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Mundo, EE.UU. :: 19/11/2014

El golpe olvidado… y cómo las reglas del padrino se aplican de Canberra a Kiev

John Pilger
El gran juego de dominación afecta hasta al más fiel “aliado” de EEUU. Lo demuestra el menos conocido de los golpes de Estado de Washington: el de Australia

Edward Gough Whitlam falleció el 21 de octubre de 2014, a los 98 años de edad. Fue el vigesimoprimer Primer Ministro de Australia, y su mandato cubrió de 1972 a 1975. En tanto que líder del Partido Laborista desde 1967 hasta 1977, Whitlam llevó a su partido al poder por primera vez en 23 años, en las elecciones de 1972. Luego ganó también la elección de 1974, antes de ser polémicamente despedido por el Gobernador General de Australia, Sir John Kerr, en el clímax de la crisis constitucional australiana de 1975. Whitlam sigue siendo el único primer ministro de Australia a cuyo cargo se ha puesto fin de esta manera. John Pilger nos recuerda el “golpe de estado blando” que puso fin a su mandato, en un artículo escrito el pasado mes de marzo, cuando Whitlam estaba todavía con vida.-Tlaxcala

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El papel de Washington en el golpe de estado fascista contra un gobierno electo en Ucrania sorprenderá sólo a aquellos que ven las noticias e ignoran los datos históricos. Desde 1945, decenas de gobiernos, muchos de ellos democracias, han conocido un destino similar, por lo general con derramamiento de sangre.

Nicaragua es uno de los países más pobres del mundo, con una población menor que la de Gales. No obstante, con el gobierno reformista de los sandinistas, en la década de 1980, fue considerado por Washington como una “amenaza estratégica”. La lógica era sencilla: si el más débil consiguió desatarse de la correa, dando el ejemplo, ¿quién más podría probar suerte?

Este gran juego de dominación no ofrece inmunidad ni siquiera para el más fiel “aliado” de EEUU. Esto lo demuestra probablemente el menos conocido de los golpes de Estado de Washington: el de Australia. La historia de este golpe de estado olvidado es un revulsivo para los gobiernos que crean que un “Ucrania” o un “Chile” nunca podría sucederles a ellos.

La deferencia de Australia hacia EEUU hace que Gran Bretaña, en comparación, parezca un país rebelde. Durante la invasión estadounidense de Vietnam –en la que Australia se comprometió a participar– un funcionario de Canberra manifestó una queja poco frecuente a Washington: que los británicos sabían más sobre los objetivos estadounidenses en esta guerra que sus compañeros de armas de las antípodas. La respuesta no se hizo esperar: “Tenemos que mantener informados a los británicos para tenerlos contentos. Ustedes estarán con nosotros pase lo que pase.”

“Es hora”, fue el lema del Partido Laborista en la campaña de 1972

Esta certeza quedó bruscamente en suspenso, en 1972, con la elección del gobierno laborista reformista de Gough Whitlam. Aunque no era considerado izquierdista, Whitlam –que ahora cumple 98 años– era un socialdemócrata inconformista, con principios, orgullo, decencia y una extraordinaria imaginación política. Consideraba que una potencia extranjera no debería controlar los recursos de su país y dictar sus políticas económica y exterior. Propuso “volver a comprar la finca” y hablar como una voz independiente de Londres y Washington.

El día después de su elección, Whitlam ordenó que su personal no debía ser “investigado o acosado” por el organismo de seguridad de Australia, ASIO, que entonces como ahora estaba comprometido con los servicios de inteligencia anglo-estadounidenses. A raíz de que sus ministros condenaran públicamente al gobierno de Nixon y Kissinger como “corrupto y bárbaro”, Frank Snepp, un oficial de la CIA estacionado en Saigón en ese momento, afirmó más tarde: “Nos dijeron que podíamos considerar a los australianos como colaboradores de Vietnam del Norte.”

Whitlam se interesó en saber si la CIA dirigía –y por qué– una base de espionaje en Pine Gap, cerca de Alice Springs, supuestamente una “instalación” conjunta de Australia y EEUU. Pine Gap es una aspiradora gigante que, como el denunciante Edward Snowden reveló recientemente, permite a EEUU espiar a todo el mundo. En la década de 1970, la mayoría de australianos no tenían la menor idea de la existencia de este enclave extranjero secreto que colocaba a su país en primera línea de una posible guerra nuclear con la Unión Soviética. Whitlam sabía claramente el riesgo personal que estaba tomando, como demuestran las actas de una reunión con el embajador de EEUU. “Traten de jodernos o echarnos”, afirmó éste, “[y Pine Gap] se convertirá en un problema serio.”

Victor Marchetti, el funcionario de la CIA que había ayudado a crear Pine Gap, me contó más tarde: “Esta amenaza de cerrar Pine Gap causó perplejidad en la Casa Blanca. Las consecuencias fueron inevitables ... se puso en marcha una especie de Chile.” (La CIA acababa de ayudar al general Pinochet a aplastar el gobierno democrático de otro reformador, Salvador Allende, en Chile.)

