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Medio Oriente, Europa :: 31/10/2015

Israel, el holocausto y las guerras por la historia (I)

Maciek Wisniewski
La sola idea de que Hitler era un antisemita despistado que necesitaba preguntarle a al-Husseini qué hacer con los judíos es absurda y ahistórica

Parecía difícil que Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí, batiera su propio record de chutzpah (descaro, en hebreo y yidish; en polaco: hucpa), una nefasta faceta personal –y estilo de hacer política– en cuya crítica se especializa el viejo Uri Avnery (véase: 'A world record for chutzpah', en Counterpunch, 16-18/8/13).

Pero lo logró. Y no sólo eso. Con un par de frases llevó también todo el debate en torno al conflicto judío-árabe –incluso su entendimiento– a otro nivel de demencia (y vaya, ya ha hecho mucho).

Pero... ¡qué frases! Los guionistas de Hollywood se morirán de envidia. Los historiadores en todo el mundo, que por décadas –y sin éxito– han tratado de ubicar el momento exacto en que Hitler oprimió el botón de la solución final, querrán cambiar de profesión.

En la historia según Netanyahu todo ocurrió entre las 4:30 y las 5:45 de la tarde del 28 noviembre de 1941 en Berlín, durante el encuentro entre el Führer y Haj Amin al-Husseini, el muftí de Jerusalén (1921-1937) y líder nacional palestino. Según él, hasta aquel entonces Hitler no quería exterminar a los judíos, sino expulsarlos, pero el muftí lo hizo cambiar de idea:

–Si expulsa a los judíos, todos ellos vendrán aquí [a Palestina].

–Entonces, ¿qué debo hacer con ellos? –pregunta Hitler.

–Quemarlos –responde al-Husseini.

¡Uno de los grandes misterios de la historia resuelto en 20 segundos! Sólo que... todo este diálogo es totalmente apócrifo, no está en los documentos de la época (véase: 'What really happened when muftí met Hitler', en Haaretz, 22/10/15 [http://www.lahaine.org/est_espanol.php/netanyahu-exculpa-a-hitler-del]) ni en ningún otro lugar, salvo la imaginación de Netanyahu.

Dina Porat (Yad Vashem): es un completo disparate; Moshe Zimmerman (Universidad Hebrea): es algo al borde del negacionismo; Tom Segev (autor de Seventh million, sobre usos y abusos del holocausto): es un cuentito inoportuno.

Quizás sería algo sólo para reír, una buena escena en una comedia sobre el holocausto (¿con Bruno Ganz como Hitler y Roberto Benigni como muftí?), si no fuera por el momento y contexto.

El desafortunado muftí al-Husseini que, exiliado en Europa, oponiéndose al colonialismo británico y buscando garantías para la Palestina independiente se alió con los nazis –pero nunca fue nada más que un peón en su propaganda–, hizo su reaparición de las tinieblas de la historia (¡con diálogo y todo!) en un ferviente discurso que Netanyahu dio ante el Congreso Mundial Sionista en Jerusalén (video: Haaretz, 21/10/15), celebrado en medio de una nueva ola de enfrentamientos israelí-palestinos (con Jerusalén y la mezquita Al Aqsa como centro).

El mismo día, fuerzas israelíes abatieron a cinco palestinos en territorios ocupados y fue asesinado un colono israelí. En un mes murieron más de 50 palestinos y unos 10 israelíes (la mayoría acuchillados).

Mencionar al muftí –instigador de los ataques a judíos en los años 20 (verdad) e instigador del holocausto (mentira)– tenía dos propósitos:

1) aparentar que el motivo detrás de la actual revuelta palestina no es el peso de la ocupación y el colonialismo, sino el viejo odio y antisemitismo genocida que se remonta incluso a la época pre Israel, 2) y completar el paso de estafeta de miedo: después de que el acuerdo nuclear con Irán le quitó a Netanyahu su principal arma política –la bomba iraní bautizada por él como segundo holocausto–, se pasó a tiradores de piedras (amenazados con 20 años de cárcel), al terror de los cuchillos y finalmente a “palestinos-artífices de la ‘solución final".

Nada nuevo bajo el sol.

La reciente chutzpah de Netanyahu es sólo otro caso de la vieja operación que Idith Zertal llamó la nazificación de los palestinos (véase: “Israel’s Holocaust and the politics of nationhood”, 2005) que consiste en:

- La identificación de los palestinos desplazados por la creación de Israel (1948) con el holocausto mediante su transformación en amenaza existencial; su deshumanización y demonización (reforzando la idea de victimización judía y de Israel país en estado de emergencia permanente).

- El desplazamiento temporal y espacial de amenaza nazi a los palestinos y a Medio Oriente para justificar su desalojo y otras prácticas coloniales (sobre todo después de la guerra de 1967).

- La normalización y legitimación del expansionismo provisto de un argumento moral (los 6 millones...) y visto como medida preventiva contra el nuevo Auschwitz.

Por si fuera poco, los palestinos también caen víctimas de una transferencia del trauma.

Bien anota en este contexto David Hearst: con el paso del tiempo y las nuevas generaciones, la rabia post holocausto en Israel –igual que el miedo, un objeto de manipulación– crece y muta, pero su objetivo ya no son los que realmente mataban: los alemanes, ucranios, letones o polacos, sino... los palestinos (MEE, 21/10/15).

En la mayoría, las marchas de veteranos de las SS en Riga o marchas con antorchas de neonazis ucranios y veteranos de OUN/UPA, corresponsables por la masacre de 34 mil judíos en Babi Yar en septiembre de 1941, en la primera fase de la solución final (antes del encuentro muftí-Hitler y sin que haga falta su incitación...), ya no evocan la imagen del exterminio tanto como lo hacen las marchas de Hamas.

En fin: la sola idea de que Hitler era un antisemita despistado que necesitaba preguntarle a al-Husseini qué hacer con los judíos es absurda (y ahistórica).

Uri Avnery: “Hitler trataba su antisemitismo en serio y lo aplicaba a todos los semitas. También detestaba a los árabes. Contrariamente a la leyenda, sentía aversión al muftí… lo recibió una vez para la foto pedida por la propaganda y no quiso verlo de nuevo”.

También contrariamente a la leyenda (propaganda sionista), en la historia del mundo árabe no hubo casos de odio y persecuciones como los de Europa culminados con la Shoah; al contrario: lo que hubo fue –en general– entendimiento y coexistencia ('The fallacy of rising anti-semitism', en Counterpunch, 20-22/2/15).

Ayer el holocausto fue una gran hecatombe; hoy, según Norman Finkelstein ('Why is Netanyahu trying to rewrite history?', en Al Jazeera, 22/10/15), ya es sólo una shmata (trapo en yidish, del polaco szmata) para todos los usos políticos del momento.

@periodistapl

 

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