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Europa :: 14/12/2014

Sarajevo: la esperanza y la rebelión social del año 2014

Eric Toussaint
Los bosnios compraron la propaganda occidental de que vivirían mejor separados de Yugoslavia. Una sola cifra lo resume: la tasa de desempleo alcanza ahora casi el 45 %.

Sarajevo, capital de Bosnia Herzegovina, país devastado por una guerra que entre 1992 y comienzos de 1996 mató alrededor de 100.000 personas (todavía no se dispone de cifras definitivas), ha renacido, pero la situación social es dramática. Una sola cifra lo resume: la tasa de desempleo alcanza casi el 45 %.

El país que cuenta aproximadamente con 4 millones de habitantes está dividido en dos entidades, entre las que subsisten múltiples tensiones: la Federación croato-bosnia (51 % del territorio, 65 % de población, capital Sarajevo) y la República Srpska (República Serbia de Bosnia) (49 % del territorio, 35 % de la población, capital Banja Luka). En todo el país habría 48 % de bosnios (a los que se denominó musulmanes, de 1970 a 2000), 37 % de serbios (en su mayoría cristianos ortodoxos) y 14 % de croatas (en su mayoría católicos).

Cerca de 10.000 habitantes de Sarajevo perdieron la vida, entre los que hubo 1.600 niños. El sitio de Sarajevo duró desde abril de 1992 hasta febrero de 1996. Uno de los catalizadores de la implosión de Yugoslavia al comienzo de los años noventa fue el peso de la deuda pública heredada de una política de reformas neoliberales emprendida en el transcurso de los años ochenta. Los dirigentes de las antiguas repúblicas más ricas (Croacia y Eslovenia) consideraron que, promoviendo la separación, la independencia les permitiría hacer frente más fácilmente al reembolso de la deuda (repartida entre las seis repúblicas de la ex federación yugoslava), al sacarse de encima el lastre que constituían, según ellos, las repúblicas más pobres (Bosnia, Macedonia, Serbia y Montenegro). Eso provocó una serie de reacciones en cadena en las que estalló el más exacerbado nacionalismo.

Bosnia-Herzegovina, que en sí misma constituía una pequeña Yugoslavia dado su carácter eminentemente multiétnico, cayó en una espiral de violencia donde se multiplicaron los actos de barbarie contra la población civil. La masacre de 8.000 bosnios musulmanes en Srebenica en julio de 1995 constituyó el ejemplo más dramático. Esa masacre, que se puede asimilar a un genocidio, fue perpetrada por el ejército de la república serbia de Bosnia bajo la comandancia del general Ratko Mladic, apoyados por paramilitares llegados de Serbia. Las fuerzas de la ONU presentes en el lugar no hicieron nada para impedirlo. Y ésta es una de las razones por las que la ONU está tan desacreditada entre la población bosnia.

Retorno a Sarajevo 20 años después

Era la tercera vez que visitaba esa ciudad. La primera fue en 1994, en plena guerra. Aquella vez salimos de Bélgica, en delegación, en dos coches —varios de nosotros formábamos parte de la asociación Socialismo sin Fronteras y de la iniciativa «Ayuda obrera internacional para Bosnia»— para expresar nuestra solidaridad con la resistencia multiétnica a la guerra que asolaba la ex-Yugoslavia y en particular Bosnia-Herzegovina. Nuestra pequeña delegación sólo consiguió llegar a los barrios alejados del centro de Sarajevo, que parecía una ciudad fantasma por sus edificios tremendamente destruidos y la vida social reducida a muy poco: ningún café abierto, dos o tres comercios de artículos de primera necesidad y el ruido intermitente de los tiros de obús y de las ráfagas de ametralladoras. Los informes oficiales indican una media de 329 impactos de obús por día durante el sitio.

