lahaine.org
Europa :: 11/10/2015

A la muerte de Henning Mankell: un ilustrador tenebroso

Gehard Spörly
No sólo escribió bestsellers sino que también escribió contra las injusticias en el mundo. Relatos de un hombre encolerizado

Le vi por última vez en Berlín hace cinco años, dos días después de haber sido liberado de una cárcel israelita, donde había ido a parar por intentar llevar auxilio y recursos a la población de Gaza en uno de los seis barcos de aquella flotilla solidaria. Había que romper el bloqueo marítimo, y unidades especiales israelitas atacaron los barcos.

Mataron a 9 personas. Mankell estaba furioso por el trato, por los muertos, por la injusticia contra los palestinos, por el muro construido para acorralar a los palestinos, por la represión y el sometimiento a la que estaban sometidos, por la maldita y eterna deriva de la historia.

Mankell era un moralista de izquierda y un hombre comprometido, elementos básicos de un buen autor policial. En Berlín me dijo que pronto pensaba volar a Maputo; África era su continente del alma y Maputo su segundo hogar. El que allí dirigiera el “Teatro Avenida” [Teatro Nacional de Mozambique] con Manuela Soeiro no era mera ventolera pasajera. Siendo joven se inició en el teatro de Estocolmo, desde él pretendía desenmascarar a la sociedad. Tenía veinte años cuando escenificó su primera obra. Tras la actuación intentó comprar vino para celebrarlo pero se lo negaron por ser demasiado joven.

Mankell escribió en Maputo obras para los actores, lo nombraron intendente del teatro e hizo que se representasen obras de Ibsen, Strindberg y Tennessee Williams, a la par que, por ejemplo, obras suyas sobre niños huérfanos con las que recorrió los pueblos con su tropa de artistas.

Mankell hablaba y escribía sobre la injusticia, pero también se implicaba en contra de ellas. En Maputo le fascinaba lo rudimentario, lo embrionario, lo moldeable de una sociedad poscolonial en la que el arte tenía jugaba papel destacado. El teatro Avenida estaba en ruinas cuando se hizo cargo de él un grupo de actores negros, la compañía Mutumbela Gogo.

Su segundo tema del alma era el Estado colonial de Israel [al que siempre comparó con la Sudáfrica del apartheid]. Hablaba de su creación en 1948, y confesaba que ese conflicto le acompañaba por doquier, y le partía el alma el pensar que tras su muerte seguiría estando ahí. Viajó con frecuencia a Jerusalem y a Tel Aviv, en el encuentro literario de Hebrón. Sintió el derecho de los palestinos a recuperar su país, por eso se unió a la expedición a Gaza.

En su vida se compaginaba y entrelazaba compromiso público y producción literaria. También como autor policial Mankell siguió siendo una persona comprometida políticamente, un sueco del 68 como Stieg Larsson; ambos no se contentaron con escribir bellas historias de revoluciones derrotadas pero no muertas. Tenía que haber algo más que sólo un crimen colonial monstruoso con un héroe popular. Pretendían ilustrar, iluminar las tinieblas del imperialismo. Se consideraban hombres políticos, comprometidos, y estampaban su inquietud y anhelo en sus libros.

Quien lea la trilogía 'Millennium' de Larsson debe saber que Suecia no es lo que era, donde las autoridades y los servicios secretos, al igual que en el resto del Occidente rico, cometen crímenes. Larsson desenmascaró la lenta desaparición del estado de bienestar y la neutralidad de ayer.

Quien lea “El chino” de Wallander apenderá sobre las bestialidades hechas en el siglo XIX a los trabajadores forzosos, secuestrados en China para trabajar en EEUU en las vías del tren al Pacífico.
Mankell arrancó la máscara al imperio, su arrogancia de potencia mundial y de inventora de un capitalismo sin entrañas y calculador, que tanto daño causa a la humanidad. Cuando ocurrió el 11/9/2001 dijo que llevaba tiempo pensando que algo así podía ocurrir, la zanja ricos-pobres iba creciendo.

Mankell y Larsson son dos autores activistas, en esto se diferencian del más exitoso del ramo, de John Grisham. Grisham escribe libros en los que dispara sus historias como saetas, pero todo queda ahí, encerrado, sin conexiones, críticas y miradas a otros campos, sin traspasar las fronteras del relato.

¿Qué es mejor? Me gustan ambas, el compromiso como escritor y su ausencial. Leo a Grisham y leo a Larsson, David Lagercrantz le sigue escribiendo [aunque con bastante menor calidad; quizá porque es un joven y exitoso abogado al estilo Hollywood, sin ideas de izquierda]. Mankell me parece estupendo. Pero olvido rápidamente las novelas policiacas de Grisham porque las historias, que leo tan en suspense, son intercambiables. Makell y Larsson dejan más poso. Lo que narran de su país se agarra más a uno, penetra, te pellizca, al menos a mí. Quieras o no permanece en uno una determinada imagen de Suecia, la imagen de Mankell/Larsson.

Wallander padece su separación y ya no vuelve a ser feliz. En adelante vive una vida solitaria. Su hija, aunque trabaje con él, le resulta extraña. A veces sucumbe al alcohol, en épocas tiene problemas de sobrepeso, sufre diabetes. La libido llama a la puerta pero Wallander es poco dado al compromiso y a la ligazón. Los casos que debe resolver le ocupan el tiempo libre. Se vuelve autista.

En realidad me parece curioso que un autor le dedique tanto tiempo a una figura tan melancólica. Wallander es un personaje novelesco típicamente escandinavo, triste y solitario, mantenido por los asesinatos que debe solucionar.

En la conversación de Berlín hace cinco años Mankell, con su melena blanca, su rostro pálido y el cuello de la camisa desabrochado, parecía el jovenzuelo Johny Cash. Se mostraba amigable y curioso, accesible y comunicativo. Contento de regresar a la civilización.

No creo que se sintiera cómodo en aquel barco. Sabía poco de los organizadores de la acción a Gaza. Se embarcó en la última etapa. Esta vez metiéndose en una acción política sin ser dueño del modo de proceder, como él acostumbraba. Se le necesitaba para la confrontación con Ios israelitas, se necesitaba su nombre, su fama, su voz de trueno.

En la entrevista se sentía en su elemento: como ilustrador, como intérprete de una acción seguida con atención en el mundo entero, en su rabia contra el racismo de Israel, contra la injusticia en el mundo.

Poco después se movía entre Maputo y Estocolmo, sus dos mundos. No mucho después jubiló a un Kurt Wallander con señales de demencia. Al poco tiempo anunció su cáncer: un tumor en el cuello, la metástasis de un tumor de pulmón descubierto a inicios del 2014. Dijo que su amigo Christopf Schlingensief, el otro intendente europeo en África, murió bajo el mismo tipo de cáncer.

Mankell habló con un laconismo condescendiente sobre su vida, en la que nada le fue prohibido. Todos tenemos que morir, pero antes tenemos que vivir, bella paradoja decía. Su autorreflexión hasta sobre su misma muerte: el último triunfo del escritor

Der Spiegel. Traducido por Mikel Arizaleta. Revisado por La Haine

 

Este sitio web utiliza 'cookies'. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas 'cookies' y la aceptación de nuestra política de 'cookies'.
o

La Haine - Proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social

::  [ Acerca de La Haine ]    [ Nota legal ]    Creative Commons License ::

Principal