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Medio Oriente :: 15/11/2014

Lecciones de Gaza

Julien Salingue
Derrota política y militar del régimen de Israel. Hamas sale reforzado por este nuevo ataque durante el cual ha demostrado una capacidad militar inédita

[La reciente agresión contra la Franja de Gaza ha demostrado de nuevo la locura destructora y asesina que es capaz de mostrar el régimen de Israel cuando trata de aplastar al pueblo palestino, a sus organizaciones y a sus aspiraciones nacionales.

Cerca de 2.000 personas muertas, más de 11.000 heridas, más de 500.000 desplazadas (30% de la población), decenas de miles de edificios parcial o totalmente destruidos… Cifras que producen vértigo, aún más si se piensa en la pequeñez de la franja costera, una vez más víctima de una “ofensiva” que es una masacre. A finales de agosto, se logró un alto el fuego cuyos términos y condiciones muestran que aunque es inapropiado hablar de “victoria” de los palestinos, confirma una derrota política y militar del régimen de Israel.]

Falsos pretextos y verdaderos objetivos

Muchas personas se han preguntado sobre el motivo del momento elegido de esta nueva agresión para comprender las verdaderas razones del Estado de Israel más allá del eterno pretexto de los cohetes desde la Franja de Gaza, ya citados durante la campaña precedente de bombardeos en noviembre de 2012. En aquella época, Israel afirmaba que intervenía con el único fin de “proteger” a sus habitantes de los cohetes. Sin embargo, antes del inicio de la ofensiva de 2012, ningún israelí había muerto a causa de un cohete desde hacía un año. La historia se repite: Gaza ha sufrido este verano un diluvio de hierro y fuego siendo que la última vez que un israelí murió a causa de un cohete se remontaba a… noviembre de 2012, durante la anterior operación israelí.

No se trata de hacer balances macabros sino de recordar algunos datos: desde que hace siete años, Hamas tomó el control de Gaza y antes de la última agresión, 17 israelíes habían muerto a causa de los cohetes, 10 durante la operación “Plomo fundido” (invierno 2008-2009) y “Pilar defensivo” (noviembre de 2012). Con otras palabras, más de la mitad de las víctimas de los cohetes murieron durante las operaciones israelíes y el número de 17 hay que compararlo con el de más de 2.000 gazatíes muertos durante el mismo periodo..., un desequilibrio semejante a la relación de las fuerzas militares que hace más escandaloso el discurso sobre las “amenazas” y la “violencia” del que sería víctima el Estado de Israel que no haría más que “defenderse”.

Hay que buscar más allá las verdaderas razones de la agresión. En primer lugar, para Netanyahou, se trata de una operación de política interior. A la cabeza de una coalición que engloba a la derecha, la extrema derecha y los colonos, Netanyahou ha elegido una vez más la brutalidad para contentar a sus socios y a un electorado que confluyen en el odio a los palestinos. Después del descubrimiento del cuerpo de tres jóvenes israelíes desaparecidos cerca de una colonia de Cisjordania y el aumento de los abusos contra los palestinos, Netanyahou eligió atender a las llamadas al odio golpeando a la población de Gaza, a la que es totalmente fantasioso atribuir la muerte de los tres israelíes asesinados cerca de Hebron.

En segundo lugar, la operación intentaba desviar la atención internacional, que las semanas anteriores se concentraba en Cisjordania, Jerusalem e Israel, por la multiplicación de las llamadas al odio y la venganza y el paso de las palabras a los hechos: la horrible muerte del joven Mohammed Abou Khdeir (quemado vivo), la paliza a su primo Tareq por parte de la policía, pasando por las incursiones llevadas a cabo por los colonos, las decenas de actos criminales perpetrados. Todo esto mostraría a quienes se negaban a verlo, la verdadera cara de la violencia y el racismo del Estado de Israel, a quien le incumbe la principal responsabilidad, y a los propios dirigentes israelíes, a pesar de sus hipócritas declaraciones de condena con la boca pequeña, de los abusos cometidos contra los palestinos.

¿Romper la unidad nacional palestina?

