de desarrollar todas las formas de lucha, entre ellas la resistencia armada que jugaría un papel principal en el derrocamiento de la dictadura.

Con la implantación del nuevo período contrarrevolucionario la conquista del poder había dejado de estar a la orden del día. Los objetivos programáticos pasaban a ser la lucha contra la represión, por el término del estado de guerra y el restablecimiento de la justicia, por mejores condiciones de vida del pueblo, por los derechos y libertades democráticas, por el derrocamiento de la dictadura y por la convocatoria de una Asamblea Constituyente que garantizan "el derecho de las mayorías a decidir su propio destino". Ello no significaba abandonar nuestros objetivos revolucionarios, pero sí comprender que sólo a través de la lucha democrática podríamos acumular una fuerza estratégica revolucionaria. Dependería de la fuerza popular acumulada que la lucha antidictatorial desembocara en la sola recuperación de una democracia formal, o en la conquista de una democracia revolucionaria sustentada en la construcción del poder popular.

Se alentó como tarea política central el impulso de la unidad de la Izquierda en el desarrollo de la resistencia popular. Se trataba de construir alianzas desde la base, en el marco de la lucha antidictatorial conjunta, y no limitarse a la búsqueda de entendimientos por arriba.

En lo que respecta a las formas de lucha se orientó el empleo flexible de todas. Aunque la represión dictatorial obligaba a darle un peso mucho mayor a las formas ilegales de lucha, no había que despreciar los limitados espacios de actividad institucional y legal que pudieran persistir. Se impulsó la formación de comites clandestinos de resistencia popular, revalorando los espacios territoriales hasta llegar a desarrollar cordones de resistencia por comunas que coordinaran en el futuro las luchas antidictatoriales. En cuanto la resistencia armada, se insistió en el desarrollo de una lucha militar vinculada a las masas, ligada a sus intereses y condiciones concretas, evitando acciones vanguardistas que alejaran a las masas de la resistencia popular.

LA REPRESION SELECTIVA

Al cabo de pocas semanas el gobierno militar constató que con sus operaciones de represión masiva había logrado desarticular las organizaciones de masas y buena parte de los partidos de Izquierda, pero que no había conseguido aplastar al MIR ni al PC, que estaban reorganizándose desde la clandestinidad. Era necesario centralizar una capacidad de inteligencia y acción contrainsurgente que permitiera desarrollar una represión selectiva más eficaz. Pinochet formó la DINA en noviembre de 1973, designando al coronel Manuel Contreras, quien reclutó cientos de miembros de las distintas ramas de las FF.AA. y los concentró en Tejas Verdes para formarlos con la ayuda de oficiales norteamericanos, israelitas y brasileños, en las técnicas de vigilancia, chequeo, arresto, interrogatorio y tortura, infiltración, aniquilamiento y desaparición de personas, contrainteligencia, operaciones psicológicas, etc.

A fines de noviembre de 1973, mi compañera había arrendado con la ayuda de un familiar una casita en La Florida, donde nos fuimos a vivir con nuestra pequeña hija, Pepa, asumiendo personalidades falsas. El fiel y querido James (Patricio Munita), que me apoyaba en las tareas de seguridad, aparentaba ser un hermano de Mary Ann que visitaba la casa. Unas dos o tres semanas más tarde Miguel me pidió que alojara a Van Schouwen en nuestra vivienda porque había tenido que dejar su casa de seguridad. James lo recogió en un punto de contacto y lo trajo escondido en el auto a la casita de La Florida. A pesar de nuestro esfuerzo por convencerlo de que se podía quedar con nosotros todo el tiempo que fuera necesario, de que era un lugar seguro y que nadie se daría cuenta que estaba oculto en la casa, Bauchi insistía en trasladarse a otro lugar.

