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EE.UU. :: 27/04/2006

El síndrome Crash: clase obrera e inmigración

Andy Robinson
En las últimas tres décadas el número de inmigrantes en la población activa de Estados Unidos ha pasado de representar un 2,6% al 13%, lo que convierte este factor en clave estructural del sistema laboral. La compañía Smithfield, que en el 2004 compró un 22% de Campofrío, es el líder mundial de producción de carne y no permite organización sindical en su seno

Crash, la mejor película del año según Hollywood, es una denuncia de la insolidaridad interétnica en Los Ángeles: los asiáticos desprecian a los hispanos, los centroamericanos se indignan por ser confundidos con los mexicanos y los afroamericanos insisten en que los latinos hablen inglés. El único punto de contacto entre todas estas comunidades, son los accidentes de automóvil (crash). El síndrome crash, según se percibe en Los Ángeles y otras regiones del país, es una de las claves del mercado de trabajo de Estados Unidos, en el que los sueldos no suben y los beneficios sí.

Los Angeles

Tras las movilizaciones de protesta de la semana pasada en defensa de los inmigrantes indocumentados, escolares hispanos discutieron con jóvenes afroamericanos que se consideran perjudicados por la mexicanizacion de la metrópoli californiana - el 46% de la población procede de México- y por la irrupción masiva de indocumentados en sectores como la construcción, la agricultura, la hostelería, la limpieza y el mantenimiento de edificios. Los salarios reales de los trabajadores no cualificados - muchos de ellos afroamericanos- no levantan cabeza en este ciclo expansivo, pese a que el porcentaje de los beneficios en la economía bate récords desde 1968.

Muchos en Los Ángeles culpan de ello a los sin papeles. Los mexicanos, por su parte, dirigen su ira contra los afroamericanos por la nueva legislación que criminalizará a los sin papeles. "Nosotros somos muy trabajadores, pero los negros no quieren trabajar", afirma una camarera de un restaurante del barrio hispano de Maywood.

Nueva Orleans

Una gasolinera a las ocho de la mañana del día siguiente al Mardi Gras es uno de los puntos de encuentro de quienes buscan trabajo en las tareas de desescombro y reconstrucción de la ciudad tras el Katrina. Hay afroamericanos, mexicanos, puertorriqueños, cubanos y guatemaltecos y cada grupo se mantiene separado. Pasan camionetas y vehículos 4x4 conducidos por los jefes de obra -blancos y negros- que recogen a seis o siete hombres para llevarlos a los barrios en reconstrucción. "Poco después del Katrina cobrábamos 20 dólares la hora", dice un inmigrante mexicano de Toluca, de 29 años. "Luego vinieron los puertorriqueños y los guatemaltecos y ahora sólo cobramos 7,5".

Dos puertorriqueños se acercan enfurecidos e insultan a los mexicanos, mientras un tercero acusa a los afroamericanos de actitudes "racistas con los latinos". Los afroamericanos se quejan de que los hispanos indocumentados se han aprovechado de la ausencia de hasta el 80% de la población negra para acaparar el empleo en construcción y servicios baratos. "Los mexicanos hacen lo que hizo la gente negra", dijo Yvonne Warren, afroamericana procedente de Chicago.

Carolina del Sur

En las siniestras plantas de carne del sur del estado, cerca de la base militar de Fort Bragg, la mitad de los 26.000 trabajadores que despedazan cerdos y pollos son hispanos, el 30% son negros y el resto son indígenas locales -de la tribu lumby- y blancos. Aquí también los afroamericanos culpan a los hispanos de la caída en picado de los sueldos; la remuneración por hora de un trabajador de los mataderos oscila entre los 6 y los 8 dólares la hora en estos momentos, una tercera parte de lo que se cobraba hace treinta años, cuando las plantas de carne aún se ubicaban en los alrededores de Chicago y la fuerza de trabajo tenía representación sindical.

Trabajadores mexicanos de la planta de Smithfield, donde 6.000 trabajadores matan y descuartizan a un cerdo cada dos segundos, acusan de vagos a los afroamericanos. "Los prietos son pendejos", dice Alberta Lagunas, 68 años, de Guerrero (México), cuyos hijos indocumentados trabajan en Smithfield y en la cercana planta de pollos. En Smithfield, según el sindicato UFCW, existe una jerarquía étnica del trabajo: los supervisores son blancos, los trabajadores de almacenes son lumby, y los mexicanos y afroamericanos -como se percibe por las heridas en sus dedos- manejan los cuchillos.

El peor trabajo lo hacen indígenas guatemaltecos, dice Dennis Treacy, reportero local: "Limpian las plantas durante la noche, a veces con sangre hasta las rodillas", añade. La compañía Smithfield, que en el 2004 compró un 22% de Campofrío, es el líder mundial de producción de carne y no permite organización sindical en su seno.

El síndrome crash parece ser el resultado de un mercado de trabajo escasamente regulado, en combinación con una constante ampliación de la oferta de mano de obra por medio de la inmigración, en gran parte indocumentada. Hay discrepancias entre economistas respecto al impacto de la inmigración sobre los salarios en general, pero parece claro que, ausentes sindicatos y con escasa legislación laboral, el aumento de oferta de mano de obra de baja calificación abarata al factor trabajo en sectores como construcción, industrias de bajo valor añadido y la hostelería.

El porcentaje de inmigrantes en la población activa en Estados Unidos ha subido del 2,6% en 1970 al 13% en el 2003. George Borjas, de la Universidad de Harvard, cree que es responsable de una reducción del 9% del sueldo medio de los trabajadores de baja calificación nacidos en Estados Unidos, muchos de ellos afroamericanos. La afiliación sindical ha caído del 24% del empleo al 14% desde 1980. Se agrava el síndrome crash.

Sin embargo, donde se supera la insolidaridad étnica y los sindicatos se refuerzan, la inmigración ha coincidido con subidas de salarios incluso en trabajos de baja calificación. En Los Ángeles, una campaña del sindicato SEIU con varias huelgas ha podido frenar la caída de los salarios de los porteros de inmuebles. El desplome se produjo en los ochenta por la sustitución de trabajadores afroamericanos sindicados por inmigrantes centroamericanos indocumentados. Tras caer desde siete dólares la hora a menos de cuatro, los sueldos han vuelto a subir en los últimos años pese a la mayor presencia de sin papeles en la ciudad californiana.

Asimismo, el origen del descenso de los salarios en la industria de la carne no era la inmigración, sino la decisión de las empresas de desplazarse desde el Medio Este al Sur en los setenta y ochenta huyendo de los sindicatos. Ahora son los latinos en Carolina los que encabezan las campañas de organización sindical de la UFCW. Varias plantas ya tienen representación sindical y han subido los salarios. Smithfield, sin embargo, sigue rentabilizando el síndrome crash.

La Vanguardia

 

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