Hay que tener en cuenta un tercer factor aunque no se trata de sobrevalorarlo: el acuerdo de “reconciliación” firmado a finales de abril por Hamas y la OLP y la creación de un gobierno de “unidad nacional” a principios del mes de junio. Este acuerdo aunque es muy desfavorable para Hamas (volveremos sobre esto), era intolerable para el Estado de Israel en la medida en que contribuye a normalizar a Hamas en la escena política regional, pero también en la internacional, más aún, después del reconocimiento por la Unión Europea y los Estados Unidos, de la legitimidad de un gobierno formalmente apoyado por los dos principales componentes del movimiento nacional palestino.

Una de las constantes de la política israelí respecto a los palestinos es la voluntad de las autoridades coloniales (en la gran tradición del colonialismo) de elegir ellos mismos los representantes del pueblo colonizado y, consecuentemente, los eventuales interlocutores de unas hipotéticas negociaciones. Del boicot a la OLP, denominada “organización terrorista” durante las décadas de 1970 y 1980, a la negativa a reconocer los resultados de las elecciones de enero de 2006 (ganadas por Hamas), pasando por la puesta en fuera de juego de Yasser Arafat a comienzos de este siglo, los gobernantes israelíes siempre quisieron imponer a los palestinos “elegir” a sus “representantes” para que respondieran a las aspiraciones de Israel y no a los interesen de los principales afectados.

El presidente Mahmoud Abbas era el interlocutor ideal para Israel, por al menos dos razones aparentemente contradictorias: desde hacia decenios era conocido por su “moderación” y su capacidad de aceptar “compromisos” que más parecían concesiones; con otras palabras, estaba dispuesto a renunciar a lo esencial de los derechos nacionales de los palestinos por el intercambio de algunas ventajas materiales y simbólicas. Pero desde la victoria de Hamas en enero de 2006 y la guerra Fatah-Hamas en Gaza en el verano de 2007, Abbas no ejerce ningún poder y ningún control en la Franja de Gaza así que no puede presentarse como apoyo al conjunto de los palestinos de los territorios ocupados.

La tendencia a capitular y una débil legitimidad son a ojos de Israel, las principales cualidades del presidente de la Autoridad Palestina (un presidente cuyo mandato acabó hace más de cinco años...), en la medida en que permite a la potencia ocupante mantener la ilusión de un hipotético “proceso de negociación”, que Abbas apoya regularmente acudiendo a negociaciones auspiciadas por Estados Unidos, incluso sabiendo que él es incapaz de imponer a la población palestina ningún “acuerdo de paz” que equivaliera a una rendición. Abbas es una pieza fundamental en el dispositivo de transformación de lo provisional en permanente por parte de Israel. “Sí, ocupamos colonizamos, expulsamos, detenemos, pero todo esto no durará. La prueba: negociamos con la representación palestina

El acuerdo de reconciliación, por frágil que sea, cambió algo el panorama: Mahmoud Abbas habría podido presentarse con una nueva legitimidad y, elemento esencial, Hamas habría sido simbólicamente asociado a las negociaciones y por tanto, reconocido como un interlocutor potencialmente legítimo en la escena internacional. Una situación intolerable para Israel que rechaza que una organización palestina que ha rehusado abandonar las armas y que está muy implantada en la sociedad de Gaza y Cisjordania pueda adquirir el estatus de representante legítimo de los palestinos ante los países de la región pero, también, ante los países occidentales. De ahí, la ofensiva de este verano, uno de cuyos objetivos más importantes era empujar a Hamas a cometer un error y una vez más, desacreditar el movimiento de resistencia islámico haciéndole aparecer como una “organización terrorista”.

Forzar las contradicciones de Hamas

La firma de Hamas del acuerdo de reconciliación en abril hay que entenderlo como una inflexión significativa en la orientación de la estrategia del movimiento. Los términos del acuerdo le eran muy desfavorables y el “ gobierno de unidad nacional” que se formó algunas semanas más tarde, parecía confundirse con el gobierno que existía hasta entonces en Ramallah. “El gabinete acordado no era más que la continuación del gabinete unilateral e ilegal que le había precedido (los mismos Primer ministro, Viceministros, Ministro de Asuntos Exteriores, de Economía, del Plan, de Salud, de Asuntos de Jerusalem como antes de la “reconciliación”); el gabinete y especialmente el Primer ministro, no son más que marionetas de la Presidencia desprovistas de cualquier carácter legislativo/1.

