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Europa :: 02/03/2015

Colón, un Don Quijote que llegó a américa desafiando la geografia y la história

Miguel Urbano Rodrigues
Independientemente de su ignorancia y de su absurda insistencia en invocar a la Biblia, su llegada a un Nuevo Mundo alteró profundamente la historia de la humanidad

Leí unos cuantos libros dedicados a Cristóbal Colón. Sobre él, autores de muchos países, historiadores, ensayistas, cineastas, novelistas, periodistas, aventureros de las letras escribieron obras de valor muy desigual. La minoría serias, la mayoría textos sensacionalistas.

Está hoy probado que Cristoforo Colombo, su nombre de pila, nació en Génova en 1451. Si no hay dudas en cuanto al año, las hay sobre el mes y el día. Adolescente, fue tejedor como el padre y el abuelo.

La polémica sobre su nacionalidad es absurda pero persiste. Autores en busca de fama afirman que nació en Portugal; para otros era catalán, corso, inglés, suizo o hasta polaco. Un escritor portugués, de escaso talento pero traducido a más de diez idiomas, retomó en una novela (que inspiró una película) la tesis de su origen lusitano.

Quinientos años transcurridos de su muerte, los actos y la personalidad de Colón, lejos de suscitar consenso, generan polémicas. Ciertos periodos de su vida están bien iluminados, alternando con otros oscurecidos por densa neblina.

Se sabe por su correspondencia -escribió miles de cartas- y por textos de Fernando Colón, su hijo ilegitimo y biógrafo, que a los 22 años optó por ser marino. Primero en el Mediterráneo, después en el Atlántico. Su pasión por la aventura nació de la pasión por la historia y la geografía, deformándolas.

La Biblia fue su referencia desde la juventud y la fascinación por los profetas del Antiguo Testamento lo acompañó toda la vida.

Las concepciones geográficas de Ptolomeo habían ya perdido credibilidad, desmentidas por los matemáticos y cartógrafos italianos y portugueses, pero no para Colón. Una rara fusión de profecías hebreas y de opiniones fantasiosas de Ptolomeo contribuyó a dar gradualmente forma a una idea absurda. Acreditó que, navegando hacia Occidente era posible llegar a Catay (China) y Cipango (Japón). Esa convicción adquirió carácter obsesivo durante los años de residencia en Portugal, sobretodo en Porto Santo y Madeira. Fue el origen de un proyecto alocado.

Uno de los biógrafos serios de Colón, el historiador soviético Iakov Svet, dedica atención a un tema controvertido: su saber náutico.

Colón aprendió mucho con los portugueses. Viajó a Guinea, a Inglaterra e Irlanda. Pero no hay pruebas de que haya visitado Islandia y navegado por el Océano Ártico. Lo que escribió al respecto carece de credibilidad.

Regístrese que los vikingos habían llegado al continente americano en el siglo X. De esa aventura restan los vestigios de un pueblo en L ‘Anse aux Meadows, en la Tierra Nueva, patrimonio de la humanidad.

Como marino, Colón tenia intuición; conocía el régimen de los vientos atlánticos y de las corrientes oceánicas. Pero manejaba mal dos instrumentos náuticos de la época; no tenia noción de las distancias. Martín Pinzón, su inmediato en el primer viaje, comandante de la Pinta, marino veterano, le llamó desencaminador de latitudes y longitudes.

Gran lector de obras seudo científicas, su libro de cabecera fue el Imago Mundi, de Petros de Aliaco, un geógrafo italiano que afirmaba como Ptolomeo que la superficie de los mares del planeta era muy inferior a la masa continental euroasiática y africana.

Colón –que conocía el libro de Marco Polo- sacaba de tal hipótesis la conclusión de que la distancia a navegar para llegar a China e India era muchísimo menor de lo que afirmaban los cartógrafos portugueses.

Los cálculos que sometió a Juan II de Portugal, con la esperanza de que el monarca financiase su proyecto, padecían obviamente de un error de millares de millas marítimas como demostró el viaje de circunnavegación de la Tierra (1519 /1522) de Fernão de Magalhães.

La Junta de Matemáticos del rey concluyó que el proyecto carecía de base científica; fue rechazado. Colón intentó entonces obtener en España lo que no había conseguido en Portugal.

Durante siete anos de peregrinación por Castilla acompañó la corte de los Reyes Católicos. Tenaz, acabó por ser recibido en audiencia por Isabel después de la conquista de Granada.

La suerte finalmente lo favoreció. Presentó su proyecto y la reina lo aprobó. Salió de Palos en Andalucía con dos carabelas y una nao, rumbo a Occidente.

Quizá por ser escéptica en cuanto al éxito de Colón, Isabel aceptó sus enormes exigencias. Lo nombró Almirante de la Mar Océana y vice rey de las tierras a descubrir, con derecho a colosales recompensas futuras.

Isabel era tan ignorante en historia como el audaz genovés. Atendiendo a una sugerencia suya escribió una carta al Gran Khan. Ambos desconocían que el imperio edificado por Gengis Khan se había desmoronado hacía más de un siglo y que el último emperador mongol había sido derrocado en China en 1368.