En 1974, la Casa Blanca envió a Marshall Green a Canberra como embajador. Green era un personaje de muy alto nivel en el Departamento de Estado, imperioso y siniestro, que trabajaba en las sombras del “Estado profundo” de EEUU. Conocido como el coupmaster (maestro en artes de golpe de estado), había tenido un papel central en el golpe de 1965 contra el presidente Sukarno en Indonesia, que costó en torno a un millón de vidas. Uno de sus primeros discursos en Australia fue ante el Australian Institute of Directors (Instituto Australiano de Ejecutivos) descrito por un alarmado miembro de la audiencia como “una incitación a los líderes empresariales del país a levantarse contra el Gobierno”.

Los mensajes de alto secreto de Pine Gap eran descodificados en California por un contratista de la CIA, TRW. Uno de los descodificadores era el joven Christopher Boyce, un idealista que, preocupado por el “engaño y la traición hacia un aliado”, se convirtió en denunciante. Boyce reveló que la CIA había infiltrado la elite política y sindical de Australia, y se refería al Gobernador General de Australia, Sir John Kerr, como “nuestro hombre Kerr”.

El juez John Kerr, el alcohólico Gobernador General

Con su negro sombrero de copa y un traje de luto cargado de medallas, Kerr era la personificación del imperio. Era virrey de Australia, nombrado por la reina de Inglaterra, en un país que todavía reconocía a ésta como Jefe de Estado. Sus deberes eran ceremoniales; no obstante, Whitlam –que lo nombró– desconocía o prefería ignorar los vínculos de larga data de Kerr con los servicios secretos angloamericanos.

El Gobernador General era un miembro entusiasta de la Australian Association for Cultural Freedom (Asociación australiana para la libertad cultural). Se trata de una asociación descrita por Jonathan Kwitny, del 'Wall Street Journal', en su libro, “The Crimes of Patriots”, como “un grupo de élite, al que se accedía sólo por invitación… denunciado en el Congreso como organismo fundado, financiado y, en general dirigidas por la CIA.” La CIA “pagaba los viajes de Kerr, construyó su prestigio ... Kerr siguió con la CIA por el dinero.”

En 1975, Whitlam descubrió que el servicio secreto MI6 de Gran Bretaña hacía tiempo que maniobraba en contra de su gobierno. “Los británicos estaban en realidad descodificando mensajes secretos dirigidos a mi oficina de asuntos exteriores,” dijo más tarde. Uno de sus ministros, Clyde Cameron, me dijo: “Sabíamos que el MI6 espiaba las reuniones del Gobierno para los estadounidenses.” En entrevistas realizadas en la década de 1980 con el periodista de investigación estadounidense Joseph Trento, funcionarios ejecutivos de la CIA revelaron que el “problema Whitlam” había sido discutido “con urgencia” por el director de la CIA, William Colby, y el jefe del MI6, Sir Maurice Oldfield, y que en las reuniones se establecieron “acuerdos”. Un director adjunto de la CIA dijo a Trento: “Kerr hizo lo que le dijeron que hiciera.”

Colby, Oldfield, Tange

En 1975, Whitlam se enteró de la existencia de una lista secreta de personal de la CIA en Australia en poder del Jefe Permanente del Departamento de Defensa de este país, Sir Arthur Tange, un mandarín profundamente conservador con un poder territorial sin precedentes en Canberra. Whitlam exigió ver la lista. En ella figuraba el nombre de Richard Stallings quien, de manera encubierta, había establecido Pine Gap como instalación provocativa de la CIA. Whitlam tenía ahora la prueba que estaba buscando.

El 10 de noviembre de 1975, le mostraron un télex de alto secreto enviado por la ASIO en Washington. Más tarde, dicho escrito se atribuyó a Theodore Shackley, jefe de la División de Asia Oriental de la CIA y una de las figuras más notorias generadas por la Agencia. Desde Miami, Shackley había sido jefe del operativo de la CIA para asesinar a Fidel Castro, y también había ejercido la jefatura de la CIA en Laos y Vietnam. Poco antes, había trabajado en el “problema Allende”.

Theodor “Ted” Shackley, alias “El fantasma rubio”

Le transmitieron a Whitlam el contenido del mensaje de Shackley: increíblemente, afirmaba que el primer ministro de Australia era un riesgo para la seguridad en su propio país.

El día anterior, Kerr había visitado la sede de la Dirección de Señales de Defensa, la NSA de Australia, cuyos lazos con Washington eran y sigue siendo vinculantes. Allí le informaron de la “crisis de seguridad”. A continuación, Kerr pidió una línea telefónica segura y pasó los siguientes 20 minutos en una discreta conversación en voz baja.

El 11 de noviembre –el día que Whitlam tenía que informar al Parlamento de la presencia secreta de la CIA en Australia– éste fue convocado por Kerr. Invocando arcaicos “poderes de reserva” virreinales, Kerr despidió al primer ministro democráticamente elegido.

Problema resuelto.

johnpilger.com. Traducción por S. Seguí. Revisado por La Haine

 

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