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Kintto Lucas

El día gris se pone un poco a tono con sus recuerdos. El Penal de Punta Carretas está impávido, lleno de signos, lleno de fantasmas que atraviesan sus muros sin necesidad de túneles. Allá por 1971 era asiduo visitante de esa cárcel que está cerca del mar. Desde junio de ese año su hermano Enrique estaba detenido por pertenecer a los tupamaros. La visita era los sábados. Por esos días Cachito tenía 10 años y una mirada triste, pero nunca faltaba.

La visita para él era todo un rito: levantarse a las cinco de la mañana, tomar un ómnibus, llegar mucho antes de la hora, parar en el boliche ubicado frente a la entrada, tomarse un capuchino con bizcochos -una de las razones por las cuales no faltaba -, pasar por la revisación sin que lo revisaran por ser gurí, llegar hasta el lugar donde estaban los detenidos, charlar, salir, pasar nuevamente por la revisación, llegar a la calle, caminar hacia la costa y sentir aquella sensación inexplicable que le producía el mar y su libertad, para luego volverse nuevamente hacia la mole con su encierro.

En julio se fugaron 38 tupamaras de la cárcel de mujeres. En agosto prohibieron las visitas a Punta Carretas. La única oportunidad de que los presos se comunicaran con sus familiares era la carta. En una de ellas, Enrique decía: "Estoy bien, con muchas ganas de verlos, pero por ahora parece que no será posible. No se preocupen por mi, la cosa está tranquila; me paso leyendo, también me están enseñando a trabajar en cuero y por otro lado tengo que cocinar. Espero que estén bien; cuídense mucho (ojo con las llegadas tarde) porque según pude escuchar la cosa está poniéndose brava. No duerman en la pieza de adelante. Tráiganme los libros de poesía que andan por ahí, cuando tengan tiempo. Escríbanme. La carta tiene que abarcar una carilla con letra de imprenta (para la censura, porque las leen antes de entregarlas); la dejan en la entrada. El ánimo es alto. !Adelante! (Penal de Punta Carretas, Categoría Especial, Celda 258).

La cosa se estaba poniendo brava: los asesinatos del escuadrón de la muerte se sucedían y los atentados contra casas de militantes de izquierda aumentaban. Cierto día se reanudaron las visitas, y volvió la rutina de cada sábado. Ahora sí, todos eran revisados. Pero los gurises chicos pasaban por el mismo lado que las mujeres. A Cachito nunca lo revisaban. ¿Para qué revisar a los niños?, decían las agentes. Sin embargo a las mujeres las hacían desnudar.

Aprovechándose de la ventaja que significaba la "no revisación", Cachito sacaba información en pequeños papelitos que luego eran recogidos por alguien en un boliche. No tenía miedo. "Otros niños deben hacer lo mismo", pensaba. Y además ya tenía la coartada: "Si me agarran, la consigna es no sé nada me los pusieron, pero no recuerdo quien". Obviamente que si obtenían esos papelitos era muy posible que llegaran al autor. Por otra parte al primero que irían sería al hermano. Nunca pasó nada.

El sábado 7 de septiembre los familiares de Enrique van al Penal llevándole un par de botas que les había pedido la semana anterior. La alegría era común en las vistas. El chiste, la jodedera... Aquel día, el ambiente era más festivo. En la despedida el "hasta la semana que viene y buen fin de semana", tuvieron un énfasis poco común en los presos. Algo anunciaba.

A las 4 y 10 de la mañana del lunes un señor llama a la Jefatura de Policía.

- Soy el propietario de una de las casas que están frente al Penal de Punta Carretas, por Ellauri. Se acaban de fugar como cien presos.

- No puede ser. Espere un momento que llamamos a la cárcel... Dicen en la cárcel que todo está normal.

- Pero señor hicieron un túnel que desemboca en mi casa. No le estoy mintiendo.

- Disculpe pero no moleste señor.

Minutos después de esa conversación el Director del Penal pasó con una linterna por las celdas.

- !No hay nadie!

- !Acá tampoco!

La bronca le saltaba. Los presos que se quedaron, miraban por las mirillas de sus celdas y se reían. "Ojalá les vaya bien", pensaban.

Los operativos policiales no se hicieron esperar. En la casa de la familia de Enrique, Cachito se despierta apuntado por una ametralladora. El militar al ver que estaba tapado hasta la cabeza le quita la frazada, no se da cuenta que es un niño. Cuando lo ve queda un poco nervioso y baja el arma. El niño se asusta pero no mucho, lo suficiente. Estaba bastante acostumbrado a que la fuerzas conjuntas allanaran su casa y se llevaran preso alguno de sus hermanos.

- Buscamos a Enrique Joaquín.

- Está preso en Punta Carretas, contestó la madre.

- Se acaba de fugar.

- No sabíamos, ¿cómo fue?, pregunta un hermano.

- Se escaparon 30 presos.

Hubo cierto regocijo. Más allá de que Enrique hubiera escapado o no entre los 30, era un golpe histórico al gobierno.

- ¿Usted como se llama?

- Joaquín Enrique

- ¿Me está tomando el pelo?

- Yo soy el que le sigue a Enrique... nos llamamos así.

- Me va a tener que acompañar.

- Espere, y cómo sé que ustedes no son del escuadrón de la muerte, retruca otro hermano.

- No se preocupe, pero si usted quiere venir junto...

- No, dejá. Cuando se den cuenta que no soy Enrique me largan.

- Si no es, no va a tener problemas.

Y se llevaron a Joaquín. Montevideo estaba sitiada por el ejército que desde aquel día tomaba el exclusivo combate a los tupamaros. Horas después llegó la noticia: "los presos evadidos son 106, quienes atravesaron la calle por un túnel construido durante un par de meses". Enrique no se había fugado. Se cambió de celda el día antes y dejó su lugar en la que daba hacia el túnel.

Luego de la fuga, junto a los pocos tupas "peligrosos" que quedaban, fue trasladado al Penal de Punta de Rieles, una cárcel con estilo de campo de concentración ubicada a pocos quilómetros del centro de Montevideo. Después de algunos meses fue desterrado a Chile donde pasaría a integrar la dirección tupamara en el exterior. Cuba, Buenos Aires, la dirección de la Junta de Coordinación Revolucionaria, Bolivia... y en una esquina de Cochabamba la vida le jugó una mala pasada. De los fugados, una gran parte volvería tiempo después a la cárcel y estarían presos más de 12 años, otros serían asesinados por el ejército. Joaquín Enrique se marchó, mirando el mar del Caribe.

Hoy, Cachito recuerda aquellos tiempos frente a la ex cárcel, 29 años después, mirando cientos de personas comprando regalos para Navidad en los locales del Punta Carretas Shoping Center.

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