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Mundo :: 09/09/2008

Musharraf: muerde el polvo otro lacayo de los imperialistas

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El noveno año de mandato de Parvez Musharraf, quien era considerado por los Estados Unidos y otros imperialistas occidentales un ?aliado importante? en su llamada guerra contra el terrorismo, ha llegado a su final.

Renunció el 18 de agosto para evitar la vergüenza de un desenlace político que no pudo prevenir, pues no era lo suficientemente poderoso como para lograrlo: el gobierno de coalición que entró en funciones a comienzos de este año llegó a un acuerdo para incriminar al presidente por supuestas violaciones de la constitución, incluyendo la imposición del estado de emergencia el pasado noviembre y el despido de 60 jueces. Al comienzo Musharraf buscó otra salida, pero de repente fue abandonado por todos sus antiguos amigos.

Incluso Estados Unidos no acudió a su rescate. Parecía que se había vencido su fecha de caducidad. Aunque lo que los Estados Unidos y el Reino Unido hicieron por él fue, sin embargo, obligar al actual gobierno pakistaní a conferirle una especie de posible salida segura del peligroso y confuso mundo político de Pakistán, el cual ha estado abierto raras veces a otros líderes en los últimos 61 años, desde que se creó el país.

Un corto resumen de los antecedentes: En 1958 un golpe de Estado militar finalizó el mandato del primer presidente de Pakistán, Iskander Mirza, quien fue forzado al exilio en Londres. Su sucesor, el general Ayub Khan, quien perdió credibilidad después de la guerra con India en 1965, abdicó y dejó el control al general Yahya Khan, quien fue destituido del cargo después de la guerra con India en 1971, cuando un Pakistán derrotado perdió lo que se convirtió en Bangla Desh. Después de esa guerra, Zulfiqar Ali Bhutto, el líder del Partido del Pueblo de Pakistán, se convirtió en primer ministro, pero su período fue interrumpido por un golpe de Estado liderado por el general Zia ul-haq, quien lo llevó a la horca en abril de 1979. El general Zia reinó durante 11 años y suministró a los Estados Unidos una importante colaboración durante la guerra fría antes de morir en un misterioso accidente aéreo. De los dos primeros ministros civiles de los años 90, uno, Nawaz Sharif, fue derrocado por el golpe de Estado del entonces general Musharraf. Sharif estuvo a punto de ser ejecutado pero finalmente fue enviado al exilio. La otra, Benazir Bhutto, la hija de Zulfiqar Ali Bhutto y líder oficial de la oposición en el momento del golpe, también fue enviada al exilio. Regresó en 2007 y fue asesinada en enero pasado. Musharraf no fue capaz de superar la expectativa de vida de sus predecesores. Si, bajo la protección de los Estados Unidos y el Reino Unido, es capaz de sobrevivir, con vida, sin ser arrestado o exiliado, habrá escapado del destino de la mayoría de ellos.

Estos líderes encararon una salida abrupta no solo como consecuencia de sus fracasos y su naturaleza extremadamente reaccionaria, sino también debido a su extrema servidumbre al sistema imperialista y a la situación particular en la que el sistema ha sometido a Pakistán. Esto, en parte se debe a las condiciones históricas de su creación y a su posición geopolítica. Sin embargo, el papel que ha jugado Pakistán en el servicio a los imperialistas occidentales ha hecho aún más frágil y volátil esta situación.

Pakistán se creó en 1947 después de la salida británica de India. Antes de que los británicos se marcharan, los colonialistas deliberadamente crearon una situación que les aseguraría su interferencia en los asuntos regionales durante décadas. La guerra siguiente entre islámicos e hindúes, que incluyó algunas de las peores masacres sectarias en la historia del mundo, no fue casual. El resultado fue la separación de India y la fundación de Pakistán, que no se basó en ninguna existencia real de una nación distinta sino principalmente en motivos religiosos. Este ha sido el factor fundamental en la inestabilidad política que ha azotado a Pakistán desde entonces.

