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Brasil, Brasil, Anti Patriarcado :: 05/06/2016

Brasil y la cultura de la violación

Agnese Marra

La brutalidad de la agresión, el papel desempeñado por la policía carioca al inicio de la investigación y las interpretaciones de buena parte de la sociedad, que lo primero que puso en cuestión fue los orígenes de la propia víctima, fueron los puntos marcantes de este hecho que trasciende lo meramente “policial” y que ha provocado al menos que se hable públicamente de un tema relativamente tabú y mucho más habitual de lo imaginado.

Según el Anuario del Foro Brasileño de Seguridad Pública, en este país una mujer es violada cada 11 minutos. Las últimas cifras hablan de casi 50 mil mujeres al año, pero advierten que esta agresión suele ser notificada por apenas el 10 por ciento de las víctimas, por lo que el número total podría llegar a casi medio millón.

Según datos del Ministerio de Salud, 70 por ciento de las mujeres violadas son menores de edad, conocen a los victimarios y la agresión se produce en sus casas o en las de sus familiares. La coordinadora del Núcleo de Defensa de los Derechos de la Mujer, de la Defensoría Pública de San Pablo, Ana Paula Meirelles Lewin, asegura que “si la víctima conoce al criminal las posibilidades de que su proceso judicial continúe caen drásticamente”, porque en esos casos muchas víctimas no se atreven a denunciar. Resultado: casi la totalidad de los agresores (el 99 por ciento) acaban siendo liberados.

Las que se atreven a denunciar se enfrentan a un sistema policial que tampoco les da respiro. “Las delegaciones de policía tienen la horrorosa tradición de culpabilizar a las víctimas”, explicaba el periodista brasileño Luis Nassif. Justo lo que sucedió en el caso de la joven carioca, a pesar de que su agresión se supo a través de un video en el que aparecía desnuda mientras uno de los agresores decía frases como “por este túnel hemos pasado treinta” (mientras señalaba los genitales de la chica), el comisario a cargo del caso, Alessandro Thiers, consideró que “todavía no estaba demostrada la existencia del delito”.

El interrogatorio que le hicieron a la menor hizo hincapié en sus costumbres sexuales, preguntándole por ejemplo si le gustaba tener sexo en grupo. “Fue horrible, el delegado quería culparme de cualquier manera, por eso hubo un momento en que dejé de responder sus preguntas”, dijo en una entrevista para el canal de Globo. La abogada de la menor, Eloisa Samy, solicitó que Thiers abandonara el caso “por conducta inapropiada”. “Si se hubiera tratado de un robo, aun de un teléfono o de un reloj, esto no habría sucedido”, dijo Samy a la edición brasileña de El País, recordando el habitual modus operandi de la policía carioca, conocida por disparar antes de preguntar.

Además de culpabilizar a la víctima también se la criticó por sus orígenes humildes, por vivir en una favela, por ir a fiestas funk (música popular en estas comunidades), por estar supuestamente vinculada al tráfico de drogas o por tener varias parejas sexuales, como si alguna de estas situaciones justificara o permitiera entender la violación. El conjunto de clichés esparcidos por diversos medios de comunicación provocó una oleada de relatos en las redes sociales donde mujeres de clase media y alta contaron cómo fueron violadas por hombres blancos, también de clase media, y a veces por varios al mismo tiempo: “Cuando fui violada por tres hombres, a los 13 años, no había bailes funk, no vivía en una favela, ni usaba pantalón corto. Si la culpa de las violaciones tuviese que ver con el funk no sucederían también en las facultades de medicina de las universidades nobles del país.

(…) El problema es enorme, estructural y cultural, independientemente de la clase social o del poder adquisitivo de la víctima. Está en todos los lugares”, dijo por ejemplo en su cuenta de Facebook Clara Averbuck.

El aumento de los relatos de esta índole y la presión y manifestaciones de diversos colectivos feministas influyó para acelerar las investigaciones, retirar del caso al comisario Thiers y colocar en su lugar a la delegada Cristiana Bento, responsable de la Unidad de Protección a Niños y Adolescentes. La primera acción de Bento fue reconocer que “sí había habido delito”, algo que hasta el momento la policía se negaba a confirmar, y en rueda de prensa dijo que a partir de ahora la investigación se centraría en saber “cuántos hombres participaron de la violación”.

La menor está en un programa de protección de testigos, ya que ha recibido varias amenazas de muerte. Por el momento, seis sospechosos están bajo prisión preventiva: Rai de Souza, de 22 años, que asegura que tuvo sexo consentido con la víctima y fue quien grabó el video; Lucas Perdomo, de 20 años, que habría sido novio de la menor pero niega haber tenido sexo con ella esa noche; Michel Brasil da Silva, igualmente de 20, responsable de publicar la filmación; Marcelo Miranda, de 18 años, quien también habría divulgado la grabación; y Rafael Belo, de 41 años, que sale en el video al lado de la víctima y dice: “Treinta la hemos embarazado”.

Un problema “cultural”

La antropóloga Heloisa Buarque de Almeida, especialista en temas de género, señaló en una entrevista aparecida en Folha de São Paulo que en Brasil hay una “naturalización de la cultura de la violación”, que parte de la base de la realidad de la desigualdad entre hombres y mujeres y crea un relato “en el que el hombre no se puede contener”. Según Buarque de Almeida, tanto la publicidad como las telenovelas o algunas músicas populares forman parte de producciones culturales que por lo general contribuyen a naturalizar la violación y a cuestionar a la víctima. Una encuesta del Instituto de Investigaciones Económicas Aplicadas indica que el 58 por ciento de los brasileños considera que “si las mujeres se supieran comportar, se podrían evitar muchas violaciones”.

Ese “sentido común” también llega a las más altas esferas políticas, donde se permite con total impunidad que personajes como el ultraderechista Jair Bolsonaro, el diputado más votado en Rio de Janeiro en 2014, vinculado a militares de la dictadura, le dijera hace dos años a la ministra Maria do Rosário que no la violaba “porque no lo merecía”; o que el alcalde de Rio de Janeiro, Eduardo Paes, elija como candidato a su sucesión en las elecciones municipales de setiembre próximo a Pedro Paulo Carvalho, un político acusado de maltratar a su ex mujer. La violación también ha servido como instrumento de protesta. La usaron contra la presidenta Dilma Rousseff hace un año, cuando apareció una serie de adhesivos pensados para pegar rodeando el tapón del tanque de nafta, en los que se mostraba un fotomontaje de Rousseff con las piernas abiertas, de modo que al introducir la manguera en el tanque pareciera que se estaba penetrando a la presidenta.

La violación de esta adolescente sucede en momentos en que la Cámara de Diputados de Brasil acaba de aprobar una ley que prohibirá el aborto también en caso de violación, y tiene otra a estudio que permitiría que los médicos se abstuvieran de aconsejar a una víctima de violación. Otro signo: el actual gobierno está integrado únicamente por hombres. Una de las primeras acciones del sucesor de Rousseff, Michel Temer, fue eliminar de un plumazo la Secretaría de la Mujer. Las protestas fueron tan grandes que esta semana dio marcha atrás y anunció la creación de un nuevo órgano para combatir la violencia de género. Mientras, los colectivos feministas, que por otro lado están más fuertes que nunca, se manifestarán durante las próximas semanas para reivindicar sus relegados derechos.

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