Hay que entender este retroceso de Hamas a la luz de la reciente evolución de los acontecimientos en la región y a la toma de conciencia, por parte del movimiento de resistencia islámico, de que su aislamiento aumentaba y de los riesgos que le hacían correr su incapacidad de mejorar por poco que fuera las condiciones de vida de los habitantes de Gaza. Mientras que 2012 había sido una bendición para Hamas, desde el verano de 2013, las dinámicas regionales le habían sido muy desfavorables obligándole a aceptar un acuerdo con Mahmoud Abbas bajo patrocinio egipcio.

Recordemos que en la dinámica de las mal llamadas “primaveras árabes”, Hamas había adquirido un estatus insólito: el boicot al movimiento decretado por la gran mayoría de los estados árabes después de las elecciones legislativas de 2006, había fracasado. En enero de 2012, Ismaïl Haniyyah, Primer ministro del gobierno de Gaza, era recibido por los nuevos responsables tunecinos; en junio, era recibido oficialmente por el Presidente egipcio recientemente elegido, Mohammad Morsi, un encuentro impensable durante la época de Mubarak, unido a un alivio del bloqueo del lado egipcio; la visita con gran pompa del Emir de Qatar a Gaza a finales de octubre era el último acontecimiento que consagraba la nueva centralidad regional del actor político Hamas.

Pero la evolución de la situación en Túnez, el golpe de estado contra Mohammad Morsi en el verano de 2013, la masiva represión contra los Hermanos Musulmanes que le siguió, el empeoramiento de la situación en Siria, así como la conducta de Qatar -un enano político que se veía como un gigante diplomático-, erosionaron considerablemente esa centralidad revelando su carácter precario. El refuerzo del bloqueo a Gaza que siguió a la llegada al poder del dictador Sissi, el agotamiento de la ayuda financiera procedente de un Irán poco satisfecho por la posición anti Assad adoptada por Hamas, así como el rechazo de la AP de Ramallah a pagar los salarios a los funcionarios empleados por Hamas en Gaza, colocaron a Hamas en una situación peligrosa: “El riesgo de una revuelta social (contra las autoridades de Gaza) se convertía en una hipótesis verosímil, el bloqueo no podía exonerarle de responsabilidad eternamente incluso si algún cambio de la coyuntura económica no se alcanzaba a corto plazo/2

Estas son algunas de las razones que han llevado a un Hamas exangüe a aceptar una “reconciliación” que, verdaderamente, no lo era, en la medida en que el acuerdo contenía fundamentalmente disposiciones técnicas (fusión de funciones públicas, vuelta de la Guardia Presidencial a Gaza, organización de elecciones generales, etc.) pero en ningún caso, un programa político. Esta “reconciliación” fue un acto de dos personajes debilitados y contestados en la escena política palestina. No olvidemos que durante las últimas elecciones celebradas en Cisjordania, las municipales de otoño de 2012, la derrota de Mahmoud Abbas fue casi total a pesar del boicot de Hamas: poco interés (pocas candidaturas, 80 ciudades sin ninguna lista,), débil participación (apenas 50% frente al 73% en las anteriores) y sobre todo, derrota de casi todos los candidatos de Fatah, apoyados por la dirección de Abbas (en general, a manos de los disidentes de Fatah como en Naplouse, Jénine ou Ramallah).

En realidad, la “reconciliación” es una “especie de alto el fuego entre dos hermanos enemigos decididos a aplazar en el escenario palestino cualquier cambio definitivo sabiendo adaptarse a las mudanzas en el ámbito regional e internacional/3.Para Hamas, se trataba principalmente de renunciar (¿provisionalmente?) al ejercicio (y a la usura) del poder en las estructuras de la Autoridad Palestina, de volver a centrarse en su actividades más tradicionales (redes asociativas, gestión de mezquitas), de salir del aislamiento volviendo a ser un elemento ineludible de la escena política palestina. Una actitud pragmática del movimiento de resistencia islámica que ha sabido extraer un balance de la experiencia de Mohamad Morsi y de su propia experiencia en el poder, que le ha puesto en contradicción frente a sus propias bases mucho más convencidas de proseguir la resistencia contra Israel que de (co) gestionar un aparato de estado títere.

