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Mundo, Asia :: 31/07/2011

China, Brasil, Indonesia... El capital es un amante infiel

Walden Bello
La docilidad y el bajo coste de la mano de obra china no va a durar mucho. Lo que molesta tanto a las empresas extranjeras como a la naciente clase capitalista local

El filósofo esloveno Slavoj Zizek escribió recientemente que "China es hoy el estado ideal para el capitalismo: libertad para el capital, con el Estado haciendo el 'trabajo sucio' de control de los trabajadores. China como poder emergente del siglo XXI…, parece incorporar un nuevo tipo de capitalismo: sin reparar en sus consecuencias ecológicas, desdeñando los derechos de los trabajadores, subordinándolo todo al desarrollo despiadado para devenir la nueva potencia mundial."

Pero el capital es siempre un amante infiel. En los últimos tiempos un número creciente de líderes empresariales albergan cada vez más dudas en torno al "modelo chino", que durante tres décadas ha sido tan importante en la globalización de la producción y de los mercados.

El alivio con que recibieron los círculos empresariales la recuperación de Asia oriental impulsado por el programa de estímulo económico de China de 580 mil millones de dólares en 2009, ha sido reemplazado por la preocupación sobre el estallido de la burbuja inmobiliaria, la gran presión inflacionaria y la enorme capacidad de inversión sin control alguno. Existe, también, la sensación de que la dirigencia China está inmersa en una batalla perdida contra los intereses y las estructuras creadas a fin de pasar de una estrategia de crecimiento basada en una economía exportadora a otra basada en el crecimiento del mercado interno. Un movimiento que mucha gente considera urgente ya que los mercados tradicionales de China en los Estados Unidos y Europa se encuentran en una situación de estancamiento a largo plazo.

Pero es la impresión de que la docilidad y el bajo coste de la mano de obra china -principal fuente de rentabilidad de las empresas- no va a durar mucho tiempo. Lo que molesta especialmente tanto a las empresas extranjeras como a la naciente clase capitalista local. Y muchos temen que la falta de escrúpulos de la que habla Zizek (la mano de hierro que ha desplegado el Estado chino durante las tres últimas décadas para hacer de China un país competitivo) constituye ahora el problema central.

Esta preocupación se hizo palpable el año pasado cuando trabajadores de diversas empresas instaladas en el sudeste chino, como Honda y Toyota, se declararon en huelga y lograron sustanciales incrementos salariales. Para sorpresa de los inversores extranjeros, el gobierno no se opuso a las demandas de aumentos salariales, lo que llevó a algunos a especular sobre la posibilidad de que el régimen viera las huelgas como un elemento complementario a sus esfuerzos por reorientar la economía hacia el crecimiento interno.

Luego las huelgas cedieron, pero la segunda ola de movilizaciones, con fuertes disturbios, que se ha desatado en mayo de este año ha preocupado tanto al gobierno como a las élites capitalistas. La base social de las protestas actuales no son los trabajadores con cierto nivel de formación, los mejor pagados en las filiales japonesas, sino la gente con una remuneración baja, (migrantes internos) que trabajan en las pequeñas y medianas empresas nativas produciendo bienes para el mercado exterior. En la zona de Zengcheng, uno de los centros de la protesta, se encuentran cientos de empresas subcontratadas especializadas en la producción en masa de vaqueros que terminan vendiéndose, bajo distintas marcas, en tiendas como Target y Walmart en EE UU.

Teniendo en cuenta que la provincia de Guangdong, donde tuvieron lugar la mayoría de las protestas, representa alrededor de un tercio de las exportaciones de China, las autoridades respondieron con dureza. Pero, como dice un informe de una oficina del Consejo de Estado, el Centro de Investigación para el Desarrollo, la represión policial no va a lograr garantizar la estabilidad. "Los trabajadores inmigrados del campo están marginados en la ciudad" dice el informe, "no se les integra en la sociedad, son tratados como una mano de obra barata, marginados, despreciados y discriminados." El informe advierte: "Si no son absorbidos en la sociedad urbana y no gozan de los derechos que les corresponden, se van a acumular muchos conflictos... Si no se administra correctamente esta situación, se generará una gran amenaza desestabilizadora."

Un problema grave que no parece que tenga una solución fácil. Durante las últimas tres décadas, la reserva inagotable de mano de obra del interior rural de China y el bajo nivel de organización de los trabajadores presionaba los salarios a la baja. Ahora el suministro de trabajadores a las provincias costeras dedicadas a la exportación puedan llegar a su fin, lo cual conllevaría un incremento constante de los salarios y una militancia obrera mayor que marcaría el fin del "precio chino".

¿Despega Brasil?

