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Venezuela :: 24/04/2017

¿La culpa es de Maduro?

Marco Teruggi
No se debe pedirle a Maduro que haga lo que otros deberían hacer. Y una vez más es necesario decirlo: es imprescindible cerrar filas con él

Cuando el 19 de abril del 2013 Nicolás Maduro juramentó como presidente, supimos que lo peor de esos días había pasado. El intento de Golpe de Estado iniciado el 14 a la noche no había triunfado. El saldo eran 11 asesinados, locales del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) y Centros de Diagnóstico Integral atacados, dirigentes agredidos, la violencia como un galope negro. Se trataba del primero de los cuatro intentos de Golpe de Estado que se iba a enfrentar en cuatro años. Actualmente estamos en el cuarto. En pleno desarrollo.

La Venezuela de esos días tenía una superposición de tiempos: el duelo de la partida de Chávez -los diez días de entierro con millones de personas-, la victoria electoral de Maduro por pocos puntos, los recuerdos de la épica de octubre, la resistencia ante los llamados al odio de Capriles Radonsky. Todo estaba por verse, al borde de lo incierto, la historia abierta como pocas veces.

Es necesario comenzar por los ataques y repetir: cuatro intentos de Golpe de Estado en cuatro años. Abril del 2013 el primero, febrero/marzo del 2014 el segundo, octubre del 2016 el tercero, marzo/abril del 2017 el cuarto. Es necesario porque como decía Rodolfo Walsh, la medida de nuestros aciertos las da la reacción del enemigo. Este enemigo no ha dejado de atacar. Y el cálculo no es exacto: cuatro fueron los intentos insurreccionales. El Golpe como tal ha sido permanente, de desgaste, prolongado, y más que Golpe ha sido guerra.

-A Maduro no lo han dejado gobernar, dijo una vez una señora en una movilización.

Nada más cierto. Ni un solo instante.

Hay que subrayarlo. Porque dentro del balance provisional de estos años en marcha, el factor imperialista ha sido neurálgico: Venezuela fue y es el blanco número uno en el continente. El antiimperialismo debería haber sido un punto de acuerdo entre izquierdas y progresismos para defender Venezuela. No lo fue. Muchos soltaron la mano en estos años, reflejo de desinformación, purismo, oportunismo, resguardo ante pronósticos de caídas -mejor distanciarse para no quedar asociado. En los momentos más difíciles de la revolución es cuando más sola ha estado. En particular Nicolás Maduro, acusado por muchos de haber llevado a la bancarrota el proceso de transformación que había hecho soñar a una generación, de no haber podido con el legado. Acusaciones funcionales -se quiera o no- a la táctica de la derecha que ha tenido como objetivo el de centrar todos los males en las espaldas de Maduro, llevarlo a la cruz, la ridiculez, a las cenizas de la historia.

Maduro fue el hombre a destruir desde el día de su victoria.

***

Asumió porque fue votado por la mayoría, y se candidateó porque así lo había indicado Hugo Chávez. Se puso la banda de presidente del proceso que condensaba lo más avanzado de las experiencias transformadoras de esta época, y cargaba a su vez con dificultades y errores procedentes de años anteriores -hay que buscar la génesis de esas tendencias en la etapa que comienza en el 2006. Es necesario remarcarlo: muchos de los problemas a los cuales tuvo que enfrentarse el gobierno encabezado por Maduro venían de antes. Problemas que el mismo Chávez señaló el 20 de octubre del 2012 en el discurso del Golpe de Timón. Era necesario rectificar el rumbo, sintetizado en “comuna o nada”.

Con esa directriz estratégica tomó la presidencia. Lo hizo al frente de una arquitectura de gobierno heredada, un nudo económico histórico sin resolver -ni más ni menos que la dependencia de la renta petrolera- un movimiento de masas nacional, y un enemigo que no esperó para intentar un golpe frontal al estómago para que cayera. Y no cayó.

Quedó al frente y frenteó. El problema es querer analizar los cuatro años únicamente a partir de su figura, como si un proceso político pudiera explicarse a través de un solo hombre. Se trata de un error de análisis, un enfoque político planteado por la derecha, una falencia comunicacional de un sector del chavismo que quiso -y ahí pone su empeño- construir la épica de Maduro dejando por fuera lo demás, adjetivándolo artificialmente. Tres líneas que confluyeron en ponerlo cómo único hacedor/culpable. Así pasaron a segundo plano sujetos populares, mediaciones políticas, movimientos sociales, contradicciones propias de un intento de transición, intereses de clase contrapuestos a lo interno del chavismo, lógicas de manejo del poder en la dirección, disputa de poder, figuras como las de la burocracia y los traidores, situación geopolítica, contraofensivas nacionales e imperiales.

La simplificación se tradujo en la siguiente ecuación: la revolución dependía de Chávez y los precios del petróleo. Muerto el primero y caído lo segundo, el proceso se agotó.

