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Argentina, Anti Patriarcado :: 17/04/2014

"No quería ser madre": historias sobre el aborto

Noelia Leiva
Para la ley argentina decidir sobre el propio cuerpo no es un derecho sino un delito, cómplice de la clandestinidad

Por eso, miles de mujeres interrumpen sus embarazos en escenarios riesgosos. Otras tantas mueren. Aquí, algunos testimonios sobre esa lucha.

Hace cinco semanas que Florencia está embarazada, le dijo una médica que acaba de conocer. No quiere ser madre: ya no es adolescente pero sí lo bastante joven como para terminar su carrera y buscar trabajo sin un hijo o hija que cuidar. Todavía no siente esa presencia en su vientre ni quiere hacerlo: es su cuerpo y decide ‘decidir’. Como ella, miles de jóvenes y adultas transitan el derrotero clandestino para la interrupción de la gestación que, criminalizada, a veces genera culpa y la necesidad de callar. Las mujeres se convierten en presas políticas del Estado heteropatriarcal y la opresora Iglesia. A días de la nueva presentación en el Congreso del proyecto de ley de aborto legal, seguro y gratuito, las historias claman que la discusión se agilice para que no haya ni una muerta más.

Los relatos sobre el aborto en la clandestinidad son tan distintos como mujeres existen en el mundo pero su pertenencia al campo de lo sancionado genera experiencias comunes. “Me sentía mal pero no quería ser mamá. No se lo dije a nadie. Mi novio fue el único que me acompañó. Él se encargó de averiguar dónde vendían las pastillas (el misoprostol) y comprarlas, pero es injusto tener que sentirse así por decidir no seguir adelante con un embarazo que no quería”, relató a Marcha Florencia, estudiante universitaria de 22 años que vive en Lomas de Zamora y que, aunque no se llama así en la vida real, sí es bien cierto su registro de cuando un derecho es señalado como crimen.

Entender que hay que preservar la acción al ámbito de lo más privado suele ser una constante, aunque a veces el tiempo permite “elaborar el duelo”, señaló Andrea (27), empleada de un estudio de abogados de Monte Grande, en el distrito bonaerense de Esteban Echeverría. “Yo no sabía qué hacer porque me embaracé después de tener relaciones sexuales con un hombre al que estaba conociendo y sabía que mi familia iba a acusarme por acostarme con quien yo quería en el momento que quisiese”, relató, sobre la historia que había vivido tres años antes. En un reconocido centro sanitario privado de su localidad le habían ofrecido practicarle el aborto por 5 mil pesos, que ella estaba dispuesta a pagar, hasta que investigó en internet y se contactó con militantes feministas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que le contaron cómo abortar con píldora.

“Ahora me parece que hay más información, incluso hay libros online que te cuentan qué te pasa si tomás la pastilla (por el material digital que elaboró la línea Más Información, Menos Riesgos), pero cuando a mí me pasó tuve que esperar un mes para conseguirlas”, describió. Vinieron dolores similares a los menstruales y una sensación de cansancio generalizada, propios de cómo el químico actúa en el organismo. “Me sentía mal pero no podía creer que mi karma se había terminado”, señaló. Después vino la ayuda de una terapeuta para poner en palabras esa experiencia, lo que también le permitió compartir con otras mujeres: “Es nuestro derecho, no puede ser que seamos asesinas por decidir si embarazarnos o no ¿Nadie piensa que nos podemos morir o quedar mal por vivir esto como si fuéramos criminales? Porque te hacen sentir así”, enfatizó la estudiante de Derecho, que prefirió preservar su apellido.

Decidir expulsar el feto en formación es un entramado difícil de recorrer por el contenido condenatorio que le aporta la cultura occidental y cristiana. La figura de la madre conciliadora y amante de sus hijos o hijas que las iglesias se encargan de defender todavía pesa. Defender la vida se vuelve sinónimo de plantar bandera a favor de una tradición que es aliada al mercado negro de la muerte, aquel que las que tienen dinero pueden atravesar con menos secuelas pero que las pobres siquiera alcanzan porque no tienen con qué. Parteras ubicadas en consultorios ilegales nada asépticos, agujas de tejer y tallos de perejil hacen al folklore de los abortos menos comentados. Que, a su vez, constituyen la primera causa de muerte materna, aunque, en tanto acción penada, no existen estadísticas oficiales en Argentina sobre ese avasallamiento.

No sólo hay ‘rosarios’ sobre los ovarios sino la presión económica que opera en los despachos políticos. Pese a que esta semana se presentó nuevamente el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo que defienden 300 organizaciones y militantes autoncovocadas de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, el jefe de Gabinete Jorge Capitanich volvió a enfatizar en conferencia de prensa que “el Ejecutivo nacional no impulsa ni promueve” la iniciativa. La lucha promete ser ardua para que las más de 60 firmas del documento tengan el valor suficiente para lograr votos positivos.

Hacerlo público

El tiempo y la resignificación de lo sucedido permiten, a veces, que una vivencia difícil se vuelva lucha. Para Carolina Reynoso, realizadora de la película “Yo aborto. Tú abortas. Todxs callamos” que reúne testimonios disímiles de mujeres que tomaron esa decisión, contar con imágenes le permitió saldar la deuda interna de denunciar la complicidad. Hace poco más de una década fue ella la que estuvo en el lugar de quienes fueron sus entrevistadas en el film.

“La pasé muy mal porque los médicos no me querían contar qué podía sucederme. Tenía miedo de morirme o de quedar estéril. También sentía culpa por la mirada del otro”, describió. Al recorrer el país para conversar con pares se dio cuenta de que “había necesidad de hablar”, también en ella, que pudo pensar esa acción que había ocultado hasta entonces como “la primera decisión totalmente autónoma” de su vida, sintetizó.

Su recorrido simbólico abarca el sentido que tiene la maternidad en una sociedad en la que “se juzga mucho a una mujer que no quiere ser madre porque se pregunta qué otra cosa puede querer hacer que sea más importante”, denunció. Otro argumento que pretende conmover es el del ‘amor’ a las nuevas vidas, pero ¿qué hay, nueve meses y parto mediante, de esas personas cuyas familias no están preparadas para acompañaras en su desarrollo?

“Nadie merece ser un hijo no deseado, nadie merece ser madre sin quererlo”, enfatizó la actriz Marina Glezer, que eligió contar que la primera vez que se embarazó, a los 18 años, interrumpió la gestación. Entonces, en 1999, pagó 800 pesos en una clínica de Barrio Norte para abortar sin secuelas. Con el mismo compañero de ese momento decidió, más tarde, que sí era tiempo de procrear y entonces llegaron sus dos hijos.

“Después de pasar seis meses de infierno, hasta que dejó de ser clandestino y elaboré el duelo, sentí como causa propia la injusticia de no tener derecho a elegir. Yo no pude decidir con libertad y sentirme contenida pero la mujer que no tiene recursos puede perder la vida, es grave”, cuestionó. Vivir o morir por ‘políticas públicas’ que en realidad privatizan y reservan el derecho a quienes pueden pagar en la clandestinidad es el acto cruel de la democracia, la deuda de la ‘década ganada’. Ya son demasiadas muertes ¿cuántas más necesitarán para reconocer que parir o no parir es un derecho personalísimo?

www.marcha.org.ar

 

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