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Anti Patriarcado :: 30/06/2005

Josefina y la Crucifixión

Cuando la montaña habla
De cómo las mujeres bolivianas hacen política de izquierdas con perspectiva de género.

Josefina cuenta

Me llamo Josefina Muruchi. Nací en 1952 en un pueblo de la provincia de Bustillo al norte de Potosí. Mi idioma materno es el aymara. Mi papá dejo el pueblo para trabajar en la mina Siglo XX, él era perforista. Él me hizo inscribir en la escuela. Después de tres años mi papá dijo que no era bueno que yo siguiera en la escuela, pues si las niñas aprendían a leer y a escribir ya no querrían trabajar, pastorear los animales, hilar, tejer, preparar la comida, lavar ni cosechar. Todo eso tienen que aprender a hacer. Entonces tuve que dejar la escuela. Cuando regresé de nuevo al campo, volví a hablar el idioma aymara. Si hubiera seguido en la escuela podría haber aprendido más el castellano. En 1965, mi papá volvió al campo. Tenía mal los pulmones, y no podía seguir en la mina.

Tenía quince años cuando ocurrió la masacre de San Juan. Era en 1967. Cuando me contaron lo que había pasado pregunté a los adultos: ¿por qué? Querían tomar preso a mi papá solamente porque era minero. Los campesinos se iban a la mina para defender a los mineros, pero también a ellos los mataban, pregunté a mí papá por qué pasaba todo eso.

- Barrientos dio un golpe de estado. Por eso han intervenido los militares, respondió él.
- Pero, ¿Por qué han hecho eso? Tenemos derecho a trabajar, dije a papá.
- Los militares son así, respondió él, ellos no quieren que tengamos más educación, aumentos salariales o que formemos sindicatos. Pero tenemos derecho a organizarnos. Exigimos solamente nuestros derechos, pero los militares no quieren escuchar, por eso tomaron la mina.
- ¿Qué hacemos ahora? ¡Tenemos que seguir peleando para organizarnos!
- Ya no puedo más, me respondió
- Sí, tú puedes, dije.
- Tú nos haces tantas preguntas hija mía, parece que eres locutora.
No sabía lo que era eso.
- Por qué, papá, pregunté.
- Las locutoras siempre hacen muchas preguntas, me dijo.
- A lo mejor quieres ser dirigenta, tantas preguntas que haces. Un día voy a morir y tú tendrás la misma edad que yo ahora. A lo mejor serás periodista o dirigenta.

Es difícil ser dirigenta, no puedes ser egoísta. Si robas te van a criticar, si no robas tambien te van a querer colgar. Como dirigenta tienes que amarrar bien tus polleras. Tres veces te las tienes que amarrar para que no se caigan. Si eres dirigenta no debes comer demasiado y engordar. Tienes que sentir el hambre igual que los obreros. Deben comer todos o nadie. Así tienes que servir a la gente. Si no lo haces así, un día vas a llorar, y ellos te van a colgar. ¡Así me dijo mi papá!

Mi papá murió de los pulmones en 1970. Mamá quedó viuda con nueve hijos, teníamos muy poca comida. Con la recomendación de mi papá empecé a organizar cinco comunidades para que nos enviaran alimentos desde Potosí. Tenía entonces dieciocho años. Después de un tiempo fui dirigenta campesina de la Federación única de Campesinos, para las cinco provincias del Norte de Potosí. A la vez trabajé como palliri(1) en las minas.

En 1979 me casé con un minero. Tenía 27 años. Nueve años vivimos juntos y en 1986 nos separamos. Cuando cerraron las minas en 1985, mi marido se fue a buscar trabajo y después me dejó. Yo no pude trabajar porque tenía niños pequeños. El dinero que recibimos, cuando despidieron a los mineros lo repartimos entre los dos. Yo recibí 1.800 bolivianos, pero pronto el dinero se acabó y quedamos en la calle mis niños y yo.

