Por qué me he negado a servir en los territorios ocupados

x Noam Sheizaf

Reflexiones de un soldado israelí sobre la ocupación de Gaza y Cisjordania

¿Por qué me he negado a servir en los Territorios Ocupados? Cuando nací, Israel controlaba los territorios desde hacía siete años. Cuando estaba en la escuela primaria el gobierno construyó ciudades y envió a decenas de miles de ciudadanos a instalarse en medio de la población palestina de Cisjordania. La Intifada, que estalló cuando entré en el instituto, no cambió absolutamente nada: Israel se comportó como si los Territorios Ocupados fueran a estarlo siempre y yo ya sabía que llegaría el día en que debería correr por las calles de Naplusa.

Como soldado de infantería participé en la retirada de Gaza en el marco de los acuerdos de Oslo, lo que significó ante todo el repliegue de las unidades del ejército alrededor de las colonias de Gush Katif, así como Netzarim y Kfar Darom. Después de recibir formación de oficial participé en la retirada de la ciudad de Hebrón y en la misión imposible consistente en separar a los colonos judíos que se habían quedado en la ciudad de sus ciudadanos palestinos. Durante mis periodos de movilización como reservista hice guardia en los retenes situados entre Jerusalén y Ramallah y patrullé las carreteras de circunvalación que rodean Hebrón.

Pertenezco a una generación que ha crecido con la ocupación y ha madurado con el conflicto. Los niños del invierno de 1974, así como los de los inviernos que siguieron, fueron movilizados y vueltos a movilizar hacia el corazón de las ciudades palestinas para mantener el orden en ellas. Es el nombre que se daba a las operaciones, cuando en realidad intentaban tan sólo ganar un día más de tranquilidad en los Territorios y retrasar el mismo espacio de tiempo la decisión inevitable del desmantelamiento. Llevábamos a cabo esta tarea fielmente y con entusiasmo, y parece que lo hemos conseguido, ya que en poco más de un mes celebraremos el 35 aniversario. ¡Cuántas veces nos alegró volver!

A lo largo de todos esos años la ocupación jugó un papel marginal en nuestras vidas privadas. Una vez al año íbamos a una ciudad o una colonia y estábamos por allí con los compañeros de nuestra unidad. Era desagradable pero no horrible. No disparábamos, no acosábamos a nadie; poníamos un control, registrábamos una casa o unos cuantos coches, bloqueábamos una carretera, deteníamos a un sospechoso, capturábamos a un niño... La rutina.

Elegimos ignorar los aspectos menos agradables de la ocupación: no nos interesábamos por lo que quería exactamente el funcionario de la administración cuando le acompañábamos a presentar un requerimiento a una familia; nos importaba un pimiento por qué los coches de policía que escoltábamos hasta las cuevas de Hebrón tenían que ir allí, e incluso las historias de brutalidades y palizas en calles y casas de las que oíamos hablar no nos concernían. Despues de todo, nosotros no éramos así. Y sin embargo, al alcance de la mano, a pocos kilómetros de nosotros, una realidad terrorífica tomaba forma. Nuestro salvaje Este, donde cada joven de 19 años es el único amo de una calle, de un control, de un jardín o de una colina, donde centenares de personas están sometidas a su buena o mala voluntad. Un lugar donde no se puede trabajar, donde la casa de cada cual no es un refugio seguro porque en cualquier momento puede entrar un grupo de soldados para instalar un puesto de observación en el balcón.

Y cuando se rebelaron esos millones de personas, encarceladas en sus propias ciudades y sus propias casas, y nos hallamos dispuestos a otorgarles algunos derechos, descubrimos que el precio político de una retirada completa de los Territorios Ocupados era demasiado elevado. La solución de nuestros dirigentes fue simple: enviar a los chavalotes del ejército para darnos un poco de tranquilidad y ahorrarnos la verdadera confrontación difícil y dolorosa con quienes de entre nosotros piensan que en nombre de la promesa divina de la tierra de Israel deberíamos o podríamos crear nuestro propio apartheid.

Y sin embargo, incluso cuando las cosas se calman la tranquilidad es sólo provisional, fluctuante y limitada, y es seguida inmediatamente de una ola de violencia tan grande que nos hace echar de menos el gran levantamiento anterior. En cierta medida empecamos a comprender que mientras aceptásemos jugar a ese juego, ser los "chavalotes del ejército", nada cambiaría. El proceso de separación no se desarrolla por sí mismo; sólo se hace más violento y amenazador. Cada uno de los días que hemos pasado en los Territorios Ocupados "haciendo nuestro curro" ha sido un día en que nuestros dirigentes han podido ignorar el problema sin tener que pagar el precio político y personal de la lucha interior (el precio pagado por el dirigente que lo intentó es para ellos una advertencia). Es este el círculo vicioso que quiero romper.

La última vez que me movilizaron le dije a mi jefe de batallón que no haría ningún servicio en Judea y Samaria (Cisjordania) ni en la franja de Gaza. He pasado mi último periodo de movilización en una prisión militar. Al final, Israel tendrá que retirarse de los Territorios Ocupados. La cuestión es saber si el debate interno en Israel y las disensiones políticas conducirán a la inevitable retirada o si serán Hamás y el Tanzim quienes nos echarán, igual que tuvimos que huir del Líbano años después de habernos podido retirar honorablemente. Escojo la primera opción. Creo que con cada nuevo refuznik [insumiso] nos acercamos a la retirada y al desmantelamiento de las colonias, y que esta tendencia no sólo nos transforma en un Estado más democrático y moral sino que además permite, simplemente, salvar vidas humanas.


[texto original (en francés) en samizdat.net. Traducción de dani. Indymedia Madrid]

 
         
   
 

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