Esta notable inflexión era inaceptable para el Estado de Israel, que no puede tolerar un Hamas en vía de normalización e inclinado al compromiso, ni una “unidad” palestina por muy formal que esta sea. La ofensiva de este verano estaba dirigida principalmente contra Hamas, con la detención de cientos de militantes y decenas de cuadros en Cisjordania y una amplia ofensiva contra su aparato militar en Gaza destinados a debilitar las estructuras del movimiento y a empujarle a retomar el camino que había abandonado desde hacer cerca de dos años, el de la resistencia armada. El Estado de Israel esperaba también matar así dos pájaros de un tiro, poner provisionalmente a Hamas fuera de juego y obligar a Mahmoud Abbas a renunciar a cualquier acuerdo con una organización “hostil a la paz”: “La ofensiva israelí no responde en modo alguno a una radicalización de los palestinos o de Hamas. Al contrario, es una ofensiva contra las concesiones hechas por Hamas para la reconciliación palestina/4.

Una derrota política y militar de Israel

Lo menos que se puede decir es que Israel no ha alcanzado sus objetivos o solo lo ha hecho muy parcialmente y de manera colateral. Hamas no sale debilitado sino reforzado por esta nueva ofensiva durante la cual ha demostrado una capacidad militar inédita. A pesar del impresionante despliegue israelí, con la llamada de 60.000 reservistas y el desarrollo de un potencial de fuego que Gaza no había conocido nunca -ni en la ofensiva del invierno de 2008-2009 ni en la del otoño de 2012-, Hamas (y las otras organizaciones de la resistencia palestina) han salido bien paradas en gran medida. Los cohetes, incluso aunque no ocasionaran muchas pérdidas a Israel, no cesaron y sobre todo, la invasión terrestre israelí se saldó con la muerte de más de 60 soldados, incapaces de neutralizar a los grupos armados y de controlar los barrios invadidos. El “alto el fuego” se firmó sin que Israel hubiera alcanzado sus objetivos militares.

Además, a pesar de los terribles daños materiales y humanos causados por la agresión israelí, los habitantes de Gaza no han abandonado mayoritariamente la solidaridad con los combatientes armados como demuestra la afluencia a las exequias de tres comandantes militares de Hamas asesinados a mediados de agosto por Israel o las repetidas llamadas de personalidades y organizaciones de la sociedad civil de Gaza apoyando el derecho de los palestinos a recurrir a la lucha armada.

Otra prueba: al revés de lo que pasó en el invierno de 2008-2009, Mahmoud Abbas y sus próximos no tuvieron la posibilidad de denunciar a Hamas o de hacerle responsable de la tragedia que ha conocido Gaza este verano. Es la unidad nacional la que primó e incluso se ha podido escuchar a cierto número de diplomáticos palestinos que representaban a las autoridades de Ramallah hablando en cadenas de televisión occidentales para manifestar su apoyo al conjunto de las organizaciones palestinas, incluida Hamas, y a la lucha armada.

Incluso cuando las quejas de parte de la población gazatí contra Hamas eran numerosas, la organización supo equilibrar las cosas: “Hay una acumulación de rencores contra Hamas, lo que se comprende perfectamente. La gente atribuye su malestar y su miseria a la presencia de Hamas sobre todo, después del cambio egipcio. Para los gazatíes, Egipto es fundamental. Y saber que sus gobernantes son la nueva bestia negra del régimen de El Cairo, no es nada fácil. En revancha, a los gazatíes les parece muy bien que la ofensiva israelí haya sucedido en el momento justo en el que Hamas iniciaba el cambio que todos deseaban. Es decir, la reconciliación y un cambio de rumbo hacia una línea más moderada para salir de la asfixia que les ha tocado en suerte desde hace tanto tiempo”/5. Una “moderación” que, por otra parte, se plasmó de los mismos términos del “alto el fuego” obtenido finalmente a finales de agosto.

Sin victoria para los palestinos

Las exigencias palestinas en lo referido al alto el fuego muestran efectivamente la ausencia de “radicalidad” en el campo palestino.