Musharraf afrontó poca oposición popular cuando tomó el poder en octubre de 1999. Los gobiernos civiles de Benazir Bhutto y Nawaz representaron a las mismas clases reaccionarias, al igual que los generales, y se mostraron no menos brutales y corruptos. Siguieron el mismo camino, arrastrándose ante los intereses de los Estados Unidos y de otros imperialistas occidentales. Así que la mayoría del pueblo no vio ninguna razón para apoyar a ninguna de estas fuerzas. Pero la indiferencia de las masas pronto se tornó en un odio masivo hacia Musharraf. Y cuando fue obligado a renunciar, los desastrosos resultados de su mandato fueron obvios para todo el mundo.

La situación económica de Pakistán está en uno de sus peores momentos. Incluso los inversionistas extranjeros están abandonando el país por el deterioro de la seguridad. Se dice que la inflación está por encima del 20%. La bolsa de Karachi ha estado cayendo y la rupia perdió un cuarto de su valor en el último año. Los conflictos esporádicos entre el ejército y los fundamentalistas islámicos asentados en la Provincia Fronteriza Noroccidental junto a la frontera con Afganistán, derivaron en una guerra que hasta ahora ha tenido malos resultados para el ejército. Hasta hace poco los bombardeos suicidas y otros ataques islámicos, no eran considerados un problema importante para Pakistán, pero el violento crecimiento de estas actividades en los últimos 12 a 18 meses, ha hecho de este uno de los lugares más violentos del mundo. El 21 de agosto, una bomba voló una fábrica de municiones cerca de Islamabad, mató a 63 personas e hirió a muchas más. Se dijo que era el peor ataque de este tipo que jamás se había visto en Pakistán.

El gobierno de Afganistán, los Estados Unidos y otras fuerzas invasoras de la OTAN acusan a Pakistán de ayudar a la lucha del Talibán. Después de muchos esfuerzos por parte de los Estados Unidos para mejorar las relaciones entre Pakistán e India, una vez más se han deteriorado. La cuestión de Cachemira se está convirtiendo de nuevo en una causa del conflicto. Nueva Delhi y la CIA han acusado a Pakistán de complicidad en el bombardeo, que mató a 40 personas, en frente de la embajada india en Kabul en julio. Además, es posible que haya unidad entre las fuerzas políticas dominantes para deshacerse de Musharraf y oponerse a India, dejando aparte el hecho de que están profundamente divididos.

Musharraf y la era de la “guerra contra el terrorismo”

Hace siete años, antes de que los Estados Unidos y sus aliados invadieran a Afganistán, Pakistán parecía mucho más estable que hoy. Pero en realidad, durante las décadas anteriores Estados Unidos ya había impregnado a Pakistán con la crisis que padece hoy.

Durante la guerra fría, Pakistán fue el cuartel general de las jihadíes islámicas, que lucharon contra la ocupación soviética de Afganistán, y un centro de reclutamiento de jóvenes musulmanes de todo el mundo para luchar junto a ellos. La intervención de la CIA y la ayuda financiera y militar norteamericana para las jihadíes se canalizó a través de Pakistán. La situación del país se vinculó cada vez más a la guerra en Afganistán. Si se suman, aproximadamente, los cuatro millones de personas de Afganistán que se refugiaron en Pakistán en las últimas tres décadas más los millones que aún están viviendo allí o que tienen parientes en Pakistán, ese vínculo es aún más fuerte.

Musharraf estuvo en el poder durante el período posterior al 11 de septiembre de 2001 y el lanzamiento de la denominada guerra contra el terrorismo por los Estados Unidos. Estos sucesos contribuyeron tanto en su capacidad para consolidar su mandato como a su caída final.

Después del 11 de septiembre, Pakistán se vio obligado a jugar un papel central en la invasión a Afganistán. Un general socio, el secretario de Estado de los Estados Unidos Colin Powell, le dio una opción: “O están con nosotros o están en contra nuestra.” Entonces, el delegado de Powell le dijo al delegado de Musharraf qué ocurriría si el tomara la decisión equivocada: Pakistán “debería prepararse para ser bombardeado hasta que regrese a la Edad de Piedra” (De la autobiografía de Musharraf, In the Line of Fire).