Así puestas las claves de (no)análisis, la partida estaba perdida de antemano. No había nada que hacer. El problema es que no solamente los datos son inexactos -el desabastecimiento agudo comenzó meses antes de la caída de los precios del petróleo, por lo que la relación no es lineal- sino que se reduce todo lo demás a mero espectador. Las clases populares, esas mismas que 12 y 13 de abril del 2002 fueron protagonistas del retorno de Chávez, son convertidas a la pasividad: no tienen consciencia, experiencia organizativa, tensiones con el Estado, son despojadas de su capacidad política.

En lugar de centrar el bien y el mal Maduro, resulta más certero entenderlo como una de las partes importantes de la dirección cívico-militar del proceso de transformación. Ni víctima de un cerco que no lo dejaría gobernar -vieja tesis casi mitológica- ni actor todopoderoso.

***

No existe el madurismo. Él mismo se ha encargado de repetirlo. Esa figura ha sido parte de la estrategia comunicacional de la derecha y sectores oportunistas que eran parte del chavismo. Se trata con esta operación de construir una ruptura, acusarlo de querer crear su propia corriente que, ese es el punto, habría traicionado el legado histórico. Permite que chavistas puedan reivindicar su identidad chavista a la vez que oponerse al actual gobierno, una forma de atraer votos a la derecha.

Lo que existe es la revolución venezolana. Dentro de ella, de la conducción, ganaron mayor espacio quienes optaron por ceder poder a quienes han propiciado los ataques contra la misma revolución. Esa es la tensión de clases interna, un debate nodal que está planteado. Esa es una parte del todo. Existen muchas más: sectores que construyen comunas, movimientos sociales locales, transferencias de recursos a experiencias organizadas, fábricas recuperadas que ensayan nuevos modos de producción, más de 1 millón 500 mil viviendas entregadas en seis años, resolución colectiva a problemas de la comida, experiencias milicianas etc. Es una trama compleja que no se puede reducir a Nicolás Maduro -así como no se la podía reducir a Hugo Chávez.

¿Cuál sería el parámetro para evaluar su gestión al frente de la presidencia? Según indicaba Chávez sería en función -para pensarlo en términos socialistas- de si las medidas de gobierno tomadas contribuyeron a la consolidación de un “modo sustancialmente democrático, de control social, de autogestión general”. Chávez citaba, en este caso, a István Mészáros. Visto desde esa perspectiva se puede nombrar a favor del Maduro el crecimiento comunal bajo su etapa, y la conformación de los Consejos Presidenciales de Gobierno Populares, como herramientas concretas de cogobierno. ¿En qué situación están hoy cada uno de esos elementos? Ese análisis debe incorporar no solamente el elemento “voluntad” del presidente, sino la maduración -o no- de las fuerzas populares/comunales, la actuación del Psuv, las políticas de los ministros, las lógicas bajo las cuales son puestos los ministros -más por cuotas de poder que por línea política- las tensiones con los gobernadores y otros etcéteras, que hacen a la complejidad del corazón del proyecto chavista: la construcción de la sociedad y el Estado comunal. ¿Si no se avanzó lo suficiente fue por culpa de Maduro?

Se podría evaluar su gestión desde otras perspectivas. Una de ellas es la de haber logrado evitar los escenarios de violencia que ha intentado construir la derecha en cada una de las cuatro insurrecciones. La paz ha sido una victoria: pelear esta guerra ha sido mantenerla en los cauces democráticos -sería necesario debatir sobre los límites de hecho de la democracia en tiempos de guerras híbridas. Maduro ha comandado esa paz. Como presidente de la República y como líder del chavismo. Hoy, 19 de abril, está nuevamente ante ese desafío. Él y todo el movimiento.

Le ha tocado gobernar en el peor de los contextos. Con la contrarrevolución alzada, el petróleo en precios bajos, la correlación de fuerzas continentales invertida, y los demonios no resueltos del chavismo en constante tensión. Visto a la distancia la pregunta sería ¿quién podría haberlo hecho mejor? Aunque esa pregunta es tramposa: lleva implícita la tesis de que dependería de una sola persona. La revolución tiene su propio laberinto, y en defensa de Maduro se podría hacer otra pregunta: él ha hecho lo que ha hecho en estos cuatro años, ¿qué han hecho quiénes deberían radicalizar el proceso, profundizar su desarrollo socialista? ¿por qué han ocupado tanto espacio quienes ven la transformación como un Estado fuerte que realiza acuerdos con el empresariado manteniendo políticas sociales?

A cuatro años entonces es necesario ahondar de manera integral las claves de resolución de los principales desafíos, reconocer y debatir los aciertos y límites del presidente como parte de la dirección, proyectar los pasos que permitan resistir los ataques golpistas y construir las herramientas de la transición al socialismo. No se debe pedirle a Maduro que haga lo que otros deberían hacer. Y una vez más es necesario decirlo: es imprescindible cerrar filas con él. La unidad del chavismo es una condición para proyectar una victoria. Esa unidad conlleva hoy reconocer su liderazgo. Lo demás es agua para otro molino. Y solo existen dos molinos.

hastaelnocau.wordpress.com

 

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