Consideraba que era muy arriesgado que dos miembros de la comisión política estuvieran en el mismo lugar. Tanto insistió que James le ofreció llevarlo a la parroquia de los Capuchinos, donde un cura estaba dispuesto a recibirlo. Pero ya con Bauchi en la parroquia ese cura, poseído por el pánico, fue a consultar a su amigo de más confianza, un reaccionario vinculado a los militares, qué podía hacer. Y éste no dudó en faltar a la confianza de su amigo cura para denunciar a los militares la presencia de los "terroristas". La noche del 13 de diciembre los militares irrumpieron en la parroquia deteniendo a Bauchi y a James. Nuestros compañeros fueron brutalmente torturados y asesinados. Ninguno entregó la casita de La Florida donde me ocultaba con mi familia. La caída de Bauchi y James fue un golpe muy duro para todos nosotros, sobre todo para Miguel pues Bauchi, además de haber sido su cuñado, fue su más íntimo amigo y compañero, un verdadero hermano que desde muchacho lo había acompañado en la vida y en la lucha.

La primera caída de un miembro de la comisión política constituyó un alerta, aunque lo valoramos como un golpe aislado, casi circunstancial. Pero a partir de marzo de 1974 recibimos una serie de golpes represivos: Arturo Villabela (se resistió y cayó herido), Roberto Moreno, Luis Retamal, Ricardo Ruz, Catalán, José, Vilo, Paine, y otros militantes fueron detenidos por el SIFA y llevados a la Academia de Guerra Aérea (AGA). Estos golpes no eran ya circunstanciales. Evidenciaban debilidades en nuestra seguridad, pero también la fragilidad de nuestra clandestinidad. En abril fue detenido Víctor Toro. En mayo cayó en Lautaro, junto a seis compañeros, Víctor Molfiqueo (el Manque), dirigente campesino; en Temuco, otro grupo más grande de compañeros fue detenido; y volvimos a sufrir golpes represivos en la capital. Habíamos perdido entre compañeros muertos y detenidos, más del 40% de la CP y del comité central.

En junio, después de una evaluación muy crítica de la situación de seguridad, la CP decidió introducir importantes rectificaciones en nuestra política de construcción clandestina. En primer lugar, concluimos que nos habíamos propuesto un nivel de tareas superiores a las condiciones de nuestra organización, proponiendo reducir el ritmo de actividades y aplicar medidas de seguridad, compartimentación, funcionamiento, comunicaciones, etc., mucho más rigurosas. De hecho, implicaba postergar la retoma de la iniciativa táctica que a través de acciones de propaganda armada preparábamos para el segundo semestre del 74 y realizar en cambio un repliegue interno para construir una clandestinidad más profunda. Acordamos flexibilizar nuestra decisión de mantener la dirección en Chile. Ya en abril habíamos aprobado la salida de Edgardo Enríquez, para hacerse cargo del trabajo exterior. En junio decidimos replegar un tercio de los miembros de la CP y el CC para resguardarlos de la represión, mantener otro tanto en Chile dedicados exclusivamente al fortalecimiento de su seguridad, y sólo un tercio asignarlo a "tareas de choque". Pero lo más importante es que, con la oposición de Miguel, el resto de la CP aprobó su repliegue secreto al exterior. Por decisión unánime, fui designado sustituto del secretario general y responsable de las tareas en el interior.

Se acordó completar las instancias de dirección mediante la cooptación de nuevos cuadros al CC y a la CP, designándose entre estos últimos a Dagoberto Pérez y Hernán Aguiló. También se promovieron al CC compañeros que se encontraban en los campos de concentración, orientando a los militantes presos a que, a través de sus familiares, impulsaran también la resistencia popular. Por primera vez se planteó desarrollar la lucha antidictatorial a partir de militantes que estaban expuestos a la represión.

Aunque Miguel aceptó formalmente su repliegue al exterior, fue demorando el traspaso de las tareas de dirección. En esos meses nos habíamos trasladado con mi familia a vivir en una parcela en La Pintana. Nuestra fachada era un criadero de gallinas. A Miguel le gustaba visitarnos con mi hija Camila y su hija Javiera, que jugaban con Pepita, mientras nosotros conversábamos sobre los asuntos del partido. Ya habíamos decidido enviar a las niñas al exterior, así que procurábamos gozar lo más posible de su estadía con nosotros. A Miguel le encantaban los huevos revueltos con ketchup. Le divertía ir con las niñas al gallinero a recoger huevos frescos que comería al desayuno. Fácilmente se podía comer siete o más huevos de una vez.