¿Cuáles eran estas demandas? Evidentemente, el levantamiento del bloqueoque pasa por la apertura de las fronteras con Israel y con Egipto, la reconstrucción del puerto y del aeropuerto de Gaza (destruido y cerrado desde finales del 2000) y la extensión a 10 Km de la zona de pesca a lo largo de Gaza. Como lo ha destacado la jurista Francesca Albanese que trabajó durante ocho años para la ONU, “ninguna de esas reivindicaciones es nueva. Las Naciones Unidas, entre otras, han exigido el levantamiento del estado de sitio, estado de sitio ilegal según la legislación internacional como una condición necesaria para poner fin a la desastrosa situación humanitaria en la Franja. Facilitar el movimiento de mercancías y de personas entre Cisjordania y la Franja de Gaza ya se había estipulado en el documento de Aprobación de Movilidad y Acceso (AMA) firmado por le gobierno de Israel y la Autoridad Palestina en 2005. Incluso la construcción de un puerto y la posibilidad de un aeropuerto en Gaza ya habían sido estipuladas en el AMA aunque su construción real nunca se ha cumplido. La demanda de ampliación de la zona de pesca autorizada es inferior a la contemplada en 1994 en el acuerdo de Oslo y formaba parte de los acuerdos del alto el fuego de 2012/6.

Nada de “maximalista” o de “radical” en estas exigencias que, sencillamente, corresponden a un mínimo vital para la población de Gaza y que son reconocidas como legítimas por el conjunto de los organismos internacionales. Son estas las reivindicaciones que Israel se niega a escuchar, demostrando una vez más, que la potencia ocupante rechaza en nombre de su pretendida seguridad no la satisfacción de los derechos nacionales de los palestinos ( también consagrados por el derecho internacional) sino el establecimiento de las condiciones mínimas para satisfacer sus necesidades más elementales: circular, tener una vivienda, cuidar la salud, alimentarse debidamente, educarse. Por eso la exasperación de la población de Gaza y de las organizaciones de resistencia palestina y de los sentimientos difusos entre los habitantes de la Franja, y esto a pesar de la violencia de la agresión, como lo resumía Raji Sourani del Palestinian Center for Human Rights (PCHR): “Mejor morir antes de volver a la situación anterior”.

Así que ninguna intransigencia por parte palestina; al contrario, una cierta moderación puesto que ninguna organización ha pedido el cumplimiento del conjunto de los derechos nacionales palestinos (fin de la ocupación civil y militar, derecho de autodeterminación y derecho de retorno de los refugiados) a cambio de un alto el fuego sino simplemente, los derechos básicos y un poco de oxigeno. Una vez más, hay que situar la intransigencia de parte del Estado de Israel que ha demostrado a quien quería olvidarlo, en nombre de su supuesta “seguridad”, un meticuloso proyecto de destrucción de la sociedad palestina para impedirle reivindicar colectivamente sus derechos. Ese era uno de los objetivos inconfesables de la agresión contra Gaza: mandar a la pequeña Franja costera a la edad de piedra para que las preocupaciones de la población no se inviertan en la lucha por el fin de la ocupación sino en la lucha por la reconstrucción y a la supervivencia.

En semejantes condiciones, es difícil hablar de “victoria” para los palestinos que solo han logrado alguna de sus reivindicaciones, ya bastante moderadas, con un alivio parcial del bloqueo, una extensión de la zona de pesca y conversaciones futuras sobre el puerto y el aeropuerto de Gaza. No se trata de ser extremista y de defender una estrategia de “todo o nada”, y solo se puede alegrar de que los gazatíes no estén más bajo las bombas. Sin embargo, es necesario constatar que las celebraciones organizadas por Hamas con motivo de la firma de la tregua y los inflamados discursos de sus dirigentes sobre la “inmensa victoria de la resistencia palestina” distan mucho de la realidad, lo que los gazatíes no dejarán y no dejan de observar.

¿Y ahora?

La evolución de los acontecimientos después de la agresión israelí de este verano confirman que las dinámicas apenas han cambiado: el anuncio, a principios de septiembre, de la ocupación por parte de las autoridades israelíes de 400 hectáreas en Cisjordania indica que no tienen ninguna intención de renunciar a la empresa colonial sionista e incluso quieren acelerarla; la incapacidad de Hamas y Mahmoud Abbas para entenderse sobre la puesta en práctica del acuerdo de “reconciliación” confirma que era muy formal y precaria; la multiplicación de las manifestaciones (fuertemente reprimidas) en Cisjordania y en Jerusalem indica que, en la estela de las celebradas este verano, la estabilización completa del dispositivo de ocupación sigue siendo un objetivo imposible de alcanzar y esto a pesar de la colaboración de las fuerzas de seguridad palestinas de Cisjordania.

