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Argentina: Apuntes sobre las bandas de rock barriales (II)

Los más diversos analistas del tema en cuestión, suelen coincidir en que la juventud es una construcción social o cultural y no simplemente una cuestión derivada del calendario. Dicho fenómeno -no obstante- se impone mundialmente a partir de la segunda posguerra mundial, asociado a la cultura del rock primitivo que consagraron ídolos como Bill Halley, Jerry Lee Lewis o Elvis Presley, que quizás sea su mayor mito.

Ello repercute en nuestras latitudes contemporáneamente con la nacionalización de la conciencia de aquellos jóvenes de clase media que protagonizaran las jornadas de "laica o libre", violentamente precipitada por la dictadura del General Onganía a partir de "La noche de los bastones largos". Dicho proceso -como se sabe- capitalizará la experiencia de casi dos décadas de lucha popular ininterrumpida generando -hacia fines de los 70s- un alza de masas cuantitativa y cualitativamente inédita en la historia argentina. Tales movimientos de ascenso colectivo son sumamente permeables a otras experiencias de avanzada. Así ocurrió con la Revolución Cubana, la gesta del Che en Bolivia o el Mayo francés. En este último caso, una cultura libertaria ganó las calles y se plasmó en las paredes. Su iconografía ("La imaginación al poder") haría sistema con la difundida por los hippies que en California se venían manifestando contra la guerra de Viet Nam ("Hacer el amor, no la guerra"). Y llegaría a nuestras costas para jugar un papel decisivo en los años siguientes, rellenando los muros como si se tratara de cuadernos en blanco. El graffiti, expresión de neto corte generacional que en la década del 70 proponía un discurso externista, de corte político ("la sangre derramada no será negociada"), ya en la década del 80 vira hacia otro internista, de corte emocional ("quisiera ser una lágrima para nacer en tus ojos, poder acariciar tus mejillas, y luego morir en tu boca"). La dificultad para pensar el futuro convoca a rearmarse desde un pasado inofensivo, y así surge como un híbrido entre lo grotesco y lo nostálgico el "género bizarro". Grupos como Los Vergara, liderados por Diego Korol, llevarán tal divisa en alto desde la pintada callejera ("La calle esta dura. Olmedo"), pasando por múltiples perfomances en teatruchos del off Corrientes, hasta recalar -por último- en los shows televisivos de Tinelli. El masivo tránsito de aquella cultura del "Todo o Nada" a otra del escarmiento -signada por el silencio- contribuye a que algunos espacios expresivos negados en el circuito convencional sean reemplazados por alternativas nuevas: desde el pasacalle (cartelón aéreo tendido de vereda a vereda) lo privado tomará estado público; desde el fanzine (suerte de revistita artesanal de carácter juvenil) se dará cita toda una cultura alternativa alimentada en el underground urbano (algunos de sus exponentes hoy nutren el suplemento humorístico de Página 12); en la radio FM ³trucha², volveremos a escuchar las palabras de las que se han despojado los medios de mayor alcance (más de uno de sus locutores ya son voces conocidas de Radio 1 o la Rock and Pop).

En el terreno de la música joven -en tanto- se ha zanjado la polémica entre modernidad y tradición que alguna vez atormentó al gran Astor Piazzola. Los Wild Cats de Lito Nebbia ya han bajado de Rosario a Buenos Aires transformándose en Los Gatos Salvajes, y transitado del cover de Los Beatles en inglés al tema propio en castellano. A partir de entonces, algo así como aquel clásico que enfrentó en el campo de la literatura argentina a Girondo con Castelnuovo desde Florida y Boedo, divide aguas entre los partidarios de una expresión poética no figurativa como la de Spinetta (autor de una célebbre placa en homenaje al patriarca del surrealismo francés Antonin Artaud), y la más referencial-urbana atribuible a Moris, Manal o Pappo. Si el cancionero popular latinoamericano fascinó alguna vez a la juventud militante, el rock llamado nacional no dejará de reclutar en el tiempo una clientela cada vez más masiva.