Sin embargo, la respuesta de Musharraf y de las clases dominantes pakistaníes no fue sencilla. Participar en la guerra liderada por los Estados Unidos contra Afganistán y el Talibán conduciría a Pakistán en la dirección opuesta a donde había estado yendo en las dos décadas anteriores. La ayuda a las jihadíes islámicas había fortalecido a Pakistán en su enfrentamiento con India, incluyendo una contribución a lo que los militares pakistaníes llaman “estrategia profunda” en el caso de una guerra total con India; la influencia de Pakistán sobre el régimen del Talibán incrementó su importancia regional. Seguir el lado de los Estados Unidos en este nuevo conflicto amenazaba con hacer pedazos lo que las clases dominantes de Pakistán consideraron que habían logrado a través de años de inversión. Pero también había otro problema. Habían movilizado a las masas alrededor del Islam a través de todos estos años, y ahora se les solicitaba ir en contra de muchos “hermanos musulmanes” quienes habían ayudado a legitimar su gobierno.

Finalmente, Musharraf apareció en la televisión nacional dando un largo discurso que justificaba este nuevo enfoque y trataba de convencer a las poderosas fuerzas fundamentalistas al interior de Pakistán. Su argumento final fue “Pakistán está primero”, queriendo decir que el país no tenía más alternativa que cooperar con los Estados Unidos en su cambio de dirección contra los combatientes fundamentalistas que Estados Unidos había ayudado a financiar y organizar, en primera instancia. Con esto, Musharraf se convirtió en el más importante y oficial “aliado no de la OTAN” de los Estados Unidos. La recompensa fueron 12 mil millones de dólares en ayuda estadounidense, principalmente para fortalecer el ejército pakistaní. Sin embargo, el resultado real no fue el fortalecimiento de las clases dominantes de Pakistán sino el debilitamiento de ellas. Durante años Pakistán exportó a otros países vecinos una guerra basada en el islamismo; ahora comienza a importarla.

Durante el régimen de Musharraf su papel en esa guerra fue controvertido, mientras ayudaba a los Estados Unidos a invadir y ocupar a Afganistán y también a arrestar a cientos de miembros de Al-Qaeda en Pakistán. Mientras durante años las autoridades norteamericanas, hasta el mismo presidente Bush, insistieron en que Musharraf fue un valioso aliado, existieron numerosos reportes que indicaron que su gobierno permitió al Talibán reorganizarse dentro de Pakistán. De hecho, algunos reportes expresaron que el ejército pakistaní no solo se hizo el de la vista gorda ante estas actividades, sino que incluso las apoyó activamente. A pesar de las protestas del régimen de Karzai acerca de este tema, los Estados Unidos parecieron ignorar estos informes por un largo tiempo. Al comienzo las autoridades norteamericanas fingieron que nada de esto estaba ocurriendo realmente; luego hicieron responsables a algunos elementos del ejército pakistaní o la poderosa agencia militar de inteligencia (ISI), los cuales supuestamente estarían actuando independientemente. Solo después de que el Talibán ganó un terreno considerable y llegó a ser de nuevo una amenaza de mayor peligro para la ocupación de la OTAN, comenzaron a preocuparse. (Está fuera del alcance de este artículo analizar por qué los Estados Unidos mantuvieron su apoyo a Musharraf y al ejército pakistaní bajo estas condiciones. Pero es difícil de creer que los Estados Unidos desconocieran la situación.)


El fin de Musharraf

Paralelamente al resurgimiento del Talibán, que obligó a los Estados Unidos a tomar la ayuda pakistaní más seriamente, Musharraf se fue haciendo cada vez más impopular dentro del país. Un factor fue su participación en la “guerra contra el terrorismo”. Otro, fueron sus maniobras para asegurar su poder personal como jefe del ejército, el Estado y el gobierno, violando la constitución de Pakistán que había sido redactada para servir a sus clases dominantes. Se reeligió a sí mismo como presidente del país mientras aún lideraba el ejército, lo que rompió su promesa de abandonar alguno de los dos cargos. Siempre estuvo muy consciente de la inestabilidad política crónica que ha significado para el país el hecho de que ambas labores a menudo vayan juntas. Fue capaz de ir al extremo de declarar un estado de emergencia en noviembre del año pasado y destituir a 60 jueces, incluyendo al Jefe del Tribunal Supremo Mohammed Iftikhar Chaudhery, por miedo a que ellos pudieran declarar ilegal su presidencia. Musharraf había tratado de despedir a Chaudhery en una ocasión anterior, en mayo de 2007, pero debido a las constantes protestas de diferentes abogados que gozaron de amplio apoyo popular, tuvo que retractarse. Washington apoyó todos los actos despóticos de Musharraf, insistiendo en que eran asuntos meramente “internos”, mientras al mismo tiempo aclamaba al general como un aliado irremplazable.

