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Atari Teenage Riot, caza a los nazis

PARA ALEC EMPIRE, IMPULSOR DE ATARI TEENAGE RIOT, «EL RUIDO ES LA CLAVE, LA VIDA ESTÁ LLENA DE RUIDO Y SÓLO LA MUERTE ES SILENCIOSA». POR ESO ENFRENTARSE AL TERCER DISCO DE LOS BERLINESES ES HACERLO A UN MURO HISTÉRICO, CREPITANTE E INTIMIDATORIO. SIN CONCESIONES Y SIN PERDER EL CONTACTO CON LA REALIDAD, ESO QUE TANTO NOS ESCUECE.

Tanin Elias, una de las gargantas vociferantes de Atari Teenage Riot, aparece en escena. El rojo intenso de su camisa da más brillo a sus ojos grises y enormes. Me pide un cigarro. Se lo doy y al darse cuenta de que es el último que me queda se disculpa y parece rehusarlo. Le insisto y acepta. Alta, simpática y atractiva –perdón, muy atractiva- me insta a que realice la entrevista sin traductor. «Te entiendo muy bien», aduce. «Bueno, tú mandas», pienso mientras preparo mi cuestionario y mi grabadora. La cabeza visible del trío berlinés, Alec Empire, se ha quedado en casa pero durante los cuarenta minutos siguientes Hanin me demuestra que ATR y Digital Hardcore son mucho más que una sociedad unipersonal. En continua beligerancia frente al apoliticismo, el acomodamiento de ciertos sectores supuestamente underground y la actitud abiertamente racista de la escena techno alemana, ATR entregan su tercer disco –«60 Second Wipe Out»- convencidos de que la toma de posturas tanto personales como colectivas, es el único camino de cambio.

«Nadie puede tomarse a los políticos en serio, debemos pasar a la acción. Revolution-Action». Convencidos también de que es posible redimensionar el do it yourself hasta convertirlo en la única forma posible de resistencia. Algo que llevan demostrando desde 1992, momento en que Empire y Elias se unen a Carl Crack, el tercer voceras de la banda, espoleados por la crispada situación social de un país que todavía no se había acostumbrado al nuevo orden mundial. Su primer zarpazo, el single «Hetzjadg Auf Nazis» (caza a los nazis), era la primera muestra de disconformidad, la primera denuncia de ATR al racismo que se vivía en la escena techno berlinesa.
«Desde la caída del muro la gente del oeste piensa que la mano de obra procedente del este les quita el empleo y los obreros del este sólo aspiran a integrarse en el capitalismo y están realmente celosos del ciudadano del oeste. Además la escalada de agresiones y asesinatos de inmigrantes por parte de los nazis fue enorme. Ante esta situación nos posicionamos y decidimos que no podíamos aprobar esto, así que la única opción que nos quedaba era adoptar una postura radical, decir ¿Qué pasa?… y sacar nuestros discos».

Mientras ATR todavía balbuceaba, las autoridades berlinesas comenzaban a borrar todo vestigio del pasado. Durante mi última visita a la ciudad, en 1995, lugares como el Check-point Charlie habían sido desmantelados e incluso los semáforos característicos de la zona comunista, cuyos monigotes eran bajitos y llevaban sombrero (la mejor forma de saber en qué parte de la ciudad te encontrabas), estaban siendo reemplazados por modelos del oeste. Como si borrar las huellas de la historia, por mínimas que sean, fuera suficiente en una sociedad con la espita del desempleo abierta y una segregación étnica cada vez más evidente.
«Sí es estúpido pensar que destruir las estatuas de Lenin sirve para algo. Creo que es justo lo contrario, que todo ese legado ha de seguir ahí, que los críos puedan verlo y que sirva para aprender. Pero hicieron lo contrario».
Ya ven, imposible separar militancia política y creación musical en uno de los torbellinos ruidistas más implacables de los noventa. En su anterior entrega («The Future Of War», DHR 97) ATR lanzaban el guante al oyente en cuarenta y cinco minutos de apocalipsis, caos y consignas terroristas (en lo lírico y en lo musical). Ahora las cosas no han cambiado demasiado, no crean, pero este nuevo trabajo parece más calmado –dentro de un orden, claro- y también más rico y variado, aunque los alaridos y los bpms siempre sobre la línea roja continúan ahí.
«Creo que el anterior disco era más ruidoso y destructivo porque pensábamos que nunca cambiaríamos nada. Estábamos colgados con el No Future, pero después de la gira y de ver a tanta gente en nuestros conciertos con nuestra misma energía pensamos ¡bueno, quizá sí ocurra! Quizá la sociedad cambie algún día y la gente se haga responsable de las cosas que hace».

Hablar de ATR es hablar de Digital Hardcore, su sello, nacido tras su fugaz paso por Phonogram que les fichó en 1993 con la esperanza de desbravar al grupo y que unos pocos meses después les echó, dando por imposible la doma.
«Estar en una indie es la única manera de no perder el control sobre lo que haces, sobre tus discos, sobre las portadas… ¿Que si soy consiente de lo difícil que es destruir el sistema haciendo discos? ¡Claro!, pero ¿Qué podemos hacer? Lo que tengo claro es que puedes trabajar dentro o fuera de esta mentira, y que con nuestro trabajo en el sello podemos animar a más gente a que haga lo mismo».

Al terminar la entrevista Hanin me pregunta «¿Quieres uno de éstos?». Asiento y me coloca un brazalete negro con el logo del grupo cuyo interior reza: Activista Atari Teenage Riot, No Vivo una Vida Fascista, Caza a los Nazis, Sin Negociaciones, Nadie Puede Detenernos!-. Creo que sobran comentarios.

Cesar Luquero - Mondo Sonoro, 26-4-1999

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