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Europa, Medio Oriente :: 15/08/2015

Churchill 'dixit'

Maciek Wisniewski
El héroe de la democracia era una extraña mezcla de anti y filo-semitismo, que contrastaba a los judíos malos (comunistas) con los buenos (nacionalistas)

Winston Churchill (1874-1965), el ícono del conservadurismo, el dos veces primer ministro de Gran Bretaña que lleva a su país por el mar de guerra, era un gran orador, polemista y un prolífico escritor, incluso laureado [por motivos políticos, como tantos otros] con el Premio Nobel de Literatura (1953).

A la historia pasa también como autor de varios famosos dichos y bon mots.

Este ya lo escuchamos todos (sobre todo de la boca otros políticos liberales-conservadores): la democracia es la peor forma del gobierno, salvo todas las demás; o este otro: el mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio.

O uno sobre el papel de los aviadores en la Batalla de Inglaterra (nunca antes tantos debieron tanto a...) y otro sobre la Cortina de Hierro (desde Szczecin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático...).

Allí está también la clásica puntada al rival político: se acercó un carro vacío y bajó el mayor Attlee (Clement Attlee, el laborista que sorpresivamente derrota a Churchill en las elecciones de 1945).

¿Pero quién conoce este?: los judíos-bolcheviques son enemigos del género humano, representantes de una barbarie animal (François Bédarida, Churchill, 1999, p. 177).

O más perlas de su (in)famoso artículo –Zionism vs communism: a struggle for the soul of the Jewish people (Illustrated Daily Herald, 8/2/20)– donde, aludiendo a... Protocolos de los sabios de Sion subraya que el elemento judío está detrás de cada movimiento subversivo en el siglo XIX y acusa a judíos internacionales –desde Marx hasta Trotsky, Luxemburgo, Kun y Goldman– de conspirar para abolir la civilización.

El judeo-bolchevismo (la teoría conspiratoria que explica la revolución rusa como un complot judío) bajo su pluma va en ambos sentidos: no duda en atribuirle los rasgos judíos a Lenin, recurriendo al peor imaginario antisemita.

Los bienpensantes dicen: ...Uyy, ¡¿seguro habla usted de Churchill y no de Goebbels?!

Para el 50 aniversario de su muerte, un diario liberal israelí recuerda sus 13 citas inolvidables (Haaretz, 24/1/15), entre otras esta tomada del... mismo texto: a algunos les gustan los judíos, a algunos no; pero nadie puede negar que son la más extraordinaria raza (sic) del mundo. Sin citar otras de sus joyas, las que, al parecer, sí son olvidables.

¿Meros lapsus o productos de un justificado anti-bolchevismo (dicen sus defensores)? Para nada: el antisemitismo y sus clichés (judíos+dinero, judíos+comunismo) hasta que el holocausto poncha el absceso, son parte integral de la ideología dominante.

John M. Keynes en sus memorias de la Conferencia de Versalles (1919), recuerda cómo miembros de la delegación británica denigran unánimemente al ministro de finanzas francés Louis-Lucien Klotz por su origen judío.

Lloyd George mata dos pájaros de un tiro: imitando el gesto de judío abyecto agarrando un saco de dinero, lo acusa –por insistir en las reparaciones alemanas– de ayudar a propagar el bolchevismo en Europa (Enzo Traverso, El final de modernidad judía, 2013, p. 10).

Klotz al final de su vida hace unas malas inversiones, pierde su fortuna y acaba en la cárcel. Georges Clemenceau, en un perfecto tono de la época, espeta: mi ministro de Finanzas era el único judío de Europa que no sabía nada del dinero.

La pequeña tormenta que estalla en 2007, por un supuesto texto no publicado de Churchill (1937) –en realidad escrito por su ghost-writer– donde se acusa a los judíos de ser responsables de sus persecuciones (Ynetnews, 15/3/07), resulta ilustrativa para la controversia de lo que dijo o no dijo sobre los judíos.

Sus devotos, con un apócrifo en la mano, tratan de descartar en bloque todos los dichos antisemitas y alejar definitivamente cualquier acusación.

Aunque hay una buena fórmula absolutoria, rehúsan usarla. La fórmula reza: Churchill no era un antisemita (puro y duro), sólo era un racista (común).

Abrazar esa fórmula lo pone bajo una mala luz (recuerda sus teorías de razas inferiores o las racialmente inducidas hambrunas en India en los 40), lo acerca a Hitler (que admira su orgullo supremacista, asegura que el este europeo es para los alemanes lo que la India para los británicos y acaba inscribiendo el holocausto en la larga tradición de masacres coloniales), pero a la vez permite clarificar su posición (si bien con los nazis lo une la narrativa de judeo-bolchevismo, su enfoque no es biológico, sino político).

De hecho es una extraña mezcla de anti y filo-semitismo reflejada en el texto de 1920 donde contrasta los judíos malos (cosmopolitas-comunistas) con los buenos (nacionales y sionistas-nacionalistas).

La creación del Estado judío en Palestina es para él un modo de salvar a los judíos de las ideas revoltosas (sic) y debilitar al comunismo internacional, ya que el sionismo está en un contraste radical con este.

Aquí entra el clásico argumento –sostenido por Martin Gilbert, su biógrafo oficial, también historiador de Israel (no se sabe si oficial...) que tiene un libro aparte sobre el tema (Churchill and the jews: a lifelong friendship, 2008)– que va así: Churchill no era antisemita, porque era un gran amigo del sionismo.

Pasemos de la obviedad de que su amistad no era ideológica (sionista tal cual), sino instrumental (acorde a los intereses imperiales británicos); el problema está en aparentar que uno excluye al otro: a menudo las dos cosas van juntas.

El mismo Theodor Herzl, promoviendo su proyecto, está consciente de esto: sabe que los mejores amigos del sionismo pueden ser los... antisemitas (o sea, casi todo el establishment europeo de la época, que podría ver en él una solución a la cuestión judía); enfatiza un punto político: si lo apoyan, él les quita de encima también a los judíos revolucionarios (¡análisis de Churchill!).

La misma amistad es expresada hoy por la ultraderecha europea antisemita que fustiga a los judíos malos (izquierdistas y/o los que se quedaron), pero ama a Israel y sus judíos buenos, que además les dan duro a los musulmanes (la principal amenaza a la civilización).

Allí está también el secreto de la rencarnación de Churchill en Benjamin Netanyahu, que se compara sin cesar con él y repite hasta el hastío sus dichos. Desde luego, sólo aquellos inolvidables.

@periodistapl

 

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