Sobre el primer viaje de Colón han sido escritas miles de páginas. El original de su Diario de Bordo se extravió así como eventuales copias. Fray Bartolomé de las Casas publicó una versión décadas después de su muerte, pero introdujo alteraciones en el manuscrito del almirante.

La travesía del Atlántico fue rápida. La flotilla salió de España el 3 de Agosto, se detuvo en Canarias y llegó a Guanahaini, en las Bahamas, el 12 de Octubre.

La brevedad del viaje contribuyó a que Colón insistiera en una mundividencia nacida de tremendos errores geográficos. Reafirmó que aquellas tierras estaban muy cerca de India y China.

No hesitó en llamar indios a los indígenas desnudos que encontró en Bahamas, Cuba y La Española (actual Haití y República Dominicana).
La palabra permaneció y las islas descubiertas pasaron a llamarse Indias Occidentales.

Pero esas tierras, en vez de proporcionar a la Corona española oro y otras riquezas, han sido para ella (hasta la conquista de México y del imperio incaico )un sumidero de dinero y túmulo de soldados y marineros.

La gloria del almirante de la Mar Océana duró poco. El balance del segundo viaje fue peor que el del primero. No descubrió minas de oro o plata y de los 39 compañeros que habían permanecido en el fuerte construido en la Española no encontró vivo a ninguno al regreso.
La reina lo recibió con frialdad.

El tercer viaje fue desastroso. Principió bien. Se detuvo en el estuario del Orinoco, en la actual Venezuela, sin percibir que llegaba a tierras continentales. El agua despejada por el rio era dulce en pleno mar. Concluyó que había llegado al Paraíso, cuna según la Biblia de los grandes ríos.

En carta a los Reyes Católicos cita una vez más Ptolomeo para quien el hemisferio occidental podía tener la forma de pedúnculo de una pera.

Al llegara la Española, Bobadilla, un juez enviado por Isabel, lo acusó de abuso de poder y corrupción y de esclavizar a los indios no respetando instrucciones de la Reina. Volvió a España en 1500, preso, con cadenas en los pies.

En Europa se sabia que Vasco da Gama, por la ruta del Índico, había llegado a Calicut. Las armadas portuguesas regresaban de India cargadas de especias. Pedro Alvares Cabral llegó a Brasil y por el Tratado de Tordesillas una parte del continente suramericano pertenecía a Portugal.

El rumbo de la Historia desmentía y ridiculizaba las concepciones geográficas de Colón. Sin embargo, desprestigiado, anulados sus privilegios -excepto el titulo de almirante- insistía en afirmar, desafiando a la ciencia, que las tierras del Atlántico occidental eran vecinas de India.

Vivió en Castilla modestamente durante casi dos anos. Fue entonces que escribió El Libro de las Profecías. El original de la obra se perdió como su Diario.

Cayó en un misticismo atípico. Recurría a los profetas bíblicos y a Ptolomeo en una tentativa de justificar sus teorías sobre el Nuevo Mundo. Inspirado por la Santísima Trinidad, Colón atribuía a los Reyes Católicos la misión divina de reconquistar Jerusalén.

Soñaba con un nuevo viaje para llegar, decía, al Quersoneso Áureo (colonia de la Grecia antigua en Crimea) a Calicut y a la Arabia Feliz (Yemen). Ese disparate es, como otros, esclarecedor de su ignorancia de la la historia y de la geografía.

Preguntan los historiadores porqué habrá decidido la reina confiarle cuatro barcos para un cuarto viaje. Miles de españoles habían emigrado ya en esa época para la Española y Cuba. Dejaban España empobrecida por un futuro de aventura. La reina admitía quizá que en las tierras del Atlántico occidental, que pertenecían a la corona de Castilla, las riquezas acabarían por aparecer.

Pero la tarea de Colón, en su último viaje, era muy modesta. Solamente iba ordenado de realizar nuevos descubrimientos. Le prohibieron entrar en aguas de La Española, excepto en caso de fuerza mayor.

Al papa Alejandro VI envió antes de partir una carta que, por la insensatez, trae a la memoria discursos del Quijote dirigidos a Sancho. «Gané –escribió- mil y cuatrocientas islas y trecientos y treinta leguas de tierra firme en Asia ( se refería a Cuba ), sin contar otras famosísimas, grandes y numerosas, situadas a este de la Española. Estas islas son Társis, Cethia, Ofir, Onofray y Cipango». Espantosa confusión. Colocaba al lado de la Española cuatro legendarios países bíblicos y el Japón de Marco Polo.

En ese ultimo viaje, Colón creía que iría atravesar mares que que bañaban Etiopía e India, regiones que además se situaban en la zona de expansión atribuida a Portugal por Tordesillas. Mitómano, esperaba regresar a España por el Índico, dando la vuelta al mundo.