Las readecuaciones de nuestra clandestinidad no lograron resguardar nuestra organización. Durante junio y julio seguimos recibiendo golpes, pero ahora también los asestaba la DINA. El comandante Edgar Ceballos, con autorización de la FACH, intentó aprovechar nuestra difícil situación para negociar la rendición del MIR, ofreciendo la salida de nuestros dirigentes presos y clandestinos al exterior. A principios de agosto decidimos aparentar que aceptábamos abrir negociaciones, exigiendo que se reconociera la detención de nuestros compañeros y se autorizara que fueran visitados por mi madre, Laura Allende, y el obispo Camus, lo que se concretó el 30 de agosto. Logrado este objetivo que hacía más difícil que nuestros compañeros fueran asesinados, el MIR informó públicamente de los propósitos del SIFA, de la constatación con testigos de que nuestros compañeros estaban vivos, y del rechazo a toda negociación con la dictadura.

El 21 de septiembre la DINA logró detener a Lumi Videla. Al día siguiente cayó Sergio Pérez, su compañero. Al subsiguiente cayeron tres militantes del mismo equipo, que por estar encargados de las comunicaciones con los regionales estaban muy vinculados con Miguel. La represión estaba acercándose peligrosamente. Conocían los barrios por donde se movía y posiblemente vivía Miguel, conocían que su compañera, Carmen, estaba embarazada. El 4 de octubre, Miguel llegó temprano a nuestra parcela en La Pintana, para advertirnos que no fuéramos a un punto de contacto a través del cual yo debía asumir tareas de choque. En la tarde Miguel, acompañado de Humberto Sotomayor, asistió a un contacto cerca de la Piscina Mundt donde la DINA los estaba esperando: lograron salir de la trampa a balazos.

EL GOLPE MAS DEMOLEDOR

La DINA venía desde hace días recorriendo los barrios de la zona sur de Santiago donde calculaba que podría ocultarse Miguel. Con una foto de Carmen Castillo iban preguntando en los almacenes y entre vecinos de los barrios. El 5 de octubre, lograron ubicar la casa de Miguel y Carmen en calle Santa Fe. Además de Miguel, allí se encontraban Humberto Sotomayor y José Bordaz. Alrededor de las 13 horas Miguel vio a dos vehículos sospechosos pasar lentamente y alertó al resto de los compañeros para prepararse a abandonar la vivienda. En eso volvió Carmen que realizaba gestiones para conseguir otra casa. Presentían desde hacía días que la casa de Santa Fe ya no era segura. Cuando se dirigían al garage para marcharse, la DINA comenzó a atacar la casa. Cuenta Carmen que Miguel con su fusil AKA respondió abriendo fuego desde una ventana de la sala. Ella lo hizo con una metralleta Scorpio desde la ventana del dormitorio. Sotomayor y Bordaz dispararon desde otras posiciones para abrirse paso hacia la ruta de escape prevista por el patio posterior hacia casas vecinas. Después de unos minutos, el tiroteo cesó y Miguel le hizo señas desde la puerta para que escaparan por el patio. En ese momento una granada hizo explosión, hiriéndolos.

Ella recuerda que al tratar de incorporarse, sin lograrlo, vio a Miguel tirado en el suelo en el pasadizo que separaba la casa del garage, con la cara ensangrentada, con el fusil en la mano, mirándola con ojos vivos pero respirando con dificultad. Ella, que estaba mal herida, perdió el conocimiento y no supo qué sucedió con Sotomayor y Bordaz. Este último relató posteriormente que Sotomayor, que es médico, le informó que Miguel estaba muerto de un balazo en la cara, y lo instó a escapar por la ruta establecida, lo que ambos hicieron. Carmen recuerda que después recuperó momentáneamente el conocimiento y pudo ver a Miguel parapetado en un muro del garage, con el pómulo ensangrentado, disparando hacia la calle con mucha serenidad. Un gran número de efectivos de la DINA al mando del capitán Krasnoff Marchenko siguieron disparando. A las dos horas de iniciado el combate murió Miguel Enríquez, con diez heridas en el cuerpo, solo frente a sus enemigos, sin rendirse, consecuente con sus convicciones revolucionarias, leal a su pueblo, y mirando con la frente en alto a la historia.

(Continuará)

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