En 1987 organizamos una marcha de protesta a La Paz para exigir que nos dieran el dinero que nos correspondía como recompensa por el cierre de las minas. Acampamos en la plaza de San Francisco en el centro de la ciudad de La Paz. Me eligieron dirigenta de los relocalizados. En esa época hablé quechua y aymara. Exigimos que a todos nos dieran la misma indemnización. Hasta ese momento los mineros, que habían sido despedidos primero, habían recibido una indemnización más grande que los demás.

En 1989 me crucificaron. De nuevo salimos para protestar. En ese momento ya me conocían en todo el país. Hicimos una crucificación y una huelga de hambre en la catedral de La Paz para lograr que el gobierno dialogara con nosotras. Primero escuchamos la misa, éramos treinta y una mujeres. Después de la misa no quedamos en la iglesia, nos sentamos en un rincón. Dije a las mujeres que si alguien preguntaba quien era la dirigenta teníamos responder que no había. Estamos aquí para reclamar nuestros derechos, nuestros estómagos vacíos exigen que protestemos para obtener lo que nos corresponde. Eso es lo que dije a las mujeres, para que supieran que responder.

El sacristán se fue para avisar al sacerdote lo que pasaba. El sacerdote nos increpó:

- ¿Qué pasa con ustedes, señoras?
- Nos tienen que entender, respondimos. El gobierno no quiere darnos lo que nos corresponde, lo que queremos es que abra un dialogo con ellos.
- ¡No! Ustedes han venido aquí para invadir la iglesia, respondió el sacerdote.

Le pedimos que nos ayudara a tomar contacto con el gobierno. Pero él no quiso hacerlo. En vez de ayudarnos llamó al Regimiento Colorado, Cuando las mujeres escucharon que venía la policía se asustaron y sólo quedamos once. Llegaron doscientos setenta y dos policías, nos arrastraron por el suelo y nos pegaron con bastones eléctricos. Cuando preguntaron a una mujer quién era la dirigenta, ella dijo que era yo. La mujer tenía miedo. Me amarraron las manos por atrás y me taparon la boca. Había perdido mis calzados y así a patas peladas me arrastraron más adentro de la iglesia. En presencia del sacerdote, el teniente me dijo que no debía haber traído a las mujeres En vez de eso debía haberme quedado cuidando a mi familia.

- ¿Cree que sus compañeras le van a reconocer el sacrificio que hace? ¡No! Pero nosotros podemos ofrecerle trabajo. Debería pensar en sus hijos. Pero si quiere morirAsí dijo él.
- Sí, contesté. Prefiero morir antes de rendirme.
- ¿Pero si muere, quién va a cuidar a sus hijos? Preguntó el policía.

Respondí que los que me maten tendrán la responsabilidad. Ellos me preguntaban si quería morir y yo respondía:

- Me he decidido a morir si es necesario. Ustedes quieren darme trabajo pero no estoy aquí como persona privada, estoy representando a todas las mujeres. Si quieren darnos trabajo, dénnoslo a todas. Yo no voy a vender mi alma. ¡Si quieren matarme, mátenme!

Pero no me podían matar en presencia del sacerdote. Él durante todo el tiempo no dijo nada. Yo le dije que a pesar que todo el tiempo anda con la Biblia, no vivía según la palabra de Dios. Le pregunté por qué había hecho llamar estos verdugos. Somos nosotros, la gente obrera, los que los mantenemos a ellos con nuestro trabajo. Ellos no hacen otra cosa más que estar parados en las calles. Si por lo menos hubieran defendido nuestras fronteras. Le dije al sacerdote:

- Usted que es padre debería pensar en eso, en vez de llamar a la policía. Usted nos debería haber crucificado aquí al lado de Cristo. Eso fue lo que le dije al sacerdote. La policía me desamarró y me arrastró hacia el lugar donde habían perdido mis calzados. Les pregunté a ellos si me iban a echar a la calle como un perro, entonces un policía se fue a buscar mis zapatos. Después me tomaron y me sentaron en las escaleras a la entrada de la catedral, allí estuve sentadas. Después mentían y decían que habíamos venido con dinamita para destruir la catedral.