La travesía fue rápida. Bartolomé, el hermano, y Fernando, el hijo bastardo, integraban la expedición. Dos meses después de zarpar de Sevilla, la flotilla llegó a la Martinica. Y, desobedeciendo a las ordenes reales, pidió permiso a Obando, al tiempo gobernador de la Española, para entrar en Santo Domingo, la nueva capital de la isla.

La petición fue rechazada, pero, pese a ello, atrascó la flotilla cerca de la ciudad, para evitar un huracán. Navegó después por el litoral de Cuba y siguió para el sureste. A 30 de Julio la flota se detuvo frente a una sierra, en tierras desconocidas. Se encontraba en las actuales Honduras, pero no percibió que aquella tierra era parte de un continente al sur de la península de Yucatán.

La suerte le fue adversa. Si hubiera proseguido viaje hacia el Norte hubiera llegado a regiones habitadas por los mayas y entrado en contacto con una de las grandes civilizaciones del continente casi un cuarto de siglo antes que Juan de Grijalba y Hernán Cortés. Pero cambió de rumbo y navegó hacia el sur acompañando el litoral de Nicaragua, Costa Rica y Panamá.

En una carta a los Reyes Católicos informó qué según los indios de Ciguare (Panamá) ese lugar estaba a «diez jornadas del rio Ganges». El enorme disparate tiene una explicación. El interprete hondureño había abandonado la expedición y Colón se entendía con los indios por gestos, inventando lo que no comprendía.

Pasó algunos días tranquilos en la bahía de Nombre de Dios. A partir de entonces la expedición asumió un carácter de pesadilla. Las carabelas se encontraban en pésimo estado. Las tripulaciones(casi 150 hombres) sufrían de múltiples enfermedades. La hambruna era tanta que comían las larvas que infestaban el bizcocho podrido.

Los barcos permanecieron en el estuario del rio Belén durante cien días. Colón, muy debilitado por la gota y las fiebres, tenia extrañas visiones. En un texto que le sobrevivió relata sus monólogos con Dios, cita a Moisés, David, Abraham e Isaac.

Desmantelaron uno de los navíos. Colón siguió con los otros tres hacia Jamaica y llegó a la isla el 16 de Abril de 1503. Su mala suerte persistió. Las carabelas podridas no se encontraban en condiciones de hacer las 108 millas que separaban la flota de la Española. Una parte de las tripulaciones, liderada por Diego Porras, se amotinó y atacó a Colón y a los marinos que le obedecían.

Un amigo del genovés enviado en una chalupa a Santo Domingo en busca de ayuda, regreso con una carabela en la que embarcaron el almirante y sus compañeros, incluyendo los hombres de Porras. La travesía, perjudicada por tormentas, duró seis semanas.

Colón fue mal recibido por el gobernador Ovando, que liberó a los participantes del motín y negó al almirante barcos para regresar a Castilla. El almirante consiguió finalmente alquilar a su costa una carabela, pero el buque era tan pequeño que solamente pudieron embarcar para el largo viaje 20 hombres; los restantes quedaron en Santo Domingo.

La carabela llegó a San Lucar de Barrameda el 7 de noviembre de 1504. Dos años, cinco meses y veintiocho días duró la expedición que tuvo facetas de tragedia griega. La reina Isabel falleció dos semanas después de su regreso a España. Fernando, que asumió la regencia de Castilla, menospreciaba a Colón. Le concedió una pensión humillante e ignoró sus reivindicaciones por deudas de la corona relativas a sus servicios.

Murió en Valladolid en mayo de 1506, amargado pero convencido de que había llegado muy cerca de China e India. El rey no se hizo representar en su discreto sepelio.

***

Transcurridos cinco siglos, la celebridad que le negaron en su época es hoy universal. Sobre el almirante han sido escritos docenas de libros. Pero no hay consenso en las opiniones sobre el hombre y el navegador. Para unos fue un genio merecedor de la admiración de la Humanidad; para otros un aventurero ambicioso favorecido por la suerte.

Independientemente de su ignorancia de la geografía y de la ciencia náutica y de su absurda insistencia en invocar a la Biblia y a Ptolomeo en defensa de un proyecto irresponsable, su llegada a un Nuevo Mundo alteró profundamente la historia de la humanidad.

Absurdamente, el nombre por el cual es conocido el continente frontero a Europa no es el suyo. Fue un obscuro escritor de Lorena, Martín Waldseemuller, quien al leer una carta de Américo Vespucio le dio el nombre de América «en honor del sabio que la descubrió». Doble y lamentable engaño. El marino florentino no fue un sabio y se limitó a navegar, al servicio de España y Portugal, por el litoral del continente. La carta era además una falsificación. Pero la palabra América pasó a correr por el mundo y quedó.

El nombre de Colón (Colombo en italiano) es hoy solamente el de un país de América Latina, de una provincial de Canadá y de la capital de Sri Lanka.

No es fácil juzgar al hombre nacido Cristoforo Colombo. Veo en ese caballero de la utopía un ser fascinante y contradictorio que me recuerda a Don Quijote de la Mancha, el héroe de Cervantes.

Serpa e Vila Nova de Gaia, Febrero de 2015
www.odiario.info

 

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