Al cabo de la Guerra de Malvinas, la extranjería cultural difundida por el Proceso mediante subproductos importados en épocas de dólar barato tales como Village People, se topa con una enorme necesidad de recuperación del orgullo nacional. La juventud participa masivamente de este fenómeno en multitudinarios festivales de solidaridad tales como el que nuclea en Obras a Raúl Porchetto, Nito Mestre y León Gieco; o el que luego ofrecerá Serú Girán en La Rural. En todos los casos se genera un enorme sobreentendido entre público y artistas, que va desde prender miles de encendedores sentando tácita presencia, a corear -como muestra de explícita complicidad- una estrofa polémica que el intérprete deja deliberadamente incompleta. El rock nacional pasa entonces a ocupar el centro del escenario en que se intenta reconstruir una identidad cultural, generando una convocatoria policlasista e intergeneracional. Uno de los emergentes más claros de dicho fenómeno es el autor de ³Sólo le pido a Dios², tema consagrado por entonces como himno pacifista de la época. El cantautor de Cañada Rosquín comienza su carrera acompañándose con guitarra acústica y emulando las baladas de Bob Dylan, para luego evolucionar hacia una suerte de etnografía como la reflejada en ese valiosísimo relevamiento que es "De Ushuaia a La Quiaca", y que lo coloca ahora más cerca de las preocupaciones de Don Atahualpa Yupanqui, que de su inspirador original.

Reinstalado el cancionero joven con toda la fuerza mientras el régimen de facto se desmorona, crece la demanda de un público memorioso y ávido por recuperar el tiempo perdido. El músico que intente reciclarse será entonces masivamente reconvenido por el rechazo de sus fans: Así le ocurre a Piero cuando retorna vestido de blanco y repartiendo flores a cantar "Manso y tranquilo". La platea le exige "Para el pueblo lo que es del pueblo". Así también al posmoderno Cantilo que vuelve con Punch. Se le reclama a gritos "La marcha de la bronca". Este proceso gradual de reapropiación de un rock nuestro habrá de multiplicar en breve las "banditas garayeras", que crecerán en progresión geométrica inundando los barrios. Algunas no pasarán de la periferia urbana, otras llegarán a tocar el cielo con las manos. Citemos las más emblemáticas de los últimos tiempos:

Attaque 77. En 1988 llevaron el punk rock de Los Ramones del gueto contracultural a la cancha de Boca. Lejos del rock stone, se posicionaron como una banda de rock duro.

Bersuit Vergarabat. Se disciplinaron bajo la tutela de Gustavo Santaolalla, hacen "protesta pachanguera".

Caballeros de la Quema. Combinación musical de Divididos con Las Pelotas, letras influenciadas por Bukowski.

Divididos. Sobrevivientes de Sumo, supieron cruzar a Hendrix con Yupanqui.

2 minutos. Arquetipo de la banda barrial (de Valentín Alsina), una de las expresiones más crudas del rock local.

Ricardo Iorio. Cruzó hábilmente a Ozzy Osbourne con José Larralde, definiendo al metalero pesado argentino. Sus discos son un manual rebelde de historia nacional.

Las Pelotas. Segunda banda sobreviviente de Sumo. Ermitaños de estilo naturalista y anticosmopolita, cada vez que interpretan el tema "Capitán América", su público quema una bandera yanqui.

Los Piojos. Cruce de rhythm and blues con tango, candombe, recitado gauchesco y murga. Por años abrieron sus recitales tocando el Himno en armónica. Y llegaron a dedicarle un tema a Jauretche.

La Renga. Hard rock cuadrado y blues del oeste, muy politizados.

Viejas Locas. Otro arquetipo del rock barrial (de Piedrabuena), exaltan la lumpenización: cerveza, excesos y desempleo. Ilustraron uno de sus discos con un sánguche de salame.

En este firmamento del rock nacional y popular, el astro rey es la banda de Carlos "Indio" Solari, Los Redonditos de Ricota, cuya consecuencia en una conducta independiente de las grandes productoras fonográficas y cadenas de difusión monopólicas ha llegado a crear una suerte de religión alimentada por dosificadas apariciones públicas. De la mano de una lírica a veces algo hermética ("ella es bailarina de la Caja musical / él es el peligro, ladrón de mi cerebro") y otras muy frontal ("si la cosa sigue así, todo preso es político") han logrado fusionar generaciones y -algo aún más curioso- tribus urbanas irreconciliables en otras circunstancias.

Sexo, droga y contención

Verde hierba creció

a la sombra de un árbol,

regada en el dolor

de una lágrima de Dios.

Hija de aquellos vientos

que soplaban antaño,

vino para curar

tristeza y resignación.

Manuel Quieto

(letrista y cantante de la Mancha de Rolando)

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