Veinte años más tarde, la sorpresa fue mayúscula. Por supuesto, todavía se ven centenares (incluso miles) de edificios que siguen mostrando los estigmas de la guerra, pero es innegable que el centro histórico da la impresión de una relativa prosperidad. Hay una zona de animación permanente constituida por centenares de puestos de artesanos y restaurantes que promocionan la cocina local. Se siente cierta ligereza y tranquilidad en el aire. Las numerosas terrazas de los café están ocupadas casi al completo. Y descubro la riqueza cultural de esta ciudad que no hubiera podido imaginar en 1994.

En Sarajevo, la mezcla y la coexistencia de culturas es evidente. Ahora, en un perímetro de un kilómetro, podemos encontrar soberbias mezquitas que datan del siglo XVI y XVII, una de las tres más grandes sinagogas de Europa —una parte importante de la comunidad judía expulsada por los reyes católicos de España durante la Reconquista en el siglo XV encontró refugio en esta gran ciudad, principalmente musulmana— y también iglesias católicas, ortodoxas y evangélicas. Capital de la provincia otomana más occidental en Europa, Sarajevo en el siglo XVII figuraba entre las grandes ciudades europeas, con 80.000 habitantes (más o menos como Génova, Florencia, Bruselas, o Amberes, con cerca del doble de población que Burdeos, Barcelona o Colonia).

Un país en gran medida bajo tutela de las instituciones internacionales

Desde la guerra en 1995, el país está en gran medida bajo tutela de las instituciones internacionales. Los acuerdos de Dayton (Estados Unidos), firmados en diciembre de 1995, decretaron fundamentalmente que ¡el director del Banco Central de Bosnia Herzegovina no sería un ciudadano bosnio! El Banco Mundial y el FMI instalaron sus cuarteles en el país, así como las tropas extranjeras encargadas de vigilar el respeto de los acuerdos de paz entre la República serbia de Bosnia y la Federación Croato-Bosnia (hubo entre 1995 y 1996 hasta 60.000 militares extranjeros bajo el mando de la OTAN, y actualmente subsiste un contingente de 600 militares bajo el europeo). El país estuvo sometido a diecisiete años de políticas neoliberales reforzadas y, como se señala al comienzo del artículo, el resultado es dramático: en 2013, el 44,3 % de la población activa estaba sin empleo, contra un 35 % en el año 2000.

Excepto la distribución del agua, la electricidad, el transporte colectivo, las minas de carbón y las telecomunicaciones, casi todas las empresas públicas fueron privatizadas y, en muchos casos, desmanteladas por sus nuevos dueños, que revendieron los equipamientos y pusieron fin a sus actividades. En Sarajevo son omnipresentes las agencias bancarias de dos de los más grandes bancos italianos: el Intesa San Paolo y el Unicredit, y de los bancos austriacos. También hay que tener en cuenta las inversiones de los países de la península arábiga, y otros países musulmanes, en las finanzas y en la hostelería. La hipertrofia del sector financiero cohabita con una manifiesta inversión deficitaria en el sector productivo.

El FMI presiona a las autoridades bosnias para que reduzcan los salarios y el empleo en el sector público, que disminuyan las indemnizaciones a las víctimas de la guerra, que rebajen las pensiones y se dificulte el acceso a una jubilación, para que rebajar drásticamente los gastos de la sanidad pública —que todavía es gratuita a pesar de quince años de presiones ejercidas por el Banco Mundial y el FMI—.

La rebelión social de febrero de 2014 ha hecho renacer la esperanza

Como escribiera Mónica Karbowska, «El 5 de febrero de 2014, Tuzla dio la señal de una nueva revuelta obrera en Bosnia. Unos jóvenes incendiaron un edificio público protestando contra un gobierno cantonal corrupto. Tras la respuesta policial, las revueltas conmovieron la pequeña ciudad. Pero los trabajadores del complejo químico DITA, que protestaban en vano desde hacía varios años contra las privatizaciones, se sumaron al movimiento aportando la tradición obrera de Tuzla: convencieron a los jóvenes de que no quemaran edificios públicos porque eran un bien común de los ciudadanos. También les convencieron de que apoyaran las huelgas contra las privatizaciones. Los jóvenes dialogaron con los policías municipales, que resultaron ser sus primos o compañeros de colegio, reticentes a disparar contra sus parientes y sus amigos. El gobierno federal decidió entonces remplazar la policía local por la policía federal.

