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De Cuba le viene a Manu
Por Ramón Chao (padre de Manu Chao), para Planeta Humano, nº6 (Septiembre 1998)

Manu y Antonie sufrieron su primer choque musical en el 71. Manu tenía diez años y Antonie, ocho. Un día de abril, llegó a su casa de Sèvres un magnífico Pleyel de cola. Lo estrenó el pater familias con Las Escenas Infantiles de Schumann, algunos Impromptus de Schubert y La Danza del Molinero, de Manuel de Falla. Los dos hermanos, boquiabiertos.

Es posible que nunca en sus vidas hubieran visto un piano de madera y marfil y, sguro, ignoraban que su padre fuera pianista. Mejor dicho, lo había sido; pero la música y el sacerdocio quedan impregnados en el carácter: un músico sigue siendo músico aunque pretenda ser escritor, como tampoco un cura deja de ser papista por mucho que juegue con la teoría de la liberación.

Los niños, pasmados. El padre aprovechó la situación para abocarlos por el camino en que le había metido a él su propio padre. Empezó a darles clases con el Microcosmos de Bela Bartok, recomendado por Luis de Pablo, y con el Album de la Juventud, de Schumann, conjunto de piezas sencillas que había tocado en su niñez. Al cabo de dos años, Felisa, la madre, advirtió al padre y profe que los críos estaban hartos y que él llevaba camino de convertirse en un tirano, como había sido su padre con él. ¡Qué horror, parecerse a su padre! El de Manu y Antoine fue comprensivo. "De acuerdo -les dijo-. Dejáis el piano, pero elegís otro instrumento. ¿Tú, Manu?" Manu optó por la guitarra. "¿Y tú, Antoine?" Antoine, por la batería. Al día siguiente (es un decir, al cabo de una semana) ya disponían cada cual de su instrumento. "Pero estudiais en serio, en el conservatorio de Chaville".

Y allí fueron durante otros dos años, al tiempo que proseguían el bachillerato. Antoine redoblaba con soltura la caja y dos o tres instrumentos de percusión que le había traído de Cuba Alejo Carpentier y Manu tocaba con gracia piezas del compositor cubano Leo Brower. ¿Qué música se escuchaba en casa? Zortzicos vascos, cantados por el abuelo materno, un indomable refugiado republicano; cuplés de Olga Ramos, y como el padre viajaba constantemente a América Latina por su trabajo, música cubana (Bola de Nieve, Beny Moré...) y mexicana (Chavela Vargas) en discos que traía de allá. También flamenco, mucho flamenco, en la recopilación histórica de Hispavox. A mediados de los setenta asistieron con sus padres al Festival de Canto de las Minas de la Unión, donde debutaba un prometedor desconocido, Camarón de la Isla... No es de extrañar pues que el primer gran éxito de Mano Negra fuera Mala Vida, y que un diario italiano hablase... ¡de la influencia de Rimski-Korsakov en algunas canciones de Manu! Eso era lo que oían en casa. Por su parte, en las habitaciones que se habían agenciado en el garaje, ellos escuchaban rock, rai, salsa, reggae, rap, rithm'n'blues, canciones de Peret y de Lole y Manuel.

El nuevo ciclo bienal de estudios musicales se cerró con una decisión unánime: "Para lo que queremos -se plantaron- basta de conservatorio". Tenían ya entonces doce y catorce años, y los padres sentayochistas no tuvieron más remedio que apechugar con la revuelta que habían fomentado en un histórico mes de mayo, siete años antes. Tanto más angustiados al publicar aquellos días el diario Le Monde una serie de reportajes sobre la proliferación de bandas musicales y su disolución catastrófica. No les quedó más que resignarse.

Estaba creando su primer grupo, que bautizó Joint de Culasse, juego de palabras: literalmente "junta de culata", aunque Joint es también porro... imagínense ustedes el terror de unos padres "liberados"... El padre asistió a las primeras actuaciones del grupo. Recuerdo la de Viroflay, allá por 1975. Manu tocaba la guitarra y cantaba con gravedad, en actitud estática, nada que ver con el que conocimos después. Le dije, recuerdo, que no me parecía muy creativo interpretar canciones de otros. Me contestó, muy seguro de sí mismo, que esa era la primera etapa; impregnarse bien de lo que hacían los maestros y que, acaso, la segunda parte vendría después.

Joint de Culasse concluyó como todos los grupos: disolviéndose cual humo al viento. Después vino Hot Pants (Pantalones Calientes). De ahí, Antoine creó una banda en la cual la música popular y verbenera estaba en primer plano: Los Carayos, ortografiado así para que los franceses lo pronunciaran como se manda en Galicia. Luego, Mano Negra.

Pero para buscar las fuentes musicales de Manu, y para ilustrar el refrán que reza "La cabra siempre tira al monte", he de contar una saga familiar que empieza como un horrible cuento de hadas:
Érase una vez, a finales del siglo pasado, en un pueblecito de Lugo llamado Villalba, un matrimonio mal avenido. Él era un campesino brutal, que en los momentos de embriaguez maltrataba a su mujer. Un buen día la mujer huyó de casa y se fue a Cuba. Se puso a trabajar de mucama en La Habana, en casa del jefe de policía de la nación, hombre culto y amante del sexo contrario. Al señor García Kholy, que así se llamaba, le encantaban los ojos y las carnes de aquella galleguiña, mi abuela Dolores. Como se sabe, en aquella época no existía el acoso sexual, sino que se practicaba el derecho de pernada. Por eso el jefe se tiraba a mi querida abuelita. Un día, desembarcó en La Habana el marido beodo y pendenciero, con ánimo de recuperar lo que, según la religión y las leyes, le pertenecía.

Pero el derecho de pernada incluye el deber de protección, y mi abuelo oficial apareció muerto, asesinado, en una esquina de La Habana Vieja, entre Escobar y Galiano. Un año después, la viuda quedó encinta y su elevado cuidador la mandó a dar a luz a su pueblo de Galicia. De modo que por nuestras venas corre sangre cubana, lo cual explica el componente latinoamericano en la música de Manu, el que Antonie sea ahora director musical de Radio Latina, con un programa semanal de dos horas sobre jazz cubano, y que el padre, yo, dirija las emisiones para América Latina de Radio Francia Internacional. Y sin presumir, porque todo ha sido fruto de una feliz coincidencia de alcohol, sexo, crimen y genes. En nosotros se cumple la frase de Federico García Lorca, de que para ser un buen español se precisa tener una dimensión latinoamericana.

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