Cuando al término de su viaje a China en abril, la presidenta brasileña Dilma Rousseff anunció que Foxcom International Holdings, la mayor productora mundial de productos electrónicos, se desplazaba de China a Brasil, con una inversión prevista de 12.000 millones de dólares en la construcción de factorías en ese país, muchos observadores pensaron que se inauguraba una "Cooperación Sur-Sur". Pero el movimiento que muestra este dato representaba algo más que la "solidaridad BRIC" (término que se utiliza para referirse conjuntamente a Brasil, Rusia, India y China): Foxcom (fabricante del IPhone y IPad para Apple, de los ordenadores Dell y muchos otros dispositivos bien conocidos por los compradores de alta tecnología en todo el mundo), terminó con pérdidas el ejercicio de 2010 debido a los costes laborales más altos en China.

Foxcom no es la única que pega el salto a Brasil. La razón principal por la que los inversores estén yendo en masa a Brasil parece ser que es porque bajo el mandato de Lula este país no sólo se hizo buen amigo del capital debido a sus atractivas leyes para las inversiones extranjeras y sus políticas macroeconómicas conservadoras sino, también, por la estabilidad que promueven sus políticas sociales. Uno de los promotores más entusiastas de Brasil, The Economist, escribía lo siguiente el 12 de nov. de 2009, comparando a Brasil con China y otros mercados emergentes para las inversiones:

"A diferencia de China, es una democracia; a diferencia de India no hay rebeliones ni conflictos religiosos o étnicos entre comunidades. A diferencia de Rusia exporta algo más que petróleo y armas y trata con deferencia a los inversores extranjeros. Bajo la presidencia de Luiz Inazio Lula da Silva, ex líder sindicalista de origen humilde, su gobierno tomó medidas para reducir las desigualdades e impulsar el consumo doméstico. Los países desarrollados tienen más que aprender de Brasil que de China”.

Siguiendo con sus alabanzas al Brasil de Lula, la revista dice:

"La inversión extranjera se vuelca a ese país, atraído por un mercado estimulado por la disminución de la pobreza y la ampliación de las capas medias bajas de la sociedad. Brasil ha consolidado sus instituciones políticas. Una prensa fuerte y pujante pone al descubierto la corrupción -que es muy amplia y vive en la impunidad." El semanal concluye que "Su despegue es tanto más admirable porque es fruto de reformas democráticas consensuadas. Si China pudiera decir lo mismo..."

Lula parece haber cuadrado el círculo. ¿Es esto real? El analista progresista Perry Anderson cree que lo es. En un largo y clarificador artículo publicado en la London Review of Books dice que la innovación de Lula consistió en combinar políticas económicas conservadoras y una favorable política para las inversiones extranjeras con un programa contra la pobreza, la Bolsa Familia, que en términos de gasto gubernamental supone muy poco pero que tiene efectos sociales y políticos importantes. Con este programa de transferencia económica condicionado al compromiso de los padres de escolarizar a sus hijos y de someterlos a periódicas supervisiones médicas, la Bolsa Familia ha contribuido a la reducción del número de pobres de 50 a 30 millones, que ha convertido a Lula en uno de los pocos líderes políticos que terminó su mandato con más popularidad que cuando empezó. En cuanto a los sindicatos, que agrupan al 17% de la fuerza de trabajo en Brasil, están contentos del liderazgo de quien antes de convertirse en presidente estaba en sus filas.

¿Es la hora de Indonesia?

El mismo tipo de comentarios recorre la prensa económica sobre Indonesia. Brasil e Indonesia son más o menos comparables en términos de población y extensión geográfica. Pero mientras Brasil es la octava potencia mundial, Indonesia es la décimoctava. Ninguna de las dos se ha visto especialmente tocada por la crisis económica global, dado que aunque tengan un sector exportador fuerte, son economías basadas fundamentalmente en su mercado interno. Mientras el resto de sus países vecinos del sudeste asiático han sufrido importantes retrocesos en su crecimiento económico en el momento álgido de la crisis en 2009, Indonesia alcanzó un impresionante crecimiento del 4,6%.

Según Mari Pangestu, ministro de Comercio, en los últimos años el país ha sido el destinatario de "una gran cantidad de deslocalizaciones" provenientes de China, provocada por "la revaluación del yuan, el aumento de los salarios, la regulación estricta del trabajo y los problemas a los que China tiene que hacer frente. Con salarios medios más bajos que en China en muchos sectores, incluso en el de las tecnologías de la información, el país se está convirtiendo en una alternativa de recolocación para las empresas preocupadas por los incrementos salariales, que alcanzan dos dígitos, en China y Vietnam. La inversión extranjera alcanzó los 15.000 millones de dólares en 2008, retrocedió a 10.000 millones en 2009, recuperándose en 2010 hasta los 12.500 millones, con la esperanza de que en 2011 llegue a 14.500 millones de dólares.