El verdadero gobernador de Bosnia, el Alto Representante de la ONU, austriaco, y el delegado especial de la UE amenazaron con la intervención de tropas europeas, demostrando así, que el estatuto real del Estado bosnio es el de una colonia de la Unión Europea. Entonces se produjo el estallido de los movimientos de protesta en otras diez ciudades de Bosnia, entre ellas Sarajevo. El movimiento llegó incluso a la República Srpska con manifestaciones en Banja Luka. Los manifestantes exigían la salida de las élites corruptas y la reforma del sistema político heredado del alto el fuego de Dayton, impuesto por las potencias occidentales, extremadamente descentralizado y generador de la corrupción en todos los niveles (municipal, cantonal y federal).

En febrero de 2014, los ciudadanos se concentraron en plenos, grandes asambleas ciudadanas autoconvocadas, y se notaba claramente que la palabra necesitaba ser liberada, después de una noche neoliberal que ya duraba 20 años. Las demandas que emanaban de los plenos se centraban principalmente en las cuestiones sociales y económicas, con exigencias precisas: cambio de la Constitución (la Constitución actual también surge de los acuerdos de Dayton, que de facto ponen a Bosnia bajo el control de la Unión Europea), anulación de las privatizaciones, juicio a los dirigentes corruptos, reducción de las diferencias salariales, realización de un referéndum sobre la deuda. Estos plenos, que reunían estudiantes, obreros, desempleados, así como muchos jubilados que habían conocido la era de la Yugoslavia del pleno empleo y de las empresas autogestionadas, mostraron que la población entendía lo que estaba en juego y sabía lo que necesitaba. Pero esos plenos fueron «crucificados» por los medios y el poder establecido.

En un comunicado aprobado por los plenos, se podía leer que los ciudadanos exigían el establecimiento de un nuevo gobierno, que debía «confiscar las propiedades adquiridas fraudulentamente, declarar la anulación de los acuerdos de privatización, retornar las fábricas a los trabajadores y reanudar la producción cuando ésta fuese posible». Los participantes de los plenos exigían igualmente «la equiparación de los salarios de los representantes del gobierno con los de los trabajadores del sector público y privado, el fin de las primas de todo tipo y el cese del pago de los salarios de los ministros y otros representantes cuyo mandato hubiera terminado.»

Como declarara Tijana Okich,1 que participó activamente en los plenos de Sarajevo: «Desde la gran oleada de manifestaciones de febrero de 2014, se han producido cambios significativos, que confirman que las élites etno-nacionalistas ya no gozan del poder que tenían. La retórica nacionalista está en vías de perder lentamente su posición privilegiada en la sociedad. Han aparecido ciertas formas de solidaridad y de lucha común. Como decía Mao: “por fin alguna cosa bajo el cielo”. Es fundamental escuchar la voz del pueblo después de más de dos décadas de divisiones étnicas impuestas, y esto es ciertamente uno de los eventos más importantes en la historia de la Bosnia Herzegovina de la posguerra. Una cosa es cierta; aunque los sucesos de febrero no hayan cambiado mucho la política oficial, la gente, el pueblo, ha comenzado a organizarse en torno a unas ideas y a unas cuestiones comunes.

Han surgido nuevas iniciativas, tendencias y movimientos, y veremos hacia dónde lleva todo eso, porque también es un año electoral en Bosnia Herzegovina. Pienso que asistiremos a una nueva oleada de protestas, y a nuevos movimiento y tendencias en la acción, pero, ahora, es imposible prever el futuro. La lucha continuará hasta el momento en el que todo el mundo se dé cuenta de que los partidos políticos que nos gobiernan actualmente no son nuestros representantes legítimos, hasta que alcancemos una comprensión de la política como un esfuerzo colectivo con el fin de tomar decisiones comunes.»

Traducido por Raúl Quiroz y Griselda Piñero para CADTM. Extractado por La Haine

 

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