Aunque era lo que la administración estadounidense pretendía hace menos de un año, “relanzar el proceso de negociación” para la firma de un acuerdo global y duradero entre Israel y los palestinos, la ofensiva contra Gaza , la más mortífera de los últimos decenios, confirma que es inútil pretender “negociar” con Israel. Y quienes aceptan las reglas de juego del “proceso de paz” actúan, de forma consciente o no, contra los intereses nacionales palestinos manteniendo la ilusión de una paz posible con la potencia ocupante. Los palestinos no necesitan un seudo-gobierno de “unidad nacional” y de acuerdos técnicos y puntuales entre las principales organizaciones palestinas cuando estos pueden ser interpretados como elementos positivos por los que luchan contra el veneno de la división. Las atribuciones y los poderes de semejante gobierno son los que el Estado de Israel tenga a bien conceder y desde ahí es pensar en vano que podría ser un punto de apoyo para construir una verdadera correlación de fuerzas contra el poder colonial.

Lo ocurrido recientemente en Gaza -y en menor medida, en Cisjordania- ha demostrado que los palestinos nunca son tan fuertes y unidos como cuando luchan juntos contra las fuerzas de ocupación. La única “unidad nacional” duradera solo puede construirse sobre un programa y una estrategia de lucha y de resistencia y no sobre el reparto de papeles y de puestos en el seno de un seudo-aparato del estado, la Autoridad Palestina, cuya función no es organizar la lucha nacional palestina sino la de canalizarla y si fuera necesario, destruirla. La AP es una estructura que fue concebida durante los Acuerdos de Oslo para neutralizar la resistencia y la población palestina y para promover la ilusión de una autonomía de interlocutores legítimos para “negociar”.
Encontró después su propia razón de ser y son numerosos quienes, al principio en Fatah, más tarde en Hamas después de su toma de control de Gaza, eligieron sacrificar los intereses de los palestinos en aras de las ventajas materiales y morales que otorga la gestión de un sedo-aparato del Estado.

Quienes creyeron, como algunos en Hamas, que podían transformar la AP “desde dentro” saben ahora, sin embargo, qué ocurre: el problema no era tanto el de algunos individuos poco escrupulosos e inclinados a la colaboración sino el de una seudo-autonomía que representa la continuidad de la ocupación por otros medios. Hoy se elevan numerosas voces lúcidas en Palestina: es la hora de la reconstrucción de la resistencia (creación de estructuras militantes unitarias de base, de un mando unificado de lucha, de sindicatos independientes de la AP, de cooperativas agrícolas, de comités de pueblos...) y no de la lucha estéril por el control del seudo-aparato del Estado dispuesto a firmar un acuerdo que ratifica la cantonalización y está abocado a ser un subcontratista del trabajo sucio del ejército israelí o a ser liquidado si se atreve a reivindicar derechos para los palestinos.

Los sucesos de este verano indican que la crisis del “proceso de paz” y del movimiento nacional palestino van a continuar en la medida de que el paréntesis de Oslo ( y de la ilusión de que una “autonomía” llevaría a una duradera paz negociada) va a cerrarse. Nuevas crisis y enfrentamientos son previsibles cuya forma y salidas son inciertas, aún más en la medida en que dependerá en gran parte de la evolución de de los procesos revolucionarios de la región. Si la primera condición para creación de una nueva correlación de fuerzas contra Israel es la ruptura de la lógica de Oslo y la elaboración de estructuras y estrategias que permitan la reconstrucción nacional palestina, sería inadecuado olvidar que solo una nueva correlación de fuerzas en la región permitiría los palestinos salir de su enfrentamiento a solas con un Estado de Israel apoyado por el conjunto de los países occidentales para poder imaginar un futuro más radiante.

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Notas:

/1 Jean-François Legrain, Le leurre de la « réconciliation entre le Fatah et le Hamas (Orient XXI 2, 2014)

/2 Ibid.

/3 Ibid.

/4 Gilbert Achcar, Une offensive contre la réconciliation palestinienne (Politis, 2014).

/5 Ibid.

/6 Francesca Albanese, Le silence assourdissant autour de la proposition du Hamas d’une trêve de 10 ans , (Agence Médias Palestine, 2014).

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