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Argentina :: 19/12/2011

Diez años después... la memoria y el discurso oficial

Aldo Casas
Mirando hacia atrás, las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 no representan sólo dos días de rebelión

Que, sobreponiéndose al Estado de sitio y al asesinato de casi tres decenas de personas, fue capaz de terminar con el desgobierno de la Alianza y de la Rúa.

I- Reconocemos y saludamos, la potencia destituyente del pueblo en la calle y los tumultuosos aunque limitados ensayos instituyentes orientados a devolver el manejo de la cosa pública al pueblo, expresados en los movimientos piqueteros, las asambleas populares, las fábricas recuperadas y otras múltiples expresiones de autoactividad y autoorganización popular. A partir de ese formidable cimbronazo, es toda una década la que está en disputa. Algunos pueden creer que esta pelea política y simbólica quedó cerrada con el 54% de los votos a Cristina Kirchner. Es evidente, por cierto, el espaldarazo a la gubernamentalidad que de esto se deriva. Pero no debemos quedar presos del espejismo de la política institucional, que supone a la población como una sumatoria de individuos aislados y pasivos. Ese es un ensueño reaccionario: la estadística electoral no reemplaza ni anula el antagonismo social, las genuinas aspiraciones a cambiar la vida, las diversas tradiciones, experiencias y organizaciones entre las cuales muchas conservan destellos de la gesta del 19 y 20 de diciembre. Por eso el presente no es lo que nos dicen machaconamente los discursos de la Presidenta, la realidad es para nosotros un ramillete de posibilidades, condicionadas pero no cerradas. El futuro nunca está escrito por anticipado, ni cabe en una urna: siempre surge de la lucha de clases y de la lucha política. Surge, surgirá, de los sueños, la organización y el proyecto – fecundados en este caso por la memoria de la insurrección y de los caídos en aquellas jornadas- que seamos capaces de lanzar al ruedo.

II- Hoy, el discurso oficial prefiere saltearse o ningunear la rebelión de diciembre del 2001. Parecería que el país entero hubiese despertado de la pesadilla de los 90 recién en el 2003 y gracias a Néstor Kirchner. Podría decirse, con mucha más razón, que tanto él como su gobierno fueron un híbrido resultante del impacto de la insurrección, pero también de sus limitaciones. Fue el apabullante repudio del pueblo en las calles a la corrupta partidocracia lo que posibilitó que un casi ignoto gobernador patagónico pudiera presentarse como expresión y portador de un nuevo modelo de país. Fue la inmadurez política de la movilización y la ausencia de un proyecto alternativo gestado desde abajo lo que facilitó que el discurso kirchnerista se presentase como expresión del cambio posible.

El poder y su corte de aduladores se burlan de las consignas y aspiraciones del 2001, diciendo que no llevaron a ninguna parte y ocultando lo que ellos mismos deben a la pueblada. Pero su gran relato triunfalista que comienza reivindicando la importancia de recuperar la dignidad, las utopías y el orgullo de ser argentinos y latinoamericanos, termina allí nomas: reivindicando una política reducida a controlar y utilizar los recursos del Estado en defensa del status quo. El modelo “nacional y popular” se reduce a un mezquino posibilismo: criticando el capitalismo anárquico de los países centrales, dicen que deberemos conformarnos con un (supuesto) capitalismo serio y productivo. Este es un proyecto condenado al fracaso, porque lo más serio del capitalismo de hoy es su crisis y su capacidad destructiva. Desde arriba, discursean y prometen salir de la crisis del capitalismo. Desde abajo, debemos tener la audacia de afirmar que es necesario y es posible salir del capitalismo en crisis.

III- No idealizamos la rebelión, reconocemos sus límites, sufrimos con los golpes recibidos. Pero repasando la historia a contrapelo, oponemos al relato oficial las gemas más genuinas de la pueblada y las ordenamos en una constelación de resistencias populares, las de ayer y las de hoy, que van desde la Semana Trágica hasta el Cordobazo y las luchas de los setenta, pasando por el 17 de octubre y la “resistencia peronista”. Constelación que puede ser dialécticamente relacionada con nuestro presente y el necesario empeño en construir otra política, anticapitalista, desde abajo y a la izquierda.

Tal vez el balance más importante de esta década sea el darnos cuenta que nosotros mismos ya no somos los de antes. Empujados por (y en diálogo con) las ricas experiencias de las luchas sociales y políticas que no dejan de recorrer Nuestra América, somos parte de una militancia que re-descubre las posibilidades y las potencialidades de la genuina práctica revolucionaria, que no se agota en un discurso ideologizado e impotente porque cambia las circunstancias en que vivimos y nos autotransforma. Práctica revolucionaria que debe recrearse y desplegarse cotidianamente, poniendo en relación las batallas del momento con la recuperación de la historia de lucha de nuestro pueblo, asumiendo desde y con las mayorías empobrecidas y humilladas la construcción de poder popular y de una estrategia emancipatoria. Superando localismos y corporativismos, ganando contenido y alcance nacional, nuestroamericano y, en definitiva, internacional. Porque se trata de terminar con el capitalismo en el mundo, antes que el capitalismo termine con nosotros y con el mundo.

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