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Cuba: Una victoria más

Transcurridos unos días ya desde que se clausurasen las Olimpiadas de Sydney 2000 (declarándolas, por supuesto, las mejores de la historia, como a todas las anteriores) sería interesante detenerse un momento delante del medallero para hacer algunas reflexiones. Simplemente observando los primeros puestos (EEUU, Rusia, China, Australia, Alemania, Francia, Italia, Holanda... en este orden), y sin menoscabar el esfuerzo y sacrificio de los deportistas, podemos constatar que los éxitos en estas competiciones, en las que en principio todos se enfrentan en igualdad de oportunidades, están decantados una vez más hacia las potencias mundiales que ejercen también en este campo su dominación. Dominación que estos últimos años se está viendo reforzada además con la compra y nacionalización de atletas extranjeros por parte de los estados capitalistas desarrollados, en este nuevo mercado del deporte en el que también las fronteras tienden a desaparecer (a fuerza de dinero y, claro está, en un único sentido).

Pero si continuamos mirando el medallero hallamos en los primeros puestos una excepción a esta regla general. El noveno puesto es para un pequeño pueblo de poco más de once millones de habitantes sometido a un cruel e inhumano bloqueo que pretende rendir por hambre y enfermedades su resistencia a ser asimilado por el imperialismo. Cuba, con sus 29 medallas (11 de oro, 11 de plata y 7 de bronce) sólo ha sido superada en Sydney por las ocho potencias mundiales citadas; esto en términos totales, ya que si relativizamos el número de medallas en función del número de habitantes de cada país nos encontraríamos con que Cuba (con una medalla por cada 383.310 habitantes) ocupa ¡el segundo puesto!, sólo superada por Australia, mientras que a EEUU, la potencia que encabeza el medallero en términos totales, le correspondería una medalla por cada 2.825.031 habitantes. Los números hablan por sí solos aunque desde los medios de comunicación se intenten ocultar en lo posible estas informaciones sobre la «tercermundista» Cuba.

Más de uno argumentará, por otro lado, que las competiciones deportivas de élite han sido utilizadas por los países comunistas como escaparate donde exhibir esas maravillas de la potencia y la psicomotricidad que, condenadas a pasar su juventud entre gimnasios, pistas y laboratorios mostrarán al mundo los grandes avances logrados por la sociedad comunista intentando relegar a un segundo plano la terrible opresión que sufren estos pueblos. Quienes así piensan probablemente no se hayan percatado de que entre la población de los países que tomaron parte en estas últimas Olimpiadas habrá muchas personas que hubiesen podido ser medallistas en Sydney pero que por falta de medios, por falta de acceso a la práctica del deporte, a la sanidad o a una adecuada alimentación no sabrán nunca hasta dónde hubiesen podido llegar. Y esto por no hablar de los países que ni siquiera han podido estar representados en este evento.

Si Cuba ha logrado el «milagro» de alcanzar esas metas deportivas pese a todas las adversidades a las que ha tenido y tiene que hacer frente ha sido gracias a una revolución que ha considerado el deporte como derecho del pueblo. Como ha sucedido con la educación, la salud, la vivienda, el trabajo y la participación popular. Desde su triunfo en 1959 la revolución cubana ha garantizado a cada uno de los habitantes de la isla la posibilidad de practicar deporte y recibir instrucción deportiva en condiciones de igualdad. Para ello, y dentro de una concepción socialista del deporte, se erradicó en 1962 el profesionalismo y se hizo llegar ese derecho a toda la población cubana, gran parte de la cual no tenía acceso a la práctica deportiva en los tiempos del neocolonialismo yanqui.

Un sistema educativo obligatorio hasta noveno grado que incluye la educación física como asignatura, una amplia red de más de 11.000 instalaciones deportivas distribuida por toda la isla, la creación de escuelas e institutos deportivos donde se combina el deporte con el estudio o el surgimiento en 1965 de una industria deportiva destinada a abastecer al país de equipamientos deportivos (que, debido al bloqueo, en caso de tenerlos que importar resultarían casi imposibles de conseguir), han garantizado que la práctica deportiva esté al alcance de toda la población. El sistema cubano posibilita además que cada cubano que destaque en la práctica de una especialidad deportiva pueda recibir gratuitamente asesoramiento personalizado y desarrollar sus potencialidades sin tener que esperar a que un club privado o una marca comercial le ofrezca un contrato en base a la rentabilidad económica que dicho deportista le pueda reportar. Cuba cuenta hoy con numerosos deportistas que han llegado a ser campeones del mundo frente a los dos únicos campeones mundiales que tenía la isla antes de la Revolución: Ramón Fonts y José Raúl Capablanca.

Pero los atletas cubanos tienen un arma todavía más potente que sus músculos, un arma que dispara ráfagas de ejemplo y dignidad allá por donde pasan y que se fundamenta en la educación en unos principios y valores superiores a los imperantes en las sociedades capitalistas. Por eso, cuando los deportistas cubanos regresan a la isla tras una competición internacional lo hacen con la cabeza bien alta tras haber rechazado coche, casa, maletines llenos de billetes y ofertas de contratos multimillonarios en el extranjero, tras negarse a integrar esa parte minoritaria, aunque sobredimensionada y profusamente publicitada por los agentes del imperialismo, de deportistas de élite cubanos que optan por abandonar su austera patria y olvidar el esfuerzo y el coste que ha supuesto para el pueblo cubano esa formación que para él o ella ha sido totalmente gratuita.

A pesar de las permanentes calumnias contra el sistema cubano que intentan desdibujar la realidad de la isla ocultando sus logros y magnificando sus defectos, los éxitos del deporte cubano, al igual que los conseguidos en las demás esferas, muestran al mundo lo que puede lograr un pueblo cuando es dueño de sus recursos y tiene la firme decisión de gestionarlos en su provecho y no en beneficio del capital. Tienen, además, un doble valor si tenemos en cuenta que la revolución cubana tuvo que hacer frente al subdesarrollo y miseria heredados de cuatro siglos de sangrante colonialismo español y de seis décadas de pseudorrepública, a los que habría que sumar la ininterrumpida agresión imperialista que, ya sea en forma de bloqueo económico, distorsión informativa, guerra biológica o acciones militares le ha supuesto en estas últimas 4 décadas al pueblo cubano casi 4.000 vidas y sin la cual la economía cubana estaría 15 años más desarrollada.

Sólo nos queda desear que, en unas cercanas Olimpiadas, pueda aparecer en el medallero, junto al de otros pueblos que hoy día ven negado ese derecho y aunque sea bastante más abajo que el de Cuba, el nombre de otro pueblo rebelde y solidario que haya comenzado también a escribir su propia historia: Euskal Herria.

Javier Etayo - Militante de Askapena

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