Nos alojamos en la Universidad Nacional San Andrés. Las trece dirigentas nos reunimos; yo les conté lo que había pasado. Pensaban que la crucifixión era una buena idea. Entonces nos crucificamos en los postes de las banderas. En los fierros amarramos palos y en estos nos amarramos nosotras. Todo el día estuvimos allí crucificadas.

Después de la crucifixión nos dejaron hablar con el gobierno. También el ministro Jaime Villalobos me ofreció trabajo. Él recibió la misma respuesta que la policía, le dije que si quería darnos trabajo, podía devolvernos los trabajos de nuestros maridos. Durante la conversación me desmayé. Todo el día habíamos hecho huelga de hambre y estaba muy débil, era demasiado para mí. Me llevaron a la clínica de la policía, a la clínica Copacabana. Allí en la clínica recibí la noticia que nos iban a dar una indemnización de dos mil bolivianos a cada una. Estuvimos trescientas veinte personas hasta el final, las demás se habían ido. En la clínica me criticaron por haber organizado la protesta y me llamaron trotskista. No sabía qué era eso.

Las mujeres que no se habían quedado hasta el final no recibieron dinero porque habían regresado a sus casas. Ahora regresaban a La Paz de nuevo, estaban enojadas y decía que debíamos haber peleado por ellas también. Yo les dije que no era adivina para presentar sus nombres, sin sus documentos no podía reclamar nada por ellas. Antes, cuando existía el sindicato, se peleaba por todos y los que seguían trabajando, trabajaban también por los que se peleaban Todos recibíamos sueldo del estado. Ahora no es así, el que no va a trabajar no gana nada. Ahora cada uno lucha por sí mismo. El que participa en la protesta tambien recibe lo que se logra obtener. El que se ha quedado en casa ha trabajado y ganado su dinero. Cuando les dije esto me pegaron.

¡Así el gobierno ha logrado dividirnos!

Después regresamos a mi cooperativa, en Siglo XX. Cada mes vendo el mineral que he encontrado a la comercializadora. En mi cuadrilla es así. Cada uno vende por su cuenta lo que ha encontrado. Cuando se vende, se retira una suma para COMIBOL(2), otra para la cooperativa y otra para el seguro social. Es importante para mí ser afiliada a la caja, así mis hijos y yo recibimos atención medica cuando nos enfermamos.

Antes, todas las palliris eran mujeres, la gran mayoría viudas de mineros. Ahora hay también hombres que trabajan con nosotras. Pero a ellos les da vergüenza llamarse palliris. Dicen que son socios de la cooperativa y no palliris. Palliris, dicen, es feo, pero para mi no es feo. En el trabajo, hombres y mujeres tienen los mismos derechos, pero a pesar de eso, cuando hay seminarios, congresos y reuniones para los obreros, son los hombres los que van. Las mujeres teníamos que luchar para ser representadas. En el siguiente congreso de las cooperativas al fin íbamos a tener representación. Cuando exigimos eso en la reunión de la cooperativa nuestro dirigente dijo:

- ¿Por qué quieren participar? ¡Solamente van para calentar los asientos, solamente hombres deben ir!. Después dijeron que no había suficiente dinero para que las mujeres pudieran ir. El dirigente dijo que era increíble como yo reclamaba. ¿Qué íbamos a hacer?

Yo reclamé en la federación regional la decisión tomada. Les dije que no queríamos ir al congreso para pegar a nuestros líderes. Lo que queremos es informar sobre nuestro trabajo y nuestras necesidades como palliris y plantear nuestros derechos. Estuvieron de acuerdo y así fue que cada cooperativa que tenia palliris envió una representante al congreso nacional de las cooperativas de Cochabamba.

Antes del congreso anoté todo lo que quería decir. Era difícil, porque nunca aprendí a escribir bien. Escribí que habían existido las palliris desde 1924 y siempre habíamos sido olvidadas.