Durante el último año y medio, la economía de Pakistán se ha vuelto desastrosa y ha tambaleado a través de una crisis política tras otra. La posición de Musharraf se estaba debilitando, y se estaba volviendo más y más difícil de salvar. Finalmente el Reino Unido y EE.UU. intentaron forjar un acuerdo de poder compartido entre Musharraf y Benazir Bhutto. Cuando ella fue asesinada cuando intentaba ganar una mayoría parlamentaria y la posición de primer ministro bajo la presidencia de Musharraf, el resultado fue más conmoción política y mayor indignación de las masas. La derrota ignominiosa de los partidos pro-Musharraf en las elecciones de febrero del presente y la formación de un gobierno de coalición entre el Partido del Pueblo de Pakistán (liderado por Asif Ali Zardari, el esposo de Bhutto) y la Liga Musulmana (Nawaz Sharif), indudablemente lo aislaron políticamente. El nuevo jefe del ejército, Ashfaq Kayani, también se distanció de Musharraf. EE.UU. envió a un alto general para reunirse con él y parece que concluyó que el aliado principal era el ejército paquistaní, y no el mismo Musharraf.

Ese fue el principio del fin. Integrantes del gobierno norteamericano empezaron a cuestionar públicamente la eficacia de Musharraf, e incluso a preguntar, sobre la “guerra contra el terrorismo”, como si Musharraf fuera parte de la solución o del problema. Al parecer la reunión entre los funcionarios de la Casa Blanca y el nuevo primer ministro del Partido del Pueblo de Pakistán a finales de julio de este año también estaba relacionada con el futuro de Musharraf. Sólo unos pocos días después, los funcionarios de inteligencia norteamericana confirmaron públicamente la complicidad del servicio de inteligencia paquistaní con el bombardeo de la embajada india en Kabul, éste fue un signo de que su destino estaba marcado. No mucho después de eso, los dos partidos gobernantes paquistaníes llegaron a un acuerdo para procesarlo y destituirlo.

A pesar de eso, los EE.UU. y el Reino Unido simplemente no podían abandonarlo. Tenían que seguir manejando la situación. Se ha revelado que el Sir Mark Lyall Grant, un importante diplomático británico, implicado en la negociación del acuerdo entre Musharraf y Bhutto el año pasado, negoció otro trato entre Musharraf y el gobierno de coalición en la primera mitad de agosto. Convenció a Musharraf para que renunciara a cambio de una salida segura del despacho (The New York Times, 15 agosto, y BBC, 20 agosto).

Musharraf salió de la misma manera que entró: como un lacayo de los imperialistas. No tuvo otra opción que formar parte de la “guerra contra el terrorismo”, y cuando perdió el apoyo de los imperialistas, no tuvo otra posibilidad que renunciar. Sin embargo, a través de los últimos nueve años, no sólo las masas del pueblo se encontraban en una situación deteriorada y mucho peor, sino que también la posición de las clases dominantes del país dependientes del imperialismo en el país y la región se ha debilitado considerablemente. Un Pakistán inestable se ha vuelto mucho más inestable, y la región hostil aún más hostil. Aunque a causa de la guerra, India e Irán se han vuelto más poderosos e influyentes en Afganistán, Pakistán ha perdido toda su influencia ahí y eso también ha aumentado la crisis de sus clases dominantes. Así que el legado de Musharraf y el precio que Pakistán tiene que pagar por el servilismo a los EE.UU. hoy son la turbulencia en la política y en todos los otros aspectos de la sociedad paquistaní, y lo que falta por venir.

 

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