El Foro Económico Mundial para el Este de Asia tuvo lugar en Yakarta el pasado 12 y 13 de junio, lo que constituye un respaldo importante de quienes dirigen las agencias de inversión de capital. En su informe sobre la "competitividad" de Indonesia, el Foro Económico Mundial señalaba que "entre los puntos fuertes en el entorno macroeconómico de Indonesia destaca el rápido crecimiento y buena gestión fiscal que le ha dado al país una sólida base fiscal. El peso de la deuda se ha reducido drásticamente y la confianza en el país (la calificación para el crédito) ha mejorado". El informe remarca que siendo una de las 20 economías más grandes del planeta, Indonesia, que cuenta con un gran número de consumidores potenciales así como un rápido crecimiento de sus clases medias, “es un país muy interesante tanto para los inversores locales como extranjeros." El débil desarrollo de las infraestructuras constituye un gran obstáculo pero, por ello mismo, un sector muy apetitoso para el capital extranjero, como lo señala el Wall Street Journal en un laudatorio editorial que indica al gobierno la necesidad de otorgar la gestión de las mismas al sector privado y al capital extranjero.

Pero, sobre todo, es el gobierno de Indonesia el que convierte a este país en un destino atractivo para el capital extranjero. La corrupción sigue siendo un problema generalizado y determinados sectores empresariales extranjeros se quejan de que la reforma del código de trabajo sea más favorable para los trabajadores que para el capital. Sin embargo Indonesia afirma que ha atravesado la caída de la dictadura de Suharto, la crisis financiera asiática y la transición democrática con gran éxito. Dice que trece años después de la caída de Suharto, la única ventaja que puede ofrecer al capital extranjero es un "rápido crecimiento con estabilidad democrática". Aunque no exista la Bolsa como en Brasil, la reducción de la pobreza en Indonesia, estimada en un 13% del total de la población, es considerada por las Naciones Unidas y el Banco Mundial como una de las más impresionantes en el mundo.

El presidente Susilo Bambag Yudhoyono, antiguo general bajo el mandato de Suharto, ha estabilizado la economía y consolidado el gobierno democrático durante su primer mandato (2004-2009), desempeñando el papel de Lula en Brasil. Al igual que Lula, Yudhoyono no sólo es bien acogido por el capital mundial sino que es, también, muy popular. En las elecciones para su segundo mandato, ganó con holgura. Y, como Lula, que no se comportó como representante de los trabajadores en el poder, Yudhoyono -SBY para la mayoría de la población- no ha actuado como se esperaba de un ex militar.

Crecimiento con desigualdades sociales

Sin embargo, para mucha gente de izquierdas en ambos países, la situación social está lejos de ser ideal, y ven la fórmula de complacencia con el capital combinada con la reducción de la pobreza, como una mala fórmula para resolver los problemas de sus respectivos países. Su escepticismo no es injustificado. Según el Instituto Brasileño para la Investigación de la Economía Aplicada (http://ipea.gov.br/portal) las desigualdades sociales no se han reducido en los últimos 25 años: el 10% de la población más rica acapara la mitad de la renta nacional de Brasil mientras que el 10% de la misma se reparte entre el 50% de la población más pobre. Indonesia, debido al permanente saqueo practicado por las grandes compañías madereras, se ha convertido en el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero del planeta. Sin embargo, estas voces disidentes son minoritarias.

¿Necesita el capital global regímenes más liberales? Hará falta un poco de tiempo antes de que China sea desplazada de su posición dominante como plaza preferente para las inversiones del gran capital, pero los temores comienzan a aparecer. Zizek lleva razón, pero también se equivoca: parece que mientras la mano de hierro del gobierno sirvió a los intereses del gran capital durante las últimas décadas, ahora, desde el punto de vista de los inversores en China, las políticas que desarrolla generan fisuras que estallan regularmente. Su preocupación mayor en relación a China es que se está convirtiendo en una olla a presión sin suficientes válvulas de seguridad, con un Partido Comunista que pierde mucho peso en la clase obrera y se opone a las reformas democráticas.

Parece que para la reproducción estable de las relaciones capitalistas durante la fase actual de la economía mundial, sistemas políticos más abiertos que permitan integrar los conflictos a través de elecciones y con regímenes laborales más liberales son una opción mejor desde la perspectiva del capital. La ironía de la situación es que incluso las empresas chinas podrían encontrar los regímenes sociales de Brasil e Indonesia más favorables que la propia China para obtener un crecimiento estable y realizar sus beneficios.


Walden Bello es analista senior de Focus on the Global South (Bangkok) HROnlinePH / http://mamvas.blogspot.com/

 

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