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Euskal Herria :: 04/03/2016

Erzaintza: “Entren al callejón con todo lo que tenemos”

Mikel Arizaleta

 En el bello escrito de memoria y recuerdo de Iñaki Uriarte, sobre lo acaecido en 3 de marzo de 1976 en Gasteiz, relataba: “Hoy hace 40 años, el 3 de marzo de 1976, en Gasteiz después de una larga serie de paros laborales de 54 días se realiza una jornada de huelga general con una enorme respuesta social de obreros, también de estudiantes y el comercio de muchas zonas de la capital, que culmina con una asamblea unitaria de trabajadores a las cinco de la tarde en la iglesia de San Francisco de Asís, en el barrio de Zaramaga. El templo está abarrotado. La Policía Armada española que rodea impaciente y amenazante el lugar, con la aprobación de sus (ir)responsables superiores prepara una criminal emboscada: ordena desalojar el templo e inmediatamente empiezan a gasear con botes de humo su interior. Se provoca el pánico, la multitud intenta salir, en la calle las fuerzas represivas los están esperando para perpetrar una matanza colectiva e inmediatamente disparan ametrallánd olos con fuego real, para solucionar una reunión pacífica.

Gracias a la oportuna y admirable acción de un gasteiztarra, que grabó el bastardo diálogo de asesinos entre la policía y sus mandos, se conoce la indudable premeditada voluntad de hostigar hasta matar. El lenguaje de aquellas bestias uniformadas y armadas, ya publicado, es preciso que se recuerde por su miserable y criminal espíritu: "Si hay gente a por ellos... Gasear la iglesia... Hemos tirado más de 2.000 tiros... Hemos contribuido a la paliza más grande de la historia... Aquí ha habido una masacre... Nosotros que tenemos las armas, a mansalva y sin duelo de ninguna clase". Como consecuencia del asalto la policía asesinó a cinco jóvenes trabajadores. Tres murieron en el acto y dos más a consecuencia de las heridas. Romualdo Barroso, Francisco Aznar, Pedro Mª Martínez Ocio, José Castillo y Bienvenido Pereda. Posteriormente, en las manifestaciones de solidaridad moría en Basauri Vicente Antón Ferrero y en Tarragona Juan Gabriel Rodrigo. Hubo también algo más de 1 50 heridos por balas”.

36 años después, merced al periódico Gara, escuchamos entre la Ertzaintza casi el mismo diálogo de venganza y muerte, ese diálogo siniestro, de sangre y sonrojo, en un día de fiesta y cuadrilla en las calles de Bilbo: «Le repito las órdenes para que queden bien claras (....) Entren al callejón con todo lo que tenemos, entren a la herriko (...) Y entonces estará la situación controlada». Esa fue la frase pronunciada por un mando de la comisaría de Deustua (lugar que se identifica como «Ugarteko»), que desencadenó la fatal carga a pelotazos en el callejón de María Díaz de Haro, en la noche del 5 de abril de 2012. Tres días y medio después, el joven Iñigo Cabacas fallecía en el hospital de Basurto a consecuencia de la gravísima herida. Un mando de Deustua había ordenado esa carga contra el criterio de los jefes de las patrullas desplazadas a la zona, que insistieron varias veces en que el área estaba controlada.

En el primer caso ni los mandos políticos, que ordenaron y justificaron el asesinato, han sido juzgados en tribunal alguno, ni tampoco sancionados políticamente: Fraga, Martín Villa, Quintana… siguieron firmes en sus puestos de muerte. Como dirá el historiador Iñaki Egaña: “Han pasado 40 años de la masacre del 3 de marzo. Cuatro décadas. En esa construcción del relato, las víctimas siguen sin recuperar su lugar. Los verdugos, en cambio, engreídos, vanidosos, refugiados en su eterna impunidad”.


36 años después de Gasteiz, tras pasar 4 años en Bilbao desde el asesinato de Íñigo Cabacas, la escena es la misma o parecida: los responsables políticos siguieron firmes en sus puestos, Ares, López, el Ugarteko… ; justificaron, enmierdaron el relato, trataron de crear confusión y niebla, cuando se vieron desnudados pusieron todas las trabas posibles ante un juzgado, que sestea y arrastra las zapatillas, y una fiscalía que se llama andanas. La clarificación no proviene de ellos, ni de los ertzainas, ni de los sindicatos policiales, ni del gobierno, ni de la fiscalía. Ellos son la noche, la desgana, la mentira, la ceniza sobre la brasa, gas en los ojos. La clarificación avanza sorteando trampas de mano de la abogada, de los amigos y del tesón de su aitas.

La ertzaintza y sus jefes se han comportado más como mafia que como lámpara y luz, más como verdugos que como reparación, verdad y aurora. La ertzaintza ha perdido su palabra, su honestidad, la categoría de pedir colaboración ciudadana imponiendo silencio y colaboración mafiosa entre los suyos, haciendo mutis por el foro; son agentes de la negrura y el amaño y no luz de primavera. Poco, muy poco, cabe esperar de ellos en la clarificación del asesinado Íñigo Cabacas, la verdad y la justicia se halla en otra parte, en otra gente.

 

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