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Argentina :: 10/03/2017

Argentina: Las desventuras del gobierno clasista

Miguel Mazzeo
Se liberan las tensiones corporativas acumuladas que el gobierno anterior supo contener, desviar e institucionalizar. Y afloran todos los conflictos

En Argentina, la actual situación política podría delinearse del siguiente modo: como una transición de un régimen caracterizado por un clasismo construido con recursos policlasistas, con proliferación de mediaciones y sistemas simbólicos de integración, a un clasismo puro, directo y grosero. Tan, pero tan grosero que ya no tiene sentido apelar a las metáforas y hablar, por ejemplo, de la “grieta”.

Va de suyo que el anterior gobierno, neodesarrollista y dizque “progresista”, no modificó sustancialmente el viejo aparato estatal y sus lógicas verticales de dominación y subordinación. Por diversos motivos que van de los oficios miméticos y el conformismo exacerbado (el gobierno anterior nunca se planteó reformas estructurales, de fondo) hasta las escasas posibilidades de democratización política en los marcos del capitalismo neocolonial y el neo-desarrollismo periférico. Pero, de todos modos, es evidente el cambio en las matrices políticas e ideológicas. Esto se percibe en todos los planos, desde lo socio-económico a lo discursivo, en lo interno y en lo internacional. Negarlo sería una necedad. El tipo de clasismo del progresismo, por ejemplo, no tenía como uno de sus principales objetivos bajar la participación de los salarios en el ingreso. Al contrario, la integración subordinada de trabajadores era considerada como condición de la reproducción y la estabilidad del sistema. En cambio, el clasismo del gobierno de Mauricio Macri y la coalición Cambiemos tuvo desde el inicio de su gestión ese objetivo entre ceja y ceja. Y lo logró, en tiempo record, más allá de que considere que los pasos dados son insuficientes.

Por su composición social, ideológica, cultural y estética, este es un gobierno abiertamente clasista. No busca ningún equilibrio entre el incremento de la ganancia capitalista y el mantenimiento (no hablamos de mejoras) de las condiciones de vida de pequeña burguesía y la clase trabajadora. No pretende alcanzar algún grado de armonización entre el beneficio de los sectores extractivistas y de los grupos económicos concentrados y una situación que se aproxime a lo medianamente aceptable para los sectores no monopólicos (vinculados al mercado interno, en líneas generales). Directamente, el gobierno no considera las segundas alternativas.

De este modo se liberan las tensiones corporativas acumuladas que el gobierno anterior supo contener, desviar e institucionalizar. Y afloran todos los conflictos. Entonces, el contexto favorece la utilización de categorías económico-políticas más certeras que la “grieta”, por ejemplo: fractura del bloque de poder y lucha de clases.

Las mediaciones estatales vienen fracasando como instancias aptas para arraigar en el tejido social la visión de las clases dominantes. Las mediaciones estatales de este gobierno, a diferencia del anterior, son más ineptas a la hora de la integración subordinada de las clases subalternas, aún contando con la complicidad (o por lo menos con la pasividad) de burocracias sindicales y políticas anquilosadas y retrogradas. Este gobierno, a diferencia del anterior, carece de pragmatismo estatal. Carece de insumos ideológicos, políticos y simbólicos para reproducir la subalternidad. Claro está, no es simplemente un problema discursivo. La pobreza exasperante de su “relato” es la expresión de su falta de destreza para intervenir en el terreno productivo y reproductivo, para “regular” la lucha de clases. El concepto de hegemonía, vale recordarlo, no es meramente discursivo.

Al mismo tiempo, las actuales relaciones de fuerza, no le permiten consolidar un Estado blindado frente a los conflictos sociales.

Las articulaciones gerenciales clausuran abruptamente las posibilidades de las clases subalternas para instalarse favorablemente dentro del orden existente. Sólo atinan a articular torpemente algunos fragmentos de la sociedad civil burguesa con algunos fragmentos del Estado. Para el resto de la sociedad, incluyendo a sectores de la burguesía, constituyen auténticas instancias de desarticulación. Como no pueden evitar anteponer un burdo particularismo, están condenadas a fracasar rotundamente en la gestión de lo estatal y lo público. De este modo, la burocracia estatal aparece como una verdadera redundancia. Probablemente, las articulaciones gerenciales terminen generando una ola de desmoralización que afectará al gobierno en su conjunto y profundizará su soledad.

Las políticas del gobierno no se han caracterizado por su capacidad de ampliarle una base de sustentación sino todo lo contrario. Las mediaciones del gobierno clasista carecen de aptitudes para construir una “voluntad colectiva” y atentan contra la constitución de un bloque dominante. Esa incapacidad es el manantial de la ingobernabilidad que comienza a despuntar. No queda mucho espacio para las visiones conspirativas, para la paranoia.

De manera directa el solipsismo clasista genera condiciones políticas aptas para la reedición de una alianza poli-clasista, “productiva”, defensora del mercado interno; en fin, condiciones políticas para el reestablecimiento del viejo “pacto social”, más allá de la existencia de correlatos estructurales o macro-económicos (por eso hablamos de condiciones “políticas”). De manera acelerada el gobierno viene favoreciendo una resignificación positiva de la experiencia neo-desarrollista en amplios sectores sociales. Día tras día, el “blindaje” de los grandes medios de desinformación sufre perforaciones.

Pero dicho solipsismo también, de un modo indirecto, genera condiciones para la autodeterminación y para los procesos políticos auto-constitutivos desde las bases. Se trata de proponer y visibilizar un proyecto alternativo al que auspicia el retorno al neo-desarrollismo. Se trata de construir una base social de sustento centrada de la clase trabajadora, bien distinta de la alianza poli-clasista. Se trata de producir colectivamente un proyecto emancipador.

Lanús Oeste, 8 de marzo de 2017

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