- Ahora queremos ser representadas dentro de la organización. Somos trabajadoras como todos. Tenemos derecho a ser representadas. También queremos participar en las negociaciones con el gobierno. Queremos una viuda minera para que nos represente en FENCOMIN(3) porque tiene que conocer nuestra realidad.

De pronto me asaltó una duda. ¿Pero cómo puedo ser representante? Casi no sé leer ni escribir, dios me ayudará. Yo creo en él. No peleo solamente por mi y mi familia. Peleo por todas las mujeres marginadas y discriminadas, pensé. Eran veinte hombres en la directiva nacional, Yo era la única mujer. Tenía miedo. Nosotros los del campo somos más tímidos que los de la ciudad. Ninguno en la directiva conocía las condiciones de vida de las palliris.

Quería organizar una reunión nacional para las palliris. Entonces me acusaron de querer dividir el movimiento minero. El presidente botó los papeles con mi propuesta. Yo le dije que nosotras éramos obreras y teníamos iguales derechos que los hombres. A veces nos gritan nuestros compañeros de trabajo como si hubiéramos sido sus esposas. Otro problema en las cooperativas es que las inversiones que se hacen siempre van a favor de los trabajadores del interior de la mina. Nosotras tambien pagamos a la cooperativa, pero nunca nos ayuda con nada. Esas son las cosas que queríamos conversar en la reunión de las palliris.

Se formó una discusión viva. El presidente al final aceptó y me dijo que si tenia plata podía hacer la reunión. Yo le dije que tenían que haber organizaciones que nos pudieran apoyar. No nos podíamos quedar con los brazos cruzados como niñas.

- Quiero luchar por mis hermanas, dije.

Al final obtuvimos una votación favorable, ocho representantes apoyaron al presidente y doce a mi. ¿Qué podía hacer ahora? De dónde sacar dinero para la reunión? Tomé contacto con la iglesia y ellos me ayudaron. Cuando regresé a la casa de mi mamá estaba muy feliz. Mi mamá me preguntó por qué tanta alegría y le conté que iba a organizar un encuentro para las palliris de todo el país. Después de esto me podía sentir tranquila.

Invitamos a venir a todas las palliris de los centros mineros. ¡Llegaron de todo el país!. Eso fue en noviembre 1994. Fue la primera vez que se reunieron las palliris. Para mi, fue una gran alegría. Todas decían que durante todos estos años nadie había pensado en las palliris, pero ahora finalmente nos habíamos podido encontrar.

- Ahora tenemos una mamá que reúne a sus hijas, dijeron. Ahora nos sentimos orgullosas.

Las mujeres lloraban y contaban todos sus sufrimientos y la discriminación que experimentaban en las cooperativas. La reunión duró tres días. Éramos ciento cuarenta participantes. Todas contaban sus necesidades. Conversamos sobre cómo podíamos tener representación en las cooperativas y en otras organizaciones, cómo exigir nuestros derechos. Estuvimos muy alegres y contentas.

Primero fue difícil motivar a algunas para venir al encuentro. Muchas estaban como envueltas en tela, no sabían cómo hablar. Primero tenían que liberarse. No estaban acostumbradas a hablar de sus derechos, solamente trabajaban. Eran cómo si estuvieran con la boca vendada. Ahora, después de la reunión, si pueden hablar. Ahora saben como trabajar y defenderse. Ahora hablan en su propio idioma.

Lo que vi me dolió. No puedo dejarlas. Me ha gustado pelear pro ellas. Tengo derecho a hablar. ¡Si me quieren matar, mátenme? No puedo ocultarme, tengo que seguir adelante. ¡Quiero salir a la luz para que todas sigan ese camino!

Notas:
1. Palliris: Obreros que buscan mineral en los deshechos de la mina. Normalmente son mujeres. Muchas son viudas de mineros.
2. COMIBOL: Corporación Minera de Bolivia
3. FENCOMIN: Federación Nacional de Cooperativas Mineras de Bolivia


[extraído del libro "Cuando la montaña habla"]
 

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